domingo, 27 de marzo de 2022

CAPÍTULO 2, 11-22, COMO HA DE SER EL ABAD

 

CAPÍTULO 2, 11-22

COMO HA DE SER EL ABAD

Por tanto, cuando alguien acepta el título de abad, debe enseñar a sus discípulos de dos maneras; 12 queremos decir que mostrará todo lo que es recto y santo mas a través de su manera personal de proceder que con sus palabras. De modo que a los discípulos capaces les propondrá los preceptos del Señor con sus palabras, pero a los duros de corazón y a los simples les hará descubrir los mandamientos divinos en lo conducta del mismo abad. 13Y a la inversa, cuanto indique a sus discípulos que es nocivo para sus almas, muéstrelo con su conducta que no deben hacerlo, «no sea que, después de haber predicado a otros, resulte que el mismo se condene». 14Y que, asimismo, un día Dios tenga que decirle a causa de sus pecados «¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en lo boca mi alianza, tú que detestas mi corrección y te echas, a lo espalda mis mandatos?» 15Y también: «¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? » 16No haga en el monasterio discriminación de personas. 17 No amará más a uno que a otro, de no ser al que hallare mejor en las buenas obras y en la obediencia. 18 Si uno que ha sido esclavo entra en el monasterio, no sea pospuesto ante el que ha sido libre, de no mediar otra causa razonable. 19Mas cuando, por exigirlo así la justicia, crea el abad que debe proceder de otra manera, aplique el mismo criterio con cualquier otra clase de rango. Pero, si no, conserven todos la precedencia que les corresponde, 20 porque «tanto esclavos como libres, todos somos en Cristo una sola cosa» y bajo un mismo Señor todos cumplimos un mismo servicio, «pues Dios no tiene favoritismos». 21 Lo único que ante él nos diferencia es que nos encuentre mejores que los demás en buenas obras y en humildad. 22 Tenga, por tanto, igual caridad para con todos y a todos aplique la misma norma según los méritos de cada cual.

Alguno tiene que aceptar el nombre de abad, nos dice san Benito, y, a veces, no es fácil aceptar, y se duda entre seguir la vida de monje y la incerteza de asumir una responsabilidad.

Aparece lo que se considera el síndrome de Jonás; uno de los problemas actuales de la Iglesia es proveer a una diócesis de un nuevo pastor, que no todos aceptar, dado la falta de vocaciones o la imagen de una Iglesia muy distinta de la de hace unos años, ante la sociedad.

En la vida monástica la búsqueda de un pastor o de un superior de ha hecho de manera diferente a la de un obispo. San Benito nos habla de aceptar el nombre de abad, no de postularse, ni de nombrarlo otro superior, ni imponer la voluntad propia para ello, pero quizás la parte más difícil es ver detrás de las decisiones humanas, en este caso las de una comunidad, la voluntad de Dios, pues, en definitiva, de esto se trata y no de otra cosa, ni todavía menos satisfacer una ambición personal.

Una de las personas que últimamente se ha interesado por nuestra vida monástica y que tenía ciertas dudas, éstas no eran por saber si Dios le llamaba a la vida monástica, sino el saber que tarea se le encomendaría una vez llegado a la profesión solemne. Pero es preciso tener claro que venimos al monasterio no a desarrollar tal o cual oficio, sino a ser monjes, con todo lo que conlleva, sencillamente, ser monjes.

Decía el Papa Francisco en su homilía de inicio de su pontificado: “no olvidamos nunca que el verdadero poder es el servicio”

San Benito viene a explicarlo un poco más al decirnos que es preciso vivir este servicio, hacer de él una experiencia viva. No es siempre fácil, pues somos humanos, con nuestras virtudes y defectos. Además, no olvidemos el evangelio de Lucas sobre el fariseo y el publicano orando en el templo. Un fariseo siempre satisfecho de sí mismo y que se enaltece a sí mismo, pero que no consigue el perdón, y un publicano profundamente humillado a quien perdona el Señor.

Escribe san Agustín: “Si por un lado me aterroriza lo que soy para vosotros, por otro lado me consuela lo que soy con vosotros. Soy obispo para vosotros, lo que connota una obligación, la de cristiano, un don; la primera comporta un peligro, la segunda una salvación” (Sermón 340).

Una idea que san Bernardo expresa con otras palabras: “el monje lo hace la profesión, el abad, la necesidad”. En cualquier caso  no podemos perder de vista que somos cristianos y somos monjes, y que el verdadero don es la fe, mientras que una responsabilidad siempre puede acabar por ser un peligro para nuestra alma.

San Benito ve un peligro en hacer acepción de personas. No está por las amistades estrechas, ni por “alters egos”, o por eminencia grises, sino por las buenas obras y la obediencia.

El Papa Francisco nos enseña que no hay otro verdadero poder que el del servicio, y éste debe traducirse en buenas obras y en obediencia, como enseña san Benito, y nos lo recuerda también san Gregorio de Nacianzo: “lo que se ofrece de mala gana y por la fuerza no resulta agradable ni tiene belleza. Debemos alegrarnos y no entristecernos cuando prestamos un beneficio” (Sermón 14)

Esto puede llevar al abad a una cierta soledad, pero no estamos solos pues tenemos a Dios, y después de servir una misma caridad a todos, una misma norma que nos libra de perturbaciones. También podemos leer en san Juan Pablo II: “San Benito recurre a esta vía maestra, a través de la cual, en el ámbito de la vida monástica se va a Dios. Ahora bien, la convivencia monástica, llamada por el propio santo ambiente singular en el cual los corazones que forman parte de ella se dilatan en el ejercicio de la propia obediencia, está movida y estimulada por un vehemente amor al prójimo, por el cual cada uno se siente impulsado a dedicarse al bien del hermano, olvidando las propias conveniencias” (Sanctorum altrix, 2)

No somos un grupo de amigos, no nos hemos elegidos, somos muy diversos y maneras de ser, pero con un mismo objetivo: buscar a Dios, lo cual nos une. Buscamos a Dios con unas mismas costumbres, vividas de manera particular cada uno a su manera, pero con una uniformidad necesaria. Venimos a buscar a Dios, y se equivocaba aquel candidato en la fase inicial de su vida monástica, cuando tenía que tener en cuenta lo que dice san Benito: “que se preocupe de ver si busca a Dios de verdad” (RB 58,7) y lo que tendría que hacer en el futuro en el monasterio.

También nosotros tenemos la tentación de decir a Dios lo que ha de hacer, lo que nos tiene que decir, en lugar de confiarnos a Él y a su gracia. Esta coherencia que pide san Benito al abad es extensiva a todos los monjes.

Nos decía san Juan Pablo II: “ San Benito no propone una cierta visión teológica abstracta, sino que partiendo de la verdad de las cosas inculca fuertemente una manera de pensar y de obrar por la cual la teología se traslada al vivir cotidiano. NO le interesa tanto hablar de la verdad de Cristo, como vivir con verdad plena el misterio de Cristo y el “cristocentrismo que de él se deriva  (Sanctorum altrix, )

domingo, 20 de marzo de 2022

CAPÍTULO 73, NO QUEDA PRESCRITA EN ESTA REGLA TODA LA PRACTICA DE LA PERFECCIÓN

 

CAPÍTULO 73

NO QUEDA PRESCRITA EN ESTA REGLA TODA LA PRACTICA DE LA PERFECCIÓN

Hemos esbozado esta regla para que, observándola en los monasterios, demos pruebas, al menos, de alguna honestidad de costumbres o de un principio de vida monástica. 2 Mas el que tenga prisa por llegar a una perfección de vida, tiene a su disposición las enseñanzas de los Santos Padres, que, si se ponen en práctica, llevan al hombre hasta la perfección. 3 Porque efectivamente, ¿hay alguna página o palabra inspirada por Dios en el Antiguo o en el Nuevo Testamento que no sea una norma rectísima para la vida del hombre? 4 ¿O es que hay algún libro de los Santos Padres católicos que no nos repita constantemente que vayamos por el camino recto hacia el Creador? 5 Ahí están las Colaciones de los Padres, sus Instituciones y Vidas, y también la Regla de nuestro Padre San Basilio. 6 ¿Qué otra cosa son sino medios para llegar a la virtud de los monjes obedientes y de vida santa? 7 Mas para nosotros, que somos perezosos, relajados y negligentes, son un motivo de vergüenza y confusión. 8 Tú, pues, quienquiera que seas, que te apresuras por llegar a la patria celestial, cumple, con la ayuda de Cristo, esta mínima regla de iniciación que hemos bosquejado, 9 y así llegarás finalmente, con la protección de Dios, a las cumbres más altas de doctrina y virtudes que acabamos de recordar, amen.

Aquí acaba la lectura de la Regla, que hacemos cuatro veces al año. Pero el mismo san Benito nos viene a decir que, de hecho, no hemos acabado nada, sino que una vez leída la Regla comienza nuestra tarea, pues la regla es solo un inicio de vida monástica. De igual manera, en el capítulo 58 nos dice que quien llama a la puerta del monasterio ha de escuchar por dos veces la Regla entera, para que sepa bien la ley bajo la cual quiere militar, y una vez conocida y aceptada, comenzar a vivirla.

La vida del monje es un camino hacia Dios, que no acaba sino con la muerte, en la vida eterna, aquella que pedimos al Señor que nos lleve juntos. A lo largo de la Regla hay cosas duras, el camino estrecho del que nos habla san Benito, y que seguramente no es tanto que se vaya ensanchando el corazón con el tiempo, como que nosotros nos acostumbremos también a la estrechez. Pero resulta que con su posible estrechez la Regla, no es sino un comienzo, y que si queremos avanzar hacia la perfección es preciso acudir a la Escritura y a las enseñanzas de los Padres.

Estas enseñanzas de los Padres, así como el Magisterio de la Iglesia u otros textos espirituales, que escuchamos a lo largo del año, son una verdadera formación permanente que estamos recibiendo casi inadvertidamente. San Benito nos presenta una verdadera selección al sugerirnos los más importantes, en los que destaca las obras de Juan Casiano y san Basilio, y precedidos todos ellos por la Sagrada Escritura. Todo ello con un profundo sentido formativo. Leemos para escuchar y escuchamos para asimilar y lo asimilamos para avanzar cada día hacia la vida eterna, entendida como plenitud de la vida cristiana.

El primer autor que menciona es Juan Casiano con sus Colaciones, que buscan establecer un diálogo espiritual interior. Plantea su obra como un encuentro entre el maestro y sus discípulos, que destaca en el prefacio del último grupo de Colaciones:

“Con estos volúmenes de las Conferencias recibirán en sus celdas a sus auténticos autores. En cierta manera gozarán cada día de su compañía, alternando preguntas y respuestas”.

Con este género de colación monástica Casiano busca crear una proximidad espiritual entre él y sus lectores; y, como objetivo, crear una uniformidad en el monacato de Occidente, basada en la tradición oriental, que era el modelo en ese tiempo.

El mismo Juan Casiano escribe en la presentación de las Colaciones:

Sobre todo, que el lector que repase mis Colaciones, como si leyó mi obra precedente, no olvide esta advertencia: Si algunas cosas le parecen imposibles o difíciles de observar, por el estado y costumbre que ha abrazado, o también relación con el estilo de la vida diaria, que sepa afrontarlas no con debilidad, sino con mérito y perfección de mis interlocutores. Que piense en el deseo que las anima, en el ideal que persiguen, y como, muertos a la vida de este mundo, están libres de toda dependencia de sus padres y de toda ocupación secular. Que considere el lugar donde viven. Establecidos en una soledad inaccesible, apartados del consorcio de los hombres, están dotados de grandes luces sobrenaturales. Se les ha dado de ver y decir cosas que aquellos que no tienen ciencia ni experiencia de eso, considerarán, tal vez, como inverosímiles, comparándolas con los principios de vida con que se rige habitualmente su existencia mediocre. No obstante, si alguno quiere formarse una idea exacta de esta manera de vivir y desea comprobar, prácticamente, hasta que punto es eso posible, que abrace sin tardar la vida de los solitarios, imitando su fervor y su santa conducta, y verá que aquello que a primera vista parece exceder las fuerzas humanas, lejos de ser inasequibles, son de una suavidad extrema que garantiza su realización.

También el otro autor citado por san Benito, san Basilio, sigue un método dialéctico, en el que el discípulo pregunta y el maestro responde. Se limita a establecer una serie de principios indiscutibles que han de guiar a los monjes en su conducta. Siempre la Escritura como fundamento, que es la base de toda legislación monástica, la verdadera regla, una idea que hereda san Benito. Las preguntas que plantea san Basilio se refieren generalmente a las virtudes que los monjes deben practicar y los vicios a evitar. La mayor parte de las respuestas son tomadas de la Escritura, acompañadas de un comentario ajustado. Las cualidades más destacables de esta Regla son la prudencia y la sabiduría, mientras que la pobreza, obediencia, renuncia y abnegación, son los pilares de toda vida monástica.

Bebiendo en estas fuentes san Benito concluye que para llegar a la vida celestial necesitamos cumplir unos mínimos –“cumplir bien esta mínima Regla-, lo cual solamente podemos hacerlo con la ayuda de Cristo, que es siempre nuestro modelo. Solamente así, y con la protección de Dios podemos llegar a las más elevadas cimas de la doctrina y de las virtudes. Pero ya nos dice san Benito que nosotros somos perezosos, negligentes, motivo de vergüenza y de confusión y que vivimos mal.  No por ignorancia, sino por nuestra propia pereza en cumplir lo que sabemos que debemos cumplir para llegar a las cimas celestiales, y que nos resistimos.

Escribe el abad Cassiá Mª Just que san Benito en este capítulo da una valoración sobria de la Regla, la describe como un mínimo aceptable en una carrera donde debemos dar el máximo de nosotros mismos.

 

 

domingo, 13 de marzo de 2022

CAPÍTULO 66, LOS PORTEROS DEL MONASTERIO

 

CAPÍTULO 66

LOS PORTEROS DEL MONASTERIO

Póngase a la puerta del monasterio un monje de edad y discreto, que sepa recibir un recado y transmitirlo, y cuya madurez no le permita andar desocupado. 2 Este portero ha de tener su celda junto a la puerta, para que cuantos lleguen al monasterio se encuentren siempre con alguien que les conteste, 3 en cuanto llame alguno o se escuche la voz de un pobre, responda Deo gratias o Benedic. 4 Y, con toda la delicadeza que inspira el temor de Dios, cumpla prontamente el encargo con ardiente caridad. 5 Si necesita alguien que le ayude, asígnenle un hermano más joven. 6 Si es posible, el monasterio ha de construirse en un lugar que tenga todo lo necesario, es decir, agua, molino, huerto y los diversos oficios que se ejercitarán dentro de su recinto, 7 para que los monjes no tengan necesidad de andar por fuera, pues en modo alguno les conviene a sus almas. 8 Y queremos que esta regla se lea muchas veces en comunidad, para que ningún hermano pueda alegar que la ignora.

Se explica que cuando la redacción de la Constitución Española de 1876, denominada la de la Restauración se produjo una curiosa anécdota a atribuida a Antonio Cánovas del Castillo, en aquellos días presidente del gobierno. A la hora de definir quienes son los españoles, el mismo presidente dijo con sarcasmo: “Pongan que son españoles los que no pueden ser otra cosa”.

Viene bien la anécdota al hablar del portero, pues podemos pensar que hace de portero quien no puede hacer otra cosa, lo cual no es cierto. Ciertamente, en los últimos años han disminuido las visitas físicas a la comunidad, que pasan por la portería, un hecho que tiene relación con la desaparición de nuestros hermanos mayores de la comunidad, y podríamos decir también que el “filoteismo” de otros tiempos ha ido bajando o casi desapareció. A pesar de todo, la portería, en cuanto a las visitas a la comunidad, como en cuanto a recibir llamadas telefónicas, lo mismo que en cuanto a recibir huéspedes o transeúntes, tiene la misma importancia hoy que ayer.

Verdaderamente, a veces hacen este servicio monjes mayores de la comunidad, y podemos recordar algunos de los últimos, pero todos estaríamos de acuerdo en su madurez, y capacidad de recibir y dar avisos. La portería viene a ser como una fachada del monasterio, la primera imagen que uno recibe cuando llega. Seguramente recordaremos quien había en la portería el día que nosotros mismos llegamos a ingresar en el monasterio, y esto es todo un ejemplo.

De portero como monjes, hay y ha habido de todas las clases: el discreto, el simpático, el esquivo, o quien se escondía detrás de una pila de libros para no ser visto desde fuera. San Benito no lo considera un oficio menor, al contrario, le pide que esté siempre disponible, que cumpla el horario establecido, que no vaya de un lugar a otro, que haga el servicio con toda la dulzura del temor de Dios, con fervor y caridad.

Si en el monasterio debe haber todo lo necesario para evitar el dar vueltas, también es cierto que cada uno debe estar donde le corresponde, en el tiempo correspondiente y haciendo el servicio pertinente. Siempre nos podemos encontrar con la excepción de la regla, pero san Benito no está por la acepción de personas, que afirma siguiendo a san Pablo: “Dios no hace acepción de personas” (Rom 2,11) Y si tenemos todo lo necesario, que nos lo procura la casa, no hay lugar para buscar a la filotea de turno para satisfacer nuestras apetencias personales.

La relación del monje con el exterior no siempre es fácil, ni tampoco prudente. San Benito no quiere que estemos dando vueltas. Seguramente, hace unos años se rondaba más los días de paseo o en las salidas, se iba más a las casas, y es cierto que no debemos hacerlo, ni pedir cosas que no necesitamos o que podemos, si las necesitamos, obtener en el monasterio. Necesitamos este equilibrio entre tener lo necesario y obtenerlo de los responsables, y aquello de lo que tenemos necesidad. Pero este equilibrio depende también en gran parte de nuestro equilibrio espiritual.

Un apotegma explica que un hombre insigne fue de incognito a un monasterio llevando dineros que dio a un sacerdote, para que los repartiese entre los hermanos. El sacerdote le dijo: -Los hermanos no lo necesitan. Dado que su oferta insistente fue inútil, puso la bolsa con los dineros a la puerta de la iglesia, y dijo el sacerdote a los hermanos: -“el que tenga necesidad que coja lo que crea conveniente”. Pero nadie cogió los dineros; incluso alguno ni los van mirar. Y el anciano dijo al donante: -“Dios ha aceptado tu ofrenda, ves y da tus dineros a los pobres”. Y el hombre marchó todo edificado.

No es necesario hacer la prueba, no sea que quedemos decepcionados, pero sí que podemos analizar si nosotros pedimos cosas a gente de fuera para nuestro uso, y juzgar si verdaderamente necesitamos estas cosas, y también es bueno pensar qué juicio harán de nosotros aquellos a quienes pedimos algo.

En tiempo de san Benito la portería era la única entrada para la gente y para todo lo demás. Con los años esto ha cambiado y ahora son múltiples las entradas al monasterio, y muchas de ellas sin portero prudente y maduro. Quizás nos convendría también ahora ampliar este no dar vueltas a nivel virtual, adaptar el silencio nocturno también a este nivel. Quién sabe si el antiguo “no ir por las casas”, debería ser hoy “no ir por las redes sociales”, pues en definitiva de los que se trata es de no perder la centralidad de lo que venimos a hacer en el monasterio: buscar a Dios. La tentación siempre se puede presentar.

Dice otro apotegma: “Un padre va un día al abad Teodoro y le dice: un hermano ha vuelto al mundo”. “No es extraño eso, respondió el abad Teodoro, admírate si sientes alguna ves que un hermano ha logrado huir de las garras del enemigo”.

Esta tentación concreta la conoce bien san Benito, y por eso pide que los monjes no tengan necesidad de correr por fuera, pues no conviene de ninguna manera a nuestras almas.

 

  

 

 

 

domingo, 6 de marzo de 2022

CAPÍTULOS 48 Y 49, LA OBSERVANCIA DE LA CUARESMA

 

CAPÍTULOS 48 y 49

LOS DÍAS Y LA OBSERVANCIA DE LA CUARESMA

Durante la cuaresma dedíquense a la lectura desde por la mañana hasta finalizar la hora tercera, y después trabajarán en lo que se les mandare hasta el final de la hora décima. 15 En esos días de cuaresma recibirá cada uno su códice de la Biblia, que leerán por su orden y enteramente; 16 estos códices se entregarán al principio de la cuaresma. 17 Y es muy necesario designar a uno o dos ancianos que recorran el monasterio durante las horas en que los hermanos están en la lectura. 18 Su misión es observar si algún hermano, llevado de la acedía, en vez de entregarse a la lectura, se da al ocio y a la charlatanería, con lo cual no sólo se perjudica a sí mismo, sino que distrae a los demás. 19 Si a alguien se le encuentra de esta manera, lo que ojalá no suceda, sea reprendido una y dos veces; 20 y, si no se enmienda, será sometido a la corrección que es de regla, para que los demás escarmienten. 21 Ningún hermano trate de nada con otro a horas indebidas. 22 Los domingos se ocuparán todos en la lectura, menos los que estén designados para algún servicio. 23 Pero a quien sea tan negligente y perezoso que no quiera o no pueda dedicarse a la meditatio o a la lectura, se le asignará alguna labor para que no esté desocupado. 24 A los hermanos enfermos o delicados se les encomendará una clase de trabajo mediante el cual ni estén ociosos ni el esfuerzo les agote o les haga desistir. 25 El abad tendrá en cuenta su debilidad.

Aunque de suyo la vida del monje debería ser en todo tiempo una observancia cuaresmal, 2 no obstante, ya que son pocos los que tienen esa virtud, recomendamos que durante los días de cuaresma todos juntos lleven una vida íntegra en toda pureza 3 y que en estos días santos borren las negligencias del resto del año. 4 Lo cual cumpliremos dignamente si reprimimos todos los vicios y nos entregamos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia. 5 Por eso durante estos días impongámonos alguna cosa más a la tarea normal de nuestra servidumbre: oraciones especiales, abstinencia en la comida y en la bebida, 6 de suerte que cada uno, según su propia voluntad, ofrezca a Dios, con gozo del Espíritu Santo, algo por encima de la norma que se haya impuesto;  7 es decir, que prive a su cuerpo algo de la comida, de la bebida, del sueño, de las conversaciones y bromas y espere la santa Pascua con el gozo de un anhelo espiritual. 8 Pero esto que cada uno ofrece debe proponérselo a su abad para hacerlo con la ayuda de su oración y su conformidad, 9 pues aquello que se realiza sin el beneplácito del padre espiritual será considerado como presunción y vanagloria e indigno de recompensa; 10 por eso, todo debe hacerse con el consentimiento del abad

“La vida del monje debería de responder en todo tiempo a una observancia cuaresmal, una vida con la que participamos en los sufrimientos de Cristo”.

Lo sabéis bien, Señor, como con la paciencia participo en tus sufrimientos, como se cumple en mí que dice el Apóstol, con mi paciencia y en mi carne, lo que falta a tus sufrimientos… (Cfr. Col 1,24)

“Porque ¡cuánta paciencia debo tener con mis hermanos:  soportar a aquel que se equivoca al leer, o emplea un tono inconveniente; sentir a uno que desafina en el canto. Como es duro, también: esperar que el hermano servidor de la comida sea consciente de que falta una bandeja, o volver a comer un plato que no me place, y que suele preparar siempre ese hermano cuando le toca cocinar. También es una verdadera cruz esperar la reparación de una avería que afecta a la calefacción, o a la luz.

En fin, todo lo soportó con paciencia, porque sé que la paciencia me acerca a tus sufrimientos, y ayudo también así a edificar a mis hermanos, de hacer posible su paciencia, cuando soy consciente de que he fallado en una lectura.”

Sería peligroso que me pasase por la cabeza vivir la Cuaresma con los argumentos propios del fariseo en el templo, y no del publicano alabado por Cristo. Para asegurarnos que nunca sea así, san Benito nos invita a reforzar en este tiempo privilegiado nuestra vida espiritual, y guardarla en toda su pureza. Para ayudarnos hay unas herramientas privilegiadas:

 La plegaria. En primer lugar, la comunitaria, el Oficio Divino, al que no debemos anteponer nada, y que, en este tiempo cuaresmal y pascual, deberíamos no fallar nunca. Por otro lado, al Oficio Divino. Tenemos que añadir que en este camino a la Pascua hemos de intentar no solo no caer en la negligencia, sino incluso intensificar esta plegaria.

Podemos tener momentos privilegiados a lo largo de la Cuaresma, como unos Ejercicios espirituales, u otros momentos a nivel personal.

Escribe san Juan Crisóstomo: “la oración es luz del alma, conocimiento verdadero de Dios, mediación entre Dios y los hombres. Hace que el hombre se eleve hasta el cielo y abrace a Dios con abrazos inefables” . También nos instruye san Juan Crisóstomo: conviene que elevemos el corazón a Dios, no solo cuando oramos, sino cuando estamos con otras cosas en la que conviene mezclar en deseo de Dios, de manera que todas nuestras obras se conviertan en alimento agradable al Señor… (Hom. 6 sobre la oración)

A esto nos ayuda la lectura espiritual, leer a los Padres y autores espirituales, y sobre todo la Sagrada Escritura. Nos ayuda a elevarnos por encima de toda inclinación mundana o estrechez del corazón, y fijar la mirada en Dios. Por esto san Benito establece este “día del libro”, para que nos acompañe en el camino cuaresmal.

El rey Alfonso Xlll firmaba un Real Decreto con fecha 6 de Febrero de 1926 que decía: el día 7 de Octubre se conmemorará todos los años le fecha del nacimiento del Príncipe de las letras españolas, Miguel de Cervantes, celebrar una fiesta dedicada al libro español”. Poco después se traslada la celebración al 23 Abril, fecha de la muerte de Cervantes. Pero san Benet, siglos antes, tuvo l misma idea para incentivar la lectura. Sabía muy bien que no sería fácil un tiempo fijo a la lectura a lo largo del día, y de aquí el establecer este tiempo en Cuaresma, y que dos ancianos vigilen que los monjes dediquen las horas marcadas a la lectura, y incluso lleguen a una corrección del que no cumpla este tiempo de lectura.

La Lectio Divina a través de la Escritura es el fundamento de nuestra vida y jornada; pero también debemos contar con la Tradición de la Iglesia, los Padres, la Teología y el Magisterio.

Escribe Karl Rhaner: “Existe un principio católico de “sola Escritura”, ya que la unidad interior del objeto de la fe, religiosamente hablando, acepta dos fuentes de fe con contenidos diversos, dos líneas de tradición: la Escritura y la Tradición. Dos fuentes que se implican mutuamente de una manera estrecha, de lo que puede decirnos la primitiva teoría de las dos tradiciones de la Iglesia, puesto que la tradición se plasmó en la Escritura, y esta Escritura llega a nosotros envuelta en la tradición viva de la Iglesia” (Escritura y tradición)

De nuevo san Benito se avanza en siglos, y así la Constitución Dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II nos dice:

“La Sagrada tradición y la Sagrada Escritura está íntimamente unidas compenetradas. Las dos surgen de la misma fuente divina, se funden de alguna manera y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la Palabra de Dios que se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la Sagrada tradición trasmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles la Palabra de Dios a ellos confiada por Cristo y el espíritu Santo, para que con la luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y extiendan con su predicación; de aquí que la Iglesia no deriva solo de la Sagrada Escritura en su certeza de todas las verdades reveladas. Por eso se deben recibir y venerar las dos con un mismo espíritu de piedad” (DV 9)