Alocución Sala Capitular
Jueves 29 de febrero de 2024
Queridos
hermanos de comunidad. En primer lugar disculpad la urgencia de convocaros
ahora y aquí, pero se debe a circunstancias que escapan a mi voluntad y
dependen de otras dinámicas eclesiales. Os he convocado aquí en la Sala
Capitular por el fuerte simbolismo que tiene para nosotros este sitio. Aquí
vestimos el hábito, aquí hacemos la profesión temporal y si es el caso la
renovamos, aquí hacemos la promesa de obediencia previa a la profesión solemne
y aquí escuchamos día tras día la Regla de nuestro Padre san Benito y
semanalmente los comentarios del abad. Aquí también hemos velado hace todavía
pocos días el cuerpo de nuestro querido P. Abad Josep, porque este lugar está
muy vinculado a la figura del abad, aquí son elegidos los abades como yo lo fui
el 3 de diciembre de 2015. Por eso hoy nos encontramos aquí reunidos, porque lo
que debo comunicaros es también solemne e importante para mí y creo que también
para todos y cada uno de vosotros y para la comunidad en general.
El
Señor nos llama, estamos seguros; nos ha llamado a todos a seguirle por el
camino estrecho de la vida monástica y quién sabe si nos resistimos a seguirlo
o si necesitamos ayuda de alguien para discernir qué es lo que el Señor quería
de nosotros. Recuerdo mi proceso de discernimiento, que duró un tiempo. Yo, que
conocía desde pequeño esta comunidad y este lugar, que había tratado con
profundidad con muchos de los monjes que hoy ya no nos acompañan y de manera
muy especial con el P. Abad Maur Esteve, de hecho empecé a oír la llamada a
incorporarme a esta comunidad de la mano del abad Josep, con él y como
secretario de la Hermandad descubrí la Lectio divina y fue él quien me
ayudó a discernir qué quería el Señor de mí. No fue una decisión fácil, ya que
las presiones familiares, laborales y sociales o del entorno más cercano a mí
intentaban tentarme y alejarme de la llamada. Pero Dios lo puede todo y si Él quiere
y alguien nos ayuda a discernir su voluntad, la fuerza necesaria para salir
adelante nos viene sobreañadida, es la gracia de Dios que actúa si le dejamos
el espacio necesario. Los inicios de mi vida monástica se vieron pronto
afectados por una enfermedad, felizmente superada pero que ha quedado ya para
siempre como un momento también fuerte de relación con el Señor y muy
especialmente con la comunidad, desde el abad Josep hasta los compañeros de
noviciado sentí proximidad, cariño y calidez, y eso me ayudó y mucho a superar
esta prueba no sólo física sino también moral y espiritual, y nunca os podré
agradecer suficientemente vuestra calidez. Casi acabados los estudios de
teología me elegisteis abad y me confirmasteis como tal seis años después.
Fueron también momentos para discernir qué quería Dios de mí, a pesar de la
escasez de mis fuerzas, de mis debilidades tanto físicas como morales y de mis
defectos de fábrica, como los definía el abad Maur Esteve. En aquellos momentos
también tuve quien me ayudara, y lo concreto en tres monjes: El P. Abad Josep,
el P. Lluc y el propio P. Abad General Mauro-Giuseppe, ellos me ayudaron a
vencer miedos y a reconocer la voluntad de Dios en vuestra decisión.
Ahora
tengo que deciros que hace pocos días recibí una comunicación que primero me
conmocionó, han sido unos primeros días de lucha, de agonía, en el sentido
original del término. Como en el relato de la vocación de Samuel (Cf. 1Sa, 3)
creí oír primero una voz humana y veía en quien me comunicaba la novedad no al
Señor sino a un nuevo Elí. La oración ha sido un elemento decisivo para
discernir, y de nuevo alguien, el único al que se me había autorizado a
comunicar la noticia, me ayudó a discernir y me hizo reconocer de nuevo la voz
del Señor en aquella proposición y que la respuesta no podían ser excusas o
pretextos, la única respuesta tenía que ser: «Habla, que tu siervo escucha.»
(1Sa 3,10).
Nos lo dicen nuestras Constituciones y lo hemos escuchado hace pocos
días aquí mismo, así el artículo 24 dice: «El voto de obediencia que profesamos
con espíritu de fe y de amor para seguir a Cristo, obediente hasta la muerte,
nos obliga a someter nuestra voluntad a los legítimos Superiores, que actúan en
lugar de Dios cuando mandan de acuerdo con nuestras Constituciones. La
obediencia significa, ante todo, un corazón abierto para recibir los estímulos
del Espíritu Santo, ya que Él sopla donde quiere y nos hace saber la voluntad
de Dios de muchas formas. Su voz nos la transmiten en primer lugar la voz de la
Iglesia y la del propio Abad, a quienes por el voto queremos prestar
humildemente obediencia de acuerdo con la Regla y estas Constituciones, uniendo
las fuerzas de la inteligencia y los dones de la voluntad y de la gracia en la
ejecución de las cosas que nos mande y en el cumplimiento de las tareas que nos
encomiende. Pero hay que tener en cuenta, siempre y donde sea, la dignidad de
la persona humana.» Y el artículo 25 § 2 añade: «Todos los monjes están
obligados a obedecer al Sumo Pontífice, como su supremo Superior, también en
virtud del vínculo sagrado de obediencia (c. 590, § 2).» Y es este último caso
el que ahora me hace dirigirme a vosotros.
El
pasado 5 de febrero recibí una comunicación del Nuncio del Santo Padre en
España en la que me comunicaba que el Papa Francisco, habiéndole llegado el
parecer de aquellos a quienes había pedido la opinión, había pensado en mí como
obispo. La primera reacción fue de incredulidad y prevención, la segunda de
miedo y rechazo. Habiendo pedido tiempo para discernir y orar y habiéndome
autorizado a poder consultarlo con alguien, comenzaron unos días de intensa
agonía, hasta que con la ayuda de la oración y del consejo he visto de nuevo la
voluntad de Dios. No es fácil para mí dar este paso, vine al monasterio el año
2005 con la sensación de haber encontrado una estabilidad que duraría hasta el
final de mi vida y poco a poco ha habido nuevos llamamientos y la necesidad de
discernir sobre ellos y de buscar cuál era la voluntad de Dios en cada momento
concreto.
Ahora
es el momento de pediros perdón por todas mis carencias como abad, de
pensamiento, palabra, obra y omisión. Perdón por si os he hecho sufrir, si os
he exigido más de lo que era necesario o podíais, perdón por si no os habéis
sentido suficientemente escuchados. Son mis carencias que ojalá me hicieran
exclamar como el Apóstol «cuando soy débil es cuando soy realmente fuerte».
(2Co 12,10). Ahora entre vosotros hay hermanos preparados, más de uno, y con
las cualidades suficientes para sucederme, confiad en el Señor y Él de nuevo os
llevará a hacer lo que hay que hacer tal y como establecen las Constituciones
de nuestra Congregación en estos casos.
Hoy
a las doce del mediodía la Santa Sede anunciará públicamente mi nombramiento
como obispo de Girona. Lo comunicará la Santa Sede y en el mismo momento lo
comunicará en Girona el administrador diocesano y aquí mismo en Poblet el señor
Arzobispo y yo mismo. Entrarán en ese momento por tanto en vigor los artículos
90 y 91 de nuestras Constituciones que dicen: «Art. 90 El Prior claustral
ejercerá la función de Abad en las cosas espirituales y temporales; pero cuando
la sede está vacante no se puede hacer ninguna provisión de oficios y nada será
cambiado, salvo que se tengan que tomar decisiones importantes o que haya una
causa, declarada urgente por el Capítulo conventual con la mayoría absoluta de
los votos, que lo exija.» y «Art. 91 No se puede decir que constituya un
cambio, sin embargo, la admisión al noviciado y a la profesión, y dar letras
dimisorias para las órdenes sagradas, que son cosas que se pueden hacer
igualmente cuando la sede abacial está vacante, observando por otra parte todo
lo que de acuerdo con el derecho debe cumplirse.» Y también el artículo 78
establece: «Art. 78 § 1. Cuando la sede abacial está vacante por cualquier
causa legítima, el Prior, lo antes posible, que avise al Padre Inmediato (...)
Corresponde al Padre Inmediato determinar el día de la elección, oído el
parecer del Capítulo conventual de ese monasterio. – Y § 4. Al quedar vacante,
por cualquier causa, la sede del monasterio del Abad Presidente, que el primer
Asistente avise al Abad General, el cual hará lo que sea necesario de acuerdo
con las normas que se exponen en los párrafos precedentes.» El procedimiento,
pues, está previsto y el P. Abad General espera la comunicación oficial, ya que
de hecho está enterado por mí mismo.
Ahora
puedo decir como el cardenal Basil Hume en una ocasión similar: «Necesito
vuestras plegarias y vuestra amistad. La brecha que existe entre lo que se
piensa y lo que se espera de mí y lo que yo sé que soy es considerable y
espantosa. Hay momentos en la vida en los que un hombre se siente muy pequeño
y, en toda mi vida, este es uno de esos momentos. – Y añadía: Es bueno sentirse
pequeño porque entonces sabemos que cualquier cosa que hacemos es Dios quien la
lleva a cabo y no nosotros.» (22 de abril de 1974).
Dos
últimos ruegos, el primero es que a las doce suenen las campanas para pedir la
ayuda de Dios en mi nueva tarea, y el segundo, que me acompañéis el domingo 21
de abril a las 5 de la tarde en mi ordenación episcopal e inicio de ministerio
en la catedral de Girona. Ahora os digo dos palabras: gracias y perdón. Gracias
a todos por vuestra ayuda durante estos más de ocho años, y permitidme que las
dé de manera muy especial y concreta al P. Prior, el P. Rafel, en quien he
tenido el primero de los colaboradores y que siempre ha realizado su labor con
diligencia, lealtad y honradez. Gracias por todo lo que me habéis dado. Perdón
por todas mis imperfecciones, que son muchas, y me tenéis a vuestra disposición
y lo estoy a la del nuevo abad para todo lo que vosotros y él necesitéis.
Seguiremos unidos en Cristo a pesar de la distancia. Que el Señor os bendiga y
acompañe, y a mí me ayude y ampare. No os olvidéis de rezar por mí, como yo lo
haré por vosotros.
Bendigamos
al Señor.