domingo, 31 de mayo de 2020

CAPÍTULO 51 LOS HERMANOS QUE NO SALEN MUY LEJOS


CAPÍTULO 51
LOS HERMANOS QUE NO SALEN MUY LEJOS

El hermano que sale enviado para un encargo cualquiera y espera regresar el mismo día al monasterio, que no se atreva a comer fuera, aunque le inviten con toda insistencia, 2 a no ser que su abad se lo haya ordenado. 3 Y, si hiciere lo contrario, sea excomulgado. 

Cuando salimos del monasterio podemos ir más o menos lejos. San Benito nos pide que no perdamos la moderación que debe regir toda nuestra vida. Quizás las salidas para un encargo hoy, no implican una ausencia larga. En otros tiempos un viaje a Tarragona podía ocupar todo el día, pues no había los coches de hoy, ni los conductores, y los medios públicos eran también limitados. Hoy, al contrario, podemos salir y no hay necesidad de hacer la noche fuera. Pero la idea es la de mantener la moderación. San Benito no considera una falta leve comer fuera sin permiso, ya que pide que quien obra así sea excomunicado.

En esto de comer fuera nos encontramos con una doble vertiente. Por un lado, el monje podía apetecer comer algo diferente; por otro lado, las familias o amigos que los acogían se esmeraban por hacer algo especial, pensando que no siempre podían gozar de ello. Quizás no sea un escándalo, pero a veces da la sensación que se vive a desgana la vocación, y que en su vida diaria tiene necesidad de tener de vez en cuando alguna compensación.

En épocas pasadas sucedía que para un encargo se pasaba dos días fuera y se aprovechaba para visitar alguna casa e incluso pedir algún plato concreto. También los jueves, en tiempos más actuales, con motivo del paseo semanal no faltaba quien tenía la costumbre de ir a alguna casa para merendar. Hoy, como la misma vida de la gente ha cambiado, ya no es tan habitual, pues la gente trabaja, no está para acoger visitantes y también nuestras salidas son más rápidas y puntuales. Es, pues un fenómeno bastante limitado.

Pero para mucha gente fuera del monasterio les cuesta entender que nos privemos de ciertas cosas, que no las deseemos, y por ello a veces nos quieren hacer algún obsequio, dándonos tal o cual cosa. Hay aquí un desconocimiento de lo que es la vida consagrada en general. No nos privamos de las cosas a la fuerza, sino que lo hacemos de buen grado. Por otro lado, ahora más que antes, algunos monjes ya han gozado de ciertas comodidades en la vida, y son conscientes de que al venir al monasterio renuncian no solo a la comida fuera de casa por placer, sino a una determinada vida social y afectiva, a una independencia económica o cosas similares.

El origen quizás está en una mala concepción de la idea de libertad personal. Podemos decir que somos libres, que Dios nos ha creado libres, por tanto, puedo levantarme cuando quiero, puedo vivir la jornada como me parezca mejor… entonces no estamos en el camino de conformar nuestra voluntad a la de Dios, que es quien hemos venido a servir. Ciertamente, la vida comunitaria no es fácil, como tampoco lo es una vida familiar o laboral. Hemos de esforzarnos por abandonar nuestras tendencias individualistas, que nos empujan fuera de nuestra verdadera senda espiritual. No hemos sido llamados por Dios para hacer santos a nuestros hermanos mediante el “martirio”, sino para superar nuestras propias debilidades y alcanzar así la salvación de nuestra alma y la del conjunto de la comunidad. A esto todos estamos llamados.

El P. Lorenzo Montecalvo, un sacerdote napolitano ha publicado un interesante estudio titulado “¿Comunidad o comodidad?” A lo largo del mismo apunta a la hipocresía, la agresividad, la envidia, la adulación, la arrogancia o las simpatías y antipatías como unas causas para buscar la comodidad personal antes que nada. Esto, a menudo, nos empuja a eliminar toda dificultad que suponga un obstáculo a nuestra propia voluntad, y entonces ponemos obstáculos a la voluntad de Dios, deseando a cualquier precio nuestra personal comodidad, y damos pie a la incomodidad de los hermanos, e incluso de Dios mismo.

El monje, el religioso, escribe el P. Lorenzo, ha sido llamado a vivir en una comunidad para encontrarse con Dios, no para vivir turbado en sí mismo, para desarrollar nuestra personalidad armoniosamente y recobrar la imagen de Dios perdida por el pecado, o por lo menos intentar con todas nuestras fuerzas de recuperarla; si caemos en la tentación de hacernos amos exclusivos de nuestro destino es que somos devorados por el deseo de considerarnos de manera exclusiva iluminados por Dios, mientras que los demás son pura tiniebla, y por lo tanto como enemigos que hay que combatir.

Escribe san Bernardo: “No a todos se les concede de gozar en el mismo lugar de la íntima presencia del Esposo, sino tal como el Padre lo dispone para cada uno. No lo elegimos nosotros a Él, al contrario, es Él quien nos ha elegido… (Sermón sobre el Cantar de los Cantares, 23,9).

Es la riqueza y la dificultad de vivir en comunidad, riqueza, porque incluso en una falta que hoy no vemos tan grave como comer o salir sin permiso, san Benito la castiga con la excomunión, es decir con la exclusión de la comunidad.

domingo, 24 de mayo de 2020

CAPÍTULO 46 LOS QUE INCURREN EN OTRAS FALTAS


CAPÍTULO 46
LOS QUE INCURREN EN OTRAS FALTAS

Si alguien, mientras está trabajando en cualquier ocupación en la cocina, en la despensa, en el servicio, en la panadería, en la huerta, en un oficio personal o donde sea, comete alguna falta, 2 o rompe o pierde algo, o cae en alguna otra falta, 3 y no se presenta en seguida ante el abad y la comunidad para hacer él mismo espontáneamente una satisfacción y confesar su falta, 4 si la cosa se sabe por otro, será sometido a una penitencia más severa. 5 Pero, si se trata de un pecado oculto del alma, lo manifestará solamente al abad o a los ancianos espirituales 6 que son capaces de curar sus propias heridas y las ajenas, pero no descubrirlas y publicarlas. 

De ceteris defectibus meis”,  en relación al resto de mis faltas, era la fórmula utilizada para acusarse delante de la comunidad por alguna negligencia, o falta menor. Este capítulo nos habla de faltas y pecados. 

San Benito distingue entre errores, descuidos y negligencias, que podemos cometer en cualquier momento, y que es preciso manifestar espontáneamente y dar satisfacción. Los pecados secretos del alma que van más allá de una falta y que son verdaderas heridas se han de curar sin hacerse públicas. Todos sabemos por experiencia que cometemos faltas, que rompemos alguna cosa, que a veces puede ser de una manera instintiva, no voluntaria, que buscamos esconderlo, que no lo relacionen con nosotros, o que lo relacionen con otro.

El pensamiento de san Benito es que debemos tratar todo como si fuesen vasos sagrados del altar, que todo es de todos, que hoy lo utilizo yo y mañana será otro quien lo usará, por lo cual es preciso mantener las cosas en buen estado.

Tener las cosas en común tiene también el riesgo de no valorarlas, creer que Dios proveerá; pero no por esto estamos exentos de toda responsabilidad de tratar todo lo mejor que podemos. Cada uno tiene una historia personal que viene a determinar nuestra persona en nuestra responsabilidad personal y laboral, y en nuestras relaciones con los demás… Por ejemplo, cuando pides hacer algo a un monje, y éste tiene una determinada decanía, en expresión de la Regla, hay quien sale con cualquier herramienta, otro puede salir con una nueva, pero también hay quien necesita tantas cosas para llevar a cabo una tarea, que quizás pedirla a otra persona que se contente con menos.

En este sentido, cuando tenemos una responsabilidad encomendada nos inquieta que otro rompa o estropee algo que depende de nosotros, y quizás, a veces, movidos por un excesivo celo reaccionamos negativamente con algunos, y con otros más benévolamente, es decir hacemos acepción de personas. Pero, debemos ser siempre conscientes de que no hacemos un trabajo personal sino para el conjunto de la comunidad, y no como un hobby personal.

La misma reflexión se puede aplicar al conjunto del monasterio, al edificio, que es el marco concreto en el que nosotros, y antes de nosotros generaciones de monjes, estamos buscando a Dios. Debemos apreciar el lugar, conservarlo con diligencia lo mejor posible. A veces, con gestos sencillos: apagar una luz, cerrar una puerta, recoger un papel…. Y no caer en la tentación del “ya lo harán”. El principio de subsidiaridad es uno de los fundamentos de la Doctrina Social de la Iglesia, y en ocasiones se puede aplicar a cosas cotidianas sencillas.

Hace año una campaña publicitaria tenía un slogan “cuando un bosque se quema, algo tuyo se quema”, en unos años de frecuentes incendios forestales, y de poca conciencia con el medio ambiente. Hoy, gracias a Dios la conciencia ecológica es muy superior, y ya no se reacciona con indiferencia. Es una simple anécdota, pero nos puede servir para percibir que cuando alguna cosa se rompe, o está sucia, nos afecta a cada uno. Se trata de mantener el equilibrio entre nuestra responsabilidad y el no tener nada como propio.

Con su realismo habitual san Benito añade que seamos conscientes de que quizás queremos disimular que el tema sea sabido por otro y, sin embargo, al final acaba por ser conocido lo que escondemos.

Puede resultar algo sorprendente el final del capítulo donde nos habla de las faltas leves, utilizando palabras como romper, mal uso o pérdida; pero acaba hablando de algo más serio como los pecados secretos del alma. Las heridas propias nos hacen mal, y ciertamente todos tenemos unas u otras, pero según las vivimos pueden acabar por hacer mal a los demás, al actuar con exageraciones verbales que se acercan a la falsedad, a la ira, o un egocentrismo que bordean el menosprecio de los hermanos. Las heridas es preciso curarlas, pues de lo contrario, pueden acabar por convertirse en un problema, si están a la base de nuestras faltas, o si faltamos voluntariamente, o por descuido o negligencia.

Como escribe san Bernardo:

“En la vida espiritual debemos esperar una doble ayuda: la corrección y el consuelo. La primera actúa desde fuera, la otra nos visita interiormente. Una reprime la insolencia; la otras, provoca la confianza. La primera engendra la humildad, la segunda el consuelo” Sermón sobre el Cántico de los Cánticos 21,10)

domingo, 17 de mayo de 2020

CAPÍTULO 39 LA RACIÓN DE COMIDA


CAPÍTULO 39
LA RACIÓN DE COMIDA


1 Creemos que es suficiente en todas las mesas para la comida de cada día, tanto si es a la hora de sexta como a la de nona, con dos manjares cocidos, en atención a la salud de cada uno, 2 para que, si alguien no puede tomar uno, coma del otro. 3 Por tanto, todos los hermanos tendrán suficiente con dos manjares cocidos, y, si hubiese allí fruta o legumbres tiernas, añádase un tercero. 4 Bastará para toda la jornada con una libra larga de pan, haya una sola refección, o también comida y cena, 5 Porque, si han de cenar, guardará el mayordomo la tercera parte de esa libra para ponerla en la cena. 6 Cuando el trabajo sea más duro, el abad, si lo juzga conveniente, podrá añadir algo más, 7 con tal de que, ante todo, se excluya cualquier exceso y nunca se indigeste algún monje, 8 porque nada hay tan opuesto a todo cristiano como la glotonería, 9 como dice nuestro Señor: «Andad con cuidado para que no se embote el espíritu con los excesos». 10 A los niños pequeños no se les ha de dar la misma cantidad, sino menos que a los mayores, guardando en todo la sobriedad. 11 Por lo demás, todos han de abstenerse absolutamente de la carne de cuadrúpedos, menos los enfermos muy débiles.

En san Benito contemplamos siempre la preocupación por evitar los excesos y mostrarse siempre con discreción. Aplica este criterio a todo aquello que se refiere al cuerpo, a la comida y la bebida. En este sentido comenta san Bernardo en sus sermones sobre el Cántico de los cánticos:

“Este lenguaje espiritual desaprueba vuestra vehemencia menos discreta, e incluso vuestra obstinada intransigencia. Os obstináis en no contentaros con la vida común. No tenéis bastante con los ayunos señalados por la Regla, ni con las solemnes vigilias ni la observancia regular. Os parece excesivo el vestido y el alimento y preferís la singularidad a lo que es común. ¿Por qué queréis volver a gobernaros vosotros solos?... ¿Hasta cuando os tendréis por sabios? Dios se sometió a seres mortales y vosotros ¿todavía seguís por vuestros caminos? Habéis recibido un buen espíritu, pero no os servís de él”. (Sermón 20,3)

En un mundo donde muchos sufren a causa de la escasez de alimentos, y muchos otros adoptan regímenes alimentarios ligeros, buscando un mayor bienestar, sin llegar a descubrir el valor espiritual del ayuno, estos capítulos que san Benito dedica a la comida y la bebida nos deben mover a una reflexión sobre el papel que la nutrición representa en nuestras vidas de monjes.

Pongamos nuestra atención en el espacio físico destinado a las comidas. Se trata de un espacio comunitario, donde incluso acogemos a los huéspedes, lo cual es un síntoma evidente de la importancia que tiene en la vida comunitaria el refectorio. Un espacio bello, como la Iglesia o la sala capitular que son una muestra del equilibrio de la vida monástica, junto a otros espacios dedicados al descanso, el trabajo o la lectura de la Palabra. Comer es un acto natural, como debe serlo también la alabanza a Dios, el trabajo… Para san Benito esta moderación debe concretarse a lo largo de la jornada en una norma fundamental: estar donde se debe estar, cuando se ha de estar y hacer lo que se debe hacer.

Hemos venido al monasterio para que nuestra voluntad se vaya adecuando a la de Dios. Y esta voluntad se va concretando en el Evangelio y en la Regla, que vendría a ser como su manual práctico.

Por ello es fundamental ser puntuales en la asistencia diaria al capítulo comunitario, para la escucha de la Regla. Quizás podemos llegar a pensar que ya la hemos escuchado muchas veces, y si esto nos lleva a menospreciar, a retardar la asistencia al capítulo, la lectura de la colación y completas, es un indicio de que todavía necesitamos más esa escucha de la Regla, pues a través de ella es como san Benito nos va recordando como el discurrir de nuestra jornada nos debe llevar a ese cumplimiento de la voluntad de Dios.

Estar donde tenemos que estar…O sea que, si debemos acudir al refectorio, o a la sala capitular… y diferimos la presencia, estamos menospreciando nuestra vida de monjes. Estar allí donde nos corresponde estar. Amar la Regla y el lugar. También abunda san Ambrosio en esta línea:

 “amar es mucho más que guardar es fruto, muchas veces, de la necesidad o del temor, mientras que amar es el fruto de la caridad”. (cf. Comentario al Salm 118)

Para san Benito es fundamental el equilibrio, la medida, la moderación, evitando las singularidades que siempre arrastra el egoísmo, o el considerarse superiores a los demás. Debemos poner nuestros dones al servicio del Señor en una comunidad concreta a la cual creemos que Dios nos ha llamado.

Cuando nos habla san Benito por ejemplo del vestido subraya de no hacer problema del material del que está elaborado. Lo mismo se puede aplicar a la comida, pues no siempre viene a ser del gusto de todos, lo cual no debe ser motivo de tristeza, ni menos de provocar el enojo. Sobre la bebida, de la que habla en el capítulo siguiente, viene a decir algo semejante, subrayando la atención que se debe tener con los débiles o los enfermos.

En nuestra comunidad podemos sentirnos afortunados porque unos hermanos ponen sus dones generosamente, a lo largo de la semana, en la elaboración de la comida, servicio que hacen movidos de un deseo de aportar un beneficio en todos los sentidos a la comunidad.

La medida, el equilibrio, la sobriedad… son palabras muy a tener presentes en nuestra vida comunitaria. También aquí nos viene bien recordar a san Bernardo:

“Esta cautela debemos observar en la propia conducta, de manera que no se sobrepase nunca el límite de la discreción con ninguna clase de superstición, ligereza o vehemencia del fervor, con el pretexto de una mayor devoción”. (Sermón 20,9)