domingo, 29 de agosto de 2021

Domingo XXII durante el año / Ciclo B

 

Domingo XXII durante el año / Ciclo B

Domingo 29 de agosto de 2021

Dt 4,1-2.6-8, Salmo 14,1.ª y 2-3.ª.3bc-4ab.5, Jm 1,17-18.21b-22.27 y Mc 7,1-8.ª.14-15.21-23

Los mandamientos son para guardarlos y para ponerlos en práctica solo así podremos obrar honradamente, sin causar nunca ningún mal al prójimo. La Palabra de Dios salva, tiene poder para salvarnos y es signo de salvación; pero no nos podemos limitar a escucharla, no nos podemos limitar a predicarla; hay que practicarla y guardarnos limpios de malicia, como nos ha dicho san Jaime en la segunda lectura.

El monje es aquel que vive en estrecho contacto con la Palabra, aquel que la medita noche y día, pero tiene que ser, sobre todo, como cualquier cristiano, quién la practica.

Por eso nos sentimos como comunidad profundamente avergonzados, porqué la sombra de la duda planea sobre lo que pudiera haber ocurrido en esta iglesia hace pocos días. Porque si un hermano de comunidad comete una falta, cuando peca, en cierto modo se puede decir que peca toda la comunidad sea por acción o por omisión y el superior tiene que ser el primero en asumirlo y detrás de él cada hermano. Es por eso que nos sentimos profundamente avergonzados porque hemos sido, cuando menos, piedra de escándalo para los creyentes y para los no creyentes, cuando tendríamos que ser siempre mensajeros de paz y generadores de serenidad en todo momento. Cuando se escandaliza no vale invocar circunstancias, momentos o condiciones; porque el mal del escándalo no sabe de estas cosas, solo sabe del dolor que pueden acabar provocando nuestras acciones y hemos escandalizado antes que a nadie a quién observó un hecho, que, de ser cierto, nunca se tendría que haber producido. Pecamos de pensamiento, palabra, obra y omisión y es de nuestro corazón, como nos ha dicho Jesús en el Evangelio, de donde proceden los malos pensamientos que nos llevan a cometer acciones que contaminan al hombre. Si honramos al Señor con los labios, pero nuestros corazones se mantienen lejos de Él, de nada vale la alabanza, se convierte en palabra vacía; porque para orar hay que poner en ello todo el corazón y si el corazón se mueve hacia Dios nuestras obras no pueden apartarse de Él y solo quien obra así, de acuerdo con los preceptos del Señor, nunca caerá, como nos ha dicho el salmista.

Por eso nos sentimos como comunidad intensamente doloridos, porque quizás hemos hecho daño a una inocente, porque quizás hemos hecho daño a una familia, porque quizás hemos hecho daño a toda la Iglesia y a mucha otra gente. No podemos añadir ni sacar nada a los mandamientos del Señor; no hacer el mal al prójimo tiene que ser en todo momento el gran eje de nuestro comportamiento, porque tan solo así podemos amar a Dios y a los hermanos como a nosotros mismos. Intensamente doloridos también porque un hermano nuestro está siendo investigado y la misericordia también tiene que prevalecer para él, acompañándolo espiritualmente, procurándole los medios para sanar sus heridas, con una defensa justa que tiene que ampararlo hasta la resolución definitiva. Nos duele profundamente lo ocurrido y manifestamos el compromiso y la voluntad decidida de luchar contra todo tipo de abusos en la Iglesia y de hacer de este Monasterio, con las oportunas medidas de prevención, un lugar seguro para todo el mundo. (Cf. Comunicado 26 de agosto de 2021).

Por eso nos sentimos como comunidad humildemente arrepentidos por lo que hayamos podido hacer mal. La misericordia del Señor es inmensa pero no es nunca un cheque en blanco, para acogernos a ella debemos arrepentirnos, implorar el perdón empapado del propósito de enmienda; solo así Dios nos escuchará, tan solo así los hermanos nos podrán acoger de nuevo confiados. En palabras del papa Francisco «del mismo modo que tenemos que tomar todas las medidas prácticas que nos ofrece el sentido común, las ciencias y la sociedad, no tenemos que perder de vista esta realidad y tomar las medidas espirituales que el mismo Señor nos enseña: humillación, acto de contrición, oración, penitencia. Esta es la única manera de vencer el mal. Así lo venció Jesús.» (24 de febrero de 2019).

Estamos avergonzados, con dolor y arrepentidos porqué la duda nos ensombrece con aquello que haya podido dar lugar a escándalo, por ello tenemos el máximo interés en que la justicia aclare los hechos y poder así llegar a la verdad que nos pueda hacer libres. La sanación llega únicamente cuando se conoce la verdad y es preciso apartar todo aquello que pueda ensombrecerla, con las consecuencias que esto tenga. Solo a partir de la verdad podremos avanzar esperanzados hacia el Señor. Como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: «El octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo. Este precepto moral deriva de la vocación del pueblo santo a ser testigo de su Dios, que es y que quiere la verdad. Las ofensas a la verdad expresan, mediante palabras o acciones, un rechazo a comprometerse con la rectitud moral: son infidelidades básicas frente a Dios y, en este sentido, socavan las bases de la Alianza.» (CIC 2464).

Siempre y en todo momento la verdad se tiene que imponer y para llegar a ella debemos poner al servicio de quienes la buscan, en los diferentes ámbitos, todos los elementos que tengamos al alcance, sin ninguna reserva ni restricción. Al servicio de la verdad, que es la única que nos puede hacer libres, tenemos que invertir todos los esfuerzos. Aquella verdad que Dios ya sabe desde siempre y que los hombres tenemos que esforzarnos en dilucidar, porque la tentación de cargar a los otros algo infamante, de esparcir calumnias nos puede enturbiar el alma y hay que evitar esto incluso viniendo de aquellos que queriendo ayudar acaban por enturbiar la verdad.

Vivimos en una sociedad de la imagen y corremos el riesgo de ser de aquellos que son tan solo espectadores, viviendo un nuevo fariseísmo, aquellos que se creen justos sin mirar al fondo de su corazón. La fe no es vivir en la exterioridad, en la apariencia, es ver lo que pasa a nuestro alrededor siempre como una invitación a la conversión. Buscamos a menudo la propia justicia en las reglas, las formas, las ideas, las explicaciones y en defensas corporativistas, tanto da que no correspondan a la verdad; cuando lo que hace falta es trabajar la miseria que hay en nosotros para así nacer de nuevo. Todos tenemos algo que curar, todos tenemos que nacer de nuevo, todos tenemos que purificarnos con honestidad de las malas acciones. Sin esto, nuestro testimonio de amor, también el comunitario en un monasterio, es pura fachada, un esfuerzo inútil o, peor todavía, un juicio fariseo del hermano que ha caído. Hay que preguntarle siempre a Jesús con seriedad y honestidad “¿Qué nos quieres decir con lo que ha pasado?”.

Debemos reconocernos hoy avergonzados, doloridos y arrepentidos porque la duda planea sobre nosotros, porqué quizás no hemos hecho el bien que queríamos sino el mal que no querríamos haber hecho, como dice san Pablo. Con una única voz esta comunidad hemos manifestado con claridad y rotundidad la apertura inmediata de la investigación previa prevista en estos casos por el Derecho Canónico y la total colaboración con las autoridades policiales y judiciales para aclarar los hechos y depurar las responsabilidades que se pudieran derivar. (Cf. Comunicado 26 de agosto de 2021). La verdad al final saldrá a la luz y es esto lo que nos interesa a todos, esto es lo verdaderamente importante. Hasta entonces todo serán sombras, dudas y especulaciones más o menos malintencionadas o bienintencionadas.

En palabras del Papa Francisco: «Mirando hacia el futuro nunca será poco todo lo que se haga para generar una cultura capaz de evitar que estas situaciones no solo no se repitan, sino que no encuentren espacios para ser encubiertas y perpetuarse. El dolor de las víctimas y sus familias es también nuestro dolor, por eso urge reafirmar una vez más nuestro compromiso para garantizar la protección de los menores y de los adultos en situación de vulnerabilidad.» (Carta del papa Francisco sobre los abusos sexuales a menores, agosto 2018).

Avergonzados, doloridos y arrepentidos por la sombra de la duda que planea sobre nosotros, por lo que hayamos podido hacer mal, por lo que haya podido parecer a otros que hayamos hecho mal, confiamos en primer lugar en la justicia y en último lugar y siempre en aquella Justicia, con mayúsculas, final y definitiva que nace de Dios.

 

domingo, 22 de agosto de 2021

CAPÍTULO 42 EL SILENCIO DESPUÉS DE COMPLETAS

 

CAPÍTULO 42

EL SILENCIO DESPUÉS DE COMPLETAS

En todo tiempo han de cultivar los monjes el silencio, pero muy especialmente a las horas de la noche. 2 En todo tiempo, sea o no de ayuno 3 -si se ha cenado, en cuanto se levanten de la mesa-, se reunirán todos sentados en un lugar en el que alguien lea las Colaciones, o las Vidas de los Padres, o cualquier otra cosa que edifique a los oyentes; 4 pero no el Heptateuco o los libros de los Reyes, porque a los espíritus débiles no les hará bien escuchar a esas horas estas Escrituras; léanse en otro momento. 5 Si es un día de ayuno, acabadas las vísperas, acudan todos, después de un breve intervalo, a la lectura de las Colaciones, como hemos dicho; 6 se leerán cuatro o cinco hojas, o lo que el tiempo permita, 7 para que durante esta lectura se reúnan todos, si es que alguien estaba antes ocupado en alguna tarea encomendada. 8 Cuando ya estén todos reunidos, celebren el oficio de completas, y ya nadie tendrá autorización para hablar nada con nadie. 9 Y si alguien es sorprendido quebrantando esta regla del silencio, será sometido a severo castigo, 10 a no ser que lo exija la obligación de atender a los huéspedes que se presenten o que el abad se lo mande a alguno por otra razón; 11 en este caso lo hará con toda gravedad y con la más delicada discreción.

Cuando san Benito en el Capítulo 49 de la Regla nos habla de la observancia de la Cuaresma afirma que la vida del monje debía de responder siempre a una observancia cuaresmal. En este capítulo se refiere a la observancia del silencio que debe ser lo habitual, pero sobre todo en las horas de la noche. Son momentos fuertes, privilegiados a la hora de vivir determinadas observancias.

El silencio es preciso cuidarlo, construirlo, protegerlo. En nuestra sociedad es un valor en peligro; hay además miedo al silencio, a encontrarnos solos, cuando podríamos decir que nunca estamos solos, pues el Señor siempre está con nosotros, presencia que podemos sentir sobre todo en el silencio.

Recordemos la historia de Elías, cuando Dios le dice: “Sal y permanece de pie ante mí en lo alto de la montaña que voy a pasar. Entonces se levanta un viento huracanado y violento que rajaba las montañas y trituraba las rocas, pero el Señor no estaba aquí. Después vino un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto. Después vio un fuego, pero el Señor no estaba en aquel fuego. Finalmente se levantó una brisa suave. Al sentirla, Elías se cubrió la cara con el manto, salió de la cueva y se quedó de pie a la entrada” (1Re 19, 12s)

San Benito nos pide un silencio mayor durante la noche y nos muestra como ir configurándolo, y en este proceso de desaceleración de nuestra actividad tiene un papel importante la lectura de Colación. No es un momento secundario de nuestra jornada, sino importante, durante el cual escuchamos un capítulo de la Regla, y las Colaciones o vidas de los Padres, que nos preparan para recogernos en el silencio.

En tiempos de san Benito ya había enemigos del silencio, enemigos externos como las conversaciones ociosas, contra las cuales en prevé con vehemencia, o también lecturas nada apropiadas a esta hora final del día. Hoy tenemos más dificultad de mantener le silencio nocturno: internet, Tno, móbils, radio….  Hábitos de nuestra sociedad que está presentes también en nuestra existencia. Vivir nuestra espiritualidad nos pide volver a cuidar con todo esmero de esta dimensión del silencio.

Hacemos silencio en cantar y alabar al Señor; hacemos silencio para escuchar la Palabra, para pedir al Señor el perdón de las faltas cometidas durante la jornada, y sobre después de recibir su Cuerpo y su Sangre. San Benito nos pide que al final de nuestra jornada para descansar, asimilando todo aquello que durante el día hemos recibido de Dios. Nos pide que al salir de Completas no digamos nada, estableciendo un castigo severo para quienes no lo cumplan.

San Benito, escribe Aquinata Bockmann ama el silencio, pues para él es el momento fuerte y os pide respetar la tranquilidad de los otros, y que todo junto experimenten los beneficios del silencio. Solo contempla dos excepciones: el bienestar o la necesidad de los huéspedes, y un encargo del Abad; cualquier otras cosa puede ser ociosa e innecesaria.

Un silencio, una tranquilidad que nace de los dos actos comunitarios finales del día: Colación y  Completas. Esta última lectura comunitaria es una incorporación que hace san Benito a los usos monásticos, una formación permanente “avant la lettre”  con contenidos bien precisos: Las Conferencias de Casiano y las Vidas de los Padres.

Una lectura que parece nos convida a repetir, a meditar; una lectura que nos prepara para las Completas, que nos invita y que es previa al silencio, como si después de haber escuchado no hubieras ya lugar para nuestra conversación, como si todo estuviera dicho.

Recordemos que nuestra jornada diaria recuerda el transcurso de nuestra propia vida y a la vez la historia de la creación. Una mañana, un mediodía, una tarde, una noche, la vida que nace se desenvuelve y muere, y a la hora de la muerte este silencio que nos propone san Benito como anuncio del silencio del sepulcro, n lo podemos afrontar con las manos vacías, además de todo lo que hemos orado durante el día, del esfuerzo de nuestro trabajo… necesitamos escucha la voz de los Padres y pedir humildemente al Señor por las nuestras faltas, de la misma manera que debe ser al final de la nuestra vida, si nos concede de llegar a esa hora con clara consciencia a las puertas de volver a abrir nuestros labios para proclamar la alabanza del  Señor en virtud de nuestra fe en la resurrección

San Benito es muy consciente de la finalidad de todo ello.  No establece nada pesado, ni superfluo ni banal. Todo está orientado a centrarnos en Cristo a no anteponerle nada, pues solamente Él después del silencio nocturno, después del silencio del a muerte nos puede llevar a todos al nuevo día, a la vida eterna. Insiste una y otra vez en la importancia de la edificación espiritual y nos convida así a acabar la jornada con las lecturas pertinentes y después a preservar el silencio de la noche. Un silencio que es frágil que debemos proteger cuidadosamente y con amor. Si lo mantenemos, cuando al amanecer volvemos a alabar al Señor experimentaremos verdaderamente el gozo de abrir los labios cerrados.

domingo, 15 de agosto de 2021

CAPÍTULO 35 LOS SEMANEROS DE COCINA

 

CAPÍTULO 35

LOS SEMANEROS DE COCINA

Los hermanos han de servirse mutuamente, y nadie quedará dispensado del servicio de la cocina, a no ser por causa de enfermedad o por otra ocupación de mayor interés, 2 porque con ello se consigue una mayor recompensa y caridad. 3Mas a los débiles se les facilitará ayuda personal, para que no lo hagan con tristeza; 4 y todos tendrán esta ayuda según las proporciones de la comunidad y las circunstancias del monasterio. 5 Si la comunidad es numerosa, el mayordomo quedará dispensado del servicio de cocina, y también, como hemos dicho, los que estén ocupados en servicios de mayor interés; 6 todos los demás sírvanse mutuamente en la caridad. 7 El que va a terminar su turno de semana hará la limpieza el sábado. 8 Se lavarán los paños con los que se secan los hermanos las manos y los pies. 9 Lavarán también los pies de todos, no sólo el que termina su turno, sino también el que lo comienza. 10 Devolverá al mayordomo, limpios y en buen estado, los enseres que ha usado. 11 El mayordomo, a su vez, los entregará al que entra en el turno, para que sepa lo que entrega y lo que recibe. 12Cuando no haya más que una única comida, los semaneros tomarán antes, además de su ración normal, algo de pan y vino, 13 para que durante la comida sirvan a sus hermanos sin murmurar ni extenuarse demasiado. 14 Pero en los días que no se ayuna esperen hasta el final de la comida. 15 Los semaneros que terminan y comienzan la semana, el domingo, en el oratorio, inmediatamente después del oficio de laudes, se inclinarán ante todos pidiendo que oren por ellos. 16Y el que termina la semana diga este verso: «Bendito seas, Señor Dios, porque me has ayudado y consolado». 17 Lo dirá por tres veces y después recibirá la bendición. Después seguirá el que comienza la semana con este verso: «Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme». 18 Lo repiten también todos tres veces, y, después de recibir la bendición, comienza su servicio.

San Benito define el monasterio como una Escuela del Servicio Divino; Cristo, nuestro maestro vino a servir, no a ser servido, para darnos un ejemplo. Servía predicando, curando enfermos, arrojando demonios, servía orando, lavando los pies a sus discípulos, hasta el servicio extremo de dar la vida en la cruz. De aquí la importancia del servicio en la vida de la Iglesia, y en toda vida religiosa.

Parece que san Benito da por supuesto nuestras reservas en el servicio, y que podemos practicar lo que en lenguaje coloquial llamamos “escaqueo” (dispersión de una unidad militar de manera irregular, según Diccionario de la Real Academia) que viene a ser un eludir una tarea u obligación común que tenemos asignada por pesada u otros motivos.

Una tarea puede ser pesada, y el mismo san Benito lo tiene en cuenta estableciendo una rotación semanal, determinando que los más débiles sean ayudados, y que nadie sea dispensado si no es por enfermedad o por una ocupación importante, de manera que las tareas recaigan siempre en los mismos; también tiene la sugerencia de tomar un poco de vino y agua antes de su servicio de lector….

Pero san Benito va más lejos, mostrándonos que la caridad es la que ha de motivar y guiar nuestro servicio, porque nuestro modelo es Cristo y Dios es caridad, que hace todo por amor.

En los dos capítulos anteriores san Benito habla de la propiedad y de tener lo necesario; de la misma manera que en R 33, 4 nos dice: “como a unos hombres a quien no le es lícito hacer lo que quieren, ni con su cuerpo ni con su voluntad”, ahora lo concreta en el servicio a los hermanos.

Hace unos meses televisión grabó en nuestro monasterio un programa que recogía la actividad de algunos hermanos, y uno de ellos con un servicio de comunidad básico, respondía que no se le hacía pesado, pues lo hacía como un servicio a la comunidad, con todo el amor y caridad. Esta debería ser la constante en nuestra vida monástica. Y eso que hay servicios, como los de cocina, que no suelen ser reconocidos, son ingratos, e incluso, lamentablemente menospreciados, porque este plato no es de mi gusto, o demasiado salado …

Incluso nos podemos servir de los demás para nuestros propósitos o ambiciones personales. Lo cual nos debería llevar a reflexionar sobre el nivel de nuestra humildad, no sea que nos perdamos aquella gran recompensa y caridad de la que nos habla san Benito.

Pero también sirviendo podemos correr el riesgo de enorgullecernos, y entonces falla igualmente la caridad. En una comunidad no hay monjes imprescindibles y a la vez todos somos imprescindibles; hay monjes con un servicio más público, otros con un servicio más humilde, tranquilo, silencioso, de pequeñas cosas pero que sumadas son importantes para la comunidad, y de lo que solo nos hacemos conscientes cuando falta el servicio.

Es importante servir, pero más hacerlo sin murmuración, por amor a Cristo y a los hermanos. El Papa Francisco decía en su homilía de inicio del pontificado:

“No olvidemos nunca que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, ha de entrar cada vez más en este servicio que tiene su cima luminosa en la cruz; he de poner su mirada en el servicio humilde, concreto, rico de fe de san José, y como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños; aquello que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cfr Mt 25,31-46) Solo el que sirve con amor sabe custodiar” (19 Marzo 2013)

Recordando aquella definición del Papa como “servidor de los servidores de Dios”, hacerla nuestra en el servicio de nuestra vida, sin vanagloria, un servicio humilde y sincero, universal, no solo a nuestros amigos, sino a todos, universal, sin distinción alguna, para lo cual necesitamos la ayuda del Señor, esa ayuda que san Benito nos dice que debemos pedir al iniciar nuestra tarea, o agradecer al dejarla.

En la solemnidad de la Asunción de Santa María a los cielos en cuerpo y alma podemos decir con el Papa Francisco: “Encomendémonos a María, Virgen de la escucha y la contemplación, la primera discípula de su Hijo amado. A ella, hija predilecta del Padre y revestida de todos los dones de la gracia, nos dirigimos como a modelo incomparable de seguimiento en el amor a Dios y en servicio al prójimo” (Carta a los Consagrados, 2014)

domingo, 8 de agosto de 2021

CAPÍTULO 28 DE LOS QUE CORREGIDOS MUCHAS VECES NO QUIEREN ENMENDARSE

 

CAPÍTULO 28

DE LOS QUE CORREGIDOS MUCHAS VECES NO QUIEREN ENMENDARSE

Si un hermano ha sido corregido frecuentemente por cualquier culpa, e incluso excomulgado, y no se enmienda, se le aplicará un castigo más duro, es decir, se le someterá al castigo de los azotes. 2Y si, ni aún así, se corrigiere, o si quizá, lo que Dios no permita, hinchado de soberbia, pretendiere llegar a justificar su conducta, en ese caso el abad tendrá que obrar como todo médico sabio. 3 Si después de haber recurrido a las cataplasmas y ungüentos de las exhortaciones, a los medicamentos de las Escrituras divinas y, por último, al cauterio de la excomunión y a los golpes de los azotes, 4 aun así ve que no consigue nada con sus desvelos, recurra también a lo que es más eficaz: su oración personal por él junto con la de todos los hermanos, 5 para que el Señor, que todo lo puede, le dé la salud al hermano enfermo. 6 Pero, si ni entonces sanase, tome ya el abad el cuchillo de la amputación, como dice el Apóstol: «Echad de vuestro grupo al malvado». 7Y en otro lugar: «Si el infiel quiere separarse, que se separe», 8 no sea que una oveja enferma contamine a todo el rebaño.

Son los últimos capítulos del Código penal de la Regla, y san Benito nos habla de los diversos tipos de faltas, de cómo enmendarse, de cómo tratar al hermano excomulgado, tanto el abad como la comunidad.

A menudo pecamos, somos corregidos; en este tema no debemos tener reparo de utilizar este término de pecado. Todos tenemos experiencia, por activa y por pasiva, todos somos corregidos, aunque no nos guste. Detrás de una falta, y, sobre todo, detrás del orgullo que nos puede llevar a defender nuestra conducta equivocada, no hay sino una causa: el alejamiento de Dios. Cuando faltamos nos anteponemos nosotros al Cristo, que es lo contrario de lo que nos dice san Benito, en una frase clave de nuestra vida de monjes. Se impone nuestro orgullo, nuestra voluntad, y, a la vez, dejamos ver en el otro la imagen de Cristo de un modo negativo.

En este capítulo, escribe Aquinata Bockmann, nuestra capacidad de pecar llega a un punto de desesperación, habiendo utilizado todos los medios, incluida la plegaria. Llegado aquí, si hay un encerrarse en la propia posición, san Benito apunta como solución la extirpación del miembro viciado, para que no se contagie todo el rebaño.

Este capítulo nos muestra la debilidad humana, tanto a nivel individual como a nivel comunitario, pues cuando un hermano se muestra contumaz, y llega a un extremo, fracasa el hermano, pero fracasa también el abad y la comunidad. No es fácil controlar nuestro pensamiento e inclinarse a pensar mal, sembrando la semilla de la falta.

Dos ejemplos que nos suceden con frecuencia:

Un hermano que presta diferentes servicios deja de prestarlos en uno u otro grado; no somos capaces de preguntarle a él, o al superior, si le sucede algo. Damos por supuesto que se ha vuelto vago, o rechaza a la comunidad, cuando de hecho está enfermo y no puede atender bien a lo que estaba haciendo.

Somos lectores en el refectorio, y el libro elegido para leer desaparece momentáneamente, y pensamos que a alguno no le agradaba la lectura y lo ha secuestrado, cuando lo sucedido realmente es que alguien deseaba consultar algún punto del mismo.

Pequeñas cosas, pensamientos, que pueden ser positivos y las pensamos en negativo, nos crean un estado de ansiedad que nos lleva a defender nuestra conducta de adversarios imaginarios. La causa está en que confiamos más en nuestras fuerzas, en nuestra voluntad, que en la gracia de Dios. Y esto, en definitiva, nos lleva a desesperar, aún siendo conscientes de que ésta es inmensa, como contemplamos en la lectura del pecado del rey David.

El Señor siempre está abierto al perdón, pero es preciso que nosotros nos reconozcamos pecadores, y renunciemos a llegar a la situación límite que nos describe san Benito.

Escribe el Papa Benedicto XVI:

Dios, pues, no es un soberano inexorable que condena al culpable, sino un padre amoroso a quien debemos estimar por su bondad siempre dispuesta al perdón. Por esto san Ambrosio exhortaba: Que nadie pierda la confianza, que nadie desespere de las divinas recompensas, aunque remuerdan los pecados antiguos. Dios sabe cambiar de opinión si tú sabes obviar la culpa” (19 Octubre,2005) Confiados, pero a la vez, arrepentidos porque el “perdón no es una negación del mal, sino una participación en el amor salvador y transformador de Dios que reconcilia y cura (27 Abril 2012)

La conversión siempre es posible; es preciso desearla de todo corazón. Como escribe san Elredo:

¿Puede haber milagro más grande que la transformación admirable de nuestro ser, por la cual, en un momento, el hombre impuro deviene puro, de soberbio humilde, de irascible paciente, de impío santo? Pero no se atribuya este milagro al predicador elocuente ni a nadie que a los ojos de la gente lleva una vida admirable, sino que la alabanza debe recaer más bien en Aquel que sopla donde quiere, cuando quiere e inspira el bien que quiere” (Sermón sobre el rapto de Elías)

Nuestra sociedad nos empuja, vivimos en un mundo desconfiado que rechaza la diversidad y acaba por convertirse en un enemigo a batir. Venir a ser malvado o infiel, según la Escritura, citada por san Benito, no es tan difícil si nos empeñamos en un orgullo que nos lleva a defender nuestra conducta y rechazar los remedios como si fueran armas de destrucción masiva creadas para nosotros, cuando de hecho, el arma más mortífera para nuestra vocación es el orgullo y la autosuficiencia. San Benito es muy realista y sabe que un pecador endurecido puede contaminar y llegar a poner en peligro toda una comunidad.

Como escribe también san Elredo: “Considerad vuestra vocación, y también los frutos de ésta. Poned atención, como fuisteis llamados por Cristo; para qué fuisteis llamados, cuál es la realidad de vuestra vocación. Llamados por Cristo, a compartir los sufrimientos de Cristo con la finalidad expresa de reinar eternamente con Él”  (Sermón sobre el rapto de Elías)