jueves, 13 de octubre de 2016

CAPÍTULO VII, 10 - 30 LA HUMILDAD




CAPÍTULO VII, 10 - 30

LA HUMILDAD

 Y así, el primer grado de humildad es que el monje mantenga siempre ante sus ojos el temor de Dios y evite  por todos los medios echarlo en olvido; 11que recuerde siempre todo lo que Dios ha mandado y medite constantemente en su espíritu cómo el infierno abrasa por sus pecados a los que menosprecian a Dios y que la vida eterna está ya preparada para los que le temen. 12Y, absteniéndose en todo momento de pecados y vicios, esto es, en los pensamientos, en la lengua, en las manos, en los pies y en la
voluntad propia, y también en los deseos de la carne, 13tenga el hombre por cierto que Dios le está mirando a todas horas desde el cielo, que esa mirada de la divinidad ve en todo lugar sus acciones y que los ángeles le dan cuenta de ellas a cada instante.
14Esto es lo que el profeta quiere inculcarnos cuando nos presenta a Dios dentro de nuestros mismos pensamientos al decirnos: «Tú sondeas, ¡oh Dios!, el corazón y las entrañas». 15Y también: «El Señor conoce los pensamientos de los hombres ». 16Y vuelve a decirnos: «De lejos conoces mis pensamientos ». 17Y en otro lugar dice: «El pensamiento del hombre se te hará manifiesto». 18Y para vigilar alerta todos sus pensamientos perversos, el hermano fiel a su vocación repite siempre dentro de su corazón: «Solamente seré puro en su presencia si sé mantenerme en guardia contra mi iniquidad». 19En cuanto a la propia voluntad, se nos prohíbe hacerla cuando nos dice la Escritura: «Refrena tus deseos». 20También pedimos a Dios en la oración «que se haga en nosotros su voluntad ». 21Pero que no hagamos nuestra propia voluntad se nos avisa con toda la razón, pues así nos libramos de aquello que dice la Escritura santa: «Hay caminos que les parecen derechosa los hombres, pero al fin van a parar a la profundidad
del infierno». 22Y también por temor a que se diga de nosotros lo que se afirma de los negligentes: «Se corrompen y se hacen abominables en sus apetitos». 23Cuando surgen los deseos de la carne, creemos también que Dios está presente en cada instante, como dice el profeta al Señor: «Todas mis ansias están en tu presencia». 24Por eso mismo, hemos de precavernos de todo mal deseo, porque la muerte está apostada al umbral mismo del deleite. 25Así que nos dice la Escritura: «No vayas tras tus concupiscencias».
26Luego si «los ojos del Señor observan a buenos y malos », si «el Señor mira incesantemente a todos los hombres para ver si queda algún sensato que busque a Dios» 28y si los ángeles que se nos han asignado anuncian siempre día y noche nuestras obras al Señor, 29hemos de vigilar, hermanos, en todo momento, como dice el profeta en el salmo, para que Dios no nos descubra cómo «nos inclinamos del lado del mal y nos hacemos unos malvados»; 30y, aunque en esta vida nos perdone, porque es bueno, esperando a que nos convirtamos a una vida más digna, tenga que decirnos en la otra: «Esto hiciste, y callé».

El primer grado de la humildad para san Benito es tomar conciencia de nuestra realidad, superar la apariencia, lo que ven los ojos, lo que sienten los oídos, nuestras sensaciones para discernir la profundidad de la mirada de Dios, su huella en nuestra vida.

San Benito nos muestra la visión teologal de la vida. Vivir teniendo siempre delante el temor del Señor no quiere decir que Dios nos da miedo, sino que busca nuestra dimensión profunda, de manera que descubramos la huella de la Palabra de Dios, en todo lo que nos sucede a nosotros y en nuestro entorno. Todo lo que nos sucede tiene lugar bajo la mirada atenta de Dios, de un Dios que nos ama. Nosotros, quizás, a veces, podemos tener la sensación que Dios nos complica la vida. Y nos preguntamos ante cosas que nos suceden por qué pueden acabar siendo para nuestro bien, lo cual es también una llamada a buscar el sentido profundo de aquello que nos supera y que no acabamos de comprender.

El primer grado de la humildad es, pues, tomar conciencia de que Dios es Dios, y descubrir esto nos puede producir una especie de terremoto espiritual, un enfrentamiento interior con nosotros mismos, descubrir que otro, Dios, irrumpe en nuestro santuario interior.
De esta experiencia puede surgir el estupor: el hombre que se cree solo sabe ahora que está bajo la mirada de Dios, alguien que le observa en todo momento, que escruta su corazón, que conoce sus pensamientos más íntimos, incluso antes de que vengan a nuestra mente, como si nos dijera: “yo conozco por dónde vas”.
Pero, es posible que lo más sugestivo de este grado de humildad no sea el que Dios irrumpe en nuestro interior, sino que se desinfla nuestro orgullo, lo que creemos que es nuestra personalidad, cuando solamente es apariencia, una máscara que oculta nuestro verdadero interior. A la luz de la presencia de Dios este falso “yo” se desvanece. Pero no viene a ser un drama, sino más bien el prólogo, o el anuncio del descubrimiento maravilloso de nuestro interior en donde encuentra a Dios.
San Benito nos muestra la contradicción entre la humildad y nuestra voluntad. La humildad siempre va unida a la búsqueda de la voluntad de Dios, esa voluntad que pedimos en la oración del Señor: “hágase tu voluntad”. Para san Benito el gran obstáculo a esa voluntad divina es nuestra propia voluntad, es el escollo donde encalla la voluntad de Dios, que nos aleja de él, y corrompe nuestro juicio con unos deseos que nos oprimen. Combatir contra la propia voluntad es el reto más difícil que tenemos y el más exigente. Nos pide renunciar a algo que puede aparece como el núcleo central de nuestra personalidad, de nuestros deseos, o inclinaciones. Renunciar a nuestra voluntad nos puede parecer en ocasiones un perder el perfil de nuestra persona.
Pero confiarnos a la voluntad de Dios no significa devenir esclavos, sin personalidad. Más bien es recuperar la verdadera personalidad, recuperar la imagen perdida de Dios a causa de nuestro egoísmo.
Cuando nos abrimos a hacer la voluntad de Dios es cuando venimos a ser verdaderamente libres y nos liberamos de todo aquello que nos impide ser realmente nosotros.

¿Cómo saber cuál es la voluntad de Dios? 

San Benito nos ayuda con la Regla, pero sobre todo nos ayuda el contacto asiduo y profundo con la Palabra de Dios. Dios nos habla cada día; es importante cuidar este contacto directo con la Palabra

“Buscad leyendo, y encontraréis meditando; trucad orando, y se os abrirá contemplando” (Guido el Cartujo, Scala Claustralium, 2,2)

Si de verdad buscamos a Dios nuestra capacidad de amor se dilata, y lo buscamos si reconocemos su presencia y aceptamos su voluntad.
Dios es un Padre que nos espera, que nos contempla; es una presencia, una manera de pensar, una manera de ver las cosas, siempre y aquí. Si tenemos conciencia de esta cercanía de Dios, la capacidad de amar supera el deseo de ser mejor que los demás, y este objetivo deja de consumir nuestras fuerzas, y entonces podemos emplearlas para avanzar cada día más hacia Dios. Al fin y al cabo confiando en la voluntad divina, escuchando y haciendo nuestra su  Palabra, nuestras miserias dejan de amargarnos la vida y comenzamos a ser libres.
Nos dice san Bernardo: “Venid, dice. ¿dónde? A mí, a la verdad. ¿Por dónde? Por la humildad. ¿Y qué resultado?  Yo os daré el respirar. ¿Qué respiro promete la verdad al que sube y llega arriba? ¿Quizás la caridad?  Sí, pues según san Benito una vez subidos todos los grados de la humildad, se llega a la caridad. La caridad es un alimento dulce y agradable que reanima a quienes están cansados, robustece a los débiles, alegra a los tristes y hace soportable el yugo y ligera la carga de la verdad”  (Tratado sobre los grados de la humildad y la soberbia, 6-8)

Necesitamos pasar del egoísmo al amor bajo la mirada del Padre, de un Padre con entrañas de madre, que son entrañas de misericordia, como escribe la abadesa Montserrat  Viñas.

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