domingo, 10 de diciembre de 2023

CAPÍTULO 56, LA MESA DEL ABAD

 

CAPÍTULO 56

 LA MESA DEL ABAD

 

Los huéspedes y extranjeros comerán siempre en la mesa del abad. 2 Pero, cuando los huéspedes sean menos numerosos, está en su poder la facultad de llamar a los hermanos que desee. 3 Mas deje siempre con los hermanos uno o dos ancianos que mantengan la observancia.

 

Compartir le mesa supone una relación fuerte entre las personas. Quien se acerca a la comunidad lo puede hacer por motivaciones diversas. En nuestra comunidad se ofrece la posibilidad de compartir las comidas en el refectorio, lo cual no es habitual en todos los monasterios. San Benito nos manda acoger a los huéspedes como si fueran el mismo Cristo, y una manera factible y sincera es compartir dos cosas importantes en la comunidad: la plegaria y el refectorio.

El refectorio no es solo un lugar para satisfacer unas necesidades materiales, sino que tiene también un fuerte sentido comunitario, espiritual. En nuestro caso el mismo marco arquitectónico lo destaca, pues refectorio podría ser también, por su estructura un oratorio. Compartimos, pues, con los huéspedes la plegaria y las comidas, de acuerdo a la costumbre monástica. También ellos deben ser conscientes de lo que esto representa como, por ejemplo, mantener el silencio, como en el claustro y en la Iglesia.

Compartir las comidas, en la misma Escritura tiene un significado importante.

Un primer ejemplo lo tenemos en Abraham, que, sentado a la entrada en la tienda en Mambré, en el momento en que el calor del día era más fuerte, vio tres hombres cerca de él. Nada más verlos corrió a encontrarlos, se prosternó delante de ellos y se ofreció a llevarles agua para lavarse los pies, mientras reposaban en la sombra de la encina, y fue a buscar algo para comer y recobrarán las fuerzas antes de continuar el camino (Gen 18)

También en el libro de los Reyes la viuda de Sarepta comparte con Elías lo que le quedaba: un puñado de harina y un poco de aceite. Compartiendo todo lo que poseen con el profeta vendrá a resultar que el recipiente de harina no se vaciará hasta que el Señor enviará la lluvia. (Cf 1Re 17)

Ofrecer comida, invitar a la mesa es una parte principal de la acogida del forastero. A la mesa del abad son invitados, por ejemplo, obispos, abades, abadesas, monjes, responsables e instituciones públicas o privadas, políticos o militares…  A cada uno es preciso acoger como al mismo Cristo, según lo expresa san Benito como plasmación de la hospitalidad monástica.

Ciertamente, habrá invitados con los que podemos sintonizar más, con más o menos compromiso, pero, en definitiva, como dice san Benito, a todos es necesario una acogida como al mismo Cristo.

Nuestra sociedad, a menudo, está sometida a tensiones, y en ocasiones las tensiones vienen de manera voluntaria, quizás con la idea de plantear diferencias, poner distancias, singularizarse… Estas actitudes, a veces, llevan a caer en un cierto histrionismo, alguno que no saluda a otro porque no comparte una posición determinada, porque no reconoce la institución que representa, o por otras razones, San Benito, es evidente, no va por estos caminos, ya lo recuerda cunado hablando del abad dice que no haga acepción de personas, y parece que en caso de sentar convidados a la mesa, el asunto debe ser en esta línea.

¿Qué modelos tenemos si no el mismo Cristo?  Muchas veces le acusaban de sentarse a la mesa con publicanos y pecadores. Pero a pesar de las críticas se sentaba, compartía la mesa con ellos, necesitados de perdón.

Jesús come en casa de Leví, hijo de Alfeo, el publicano recaudador de impuestos a pesar de las murmuraciones, y que se creían con el derecho de decirle con quien se podía poner i ponerse con él a la mesa.

También se sentó con Zaqueo, y de nuevo vinieron las murmuraciones por alojarse en cada de un pecador.

Jesús no hace acepción de personas y se sienta con publicanos y pecadores, como con los fariseos que se tenía como los más nobles y respetables de la sociedad, y durante las comidas les instruía con parábolas; de alguna manera como hacemos nosotros con los convidados ocasionales y huéspedes que escuchan en el refectorio la Palabra de Dios y la lectura correspondiente

Para Jesús, como para san Benito, sentarse a la mesa no es secundario, bastan dos ejemplos: la Última Cena, y los peregrinos de Emaús.

Cuando acogemos huéspedes, como hacemos habitualmente, u otros invitados, debemos tener presente lo que no dice san Benito, o como comentaba Dom Pablo, abad de Solesmes:

“Los peregrinos pertenecen a Dios de una manera especial. Buscan a Dios. Hay que ayudarles a encontrarlo; allá donde se detienen es preciso prepararles una pequeña patria… Los pobres y los peregrinos son miembros privilegiados de Nuestro Señor Jesucristo, de Aquel que vivió en la tierra como un peregrino, como un pobre, como un forastero en busca siempre de una acogida… San Benito quiere que se lea a los huéspedes un pasaje de la Sagrada Escritura. Esta lectura edifica y lo prepara para sacar provecho de su estancia en el monasterio” (Paul Delatte, Comentario a la Regla, 53)

 

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