lunes, 3 de octubre de 2016

CAPITULO II COMO HA DE SER EL ABAD



CAPITULO  II
COMO  HA DE SER  EL ABAD

El abad debe imitar en su pastoral el modelo del Apóstol cuando dice: «Reprende, exhorta, amonesta». 24Es decir, que, adoptando diversas actitudes, según las circunstancias, amable unas veces y rígido otras, se mostrará exigente, como un maestro inexorable, y entrañable, con el afecto de un padre bondadoso. 25En concreto: que a los indisciplinados y turbulentos debe corregirlos más duramente; en cambio, a los  obedientes, sumisos y pacientes debe estimularles a que avancen más y mas. Pero le amonestamos a que reprenda y castigue a los negligentes y a los despectivos. Y no encubra los pecados de los delincuentes, sino que tan pronto como empiecen a brotar, arránquelos de raíz con toda su habilidad, acordándose de la condenación de Helí, sacerdote de Silo. 27A los más virtuosos y sensatos corríjales de palabra,  amonestándoles una o dos veces; 28pero a los audaces, insolentes, orgullosos y desobedientes reprímales en cuanto se manifieste el vicio, consciente de estas palabras de la Escritura: «Sólo con palabras no escarmienta el necio». 29Y también: «Da unos palos a tu hijo, y lo librarás de la muerte».


Ante todo es preciso dilucidar qué clase de monje es cada uno: si indisciplinado o inquieto; si desobediente o pacífico; si es sufrido o negligente; si rebelde u obstinado, tozudo u orgulloso…

Entonces, el Abad habiendo recibido la gracia, y se aplica a ello, tendrá que combinar momentos y circunstancias de rigor y dulzura, de severidad y ternura, de reprensión y exhortación, de corrección, de amonestación o incluso de reprensión.  Si se tratase de un monje que siempre es rebelde o siempre sufrido sería difícil, pero en la práctica cada una de estas características hay que contemplarlas en un cierto sentido o en un tanto por ciento. También hay que tener en cuenta que todos tenemos momentos  obstinados, otros que son más pacíficos…, y así podríamos repasar los otros adjetivos que emplea san Benito.
Por tanto la receta de reprender, interpelar y exhortar se ha de aplicar teniendo en cuenta esas circunstancias concretas de cada uno. Siempre se trata de partir de un juicio de valor sobre la base de que el monje perfecto no existe, pues para esto precisamente escribió la Regla  san Benito.
Una vez el Abad, pobre monje mortal como cualquier otro monje, ha hecho su juicio de valor y ha actuado con lo más pertinente, viene la segunda parte: la reacción de cada uno.
Puede ser de lo más diverso: el que se rebela ante la corrección, el que niega la falta, el que actúa como si no hubiese sentido nada, el que reflexiona... Como dice Dom Guillermo Abad de Mont des Cats: “cada uno hace su propia representación,, su juego de defensa más o menos sutil.
San Benito no juzga a ninguno, para él el obstáculo ante el cual  se encuentra el monje forma parte de su camino; y la reacción ante la corrección  abacial, depende del mecanismo de autodefensa de cada monje en particular. Toda esta diversidad de monjes son los que san Benito se aventura a reunir en una comunidad y regular la convivencia bajo un Abad,  que tiene que tratar a todos por igual pero de manera diferente. San Benito pide al Abad, pero también a cada monje tener las reacciones adecuadas, las respuestas a cada temperamento. Para poder llevar a término este proyecto que, siendo realistas, no es fácil, se precisan dos cosas:
1.     Si amamos de corazón a Jesús, si lo contemplamos en los hermanos, o bien  si nos amamos más a nosotros mismos. Aquí está la raíz última de nuestra reacciones, la razón profunda por la que alguna cosa de los otros nos molesta.
2.     Que necesitamos la fe, la conciencia de que somos amados por Dios, que es preciso llevarlo a la práctica diaria de nuestra vida. 
“Los miembros  de la comunidad han de recordar que han entrado en el monasterio como un hijo perdido que ha sido encontrado de nuevo, que ha vuelto a casa y ha tenido la experiencia del abrazo del Padre. Quien no tiene esta consciencia de sí mismo ante el hermano que ha fallado quiere decir que todavía no ha vuelto verdaderamente  a casa, que el monasterio y la comunidad no son todavía la casa del Padre en la que se siente renacer a una vida nueva” (Abad General Mauro G. Lepori, 31.08.16)
Proclama la palabra de Dios, insiste cuando es oportuno y cuando no lo es, reprende,  interpela, exhorta… (2Tim 4,2), y esta es la idea que recoge san Benito, añadiendo lo de adecuarse a las circunstancias de cada monje, que será un principio fundamental. No todos aprendemos al mismo ritmo, ni maduramos a la vez. Un igualitarismo asimétrico, basado en un individualismo bien entendido, y no en el sentido hedonista de nuestra sociedad, sino en la manera que san Benito nos propone de llegar juntos a la vida eterna, pero no con el mismo paso. El que es importante es avanzar cada día.
El crecimiento evangélico de una comunidad se realiza desde dentro, mediante el don de Dios a través del ejemplo, la vida de plegaria, trabajo y contacto con la Palabra.
Este capítulo, al primero a quien mueve a reflexionar es, obviamente, a mí, y me ha hecho recordar las palabras del Abad General en mi bendición abacial: “El Abad, como Pedro ha de permitir que Cristo cuide de su debilidad. ¡Ay de los superiores que se creen obligados a ser perfectos! Pedro es llamado a amar a Jesús más que los otros, no porque sea capaz o digno sino porque le ha perdonado mucho más que a los otros, porque Cristo le ha lavado los pies sucios  del barro de la presunción y del orgullo mayor que el de los otros. A quien más se le perdona, más se le pide. Cuando un superior quiere obtener una gracia para su comunidad, el método mejor  es ofrecer al Señor su propia miseria. Los mejores administradores del tesoro de Dios son los mendigos”
El Abad ha de ser, pues, un méndigo de la misericordia de Dios, pues es quien más la necesita. Ser consciente de mis miserias y dejarme cuidar por Cristo, que está presente en cada hermano de la comunidad. Amar más porque me ha perdonado más. Amar en la comunidad y a la comunidad, un vivir en comunidad que exige mucha responsabilidad, dedicación a los hermanos, no pensando tanto en sí mismo sino en las demás. Como decía el Abad Mauro en el décimo aniversario de su bendición abacial: “Una cosa es para mí muy clara: que sin sentirme cubierto por la sombra de la comunidad, no puede hacer nada”.

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