domingo, 17 de diciembre de 2023

CAPÍTULO 63, LA PRECEDENCIA EN EL ORDEN DE LA COMUNIDAD

 

CAPÍTULO 63

LA PRECEDENCIA EN EL ORDEN DE LA COMUNIDAD

 

Dentro del monasterio conserve cada cual su puesto con arreglo a la fecha de su entrada en la vida monástica o según lo determine el mérito de su vida por decisión del abad. 2 Mas el abad no debe perturbar la grey que se le ha encomendado, ni nada debe disponer injustamente, como si tuviera el poder para usarlo arbitrariamente. 3 Por el contrario, deberá tener siempre muy presente que de todos sus juicios y acciones habrá de dar cuenta a Dios. 4 Por tanto, cuando se acercan a recibir la paz y la comunión, cuando recitan un salmo y al colocarse en el coro, seguirán el orden asignado por el abad o el que corresponde a los hermanos. 5 Y no será la edad de cada uno una norma para crear distinciones ni preferencias en la designación de los puestos, 6 porque Samuel y Daniel, a pesar de que eran jóvenes, juzgaron a los ancianos. 7 Por eso, exceptuando, como ya dijimos, a los que el abad haya promovido por razones superiores o haya degradado por motivos concretos, todos los demás colóquense conforme van ingresando en la vida monástica; 8 así, por ejemplo, el que llegó al monasterio a la segunda hora del día, se considerará más joven que quien llegó a la primera hora, cual quiera que sea su edad o su dignidad. 9 Pero todos y en todo momento mantendrán a los niños en la disciplina. 10 Respeten, pues, los jóvenes a los mayores y los mayores amen a los jóvenes. 11 En el trato mutuo, a nadie se le permitirá llamar a otro simplemente por su nombre. 12 Sino que los mayores llamarán hermanos a los jóvenes, y éstos darán a los mayores el título de «reverendo padre». 13 Y al abad, por considerarle como a quien hace las veces de Cristo, se le dará el nombre de señor y abad; mas no por propia atribución, sino por honor y amor a Cristo. 14 Lo cual él debe meditarlo y portarse, en consecuencia, de tal manera, que se haga digno de este honor. 15 Cada vez que se encuentren los hermanos, pida el más joven la bendición al mayor. 16 Cuando se acerque uno de los mayores, el inferior se levantará, cediéndole su sitio para que se siente, y no se tomará la libertad de sentarse hasta que se lo indique el mayor; 17 así se cumplirá lo que está escrito «Procurad anticiparos unos a otros en las señales de honor». 18 Los niños pequeños y los adolescentes ocupen sus respectivos puestos con el debido orden en el oratorio y en el comedor. 19 Y fuera de estos lugares estén siempre bajo vigilancia y disciplina hasta que lleguen a la edad de la reflexión

 

San Benito nos habla de promover o posponer, de considerar más joven el que llega a la hora segunda, sea de cualquier edad o dignidad, de no perturbar la comunidad, de no crear preferencias, de observar la disciplina, y tener presente que el abad deberá dar cuenta a Dios de todos sus actos.

La antigüedad es un grado y así lo tiene presenta san Benito. Pero no por llevar más tiempo que otro, uno es mejor monje, pues en nuestra vida ordinaria del monasterio, podemos avanzar en nuestro camino a la vida eterna, o podemos correr el riesgo de quedarnos “parados”, en una posición que más bien sería un retroceso.

San Benito, en el capítulo 58 presenta el programa del novicio con tres verbos: estudiar, comer y dormir. Parece un buen programa. A veces podemos tener la tentación de invertir la propuesta de san Benito, pues mientras en el noviciado nos podemos mostrar disponibles, solícitos, una vez hecha la profesión solemne podemos refugiarnos en este lema del noviciado, perdiendo aquella buena disposición de la disponibilidad y solicitud hacia la comunidad…

San Benito aconseja al abad que no dé lugar a perturbaciones con disposiciones injustas o arbitrarias; algo vinculado a otro concepto del que habla san Benito: honrarse. A esta honra nos ayudan diversas actitudes: intentar hacernos dignos de honor, llevar una vida regular equilibrada, evitando la tentación de creer que hemos conseguido nuestro objetivo, lo que nos dispensa de considerar la necesidad que siempre tenemos de la paciencia, de soportarnos las debilidades físicas como morales, de no buscar más lo nuestro por encima de las cosas de los demás, o de practicar la caridad fraterna.

San Benito lo resume todo en una frase muy clara: “No anteponer nada absolutamente a Cristo que nos debe llevar “todos juntos” a la vida eterna” (Cf RB 73,11-12)

Hay cosas puntuales que nos ayudan a “honrarnos”. Por ejemplo, la práctica que recomienda san Benito: “que no se permita llamar a otro solo por su nombre. No es un detalle secundario indicar que se trate a los ancianos de “nonnus”, a los jóvenes como “hermanos”, y al abad como “señor”.

Han podido cambiar los tiempos, pero la idea fundamental permanece, pues una comunidad no es una reunión de un grupo de amigos, sino de un grupo de personas llamadas por Dios a seguirlo, a buscarlo, lo que supone renuncias, sacrificios, hechos siempre, vividos, por Cristo, y no por esta u otra persona.  Siempre el punto de referencia deberá ser la vida en Cristo.

El ”orden la comunidad”, no debe considerarnos como un detalle menor o secundario para considerar nuestra vida. Sin atención a los detalles no se puede llegar a configurar un buen conjunto comunitario. Si nos cerramos en nuestra manera de vivir se da lugar a una serie de riesgos, que acaban con una comunidad de mesa, cama para dormir, ropa limpia… en definitiva una decadencia espiritual total.

El orden de la comunidad, el honrarnos mutuamente, nos pide hacernos dignos de alcanzar este honor, y no buscar alcanzarlo por nosotros mismos de manera unilateral. Y el camino no es otro que llevar una vida monástica ordenada en la plegaria, el trabajo, el contacto asiduo con la Palabra de Dios… son las armas contra el desencanto, la frustración, la monotonía…

En ocasiones, esta concepción del orden, choca con otras instituciones de la que nos habla san Benito en el capítulo 21 sobre los decanos.

Hay monjes con la responsabilidad de una determinada tarea: cocina, hospedería, huerto o jardines, enfermería… y cuyo servicio supone también una responsabilidad con respeto al resto de la comunidad. Tenemos aquí un ejemplo bien practico de como aplicar la obediencia, el buen celo o el honorarse unos a otros, pues la comunidad se organiza en  “decanías” para ser más operativa en determinadas tareas. También es un buen lugar y momento para aplicar aquello de “que no se permita a nadie de llamar a otro solo por su nombre”, porque si trabajamos a con éste u otro hermano, no es porque lo elegimos, sino porque todos formamos parte de una comunidad, y es bueno tener presente siempre en el trato personal ese servicio concreto que puede desarrollar un miembro de la comunidad.

Nuestra relación más que laboral es sobre todo espiritual, nos une a todos una sola cosa: seguir a Cristo. Y esto nos debe llevar a vivirlo en el fondo y en las formas con rotundidad, orden y honor.

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