CAPÍTULO
LXVII
LOS
MONJES ENVIADOS DE VIAJE
Los monjes que
van a salir de viaje se encomendarán a la oración de los hermanos y del abad, 2
y en las preces conclusivas de la obra de Dios se recordará siempre a todos los
ausentes. 3 Al regresar del viaje los hermanos, el mismo día que vuelvan, se
postrarán sobre el suelo del oratorio en todas las horas al terminarse la obra
de Dios, 4 para pedir la oración de todos por las faltas que quizá les hayan
sorprendido durante el camino viendo alguna cosa inconveniente u oyendo
conversaciones ociosas. 5 Nadie se atreverá a contar a otro algo de lo que haya
visto o escuchado fuera del monasterio, porque eso hace mucho daño. 6 Y el que
se atreva a hacerlo será sometido a la sanción de la regla. 7 Otro tanto ha de
hacerse con el que tuviera la audacia de salir fuera de la clausura del
monasterio e ir a cualquier parte, o hacer alguna cosa, por insignificante que
sea, sin autoridad del abad.
San Benito presenta la plegaria como un eje
principal, como un vínculo que une la comunidad, que une, incluso cuando un miembro se ausenta del
monasterio, porque la comunidad los recuerda en su ausencia. Así lo hacemos
cuando el hermano salmista recuerda en la plegaria comunitaria de vísperas, a
los hermanos ausentes y enfermos.
De alguna
manera, san Benito nos da una visión de la comunidad como una familia. De hecho
así lo vivíamos cuando de pequeños con los padres, al marcha o volver a casa lo
comunicábamos. Y es una buena costumbre hacerlo en el monasterio. Incluso puede
ser útil, si a alguno de nosotros le sucede algo, ya que de lo contrario la
comunidad podría ser ignorante durante horas de un posible accidente.
Comunicar
nuestras entradas y salidas puede parece convencional, pero viene a poner de
relieve nuestras raíces más profundas, y del sentido que tenemos de la vida
comunitaria.
En la
plegaria por los ausentes, San Benito nos viene a decir que la comunidad es una permanente actualidad,
que no hay paréntesis ni presencias discontinuas, ya que el recuerdo de los
hermanos ausentes suple su presencia, y además los hacemos objeto de nuestras
plegarias, de nuestro amor.
San Benito no
contemplaba en el monasterio ausencia
frecuentes. Hoy los tiempos han cambiado. La facilidad de las comunicaciones
puede presentar hoy un serio peligro. Por ejemplo, tener las llaves del coche o
un fácil acceso a este medio, facilita la tentación de usar en exceso las
salidas, y corremos el riesgo de que por cualquier cosa que necesitamos nos
sintamos obligados a salir. Quizás aquí, por ejemplo, habríamos de reflexionar
si no sería más útil agrupar las salidas para un determinado día de la semana.
Dice la
costumbre cartujana que la celda hace al monje y el monje a la celda. Un riesgo
de la vida cartujana para quien comienza es la tentación de abandonar la celda.
Ciertamente nosotros no somos cartujos, pero sí que el marco esencial de
nuestra vida es el recinto del monasterio. No faltan ocasiones para salir del
monasterio, ante presiones de fuera para ir a uno u otro lugar. Hemos de tener
en cuenta en nuestra vida que debemos compaginar
seriamente nuestras obligaciones monásticas con los posibles compromisos o necesidades que invitan a salir.
Una parte de las salidas suelen ser salidas al
médico; quizás esto es natural habiendo en la comunidad personas de edad y
enfermos; acompañar a monjes al tren o al avión…; pero ante otras ocasiones
para salir, dejando nuestro trabajo en el monasterio, es algo que tenemos que
reflexionar siempre, para considerar si es estrictamente correcto y
conveniente.
El riesgo de
esta dinámica de lo inmediato que se vive en nuestra sociedad, de lo que lo
deseo lo quiero a los cinco minutos, es un peligro del que no estamos exentos. Comunicar
a los superiores si marchamos o venimos de fuera puede ser una buena medida
para evitar excesos, que perjudican primero al que lo comete. No obstante hay
situaciones que tenemos que asumir: padres de edad avanzada, que es justo que
el monje no se desentienda de ellos en este último periodo de su vida. Otra causa pueden ser los estudios. Pero sea
por la salud, temas familiares, estudios, invitaciones a lo que se suele llamar
“recados” o “encargos”, siempre será importante reflexionar si nuestra salida
es necesaria o algo superflua, y sobre todo mirar que afecten lo menos posible
a la plegaria comunitaria. También puede
suceder que esta tentación de salir sea reflejo de una inestabilidad
espiritual, que nos lleva a huir de nosotros mismos, lo cual agrava nuestro
problema. La tentación es algo propio de la criatura humana, tanto de los
monjes que debemos esforzarnos por ser fieles a la vida a la que nos hemos
consagrado. San Benito muestra que no se trata de rehuir los riesgos, sino de
afrontarlos, pues nadie está libre de las cargas propias de la existencia. La
vida tiene un coste, y la superficialidad nos puede afectar un día u otro. Se
trata, de que nada nos aparte en nuestro camino de la búsqueda intensa de
Cristo, que es una opción que hemos hecho, y que utilicemos todos los medios
para llegar hacia la metra que nos hemos propuesto, es decir a Cristo. Los
miembros de una comunidad monástica debemos gozar de una autonomía personal,
que debe ser una libertad interior y a la vez una responsabilidad en lo que
hacemos o dejamos de hacer.
Este capítulo viene a poner en paralelo la
plegaria y las salidas del monasterio. Nos pone de relieve la importancia
de la plegaria y su primacía como un acto que propicia crecer en los lazos
comunitarios, por encima de cualquier otra necesidad, y no al contrario. La
plegaria es la que donará siempre sentido a nuestra vida y debe ser el eje para
vivir nuestro compromiso de vida monástica, centrada en el amor a Cristo. No
debemos anteponer ninguna otra cosa de la que pueda prescindirse.
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