domingo, 22 de octubre de 2023

CAPITULO 9, CUÁNTOS SALMOS HAN DE DECIRSE EN LAS HORAS NOCTURNAS

 

CAPITULO 9

CUÁNTOS SALMOS HAN DE DECIRSE

EN LAS HORAS NOCTURNAS

 

En el mencionado tiempo de invierno se comenzará diciendo en primer lugar y por tres veces este verso: «Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza». 2Al cual se añade el salmo 3 con el gloria. 3Seguidamente, el salmo 94 con su antífona, o al menos cantado. 4Luego seguirá el himno ambrosiano, y a continuación seis salmos con antífonas. 5Acabados los salmos y dicho el verso, el abad da la bendición. Y, sentándose todos en los escaños, leerán los hermanos, por su turno, tres lecturas del libro que está en el atril, entre las cuales se cantarán tres responsorios. 6Dos de estos responsorios se cantan sin gloria, y en el que sigue a la tercera lectura, el que canta dice gloria. 7Todos se levantarán inmediatamente cuando el cantor comienza el gloria, en señal de honor y reverencia a la Santísima Trinidad. 8En el oficio de las vigilias se leerán los libros divinamente inspirados, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, así como los comentarios que sobre ellos han escrito los Padres católicos más célebres y reconocidos como ortodoxos. 9Después de estas tres lecciones con sus responsorios seguirán otros seis salmos, que se han de cantar con aleluya. 10Y luego viene una lectura del Apóstol, que se dirá de memoria; el verso, la invocación de la letanía, o sea, el Kyrie eleison, 11y así se terminan las vigilias de la noche.

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El orden litúrgico comienza cada día para los monjes con el Oficio de Vigilias o Maitines, que también se conoce como Oficio de Lectura, celebrada a medianoche como en la Cartuja, o cuando todavía no ha amanecido. En los orígenes de este Oficio había costumbre en las comunidades cristianas de pasar una parte o toda la noche en la plegaria. Tenía su fundamento en que también Jesús lo hacía:

“Jesús se fue a la montaña a orar, y pasó toda la noche en oración” (Lc 6,12) Jesús tenía esta costumbre de orar alejado de sus discípulos, sobre todo cuando le seguían las multitudes: “Subió solo a la montaña a orar. A la tarde todavía estaba allí solo” (Mt 14,23)  “”Se retiró otra vez solo a la montaña” (Jn 6,15)

Así viene a ser para nosotros modelo de plegaria, una plegaria serena, larga, profunda…

San Benito no nos pide orar toda la noche, sino que considera que la calma de la noche es un momento privilegiado para orar recordando el paso de la muerte a la vida, paso que cada día nos recuerda la naturaleza, pasando de la noche al día, que vivió el mismo Jesús pasando del sueño y la oscuridad de la muerte a la luz de la vida, de una vida sin final, eterna. San Benito nos invita a vivir este momento privilegiado de plegaria de una manera intensa; de aquí que el mismo verso de obertura nos muestre que nos levantamos para alabar al Señor, y nuestra primera palabra es un grito, una invitación a alabarlo. Rompemos el silencio de la noche solo para alabar al Señor, como hemos cerrado la boca el día anterior con la plegaria de Completas confiándole nuestro reposo.

La plegaria da fuerzas ante la tentación del maligno. Así escribe Juan Casiano refiriéndose a las primeras comunidades monásticas, sometidas a los peligros del diablo:

“En los mismos monasterios donde vivían de ocho a diez monjes, su violencia se desencadenaba tan violentamente y tan frecuentemente sus asaltos, que los monjes no se atrevían a dormir todos al mismo tiempo, sino que se iban relevando unos a otros. Mientras unos descansaban, otros permanecían en vela, perseverando sin tregua en la plegaria, la lectura o el canto de los salmos, y cuando la naturaleza les forzaba a tomar descanso, despertaban a sus hermanos para que los suplieran y guardaran a los que iban a dormir”. (Colaciones, XXIII)

Las armas que nos propone san Benito en este combate es la Escritura, los Salmos, y la lectio continua. Los Salmos, plegaria que utilizaba el mismo Jesús, y hoy día nosotros mismos.

De aquí a poco nuestra plegaria tendrá una nueva distribución de salmos. Con fundamento en la estructura que san Benito nos propone en la Regla, y que nuestros predecesores cistercienses aplicaron al Oficio Divino. Ocasión de un nuevo encuentro con los Salmos, con la totalidad de ellos. Nuestra plegaria se enriquecerá. No en vano el Catecismo de la Iglesia Católica dice: “Las múltiples expresiones de oración de los Salmos se hacen realidad vivía tanto en la liturgia del templo como en el corazón del hombre” (CEC 2588)  

El mismo Papa Francisco nos dice: “El Salterio presenta la oración como la realidad fundamental de la vida. La referencia a lo absoluto y trascendente que los maestros de ascética llaman “el sagrado temor de Dios”, es lo que nos hace plenamente humanos, es el límite que nos salva de nosotros mismos, impidiendo que nos abalancemos sobre esta vida de manera rapaz y voraz. La oración es la salvación del ser humano”. (21.10.2020)

Y el Papa Benedicto XVI: “En los salmos se entrelazan y se expresan alegría y sufrimiento, deseo de Dios, y la percepción de la propia indignidad, felicidad y sentido de abandono, confianza en Dios y dolorosa soledad, plenitud de vida y miedo de morir. Toda la realidad del creyente confluye en estas oraciones, que el pueblo de Israel primero y la Iglesia después asumieron como relación privilegiada con Dios y respuesta adecuada a su revelación en la historia. Como oraciones, los salmos son manifestaciones del espíritu y de la fe, en los cuales nos podemos reconocer y en lo que se comunica la experiencia de particular proximidad a Dios a la cual están llamados los hombres. Y toda la complejidad de la existencia humana se concentra en la complejidad de las diferentes formas literarias de los diversos Salmos: himnos, lamentaciones, súplicas individuales y colectivas, cantos de acción e gracias, salmos penitenciales y otros géneros que se pueden encontrar en estas composiciones poéticas” (22,Junio 2011)

Orar es una riqueza personal y comunitaria, es un regalo que la tradición de la Iglesia pone a nuestra disposición, para que nuestro camino hacia Dios sea más asequible. Esta plegaria secular ha tenido desde siempre una lectura cristológica, pues con Cristo la Escritura alcanza su plenitud. Escribe B. Fischer:

“El Salterio es para la Iglesia un libro de Cristo, donde los cantos se elevan hacia el Señor exaltado en la cruz, son los cantos que hablan de Él, o que se dirigen a Él, o con los que Él mismo se dirige al Padre. Él siempre es el centro” (Les Psaumes comme voix de l’Eglise)

Escribe san Juan Pablo II: “Los santos Padres con profunda penetración espiritual supieron discernir y señalar que Cristo mismo, en la plenitud de su misterio, es la gran “clave” de la lectura de los salmos. Estaban plenamente convencidos que en los salmos se nos habla de Cristo. Jesús resucitado se aplicó a si mismo los salmos cuando dijo a los discípulos: “Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos sobre mi” (Lc 24,44). Los Padres añaden que en los Salmos se habla de Cristo o incluso que es el mismo Cristo quien habla. Al decir esto no pensaban solo en la persona individual de Jesús, sino en el Cristo total, formado por Cristo cabeza y sus miembros. Así nace para el cristiano la posibilidad de leer el Salterio a la luz de todo el misterio de Cristo. (28 Marzo 2001).

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