lunes, 3 de octubre de 2016

Capítulo XXXIV SI TODOS HAN DE RECIBIR IGUALMENTE LO NECESARIO



Capítulo XXXIV

SI TODOS HAN DE RECIBIR IGUALMENTE LO NECESARIO

Está escrito: «Se distribuía según lo que necesitaba cada uno». 2Pero con esto no queremos decir que haya discriminación de personas, ¡no lo permita Dios!, sino consideración de las flaquezas. 3Por eso, aquel que necesite menos, dé gracias a Dios y no se entristezca; 4pero el que necesite más, humíllese por sus flaquezas y no se enorgullezca por las atenciones que le prodigan. 5Así todos los miembros de la comunidad vivirán en paz. 6Por encima de todo es menester que no surja la desgracia de la murmuración en cualquiera de sus formas, ni de palabra, ni con gestos, por motivo alguno. 7Y, si alguien incurre en este vicio, será sometido a un castigo muy severo.

No hacer acepción de personas, considerar las debilidades, dar gracias a Dios si no necesitamos nada, no ponernos tristes, no murmurar; para que todo esto nos permita vivir en paz.

La necesidad de uno no es necesariamente la necesidad del otro; cada hermano, sea el que sea, o cualquiera que tenga su misión o su lugar en la comunidad, se ha de sentir miembro de la comunidad como los demás, ni superior ni inferior. Esta es la idea de san Benito, pero en la práctica ¿creemos satisfechas nuestras necesidades?, ¿qué es lo que de verdad nos hace falta y qué necesitamos?  ¿Somos nosotros mismos observadores imparciales para decidirlo?  Ciertamente el riesgo de otorgarnos privilegios, buscar favoritismos, apropiarnos indebidamente de actitudes, de material y de funciones, para nuestro propio interés y satisfacción no es ajeno a nosotros, y cada uno podemos comprobarlo si nos miramos a nosotros mismos, a nuestro pensamiento interior que con frecuencia no concuerda con lo que decimos.

La igualdad es uno de los fundamentos de la vida común. Por ello, el trato de favor, el privilegio y el favoritismo, suscitan con frecuencia celos y rencores. La igualdad que nos propone  san Benito es una igualdad asimétrica, que busca un nivel desde su punto de vista, siguiendo el consejo de los apóstoles “según las necesidades de cada uno” (Hech 2,45; 4,35).

Compaginar la igualdad con el respeto a la diversidad. Dos conceptos que pueden aparecer como opuestos pero que deben coexistir: respeto a la igualdad y reconocimiento a la diferencia, de acuerdo a la persona, a la vida que lleva, su actividad, sus aptitudes…

Todos somos hijos de Dios, creados a su imagen y afectados por nuestra condición de pecadores. En la Escritura la única diferencia  viene por la llamada, por la vocación que hemos tenido todos, y que no conviene olvidar. El reconocimiento de la diferencia nivela la igualdad;  aquí  se centra, en gran parte, el equilibrio de la vida comunitaria.  Todos igual, sea cual sea el origen, la edad y la cultura, pero a la vez diversos.

Saber si necesitamos una cosa u otra, si tenemos o no necesidad, no siempre es fácil discernirlo, y reconocerlo. Ciertamente no somos iguales, lo cual se evidencia en las reacciones, cuando se pide una cosa a un hermano; los hay que están agarrados de manera sistemática al “no”, que lo cree todo imposible, olvidando a menudo que él mismo en otro momento ha mandado  cosas que otros consideraban imposibles. Pero la memoria es frágil, y creemos que no caeremos nunca en los errores del otro.  También los hay que proponen normas o comportamientos, exigiendo con rigor a los demás, pero cuando se le pide a él o se le manda una cosa responde manera infantil, y busca la provocación no cumplirlas. Seguramente no ha  leído aquello del Cohelet: “aquello que está torcido no sirve para enderezar” (Coh 1,15).
¿Realmente,  son siempre imposibles las cosas que se nos piden?
Quizás es que no nos gustan, y empezamos a pedir otras que necesitamos imaginariamente, pero lo que evidencia es que queremos evitarlas.
A menudo no hacemos de la necesidad virtud sino excusa, como cuando pedimos medios, diciendo: “yo lo haría pero sería necesario tal o tal cosa”; o bien pedimos tiempo, porque “eso no es cosa de un día”, y entonces ya ni nos planteamos iniciarlo, como si supiéramos de cierto que nuestra vida no llegará tan lejos; o iniciamos una lista de agravios: “es que aquel dijo, o hizo tal cosa”,  y por tanto yo ahora hago lo que me parece. Al final, excusas de mal pagador que nos convierten en  apóstoles de la necesidad, como hay apóstoles del pesimismo o de la murmuración, o profetas del apocalipsis diario que puede vaticinarse con el único argumento de que aquel día la comida no es de nuestro gusto.
Avanzar en la obediencia y en la humildad está en nuestras manos. Para esto hemos venido, para tenerlas como una herramienta que nos ayude a caminar hacia  Cristo. O en todo caso habríamos de pensar en el sentido de nuestra vocación y en lo que estamos haciendo aquí.
Hablar de  necesidad en nuestra sociedad es hablar, con frecuencia, de consumismo, de afán de poseer, egoísmo, y, evidentemente, esto también llega a los monasterios, y lo asumimos en nuestra propia existencia. En un mundo donde la pobreza es un mal, mientras la riqueza, la posesión, hacer la propia voluntad son un valor social, no es difícil que acabe influyendo como criterio en nuestra vida diaria. Es preciso poner freno a esta característica de la vida de hoy, dentro de nuestro proceso de conversión personal, de nuestro camino monástico hacia Cristo.
También hemos de tener presente que no todo son necesidades materiales. Podemos considerar otras en relación con tener más atención de los superiores o de los otros hermanos, salir  más a menudo del monasterio… Los hay que tienen necesidad de contacto con los forasteros, con los huéspedes, agarrándose a lo que podrías ser un caso puntual del  “once mandamiento de la Ley: “interrogarás a todo huésped que viene al monasterio”.  Buscando quizás,  el halago  de quien nos visita.
Es menos frecuente  reflexionar si necesitamos más `plegaria, más silencio, más contacto con la Palabra, más trabajo, lo cual siempre es un buen tema para plantearse en nuestra jornada monástica. Plantearnos si tenemos necesidad de ser más monjes, de avanzar más y mejor en el camino de la búsqueda de Dios. Esta necesidad siempre la tenemos o la habríamos de tener y de sentir, e incluso debería ocupar un lugar de honor en nuestra lista de necesidades y peticiones. Pues, a menudo sucede que aquello que es inmediato no deja lugar a lo más trascendente, en nuestro caso la búsqueda de la experiencia de Dios. Es importante también sentir la humillación en nuestra pobreza, y no enorgullecernos por la comprensión que nos puedan tener. Es esencial distinguir lo verdaderamente importante, como es la necesidad de Dio, el contacto con Dios mediante la plegaria comunitaria y personal, a través del contacto asiduo con la Palabra y teniendo como centro de nuestra vida la Eucaristía, todo ello vivido y hecho experiencia en el servicio a Dios y a los hermanos.
Esta es la verdadera necesidad y si verdaderamente la sentimos, todo lo demás nos aparecerá como inútil e innecesario. Cada día debemos volver al ideal del origen de nuestra vocación, pues sin la fidelidad a esta vocación no haremos nada, como también  dice hoy el Cohelet (Domingo XX TO, C): “con lo que falta no puedes contar, o calcular”. (Coh 1,15)


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