domingo, 3 de diciembre de 2023

CAPÍTULO 49, LA OBSERVANCIA DE LA CUARESMA

 

CAPÍTULO 49

LA OBSERVANCIA DE LA CUARESMA

 

Aunque de suyo la vida del monje debería ser en todo tiempo una observancia cuaresmal, 2 no obstante, ya que son pocos los que tienen esa virtud, recomendamos que durante los días de cuaresma todos juntos lleven una vida íntegra en toda pureza 3 y que en estos días santos borren las negligencias del resto del año. 4 Lo cual, cumpliremos dignamente si reprimimos todos los vicios y nos entregamos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia. 5 Por eso, durante estos días impongámonos alguna cosa más a la tarea normal de nuestra servidumbre: oraciones especiales, abstinencia en la comida y en la bebida, 6 de suerte que cada uno, según su propia voluntad, ofrezca a Dios, con gozo del Espíritu Santo, algo por encima de la norma que se haya impuesto; 7 es decir, que prive a su cuerpo algo de la comida, de la bebida, del sueño, de las conversaciones y bromas y espere la santa Pascua con el gozo de un anhelo espiritual. 8 Pero esto, que cada uno ofrece, debe proponérselo a su abad para hacerlo con la ayuda de su oración y su conformidad, 9 pues aquello que se realiza sin el beneplácito del padre espiritual será considerado como presunción y vanagloria e indigno de recompensa; 10 por eso, todo debe hacerse con el consentimiento del abad.

Vivir en todo tiempo una observancia cuaresmal, puede parecer priori una manera extraña de san Benito de plantear la vida monástica. Lejos de la realidad, si entendemos la Cuaresma en sentido estricto como camino de conversión, un camino hacia la Pascua, hacia la vida eterna. El mismo san Benito advierte que en este camino no estamos exentos de riesgos. Hay una manera espiritualmente sana de vivir, que incluye la plegaria, la abstinencia, la privación de algo, siempre con un objetivo claro: ofrecer a Dios algo per propia voluntad y con el gozo del Espíritu santo. Podemos tener la tentación de tomar un camino personal que consideremos más nuestro, pero ya nos advierte san Benito que éste no es un camino de conversión, pues no puede llevar a la vanagloria y apartarnos del camino correcto, por lo que hace la advertencia de contar con el consentimiento del abad, y no de la mera iniciativa.

Seguramente, por la concepción que en tiempos de san Benito se tenía de los tiempos litúrgicos, era innovador esta concepción de la vida como una Cuaresma. Pero, aunque san Benito no lo apunte, podríamos repensar la vida monástica como un tiempo de Adviento indefinido, durante el cual estamos convidados a retraernos de toda clase de vicios y a darnos más a la oración y a la lectura. La Cuaresma, como un camino hacia la Pascua y el Adviento como un tiempo de esperanza, fijos los ojos en el advenimiento, como dos caminos a recorrer en nuestra vida.

Vivir los “tiempos litúrgicos fuertes” de manera más intensa es una manera de vivir y profundizar en nuestra vida de monjes. Tenemos una ayuda para ello en el dinamismo de cada día, en la liturgia que la Iglesia nos propone.

Cuando iniciamos el camino hacia la Navidad, o hacia la Pascua en Cuaresma, nos debemos sentir más implicados en vivir la liturgia de manera más intensa, en la seguridad de que no hemos llegado al advenimiento definitivo, sino, en todo caso, llegar a tener una cierta experiencia que nos proporcione como un avance de aquel goce definitivo final.

El Oficio Divino y la Lectio son dos puntos de apoyo fundamentales para avanzar con seguridad en el camino vital a recorrer. Los himnos y las antífonas propias de este tiempo nos van situando, así como las lecturas, para avanzar con seguridad y llegar a vivir con profundidad, tanto el misterio de Navidad como el de la Pascua.

Tenemos el marco: el monasterio mismo, el coro con el Oficio, la celda para la lectio, la capilla….  Y por otro lado las herramientas: la Salmodia, la Escritura… Pero no puede faltar, por nuestra parte, la voluntad de vivir fielmente todo ello, el deseo de ofrecer a Dios algo más de lo que habitualmente le ofrecemos.

Ciertamente, Adviento y Cuaresma no tienen el mismo sentido. Pero los dos son tiempos de preparación, de ir profundizando: en Adviento, la esperanza de la venida de Cristo; en Cuaresma, más fuerte, una llamada a la conversión.

Como reflexionaba el Papa Benedicto, este tiempo litúrgico que estamos empezando, nos invita a captar en silencio una presencia, a comprender que los acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de su atención a cada uno de nosotros.

Otro elemento fundamental es la esperanza. Adviento nos impulsa a entender el sentido del tiempo y de la historia como una ocasión propicia para nuestra salvación. Adviento es, sobre todo el tiempo de la presencia y de la espera del Eterno. (Cf. Hom. 28-11-2009)

Una invitación, pues, a guardar nuestra vida en toda su pureza; a cuidar más nuestra asistencia y puntualidad al coro, a orar con todos nuestros sentidos, a priorizar el tiempo con la Palabra de Dios en un camino de conversión y esperanza.

Escribe san Bernardo:

“Si es así como guardas la Palabra de Dios, no hay duda que ella te guardará ti. El Hijo vendrá a ti en compañía del Padre, vendrá el gran Profeta que renovará Jerusalén, y que hace todo nuevo. Así será la eficacia de esta venida que nosotros, que somos imagen del hombre terrenal, seamos también imagen del celestial. Y así como el antiguo Adán se abrió a toda la humanidad, al todo el hombre, así, ahora, es preciso que Cristo lo posea todo, pues lo creó todo, lo ha redimido todo y glorificará todo” (Sermón 5, En el Advenimiento del Señor, 1-3)                                             

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