sábado, 18 de septiembre de 2021

CAPÍTULO 68 SI A UN HERMANO LE MANDAN COSAS IMPOSIBLES

 

CAPÍTULO 68

SI A UN HERMANO LE MANDAN COSAS IMPOSIBLES

Cuando a un hermano le manden alguna vez obedecer cm algo penoso para él o imposible, acoja la orden que le dan con toda docilidad y obediencia. 2 Pero, si ve que el peso de lo que le han impuesto excede totalmente la medida de sus fuerzas exponga al superior, con sumisión y oportunamente, las razones de su imposibilidad, 3 excluyendo toda altivez, resistencia u oposición. 4 Mas si, después de exponerlo, el superior sigue pensando de la misma manera y mantiene la disposición dada, debe convencerse el inferior que así le conviene, 5 y obedezca por caridad, confiando en el auxilio de Dios.

Del influjo del orgullo, nos enseña san Pablo en 1Tim, nacen antipatías rivalidades, insultos, sospechas, discusiones inacabables de gente que perdido el entendimiento, que desconoce la verdad (cf. 1Tim 6,4-5)

San Benito apunta que alguna vez nos pueden encomendar cosas pesadas, o incluso imposibles, y para resaltar lo excepcional del mandato dice: “si alguna vez nos encomiendan”.  ¿Qué hace, pues, que a menudo tengamos la sensación de que todo lo que nos encomiendan son cosas pesadas o imposibles? Que nos crece el orgullo, éste del que habla san Pablo, y nos impide discernir en cada momento lo que Dios quiere de nosotros en cada momento.

La tentación del orgullo, la resistencia y la contradicción, como dice san Benito, nos impiden de ver claro, y agota nuestra reserva de paciencia. No, no son tantas las veces que nos piden cosas pesadas, pero las posibles las podemos hacer nosotros imposibles. Es un tema de voluntad, de prioridad; la voluntad de Dios y la nuestra entran en conflicto y acabamos por imponernos a la de Dios, en lugar de confiar en su ayuda y obedecer.

A veces la obediencia de la “puerta de al lado” que diría el Papa Francisco, la obediencia de las pequeñas cosas las practicamos con escasa mansedumbre. Pronto aparecen las excusas: no me lo han dicho en el momento oportuno, ni la manera y la persona oportuna… Pero si analizamos serenamente, en el fondo está nuestro orgullo, nuestra resistencia, pues en definitiva no es tan pesado, por ejemplo, ir a la portería un día que no nos toca, cerrar o abrir una puerta, limpiar la vajilla, servir la comida… y las convertimos en cosas pesadas o imposibles. Lo que verdaderamente se hace pesado o imposible es discutirlas y renunciar a hacer nuestra voluntad.

Seguro que cuando el Señor nos llamó a la vida monástica no imaginábamos la sucesión de hechos que nunca habríamos escogido para vivir. Buscábamos la paz, y con frecuencia nos encontramos en lucha con muchas cosas y en diversos frentes, Entonces, ¿qué hacer?

Nos lo dice san Benito: recurrir a la mansedumbre, a la obediencia, a la paciencia, la caridad, la confianza y ayuda de Dios. En cualquier caso, huir siempre del orgullo, la resistencia y la contradicción. No se trata de una obediencia ciega que nos pueda dispensar de una responsabilidad. Nuestra obediencia no está en esta línea, en la vida monástica o en la Iglesia, sino que somos llamados a una obediencia responsable, sincera, generosa, que sigue el modelo de Cristo.

Escribe Aquinata Bockmann que después del Vaticano II, aparecieron en algunas órdenes religiosas una concepción de la obediencia, según la cual llevaba a discutir todo, hasta el infinito. Ante una concepción de la obediencia rigorista y simplista, y un poner todo en cuestión, está el punto justo de la obediencia practicada con reflexión y responsabilidad. ¿Quién es el responsable cuando alguno no obedece? Nosotros mismos, sin duda. Solo que en ocasiones los resultados de la desobediencia de algunos las padecemos todos.

No es el momento de rasgarnos los vestidos, pero sí el momento de aprender la lección y sobre todo el propósito de enmienda, pues sin está no hay verdadero arrepentimiento. Y cuando recibimos un mandato, llevados de la caridad y confiando en la ayuda de Dios intentar cumplirla sin más.

Obedecer tiene su origen en la palabra latina que viene a significar escuchar; así pues, cuando obedecemos mostramos que, previamente, hemos escuchado. Siempre puede dominarnos la pereza, o que nos saquen de nuestros planes personales, o que lo podría hacer otro…, al final siempre hay ocasión para la caridad.

Escribe Aquinata Böckmann que san Benito ha humanizado la obediencia, no le ha quitado peso, más bien le ha dado radicalidad. No es la obediencia benedictina una obediencia maquinal, sino una obediencia madura y libre, arraigada en Cristo; es una obediencia que es un camino hacia el despojamiento de uno mismo, a quitarse los vestidos del orgullo, la resistencia y la contradicción, para revestirnos de la armadura de la caridad y la confianza en Dios.

domingo, 12 de septiembre de 2021

CAPÍTULO 61 LA ACOGIDA DE LOS MONJES FORASTEROS

 

CAPÍTULO 61

LA ACOGIDA DE LOS MONJES FORASTEROS

Si algún monje forastero que viene de una región lejana desea habitar en el monasterio, 2 si le satisfacen las costumbres que en él encuentra y no perturba con sus vanas exigencias al monasterio, 3 sino que simplemente se contenta con lo que halla, sea recibido por todo el tiempo que él quiera. 4 Y, si hace alguna crítica o indicación razonable con una humilde caridad, medite el abad prudentemente si el Señor no le habrá enviado precisamente para eso. 5 Si más adelante desea incorporarse definitivamente al monasterio, no se le rechace su deseo, ya que se pudo conocer bien su tenor de vida durante el tiempo que permaneció como huésped. 6 Mas si durante su estancia se vio que es un exigente o un vicioso, 7 no solamente tendrán que denegarle su vinculación a la comunidad monástica, sino que han de invitarle amablemente a que se vaya, para que no se corrompan los demás con sus desórdenes. 8 Mas si, por el contrario, no merece ser despedido, no sólo ha de admitírsele como miembro de la comunidad, si él lo pide, 9 sino que han de convencerle para que se quede, con el fin de que con su ejemplo edifique a los demás 10 y porque en todas partes se sirve a un mismo Señor y se milita para el mismo rey. 11 El abad podrá incluso asignarle un grado superior, si a su juicio lo merece. 12 Y no sólo a cualquier monje, sino también a los que pertenecen al orden sacerdotal y clerical, de quienes ya hemos tratado, podrá el abad ascenderlos a un grado superior al que les corresponde por su ingreso, si cree que su vida se lo merece. 13 Pero el abad nunca recibirá a un monje de otro monasterio para vivir allí sin el consentimiento de su propio abad o sin una carta de recomendación, 14 porque está escrito: «No hagas a otro lo que no quieras te hagan a ti».

“En todo lugar se sirve a un mismo Señor, se milita para un mismo rey”, dice a modo de resumen san Benito.

Venimos al monasterio a servir y militar; nuestra vida de monjes se va construyendo, configurando día a día, en una vida diaria, a veces monótona, lo cual viene a decirnos que no hay grandes acontecimientos, sino un camino de regularidad y centralidad en Cristo. Quién sabe, si el Señor, en ocasiones, nos presenta situaciones difíciles para que aprendamos y crezcamos; momentos de crisis; momentos de sentirnos bien con nuestra opción de vida; momentos en que podemos pensar si nos hemos equivocado…, pero de las dificultades y pruebas siempre podemos y debemos aprender, pues son una verdadera ocasión de servir, militar y crecer.

San Benito, que conoce bien los puntos débiles del monje, sabe de nuestra tentación de pensar que hemos venidos a ser servidos y no a servir. Venir a servir, quiere decir estar satisfechos con las costumbres que encontramos en el monasterio, y también no perturbar la comunidad con nuestras pretensiones, contentarnos con lo que encontramos, y si se trata de hacer ver un fallo o defecto hacerlo con caridad y humildad.

Puesto que, si presionamos con nuestras pretensiones, si nos sentimos el centro y rechazamos lo de los demás, si nos sentimos protagonistas de la obra y vemos a los demás como actores secundarios que hay que soportar, puede ser que nuestra miseria acabe por contagiar a otros y vengamos a ser semilla de discordia empujados por nuestro orgullo.

San Benito nos habla en estos capítulos de las diferentes clases de hermanos que pueden llamar a la puerta del monasterio. En el capítulo 58 da unas líneas generales, para hablarnos después de los infantes nobles o pobres, de los sacerdotes, o de los que siendo monjes vienen de otro monasterio. Todos se incorporan a una comunidad ya existente, con sus luces y sus sombras, y con un camino para hacer juntos hacia la vida eterna, que es nuestro objetivo.

En la vida monástica, en la vida de todo cristiano, no debemos erigirnos en un nuevo san Benito, ni presentarnos con ideas preconcebidas que alejan de un verdadero progreso en la vida monástica. Todos hacemos camino, todos somos imperfectos y todos somos perfectibles por la gracia de Dios.

Este capítulo tiene una lectura activa y otra pasiva. Nos puede visitar un monje de otro monasterio, o ser nosotros quienes visitemos otra comunidad; siempre se puede aprender de estas visitas, pues siempre hay diferencias de un monasterio a otro, aunque la tipología del monje se suele repetir, las reacciones humanas semejantes, la manera concreta de vivir el ideal monástico puede variar en las costumbres que han ido configurando la comunidad, pero nunca las costumbres son el verdadero objetivo de nuestra vida; nos pueden ayudar pero el servicio es para el Señor, nuestro único Señor.

Quedar satisfecho con lo que se encuentra, con las costumbres -contentus est consuetudinem- nos muestra la idea de san Benito de la satisfacción como virtud. Realmente es una virtud importante en la vida monástica, o en cualquiera otra vida y no una autosatisfacción egocéntrica.

Como escribe Aquinata Bockmann esta satisfacción quiere decir que el monje no pone condiciones, que tomas las situaciones con cierta jovialidad. Quizás para acabar de explicitarlo san Benito contrapone la exigencia y el vicio. Por ejemplo, que un monje venido de otro monasterio, o nosotros en otra comunidad reclamemos cosas superfluas con el único argumento de que en el lugar de origen las tenemos. Por ejemplo, cuando desaparece un monasterio y la comunidad se incorpora a otro, puede aparecer la frase: “allí lo hacíamos así” idealizando un pasado con una nostalgia poco fundamentada.

Pero fijémonos en otro punto del capítulo: la imagen que da una comunidad. De hecho, no importa tanto qué monje hace una cosa u otra, sino cómo hacemos las cosas y las vivimos para mostrar un buen rostro de la comunidad.

Es necesario avanzar constantemente como resume muy bien san Benito: servir un mismo Señor, militar para un mismo rey.

O como dice san Bernardo: La corona es Cristo. Pero si él no deja de correr y tu te detienes, en lugar de acercarte te irás alejando cada vez más… Si progresar quiere decir correr, tan pronto dejas de avanzar has dejado de correr. Y si dejas de correr, comienzas a retroceder. De lo que se deduce que no avanzar es lo mismo que caminar hacia atrás” (Carta 254,4)

domingo, 5 de septiembre de 2021

CAPÍTULO 54 SI EL MONJE HA DE RECIBIR CARTAS O CUALQUIER OTRA COSA

 

CAPÍTULO 54

SI EL MONJE HA DE RECIBIR CARTAS

O CUALQUIER OTRA COSA

Al monje no le está permitido de ninguna manera recibir, ni de sus padres, ni de cualquier otra persona, ni de entre los monjes mismos, cartas, eulogias, ni otro obsequio cualquiera, sin autorización del abad. 2 Y ni aunque sean sus padres quienes le envían alguna cosa, se atreverá a recibirla sin haberlo puesto antes en conocimiento del abad. 'Pero, aun cuando disponga que se acepte, podrá el abad entregarla a quien desee. 3 No se contriste por ello el hermano a quien había sido dirigida, para no dejar resquicio el diablo. 4 Y el que se atreviere a proceder de otro modo, sea sometido a sanción de regla.

En los capítulos 33 y 34 de la Regla, san Benito trata de si los monjes han de tener algo propio, y que deben recibir todas las cosas necesarias para realizar las tareas encomendadas. En los capítulos 31 y 32, sobre el mayordomo y las herramientas del monasterio, habla del carácter comunitario de todo lo que posee la comunidad.

San Benito habla de la propiedad, como un vicio en el que unos hombres a quienes no les es lícito hacer lo que quieren, deben mirar de no caer. En este capítulo podríamos decir que hace referencia a las fuentes de financiación, a la manera como un monje puede obtener estos objetos para su uso personal, que no está autorizado a recibir. Sabe que la familia puede ser una fuente de suministración habitual, también los amigos del monje o de la casa. Los regalos, cartas, “eulogias” y pequeños obsequios de los que habla san Benito pueden venir espontáneamente, o porque se habían pedido. Sucede en ocasiones, la ofrenda con aquello de “dime lo que te falta y te lo traigo”, con toda la buena intención, pero no conveniente.

San Benito dice de no recibir ni siquiera “eulogias”, una palabra un tanto extraña. La palabra “eulogia” tiene un uso especial en relación a la vida monástica, ya que san Benito prohíbe recibir “cartas, “eulogias”, o cualquiera otro pequeño don”, sin permiso del  abad. Aquí la palabra “eulogia” se puede emplear en sentido original como “pan bendito”, era un pan bendecido habitualmente en las Vísperas de rito oriental. Ahora tiene un significado más amplio, y designar cualquier tipo de regalo.

Era costumbre en los monasterios distribuir en el refectorio, después de Misa, las “eulogias” o panes bendecidos en las Vísperas. San Benito quizás se refiere aquí, por extensión, a recibir comida de fuera por parte de los monjes. Entonces, para no acomodar la Regla a nuestra conveniencia nos indica de entregar lo recibido al abad, para que éste lo dé o lo destine a lo que crea mejor.

En lenguaje monástico, de hace unos años, estas “eulogias” y pequeños obsequios se llamaban de consolación, un término para justificar saltarse algo de lo que la Regla establece y considerarlo como una compensación justificada, se supone, por algunos servicios prestados haciendo acepción de personas.

San Benito también nos habla de no aceptar o dar cartas sin autorización del abad. Esto estuvo en vigor muchos años, una especie de censura que hoy nos parece fuera de lugar; era fruto de una especie de control del monje con el exterior. De hecho, la carta va perdiendo su uso, pero, en cambio, disponemos de los correos electrónicos.

Pocos monasterios disponen de conexión a internet desde las celdas; la mayoría disponen de unas salas con unos ordenadores comunes, que es necesario conectar a la red, o si es un trabajo personal se hace sin conexión a internet. Aquí se ha ido estableciendo de otra manera, pero esto no debe suponer una dependencia del exterior. Internet tiene muchas ventajas, pero también muchos peligros, por lo que también se han limitado las horas de conexión a la red, ya que, si san Benito habla en el capítulo 42 de la Regla del silencio nocturno, no se debe limitar a un silencio vocal, sino también virtual, pues este silencio es para propiciar el reposo y asimilar lo vivido en la jornada. Puede ser bueno acceder a internet en determinados momentos del día, y esto nos puede ayudar en nuestro trabajo, todo siempre con medida. Pues desmedida será utilizarlas con una finalidad ajena a nuestra vida.

Esta podría ser hoy, una lectura actualizada de la prevención de san Benito sobre que los monjes manden o reciban cartas; no se trata de aislarnos, sino de moderar la comunicación para no perturbar nuestra vida, y venir a sustituir la búsqueda de Cristo por la búsqueda de compensaciones humanas.

Escribe Aquinata Bockmann que estas medidas tienen por finalidad preservar la distancia con el mundo y que nos conviene estar atentos a que estas cosas no supongan una tentación, ya que el verdadero intercambio se ha de basar en el respeto y la paciencia mutuos, porque hemos elegido libremente un tipo de comunidad y un género de vida basado en la simplicidad.