CAPITULO
II
COMO HA DE SER
EL ABAD
El abad debe
imitar en su pastoral el modelo del Apóstol cuando dice: «Reprende, exhorta,
amonesta». 24Es decir, que, adoptando diversas actitudes, según las
circunstancias, amable unas veces y rígido otras, se mostrará exigente, como un
maestro inexorable, y entrañable, con el afecto de un padre bondadoso. 25En
concreto: que a los indisciplinados y turbulentos debe corregirlos más
duramente; en cambio, a los obedientes,
sumisos y pacientes debe estimularles a que avancen más y mas. Pero le amonestamos
a que reprenda y castigue a los negligentes y a los despectivos. Y no encubra
los pecados de los delincuentes, sino que tan pronto como empiecen a brotar,
arránquelos de raíz con toda su habilidad, acordándose de la condenación de
Helí, sacerdote de Silo. 27A los más virtuosos y sensatos corríjales de
palabra, amonestándoles una o dos veces;
28pero a los audaces, insolentes, orgullosos y desobedientes reprímales en
cuanto se manifieste el vicio, consciente de estas palabras de la Escritura:
«Sólo con palabras no escarmienta el necio». 29Y también: «Da unos palos a tu
hijo, y lo librarás de la muerte».
Ante todo es
preciso dilucidar qué clase de monje es cada uno: si indisciplinado o inquieto;
si desobediente o pacífico; si es sufrido o negligente; si rebelde u obstinado,
tozudo u orgulloso…
Entonces, el
Abad habiendo recibido la gracia, y se aplica a ello, tendrá que combinar
momentos y circunstancias de rigor y dulzura, de severidad y ternura, de
reprensión y exhortación, de corrección, de amonestación o incluso de
reprensión. Si se tratase de un monje
que siempre es rebelde o siempre sufrido sería difícil, pero en la práctica
cada una de estas características hay que contemplarlas en un cierto sentido o
en un tanto por ciento. También hay que tener en cuenta que todos tenemos
momentos obstinados, otros que son más
pacíficos…, y así podríamos repasar los otros adjetivos que emplea san Benito.
Por tanto la receta de reprender,
interpelar y exhortar se ha de aplicar teniendo en cuenta esas circunstancias
concretas de cada uno. Siempre se trata de partir de un juicio de valor sobre
la base de que el monje perfecto no existe, pues para esto precisamente
escribió la Regla san Benito.
Una vez el Abad, pobre monje mortal
como cualquier otro monje, ha hecho su juicio de valor y ha actuado con lo más
pertinente, viene la segunda parte: la reacción de cada uno.
Puede ser de lo más diverso: el que
se rebela ante la corrección, el que niega la falta, el que actúa como si no
hubiese sentido nada, el que reflexiona... Como dice Dom Guillermo Abad de Mont
des Cats: “cada uno hace su propia
representación,, su juego de defensa más o menos sutil.
San Benito no juzga a ninguno, para
él el obstáculo ante el cual se
encuentra el monje forma parte de su camino; y la reacción ante la
corrección abacial, depende del
mecanismo de autodefensa de cada monje en particular. Toda esta diversidad de
monjes son los que san Benito se aventura a reunir en una comunidad y regular
la convivencia bajo un Abad, que tiene
que tratar a todos por igual pero de manera diferente. San Benito pide al Abad,
pero también a cada monje tener las reacciones adecuadas, las respuestas a cada
temperamento. Para poder llevar a término este proyecto que, siendo realistas,
no es fácil, se precisan dos cosas:
1.
Si amamos de corazón a Jesús, si lo contemplamos en los
hermanos, o bien si nos amamos más a nosotros mismos. Aquí
está la raíz última de nuestra reacciones, la razón profunda por la que alguna
cosa de los otros nos molesta.
2.
Que necesitamos la fe, la conciencia de que somos amados
por Dios, que es preciso llevarlo a la
práctica diaria de nuestra vida.
“Los miembros de
la comunidad han de recordar que han entrado en el monasterio como un hijo
perdido que ha sido encontrado de nuevo, que ha vuelto a casa y ha tenido la
experiencia del abrazo del Padre. Quien no tiene esta consciencia de sí mismo
ante el hermano que ha fallado quiere decir que todavía no ha vuelto
verdaderamente a casa, que el monasterio
y la comunidad no son todavía la casa del Padre en la que se siente renacer a
una vida nueva” (Abad General Mauro G. Lepori, 31.08.16)
“Proclama la palabra de Dios, insiste cuando es oportuno y cuando no lo
es, reprende, interpela, exhorta…
(2Tim 4,2), y esta es la idea que recoge san Benito, añadiendo lo de adecuarse
a las circunstancias de cada monje, que será un principio fundamental. No todos
aprendemos al mismo ritmo, ni maduramos a la vez. Un igualitarismo asimétrico,
basado en un individualismo bien entendido, y no en el sentido hedonista de
nuestra sociedad, sino en la manera que san Benito nos propone de llegar juntos
a la vida eterna, pero no con el mismo paso. El que es importante es avanzar
cada día.
El crecimiento evangélico de una
comunidad se realiza desde dentro, mediante el don de Dios a través del
ejemplo, la vida de plegaria, trabajo y contacto con la Palabra.
Este capítulo, al primero a quien
mueve a reflexionar es, obviamente, a mí, y me ha hecho recordar las palabras
del Abad General en mi bendición abacial: “El
Abad, como Pedro ha de permitir que Cristo cuide de su debilidad. ¡Ay de los
superiores que se creen obligados a ser perfectos! Pedro es llamado a amar a
Jesús más que los otros, no porque sea capaz o digno sino porque le ha
perdonado mucho más que a los otros, porque Cristo le ha lavado los pies
sucios del barro de la presunción y del
orgullo mayor que el de los otros. A quien más se le perdona, más se le pide.
Cuando un superior quiere obtener una gracia para su comunidad, el método
mejor es ofrecer al Señor su propia
miseria. Los mejores administradores del tesoro de Dios son los mendigos”
El Abad ha de ser, pues, un méndigo
de la misericordia de Dios, pues es quien más la necesita. Ser consciente de
mis miserias y dejarme cuidar por Cristo, que está presente en cada hermano de
la comunidad. Amar más porque me ha perdonado más. Amar en la comunidad y a la
comunidad, un vivir en comunidad que exige mucha responsabilidad, dedicación a
los hermanos, no pensando tanto en sí mismo sino en las demás. Como decía el
Abad Mauro en el décimo aniversario de su bendición abacial: “Una cosa es para mí muy clara: que sin
sentirme cubierto por la sombra de la comunidad, no puede hacer nada”.
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