domingo, 11 de septiembre de 2022

CAPÍTULO 60 LOS SACERDOTES QUE DESEAN INGRESAR EN EL MONASTERIO

 

CAPÍTULO 60

LOS SACERDOTES QUE DESEAN INGRESAR EN EL MONASTERIO

Si alguien del orden sacerdotal pidiera ser admitido en el monasterio, no se condescienda en seguida a su deseo. 2 S Pero, si persiste, a pesar de todo, en su petición, sepa que deberá observar todas las prescripciones de la regla 3 y que no se le dispensará de nada, porque está escrito: «Amigo, ¿a qué has venido?». 4 Sin embargo, se le concederá colocarse después del abad, bendecir y recitar las plegarias de la conclusión, pero con el permiso del abad. 5 De lo contrario, nunca se atreva a hacerlo, pues ha de saber que en todo está sometido a las sanciones de la regla; y dé a todos ejemplos de mayor humildad. 6 Cuando se trate de proveer algún cargo en el monasterio o de resolver otro asunto cualquiera, 7 recuerde que debe ocupar el puesto que le corresponde según su ingreso en el monasterio y no el que le concedieron por respeto al sacerdocio. 8 En cuanto a los clérigos, si alguno quiere incorporarse al monasterio con el mismo deseo, se les colocará en un grado intermedio, 9 mas con la condición de que prometan observar la regla y perseverar.

Parece que san Benito no considera el sacerdocio como apropiado para la vida monástica, según los capítulos que le dedica, donde no se muestra muy entusiasmado, tanto en cuanto a los sacerdotes que desean entrar en el monasterio, como en ordenar a monjes para el sacerdocio. De hecho, no es así. San Benito reconoce la importancia del sacramento y por extensión la vida sacramental de la comunidad monástica. Simplemente, es la prevención de que al ser sacerdote se crea que está por encima de los demás hermanos y rompa la uniformidad de la comunidad que defiende la Regla. Es sabida la frase de san Bernardo al decir que el monje lo hace la vocación y al prelado el servicio, y aquí podríamos leer que también al sacerdocio y al diácono los hacen el servicio. O como escribe Casiano evitar “desear las sagradas órdenes del sacerdocio bajo al pretexto de edificar a muchas almas y hacer conquistas para Dios, sacándolo así de la humildad y austeridad de nuestra vida” (Colaciones. Primera Conferencia del abad Moisés)

San Benito no lo pone fácil al sacerdote que desea entrar, y pide un discernimiento atento de la vocación, considerando tanto el candidato como a la comunidad. Solamente cuando hace referencia a los infantes habla de dejar todas las puertas cerradas, para que no quede ninguna esperanza de volverse atrás.

Pensemos, que si san Benito era tan desconfiado respecto al sacerdocio, la posterior reforma de Cluny, sitúa el papel del monje sacerdote en una posición que no habría deseado nunca. Y esto llegará hasta el Concilio Vaticano II que dará un paso más adelante en este tema.

A través de los siglos, de hecho, se ha unido la vida monástica, el sacerdocio y el apostolado en sus diversas formas, aunque no comporta una unión necesaria. Afortunadamente, hoy, este tema, no suscita diferencia en las comunidades, pero puede general frustraciones cuando se contempla la vida monástica como un camino-currículo, donde después de la profesión temporal, bien la solemne, y después las ordenaciones de diácono y sacerdote. Pero esto no es esencial en la vida monástica. Venimos al monasterio a ser monjes y a servir a la comunidad, es decir a la Iglesia, A Cristo, en el ministerio que sea dentro de la vida comunitaria.

Pero sigue vigente la prevención a caer en la vanagloria, como escribe Juan Casiano:

“Desde antiguo hasta hoy, continúa siendo válida la sentencia de los Padres de que el monje debe huir por todos los medios posibles de las mujeres y de los obispos, y añade con ironía: y esto no puede anunciarlo sin ponerme colorado, ya que no he podido huir de mi hermana, ni escapar de las manos del obispo” (Instituciones, 11,18)

Aquinata Bockmann, escribe que para nuestra mentalidad actual no hay problema; es evidente que los sacerdotes pueden entrar en un monasterio, pero esto no era así en los orígenes de la vida monástica, siendo uno de los puntos fundamentales de este capítulo la referencia a que podía darse el caso de que una comunidad tuviera necesidad de un sacerdote para celebrar la Eucaristía, y decidiera con precipitación de aceptar un sacerdote sin considerar si éste podría adaptarse a la vida comunitaria. Y es evidente que la vida de un sacerdote y de un monje no son exactamente lo mismo, pues responden a carismas distintos, y por tanto, en principio a vocaciones distintas.

Tampoco es de recibo que alguien ingresara en el monasterio con el deseo de ser sacerdote al no haber conseguido este objetivo en una iglesia local. Sería una falsa vocación, que acabaría por devenir una situación improcedente. De hecho, después del Concilio Vaticano II se dieron estas situaciones de monjes que salen del monasterio, para vivir en una parroquia o en un santuario.

Aquinata concluye su comentario con la frase: “No somos carreristas, estamos al servicio de lo que se nos pide: ser monje ante todo” .

O como dice el Papa Francisco a un grupo de seminaristas: “¿Que te puedo ofrecer, Señor?, es una pregunta que no gira en torno a tu persona; no es el deseo de una catedra, de una parroquia, de un servicio en la curia… Es una pregunta que no pide abrir el corazón a la disponibilidad y al servicio. Es una pregunta que nos impide caer en el carrerismo. ¡Por favor, tened cuidado con el carrerismo! Al final, no ayuda”.

 La Regla prescribe obediencia y humildad, conversión de costumbres y estabilidad para todos los monjes. Que san Benito diga aquí que el sacerdote debe guardar la disciplina de la Regla, que debe observarla en todos sus aspectos o exigencias, no deja de ser también una manera de afirmar que la incorporación de un sacerdote a una comunidad monástica es posible, pero siempre que sea consciente de su doble vocación de sacerdote y monje, y que a partir del momento en que entra en el monasterio prevalezca la condición de monje. Es preciso prestar atención a la estabilidad, que es el aspecto diferencial más importante entre uno y otro carisma. Una dignidad particular, escribe Aquinata, no dispensa de la vida comunitaria, sino al contrario, la persona que ha recibido esta dignidad se ha de mostrar más humilde, ha de sumergirse en una comunidad de hermanos por completo, con la única excepción de las cosas que hagan referencia a su servicio ministerial de sacerdote.

 

 

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