domingo, 18 de septiembre de 2022

CAPÍTULO 67 LOS MONJES ENVIADOS DE VIAJE

 

CAPÍTULO 67

LOS MONJES ENVIADOS DE VIAJE

Los monjes que van a salir de viaje se encomendarán a la oración de los hermanos y del abad, 2 y en las preces conclusivas de la obra de Dios se recordará siempre a todos los ausentes. 3 Al regresar. del viaje los hermanos, el mismo día que vuelvan, se postrarán sobre el suelo del oratorio en todas las horas al terminarse la obra de Dios, 4 para pedir la oración de todos por las faltas que quizá les hayan sorprendido durante el camino viendo alguna cosa inconveniente u oyendo conversaciones ociosas. 5 Nadie se atreverá a contar a otro algo de lo que haya visto o escuchado fuera del monasterio, porque eso hace mucho daño. 6 Y el que se atreva a hacerlo será sometido a la sanción de la regla. 7 Otro tanto ha de hacerse con el que tuviera la audacia de salir fuera de la clausura del monasterio e ir a cualquier parte, o hacer alguna cosa, por insignificante que sea, sin autoridad del abad.

En un monasterio, las influencias externas en la época de san Benito podían venir de los huéspedes, o de los monjes que salían fuera. San Benito no habla tanto de una salida puntual como de una salida larga, teniendo en cuenta que, entonces, cualquier viaje podía suponer muchas horas. Hoy, esta influencia puede venir por medio de otros conductos, ya que las comunicaciones son mucho más fluidas y las redes sociales forman parte de nuestra vida diaria. El objetivo de san Benito era huir de las distracciones innecesarias, evitando de descentrarnos de lo que debe ser más importante para nosotros.

Nuestra sociedad tiene bien aprendido que para consumir es preciso previamente la necesidad de determinado producto, y crear el deseo, para lo cual es también fundamental la publicidad; pues no deseamos lo que no conocemos, y si lo conoceos no siempre es fácil librarse del deseo. También este es un punto que deberíamos aprender, o por lo menos no olvidar.

Y luego la prudencia al volver de un viaje, en la conversación dentro de la comunidad, era evitar comentarios que podían idealizar situaciones que venían a perturbar el clima de la comunidad.

Por esto san Benito dispone que haya de todo dentro del monasterio, y evitar lo más posible la necesidad de viajar para traer cosas innecesarias. Y esto ya no solo para las cosas materiales, sino que también se puede interpretar este capítulo en relación a necesidades afectivas. Se nos invita, pues, a un equilibrio y ahorrarnos cosas o situaciones que puedan perturbar nuestra vida, que debe estar centrada en la plegaria y el trabajo.

Todo esto no era tan fácil en tiempo de san Benito, pues los monasterios, aunque eran centros espirituales, también lo eran en lo social, cultural y económico, lo cual obligaba a contactos y relaciones no solamente en una línea espiritual.

También hoy vivimos al límite de una doble tentación. Por un lado, podemos comentar cosas de la comunidad a gente ajena que no siempre entiende nuestra vida, ni siquiera en lo espiritual, así como otros posibles problemas de aspecto más humano. Y, por otro lado, querer aconsejar a la comunidad desde criterios externos, es exponerse a recibir opiniones ajenas a nuestra vida religiosa.

Equilibrio, moderación, responsabilidad, son valores siempre a mantener, a preservar. Para lograrlo es preciso no perder nuestra centralidad en Cristo, no dejándonos seducir por elementos externos que no tienen nada que ver con los objetivos que tienen quienes vienen a un monasterio a vivir como monjes.

Muchos avances de nuestra sociedad son buenos para muchas cosas, siempre que se utilicen o vivan con una buena finalidad, pero, pueden ser elementos negativos si nos servimos de ellos equivocadamente. Por ejemplo, el teléfono móvil puede ser una buena y necesaria herramienta, pero si llega a hacernos “dependientes” puede ser un elemento perturbador en nuestra vida de cada día; y así en otras diversas cosas.

Por ello san Benito nos advierte del peligro de distraernos o de distraer a los demás. Lo cual no es fácil, cuando todo está bien dispuesto para proporcionarnos una cierta evasión, en lo cual nuestra sociedad es experta, y mucho más hoy que en tiempos pasados.

Escribe Dom Paul Delatte que nada nos apartará de la clausura y de la estabilidad si cada uno analiza con firmeza los motivos que le pueden mover a salir o no salir. Por esto san Benito confía al superior determinar si conviene a no, buscando la fidelidad y seguridad de todos.

Debemos ser conscientes de todo esto, pues como dicen los estatutos cartujanos, donde leemos “celda” pongamos “monasterio”: “conviene que quien vive retirado en su “celda” vigile con diligencia no aceptar y salir fuera de ella, excepto las salidas establecidas; más bien considere la “celda” tan necesaria para su salud y vida, como el agua para los peces, y el prado para las ovejas. Si se acostumbra a salir con frecuencia y por causas leves, pronto se le hará odiosa, pues como dice san Agustín: “para los amigos de este mundo no hay nada que produzca tanta fatiga como el no trabajar”. Por el contrario, cuanto más tiempo guarde la “celda” tanto más a gusto vivirá en ella, si sabe ocuparse de una manera ordenada y provechosa en la lectura, la escritura, la salmodia, la plegaria, la meditación, la contemplación y el trabajo. Mientras tanto se vaya acostumbrando a la tranquila escucha del corazón, que permita entrar a Dios, por todas sus puertas y senderos. Así, con la ayuda divina evitará los peligros que con frecuencia nos acechan”. (Estatutos cartujanos, 4)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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