lunes, 3 de octubre de 2016

CAPÍTULO LIII LA ACOGIDA DE LOS HUÉSPEDES




CAPÍTULO LIII

LA ACOGIDA DE LOS HUÉSPEDES

Todos los huéspedes que se presenten en el monasterio ha de acogérseles como a Cristo, porque él dirá un día: «Era peregrino, y me hospedasteis». 2 A todos se les tributará el mismo honor, «sobre todo a los hermanos en la fe» y a los extranjeros 3Una vez que ha sido anunciada la llegada de un huésped, irán a su encuentro el superior y los hermanos con todas las delicadezas de la caridad. 4 Lo primero que harán es orar juntos, y así darse mutuamente el abrazo de la paz. 5 Este ósculo de paz no debe darse sino después de haber orado, para evitar los engaños diabólicos. 6 Hasta en la manera de saludarles deben mostrar la mayor humildad a los huéspedes que acogen y a los que despidan; 7 con la cabeza inclinada, postrado el cuerpo en tierra, adorarán en ellos a Cristo, a quien reciben. 8 Una vez acogidos los huéspedes, se les llevará a orar, y después el superior o aquel a quien mandare se sentará con ellos. 9 Para su edificación leerán ante el huésped la ley divina, y luego se le obsequiará con todos los signos de la más humana hospitalidad. 10 El superior romperá el ayuno para agasajar al huésped, a no ser que coincida con un día de ayuno mayor que no puede violarse; 11 pero los hermanos proseguirán guardando los ayunos de costumbre. 12 El abad dará aguamanos a los huéspedes, 13 y tanto él como la comunidad entera lavarán los pies a todos los huéspedes, 14 Al terminar de lavárselos, dirán este verso: «Hemos recibido, ¡oh Dios!, tu misericordia en medio de tu templo». 15 Pero, sobre todo, se les dará una acogida especial a los pobres y extranjeros, colmándoles de atenciones, porque en ellos se recibe a Cristo de una manera particular; pues el respeto que imponen los ricos, ya de suyo obliga a honrarles. * 16 Haya una cocina distinta para el abad y los huéspedes, con el fin de que, cuando lleguen los huéspedes, que  nunca faltan en el monasterio y pueden presentarse a cualquier hora, no perturben a los hermanos. 17 Cada año se encargarán de esa cocina dos hermanos que cumplan bien ese  oficio. 18 Y, cuando lo necesiten, se les proporcionará ayudantes, para que presten sus servicios sin murmurar; pero, cuando estén allí menos ocupados, saldrán a trabajar en lo que se les indique. 19 Y esta norma se ha de seguir en estos y en todos los demás servicios del monasterio: 20 cuando necesiten que se les ayude, se les dará ayudantes; pero, cuando estén libres, obedecerán en lo que se les mande. 21 La hospedería se le confiará a un hermano cuya alma esté poseída por el temor de Dios. 22 En ella debe haber suficientes camas preparadas. Y esté siempre administrada la casa de Dios prudentemente por personas prudentes. 23 Quien no esté autorizado para ello no tendrá relación alguna con los huéspedes, ni hablará con ellos. 24 Pero, si se encuentra con ellos o les ve, salúdeles con humildad, como  hemos dicho; pídales la bendición y siga su camino, diciéndoles que no le está permitido hablar con los huéspedes.

Acogidos como a Cristo, con caridad, edificándolos con la ley divina, tratándolos con humanidad. Este capítulo nos propone tres puntos fundamentales con respecto a los huéspedes: Acogerlos como a Cristo, Principio de separación,  acogimiento a parte de la comunidad. Principio de especialización; confiar la atención a aquellos a quien ha responsabilizado el Abad.

El primer principio de acogerlos como a Cristo, tiene importancia el  “como”.  Para san Benito Cristo ha de ser el centro de nuestra vida, de nuestra jornada diaria y por eso dice de “no anteponer nada al amor de  Cristo (R 4,21).  Asimismo en relación a otros momentos del día en que el contacto con  Cristo es más directo, la Regla afirma: “no se anteponga nada al Oficio  Divino” (R 43,3) teniendo en cuenta que la expresión original  “Opus Dei”  refiere a esa  presencia en todo lo que el monje hace durante la jornada, pero de modo especial la plegaria, comunitaria o personal y la lectio  o contacto directo con la Palabra de Dios. En la práctica no anteponer una conversación con un huésped a la plegaria o al trabajo, a no ser que sea una grave necesidad por parte del huésped.

El principio de separación establece que los huéspedes ocupen unos espacios  separados de la comunidad, que no entren en la clausura, o parte reservada a los monjes. San Benito  dice que deben tener  el servicio de cocina aparte.  Haciendo un paralelo con una casa , diríamos que los huéspedes, como las visitas,  no han de pasar de la sala, y deben ocupar, si es el caso, el dormitorio destinado a los  forasteros; pero no entrar en las habitaciones de los que viven en la casa, o darles  la llave de la nevera; en nuestro caso los huéspedes no deben entrar en los talleres,  ni en otros espacios reservados a la comunidad; si es necesario hablar se debe  hacer en la Sala de Visitas; tampoco los monjes deben ir a los espacios reservados a los huéspedes. Todo esto dicho tanto en cuanto se refiere a la relación personal. San Benito es muy claro cuando afirma “que quien no tiene un mandato no se junte en absoluto con los huéspedes”.

El servicio y la atención a los huéspedes está reservado a aquel a quien lo encomienda el abad. Es el principio de especialización. San Benito no recomienda que el monje al poco tiempo de estar en el monasterio el huésped, tenga  o sea capaz de hacer una ficha biográfica, que incluya su situación familiar, laboral, e incluso sus aficiones, o que le pidan ayuda en el trabajo, o le lleven a algún lugar en el coche. Ofrecemos la posibilidad de colaborar con la comunidad y hacer algún trabajo, pero siempre a través del hospedero. Recordemos lo que nos dice san Benito: “que se muestre  la máxima solicitud en la acogida de pobres y peregrinos, porque es en ellos donde se acoge a Cristo, que el respeto que infunden los ricos nos lleve a comportarnos con los demás con la misma sensibilidad.

Es preciso respetar al huésped y su privacidad, así como mantener la privacidad de nuestra vida comunitaria; es preciso cumplir la Regla en este punto. Como en los demás puntos, así de simple. Nuestra vocación implica esta discreción; es la nuestra  vocación cisterciense; y lo que hayamos sido antes ya pasó. Esto afecta también a la relación con los se acercan por amistad a la comunidad o trabajan en el monasterio.

 José Pla decía que hay amigos, conocidos y saludados; y hay que desearían convertir los saludados en amigos, incluso a pesar de ellos, y no escuchamos que san Benito dice que el monje pase de largo diciendo que no nos está permitido hablar con los huéspedes.  El huésped a menudo viene al monasterio  un poco expectante ante lo que vera o escuchará, entonces es necesario hacer las cosas por recibirle como a Cristo, y acogerlo con generosidad y de acuerdo al espíritu de la Regla, no sea que se vaya luego con un desengaño.  San Benito también nos dice que el monje ha de “guardar la boca de las malas palabras y la palabra indecorosas. Y no ser amigo de hablar mucho (R 4,51-52)

Los tres  principios son claros y suficientes para que cada uno discierna cual es y cual tendría que ser nuestra relación con  los huéspedes.  El abad es responsable de vigilar  esta acogida dentro de las orientaciones de la Regla, lo cual supone que el abad debe establecer y limitar la acogida en su intensidad y amplitud. El abad tiene en general esta responsabilidad,  y también, para ocuparse de la realidad cotidiana hay un hermano monje para vigilar el bienestar material y espiritual de los huéspedes, que puede necesitar ayuda, pero no un espontáneo sino de aquel a quien sea indicado.

Recibidos  como a Cristo y a la vez  que  provoquen distracciones de la vida monástica; la línea es semejante al capítulo 51, cuando san Benito dice que sea el abad quien indique si un monje ha  de aceptar  o no una invitación para comer fuera, o recibir un regalo. Ciertamente, siempre los hay que encuentran buenas razones, y autojustifican  su inclinación natural a abordar a los huéspedes; por esto san Benito estima que debe ser el abad quien ayude a que el monje se comporte de acuerdo a la Regla, para que de este modo toda la riqueza de nuestra vida se vaya transformando en gracia, y ayudemos a transformar la vida de aquellos que nos visitan.

Para san Benito es importante liberarnos de nosotros mismos y de nuestras limitaciones, para avanzar en el camino de la libertad evangélica, verdadera condición para un amor auténtico a Cristo y a los hermanos. Liberarnos de las inclinaciones a la amistad o de un amor o interés desmesurado por los huéspedes, o por los de fuera de la comunidad. El monje, por otro lado, al abrazar la vida monástica se aleja de todo ello y se desentiende del ambiente social que le rodea. Entre este ambiente social  y el monasterio siempre habrá una corriente de influencias mutuas beneficiosas  y  perniciosas para ambas partes, que no dejan de constituir un peligro para la vida espiritual de los monjes.

En toda regulación de las costumbres monásticas, como hace san Benito, es necesario tener en cuenta estas circunstancias, para asegurar la regularidad y la independencia de la vida del monasterio. Por esto los capítulos 53 al 57 determinan la posición que adopta el monasterio antes los que se acercan a él y con los que tiene que tener, necesariamente, en contacto. San Benito prevé los inconvenientes que podrían derivarse de este contacto  para la vida interna del monasterio, y da unos consejos prácticos que afectan sobre al monje de manera individual; lo hace fijando unas normas, unos consejos que hemos  de cumplir.

San Benito tiene en cuenta en este capítulo  la fuerza de atracción que tiene el monasterio.  Este siempre es un foco de atracción para la gente. Es la vida del monasterio, que es la de sus monjes, su regularidad, su observancia, de donde puede nacer una buena acogida;  porque podemos decir: “hemos recibido oh Dios la vuestra misericordia, en medio de tu templo”.









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