domingo, 22 de septiembre de 2019

CAPÍTULO 71 LA OBEDIENCIA MUTUA


CAPÍTULO 71
LA OBEDIENCIA   MUTUA

El bien de la obediencia no sólo han de prestarlo todos a la persona del abad, porque también han de obedecerse los hermanos unos a otros, 2 seguros de que por este camino de la obediencia llegarán a Dios. 3 Tienen preferencia los mandatos del abad o de los prepósitos por él constituidos, mandatos a los cuales no permitimos que se antepongan otras órdenes particulares; 4 por lo demás, obedezcan todos los inferiores a los mayores con toda caridad y empeño. 5 Si alguno es un porfiador, sea castigado. 6 Cuando un hermano es reprendido de la manera que sea por el abad o por cualquiera de sus mayores por una razón cualquiera, aun mínima, 7 o advierte que el ánimo de alguno de ellos está ligeramente irritado contra él o desazonado aunque sea levemente, 8 al instante y sin demora irá a postrarse a sus pies y permanecerá echado en tierra ante él dándole satisfacción, hasta que con una palabra de bendición le demuestre que a se ha pasado su enojo. 9 Y, si alguien se niega a hacerlo, será sometido a un castigo corporal; si se muestra contumaz, será expulsado del monasterio. 

En la última parte de la Regla, san Benito nos da unas recomendaciones finales como recapitulación. Nos habla de que si nos piden algo imposible de hacer, no debemos renunciar a realizarlo; también que no debemos defender ni menos agredir a un hermano de comunidad, para hablar finalmente de la obediencia y del buen celo. Este capítulo resume toda la Regla en doce versos.
La obediencia está presente en toda la Regla: al abad, a los decanos, a Cristo. A Cristo creemos todos que le obedecemos puntualmente, pero no es fácil interpretar qué nos quiere decir, y podemos estar tentados de entender como voluntad suya lo que nos agrada, y estar convencidos de que hacemos su voluntad cuando estamos haciendo la nuestra. Pero tampoco esta exento de dificultad interpretar lo que nos dicen los otros como voluntad de Dios, pues la mayor parte de las veces creemos ver una voluntad particular, o un capricho.

Destacamos que san Benito nos habla de obedecernos unos a otro, poniendo al abad, al prior, a los ancianos en un lugar destacado de nuestra obediencia, sabiendo que la obediencia, en definitiva, es el camino que lleva a Dios, no a satisfacer los caprichos de otros o a ganarnos su voluntad o afecto de una manera particular, o extraviada.

San Benito nos ha hablado en los capítulos anteriores que ninguno se tome la libertad de tomar partido por alguien o en contra de un hermano de manera arbitraria; no se trata de seguir un caudillo humano. Para él la obediencia es un bien y como tal nos lleva a Dios; no es un objetivo en si misma sino un medio. Porque la manera como podemos escuchar a Dios pasa por escuchar a los hermanos, y a la vez ser conscientes de que cuando expresamos nuestra propia voluntad, ésta no debe diferir de lo que creemos es voluntad de Dios. La vida comunitaria no es fácil, y a menudo corremos el peligro de caer en la tentación de rechazo: se comienza con molestias como pasan las paginas en el coro y acaba por molestarnos hasta su respiración, creyéndonos mártires al tener que soportarlo, sin tener en cuenta nuestras propias debilidades, y perdiendo la imagen de Cristo en el hermano, que es algo grave. No es ésta la indignación de la que habla san Benito, sino de otra justificada, legítima; pues lo que no pueden pretender es tener los aduladores y no hermanos de comunidad. Si caemos en esta trampa, hoy nos molestará un hermano, mañana será otro…, porque, al fin y al cabo, lo que sucede es que no estamos bien espiritualmente, y nuestra relación con Dios no es correcta.

Este capítulo es reversible también. Intentamos descubrir la voluntad de Dios a través de los otros, y a la vez nos debemos sentir también como transmisores de la voluntad divina, y por tanto evitar que salga de nosotros, exclusivamente, nuestra voluntad, o nuestro capricho. A menudo decimos “hay que hacer tal cosa”, cuando sería más adecuado decir “yo creo, o es mi opinión que habría que hacer esto”, y no caer en el dicho castellano: “Dijolo Blas, punto redondo”.

 La obediencia no tiene hoy buena prensa, pues ha habido toda una tradición de abuso de ella, asociado a una obediencia ciega, frustrante, aniquiladora. Ciertamente, los regímenes autoritarios de uno u otro signo, que el mundo ha vivido a lo largo del siglo XX nos han transmitido este término bajo la idea o el concepto de una obediencia en nombre de la cual se han cometido verdaderos excesos, auténticos atentados contra la humanidad, ante los cuales los ejecutores directos podían esgrimir el argumento de la obediencia debida a sus autores intelectuales. No nos habla san Benito de esta obediencia, sino de una obediencia responsable y liberadora de nuestra voluntad, porque la obediencia para san Benito es siempre una obediencia a Dios, ejercida por personas movidas por el temor de Dios que no quiere decir miedo, sino todo lo contrario, una obediencia autónoma e independiente, en definitiva, libre.

El objetivo, de san Benito nos puede parecer imposible: permanecer en lo que somos y venir a ser otros como imágenes de Dios. No se trata de una limpieza del cerebro – una comida de coco - por parte de otro hermano, ni imponerse para obtener la propia satisfacción, sino que más bien se trata de alejarse del egoísmo, del orgullo, la autosuficiencia para insertarnos en una comunidad que busca a Dios. La obediencia orientada a Dios nos libera, si se somete al capricho humano mata toda esperanza de alcanzar a Dios.

La obediencia mutua si se lee este texto de una manera superficial, se tiene la impresión que es un ejercicio de poder y de autoridad por parte del anciano, que en definitiva solo busca un gesto de humillación por parte de los más jóvenes, que viene a ser una especie de veteranía malsana. En realidad, nos habla de la relación mutua cuando detectamos o provocamos en el ánimo del otro irritación o disgusto, ira o indignación, haya una actitud respetuosa y reparadora, siempre que sea un disgusto legítimo y no arbitrario. En realidad, en el fondo, esto es la conversión, pues llegamos al monasterio para convertirnos, para dejarnos transformar gradualmente a imagen de Cristo, para descubrir su voluntad y adecuar la nuestra. No para conformar toda la comunidad a nuestra voluntad, ni para recordar agravios pasados. Nos reunimos en comunidad llamados por Cristo, intentamos buscarlos todos juntos, día tras día, año tras año, lo cual nos exige entre nosotros respeto y paciencia. Este respeto no se limita a las buenas maneras, aunque son muy importantes. Implica buscar la voluntad de Cristo a través de los signos que tenemos más cerca de nosotros.

San Benito no nos pide que nos miremos a nosotros mismos, que nos pongamos de modelo, sino intentar acomodar nuestra voluntad a la de Cristo. Escribe san Bernardo que algunos en lugar de seguir a Cristo, huyen de él. Otros para seguirlo pretenden ir ellos por delante marcando el camino, otros le siguen, pero no lo alcanzan jamás, y por último otros lo siguen y le encuentran.

Nuestro progreso consistirá en no imaginarnos nunca que hemos llegado a la meta. Contemplar siempre al que tenemos delante, a Cristo, tratando de superarnos de manera permanente y poniendo nuestra imperfección bajo la mirada misericordiosa de Dios.

domingo, 15 de septiembre de 2019

CAPÍTULO 64 LA INSTITUCIÓN DEL ABAD


CAPÍTULO 64
LA INSTITUCIÓN DEL ABAD

 En la ordenación del abad siempre ha de seguirse como norma que sea instituido aquel a quien toda la comunidad unánimemente elija inspirada por el temor de Dios, o bien una parte de la comunidad, aunque pequeña, pero con un criterio más recto. 2 La elección se hará teniendo en cuenta los méritos de vida y la prudencia de doctrina del que ha de ser instituido, aunque sea el último por su precedencia en el orden de la comunidad. 3 Pero, aun siendo toda la comunidad unánime en elegir a una persona cómplice de sus desórdenes, Dios no lo permita, 4 cuando esos desórdenes lleguen de alguna manera a conocimiento del obispo a cuya diócesis pertenece el monasterio, o de los abades, o de los cristianos del contorno, 5 impidan que prevalezca la conspiración de los mal intencionados e instituyan en la casa de Dios un administrador digno, 6 seguros de que recibirán por ello una buena recompensa, si es que lo hacen desinteresadamente y por celo de Dios; así como, al contrario, cometerían un pecado si son negligentes en hacerlo. 7 El abad que ha sido instituido como tal ha de pensar siempre en la carga que sobre sí le han puesto y a quién ha de rendir cuentas de su administración; 8 y sepa que más le corresponde servir que presidir. 9 Es menester, por tanto, que conozca perfectamente la ley divina, para que sepa y tenga dónde sacar cosas nuevas y viejas; que sea desinteresado, sobrio, misericordioso, 10 y «haga prevalecer siempre la misericordia sobre el rigor de la justicia», para que a él le traten la misma manera. 11 Aborrezca los vicios, pero ame a los hermanos. 12 Incluso, cuando tenga que corregir algo, proceda con prudencia y no sea extremoso en nada, no sea que, por querer raer demasiado la herrumbre, rompa la vasija. 13 No pierda nunca de vista su propia fragilidad y recuerde que no debe quebrar la caña hendida. 14 Con esto no queremos decir que deje crecer los vicios, sino que los extirpe con prudencia y amor, para que vea lo más conveniente para cada uno, como ya hemos dicho. 15 Y procure ser más amado que temido. 16 No sea agitado ni inquieto, no sea inmoderado ni tercer no sea envidioso ni suspicaz, porque nunca estará en paz. 17 Sea previsor y circunspecto en las órdenes que deba dar, y, tanto cuando se relacione con las cosas divinas como con los asuntos seculares, tome sus decisiones con discernimiento y moderación, 18 pensando en la discreción de Jacob cuando decía: «Si fatigo a mis rebaños sacándoles de su paso, morirán en un día». 19 Recogiendo, pues, estos testimonios y otros que nos recomiendan la discreción, madre de las virtudes, ponga moderación en todo, de manera que los fuertes deseen aun más y los débiles no se desanimen. 20 Y por encima de todo ha de observar esta regla en todos sus puntos, 21 para que, después de haber llevado bien su administración, pueda escuchar al Señor lo mismo que el siervo fiel por haber suministrado a sus horas el trigo para sus compañeros de servicio: 22 «Os aseguro que le confiará la administración de todos sus bienes».

El capítulo 64 es el segundo de los que san Benito dedica al Abad, junto al capítulo 2, teniendo presente que esta figura es omnipresente a lo largo de toda la Regla. Este capítulo tiene dos partes: una primera dedicada a la elección del abad, y la segunda, refiere lo qué pensar, tener presente como pautas de actuación. El título corresponde a la primera parte, pero aprovecha para reflexionar de nuevo sobre la tarea del abad y aportar sus acertados consejos.

En la Regla del Maestro la elección estaba en manos del abad anterior. San Benito da un paso más en la democratización de la institución. San Gregorio de Nisa había advertido de los peligros que una metodología como la de la Regla del Maestro, haciendo referencia explícita a lo que podía suponer buscar la gloria humana, agradar a los demás antes que agradar a Dios. Seguramente es una de las razones, pero no la única que mueve a san Benito a buscar otro sistema de proveer el cargo de abad y donde el papel de la comunidad sea determinante, incluso por encima del obispo. No obstante, pone unos límites, no tanto para la elección sino para impedir que la elección no sea limpia y pueda provocar el desorden dentro de la comunidad, lo cual motivaría la intervención del obispo o de los abades, o incluso, dice textualmente, de los cristianos vecinos, de manera que se restablezca la fidelidad a la Regla.

San Benito cree en una vocación madura, libre y decidida, pero sabe también el riesgo de caer en la tentación del desencanto y la comodidad. Como dice san Agustín: “no tengáis por algo grande ser escuchados en vuestra voluntad, considerad grande, verdaderamente grande, ser escuchados en aquello que es de provecho. (Sermón 354,7)

Queda claro para san Benito que el abad, como toda la comunidad, tiene como misión fundamental el mantenimiento del espíritu en el seguimiento de la Regla, y si esto no se produce, “Dios no lo quiera”, es preciso recuperar esa fidelidad a la Regla. Habla de la conspiración de los malos y establece un sistema de institución, pero también de control. Primero una elección por parte de la comunidad, o por una parte de ésta con méritos de vida y sabiduría de doctrina, lo cual no queda muy claro en cuanto a la evaluación de los méritos y la sabiduría, y por otra parte un control episcopal siempre guiado por una intención pura y por el celo de Dios. Este control, en el caso de nuestra Orden, es uno de los ejes de la Carta Caritatis.

Dom Guillermo abad de Mont des Cats habla en su comentario del difícil equilibrio entre nuevos proyectos comunitarios y el mantenimiento de la paz, con el riesgo de caer en un cierto victimismo, y desilusión. Sería la misma trayectoria que el abad Cassiá comenta cuando habla del buen celo con respecto a todo monje, y que puede afectar a la responsabilidad de un cargo dentro de la comunidad: una fase eufórica, otra de desencanto y una tercera, necesaria, de equilibrio, a la que no todos llegan. Para ayudar a este equilibrio, san Benito enumera un conjunto de condiciones o de consejos que se pueden resumir en no perder nunca de vista la propia debilidad y en mantener la paz interior, o dicho de otra forma, no abandonarse espiritualmente. De este objetivo se derivan unos consejos concretos: más servir que mandar, desinteresadamente, sobriedad, misericordia, detestar los vicios, previsor. Y simultáneamente, huir de la turbulencia, de la preocupación, exageración, obstinación, celotipias, suspicacias… A Cristo nos acercamos cada uno según nuestra manera de ser, nuestro ritmo… Es importante, ni provocar la angustia ni cargar en exceso, así como el no dejar crecer los vicios. En suma, que lograr ese equilibrio no es nada fácil.

San Benito no lo pone fácil, marcando un perfil difícil de alcanzar a partir de nuestras debilidades físicas o morales, pero sale con el consejo final, fundamental, de mantener, sobre todo, los puntos de la Regla. Tenemos en la Regla, la hoja de ruta para nuestra vida, lo cual no quiere decir que somos capaces de cumplirla en su totalidad o en parte, pero esto no significa que no sabemos lo que tenemos que hacer, y cual debe ser nuestro comportamiento, y nuestro objetivo primero de buscar todos juntos a Cristo, para que a todos nos lleve a la vida eterna. Sabemos que la Regla no es un fin en sí misma, que es un comienzo de vida monástica, una honestidad de costumbres, y su sentido es encaminarnos a unos horizontes infinitos de doctrina y de virtud, y quien la practique logrará con la ayuda de Dios, la patria celestial, hacia la cual estamos en camino.

Por esta razón fundamental no debemos perder nunca el objetivo de nuestra vida: ir hacia Cristo, y es por esto que pide al abad que se apoye en la ley divina, de la cual la Regla viene a ser un manual de acciones concretas. Evangelio y Regla son los dos textos fundamentales que han de guiar nuestra vida hacia Cristo.






domingo, 8 de septiembre de 2019

CAPÍTULO 57 LOS ARTESANOS DEL MONASTERIO


CAPÍTULO 57
LOS ARTESANOS DEL MONASTERIO

Si hay artesanos en el monasterio, que trabajen en su oficio con toda humildad, si el abad se lo permite. 2 Pero el que se envanezca de su habilidad por creer que aporta alguna utilidad al monasterio, 3 sea privado del ejercicio de su trabajo y no vuelva a realizarlo, a no ser que, después de haberse humillado, se lo ordene el abad. 4 Si hay que vender las obras de estos artesanos, procuren no cometer fraude aquellos que hayan de hacer la venta. 5 Recuerden siempre a Ananías y Safira, no vaya a suceder que la muerte que aquellos padecieron en sus cuerpos, 6 la sufran en sus almas ellos y todos los que cometieren algún fraude con los bienes del monasterio. 7 Al fijar los precios no se infiltre el vicio de la avaricia, 8 antes véndase siempre un poco más barato que lo que puedan hacerlo los seglares, 9 «para que en todo sea Dios glorificado».

Los comentaristas no se ponen de acuerdo en qué quiere decir exactamente san Benito cuando habla de artesanos en este capítulo. Se podría referir a monjes con habilidades manuales que realizan tareas para la comunidad, o bien monjes artistas cuyas obras están al servicio del monasterio, como la pintura, la escultura… Fuese lo que fuese el sentido exacto, san Benito trae a colación algunas ideas fundamentales que sirven para cualquier tarea comunitaria. El primer lugar poner los talentos al servicio de todos, con una perspectiva distinta de la sociedad, ya que no se trata de escalar socialmente o buscar un reconocimiento externo, sino que en todas las cosas Dios sea glorificado y no nosotros. La otra idea que subraya es ejercerlo con humildad y hacerlo con permiso del abad.

Las comunidades están formadas por gente muy diversa y habilidades diversas también, incluso con concepciones monásticas diferentes. Las comunidades no un grupo de amigos que se han reunido para vivir juntos, que también sería legítimo. Es Dios quien nos ha elegido a todos para buscarlo a él en la vida de comunidad y en el espacio del monasterio. Esto puede suponer en la práctica duplicidad de habilidades o falta de otras, pues no entramos en el monasterio por nuestro curriculum académico o laboral, sino llamados para vivir nuestra vocación. 

San Benito sabe bien que los rasgos característicos de la naturaleza humana no están ausentes del monje, que es preciso trabajar para superar nuestras debilidades físicas o morales. Y de aquí pueden surgir los peligros de la vanidad, de la avaricia, contra los que san Benito nos alerta en este capítulo de manera concreta. Tenemos la suerte de tener en la comunidad miembros con diversas habilidades. Quizás lo más evidente es el taller de encuadernación que tiene un nivel de cualidad importante, con un buen material para hacer bien este servicio. O el taller de cerámica que también ha logrado unos buenos resultados. También hay otras actividades, por ejemplo, la lavandería con una cierta proyección externa. O tener diversos monjes capaces de atender la cocina, o hacer reparaciones… que es un buen ahorro de tiempo y de dinero.

Ciertamente, siempre podemos pensar en hacer otra cosa, pero es preciso optimizar los recursos, es decir, aprovechar al máximo lo ya comenzado y los recursos humanos. Hace unos años la comunidad estaba más centrada en la imprenta, el huerto o la granja. Por diversas circunstancias son actividades que se han abandonado, o que restan como testimoniales, o simple consumo interno, que también es importante.

Competir en un sistema económico complejo como es el actual no siempre es fácil. Es preciso realizar inversiones para ser competitivos. También debemos tener presente que la comunidad es ahora diversa, con unas limitaciones y unos talentos concretos. El P. Abad Mauro vio la necesidad de abandonar los cultivos y buscar otros caminos en el trabajo de los monjes. De lo que se trata es de potenciar al máximo lo talleres o faenas que tenemos o emprender otra actividad concreta, pero esto supone valorar previamente todas las circunstancias, de las cuales la económica no es la menor en importancia.

Como filosofía general, san Benito nos dice hoy que debemos hacer el trabajo lo mejor que podamos, no dejar lugar a la vanidad ni sucumbir al pecado de la avaricia o del fraude. No se trata de hacer muchas cosas sino del trabajo bien hecho, de trabajar sin prisas sin agobios, pero con gusto, a la altura de nuestras posibilidades personales y de los tiempos. 

En nuestra vida toda viene a confluir en la búsqueda de Dios, tanto en la plegaria como con el trabajo: Dios es el centro de todo. Como decía santa Teresa “entre pucheros anda Dios”, como detrás de un ordenador para llevar la contabilidad, la biblioteca, la máquina de lavar, el tractor…. En todas las situaciones. Los dineros forman parte de la vida de los monjes, como en la vida de todos los hombres, por esto la actividad económica forma parte de la vida monástica, pero para vivir como monjes y no estar sujetos a otros parámetros. 

Vivir aquí y ahora con unas características muy concretas: estamos en una casa que no es nuestra y que para habitarla hemos de cumplir unas condiciones determinadas, como, por ejemplo, la visita turística, que en otras situaciones quizás no elegiríamos, pero que podemos aprovecharlas para llevar a cabo nuestra vida de la mejor manera posible, es decir, hacer presente a Dios en nuestro mundo con el testimonio de nuestra vida.

Para alcanzar nuestro objetivo san Benito nos invita a trabajar bien, a aportar beneficios al monasterio, pero haciéndolo con humildad, sin dar lugar a la vanidad y la avaricia. Aunque no deja de ser un programa no solo para monjes sino para todo cristiano