CAPÍTULO
VII
LA HUMILDAD
LA HUMILDAD
55 El octavo grado de humildad consiste en que el
monje no haga nada más que aquello a que le animan l Regla común del monasterio
y el ejemplo de los mayores.
La Regla y el ejemplo de los
mayores, la vida y la tradición. “Delante
de Dios no son justos los que escuchan la Ley, sino los que la cumplen (Rom
2,13) La Regla, tan solo leída o escuchada no va más allá de ser un texto
más o menos bello. San Benito escribió un texto para ser vivido, aplicado,
interpretado. La Regla nace de la experiencia personal de la vida monástica de
san Benito, y de toda la tradición monástica antes de él, y que le ayudó a
formarse como monje.
El ejemplo de los mayores del
que habla san Benito puede ser entendido en un sentido amplio, como la Tradición;
como las dos fuentes de magisterio definidas por la Constitución Dogmática Dei
Verbum, en el Concilio Vaticano II.
Escritura y Tradición, dos
conceptos de los que años más tarde, el Concilio hace una síntesis entre la “sola Escritura” de la reforma luterana y
el peso de la tradición remarcada por Trento.
La tradición en la Iglesia
tiene tres orígenes:
- el anuncio y explicación del
misterio cristiano, a partir de la memoria activa de los hechos y palabras de
Jesús, realizado por la Iglesia, tanto en cuanto a la Escritura, como en la “regula fidei”.
- el testimonio de vida
cristiana, basado en la santidad, que concreta el misterio de salvación, y lo
lleva a todo el mundo.
- las estructuras eclesiales y
sacramentales, que expresan y vehiculan este mensaje, y llaman a realizarse
según una praxis de conversión y de purificación, capaz de revalidar o no la
tradición viva de la Iglesia enraizada en la fuente viva del Evangelio.
También la tradición monástica
está arraigada en una fuente viva: la Regla de san Benito, que tiene como
fundamento el mismo Evangelio. Está configurada, por una parte por la autoridad
de nuestros padres del monaquismo, anteriores, contemporáneos y posteriores a
san Benito, y por otro lado, las estructuras de la vida monástica, en nuestro
caso el Orden Cisterciense.
Pero estas estructuras no son
algo anquilosado, muerto, sino algo que vamos
realizando y adecuando día a día,
siendo los protagonistas y autores de nuestra propia tradición. Cuando alguien
llega al monasterio se educa, se introduce en la vida monástica mediante la
Regla, pero también con el ejemplo de los mayores, y contemplando como se vive
esta Regla.
La tradición monástica no es el
“siempre se ha hecho así”, sino algo
más profundo, es una cadena de vida de monjes donde la cadena de nuestras
vidas, oxidadas unas, brillantes otras, se van encadenando a lo largo de los
siglos.
Para vivir la Regla de san
Benito no se busca una obediencia mecánica, hecha por autómatas, sino que se
nos pide vivir la Regla de manera que la espontaneidad y la creatividad, tengan
su espacio y den frutos. Estamos en el monasterio por voluntad de Dios,
siguiendo los preceptos del Evangelio y aplicándolos a la vida monástica.
Creatividad y espontaneidad son elementos para descubrirnos a nosotros mismos,
para adentrarnos en lo que es el fundamento de nuestra vida, y avanzar libres,
todos juntos hacia la vida eterna. Siendo cada día un poco más nosotros mismos,
y no lo que queremos a veces aparentar ser, vamos participando de una identidad
comunitaria, de una tradición, de un ejemplo. Quien comienza la vida monástica,
o quien pasa por una de las inevitables sacudidas que nos permiten crecer,
puede reaccionar contra todas las pequeñas costumbres de la comunidad, que
encuentra ridículas, desmarcándose, y haciéndose un monaquismo a su medida.
Pero también se puede conformar exteriormente a todo sin asumir la orientación
de la comunidad y perder, finalmente, la propia identidad, y a la vez no
compartir la identidad comunitaria.
Una comunidad no se hace con
reglas y costumbres de la Orden, una comunidad se va haciendo, la vamos
haciendo, conformando nuestras vidas con él
Cristo, viviendo una verdadera vida espiritual. Buscando la armonía, el
orden y la unidad incorporados en un movimiento más grande que nosotros mismos,
y arraigados en toda una tradición. Cada
uno de nosotros, en cierto sentido, somos maestros de la vida monástica; conviene que lo reflexionemos; podemos serlo
más o menos acertadamente, pero somos maestros porque de nuestra manera de
vivir la vocación derivan unas enseñanzas que llegan a los que se incorporan al
monasterio, o a los que acercan como huéspedes
o visitantes.
Todos recordamos a
hermanos de comunidad que nos dejaron ya, y que fueron para nosotros
verdaderos maestros, incluso en aspectos
que creíamos no eran ejemplares, pues de
todo podemos aprender.
La vida monasterio, la verdadera vida que hemos venido a
vivir, la vamos haciendo día a día, nadie nos puede sustituir en esta tarea,
pues si abdicamos de vivir, aunque sea un pequeño tiempo, estaremos dando un
mal ejemplo. No podemos ser maestros de nosotros mismos, debemos aprovechar el
camino llevado a cabo por la comunidad, su experiencia de vida monástica,
aprender también de sus errores, y no querer ser nuestros propios guías. La
comunidad tiene mucho que enseñarnos; y su santidad, como la de la Iglesia está
más allá de los errores y fallos que acompañan siempre a nuestra
humanidad. El ejemplo,”
la tradición en sus múltiples formas, familia, pueblo, educación… y así sucesivamente,
es casi como una casa o mansión en la
cual vive el hombre”. (Mauro Esteva,
2006)
"La Tradición no es
transmisión de cosas o de palabras muertas. Es un río vivo que se remonta a sus
orígenes, el río vivo en el cual los orígenes están siempre presentes; el gran
río que nos lleva al puerto de la
eternidad. Al ser así, en este río vivo se realiza siempre de nuevo la palabra del Señor. “Mirad que yo estoy
con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Benedicto XVI, 26.4.2006)
No hay comentarios:
Publicar un comentario