domingo, 15 de octubre de 2023

CAPÍTULO 7, 51-54

 

CAPÍTULO 7, 51-54

LA HUMILDAD

 

El séptimo grado de humildad es que, no contento con reconocerse de palabra como el último y más despreciable de todos, lo crea también así en el fondo de su corazón, 52humillándose y diciendo como el profeta: «Yo soy un gusano, no un hombre; la vergüenza de la gente, el desprecio del pueblo». 53«Me he ensalzado, y por eso me veo humillado y abatido». 54Y también: «Bien me está que me hayas humillado, para que aprenda tus justísimos preceptos.

Para llegar a creernos que somos el último y el más vil de todos debemos subir los siete grados de esta escala. Si no los hemos subido bien, con toda seguridad que seremos humildes solo con la lengua, pero no llegaremos a aprender la voluntad del Señor.

Hacer la voluntad de Dios

Para llegar a la mitad de la escala es preciso no olvidar el mandato de Dios de huir del pecado y vicio, sobre todo de la murmuración, y no hacer mi voluntad. Los dos primeros grados se centran en este tema de la voluntad, sin lo cual se tambaleará nuestra vocación, al no estar apoyada en la roca firme, lo cual viene a suceder con las primeras dificultades de la vida comunitaria. Cuando se llega a esta situación somos nosotros los primeros en sufrir el daño espiritual.

La práctica de la obediencia en las dificultades y contradicciones

Si hemos subido los dos primeros grados, y si no hemos caído en la murmuración, san Benito nos propone subir otros dos grados, apoyados en la obediencia.

Pensamos muchas veces que obedeciendo renunciamos a nuestra voluntad, a nuestra libertad, y es más bien lo contrario. Es haciendo la voluntad de Dios cuando somos realmente libres, pues nos liberamos de todo aquello que nos condiciona y limita, y nos predispone a hacer la voluntad de Dios, que es a quien venimos a buscar en el monasterio.

La paciencia

Esta es un buen baremo para mostrar nuestra obediencia a Dios. Una de las tentaciones que nos asedian es la impaciencia. Impaciencia ante los demás, cuando toca hacer algo que no nos place. San Benito nos dice que participamos de los sufrimientos de Cristo mediante el ejercicio de la paciencia; esto nos puede hacer pensar que es una manera leve de compartir los sufrimientos de Cristo en su Pasión. Pero esto quizás no esté tan lejano, pues muchas veces vivimos como verdaderos latigazos cualquier contrariedad a nuestra voluntad. Siempre es el momento para considerar el momento como golpe a nuestra libertad cuando se da una corrección.

Y cuando esto nos pasa por la mente es que no vamos bien. Cuando ponemos nuestra voluntad por delante de la voluntad de Dios es que la obediencia la tenemos oída pero no escuchada, y menos practicada, y ante las dificultades, contradicciones o injusticias huimos de la paciencia, y hacemos otra cosa diferente de lo que nos sugiere la Regla. Y ya ni digamos cuando se trata de poner la otra mejilla, ceder el manto o caminar el doble de lo que se nos pide.

Contentarse

San Benito pide al monje, en el sexto grado, de contentarse, lo cual no es fácil. Hay un punto en el cual no deberíamos de contentarnos nunca y que es el grado de humildad, de obediencia y de paciencia que hayamos alcanzado. Debemos tener el deseo de avanzar más.

San Benito nos dice que nos consideremos operarios inhábiles e indignos por el hecho de poder avanzar en la humildad, lo cual no llevará a contentarnos y considerar que lo que recibimos es siempre un regalo del cual no somos merecedores; el Señor nos lo da para que hagamos fructificar nuestra vocación con los talentos de la obediencia y paciencia.

Pacientes, obedientes, contentados, confiados en la voluntad del Señor, es lo que nos permitirá alcanzar la humildad de corazón de la cual habla san Benito en este séptimo grado.

Escribe san Bernardo:

“¡Qué preciosa es la humildad! La misma soberbia procura revestirse de ella para no envilecerse. Pero este subterfugio es descubierto pronto por el superior si no se ablanda fácilmente delante de esta soberbia humildad, disimulando la culpa o difiriendo el castigo. El fuego prueba la obra del alfarero, la tribulación selecciona los auténticos penitentes. El que hace penitencia de verdad, no aborrece el trabajo de la penitencia, acepta con paciencia y sin la menor queja cualquier orden que le impongan para reparar una culpa que detesta. Y si en la misma obediencia surgen conflictos duros y contrarios, si tropieza con una clase cualquiera de injurias, aguanta sin desfallecer. Así manifiesta que vive el cuarto grado de humildad.

En cambio, el que se acusa con fingimiento puesto a prueba por una injuria, incluso insignificante o por un pequeño castigo, se siente incapaz de aparentar humildad y disimular el fingimiento. Murmura, se enfurece, le invade la ira y no da ninguna señal de hallarse en ese cuarto grado. Mas bien pone de manifiesta su situación en el noveno grado de la soberbia que, según lo descrito, puede ser denominado, en sentido pleno, confesión fingida. ¡Qué confusión tan enorme hierve en el corazón del soberbio! Cuando se descubre el fraude pierde la paz, se marchita su reputación y, mientras tanto, queda intacta la culpa”  (Grados de la humildad y la soberbia, 47,1-2)

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