sábado, 30 de diciembre de 2023

PRÓLOGO, 39-50

 

PRÓLOGO  39-50

 

Hemos preguntado al Señor, hermanos, quién es el que podrá hospedarse en su tienda y le hemos escuchado cuáles son las condiciones para poder morar en ella: cumplir los compromisos de todo morador de su casa. 40Por tanto, debemos disponer nuestros corazones y nuestros cuerpos para militar en el servicio de la santa obediencia a sus preceptos. 41Y como esto no es posible para nuestra naturaleza sola, hemos de pedirle al Señor que se digne concedernos la asistencia de su gracia. 42Si, huyendo de las penas del infierno, deseamos llegar a la vida eterna, 43mientras todavía estamos a tiempo y tenemos este cuerpo como domicilio y podemos cumplir todas estas a cosas a luz de la vida, 44ahora es cuando hemos de apresurarnos y poner en práctica lo que en la eternidad redundará en nuestro bien. 45Vamos a instituir, pues, una escuela del servicio divino. 46Y, al organizarla, no esperamos disponer nada que pueda ser duro, nada que pueda ser oneroso. 47Pero si, no obstante, cuando lo exija la recta razón, se encuentra algo un poco más severo con el fin de corregir los vicios o mantener la caridad, 48no abandones en seguida, sobrecogido de temor, el camino de la salvación, que forzosamente ha de iniciarse con un comienzo estrecho. 49Mas, al progresar en la vida monástica y en la fe, ensanchado el corazón por la dulzura de un amor inefable, vuela el alma por el camino de los mandamientos de Dios. 50De esta manera, si no nos desviamos jamás del magisterio divino y perseveramos en su doctrina y en el monasterio hasta la muerte, participaremos con nuestra paciencia en los sufrimientos de Cristo, para que podamos compartir con él también su reino. Amén.

 

San Benito concluye el Prólogo de la Regla con la concepción de la vida monástica como un camino que nos puede llevar a la vida eterna. Nos habla de este camino como una “escuela del servicio divino” en done no bastan nuestras propias fuerzas para avanzar, para progresar adecuadamente, por lo que necesitamos pedir la acción de la gracia divina. Utilizando una serie de conceptos establece una espiritualidad que puede ser bastante diferente de los caminos de nuestra sociedad, y de lo que ésta entiende por “vivir”.

Hoy “abandonar enseguida espantados de terror” viene a ser una norma de conducta. Cuando nos hallamos con dificultades, delante de un camino estrecho, nuestra naturaleza nos invita a escapar de las dificultades, más que a afrontarlas. La causa de ello es que más bien confiamos en nuestras fuerzas, y cuando vemos que no podemos, no pedimos ayuda al Señor y nos ponemos en retirada.

No quiere decir que los hombres y mujeres de la época de san Benito fueran más fuertes. La diferencia es que la humanidad entiende hoy la vida como una lucha en la que cada uno se apoya en sí mismo, y olvida, no ya la ayuda de los otros, sino la del mismo Dios. Nos consideramos lo suficientemente fuertes como para no recurrir a Dios, y la realidad no confirma esta concepción de la humanidad, pues seguimos siendo débiles, y así continuaremos, pues la debilidad es algo connatural a la misma humanidad.

De aquí, por ejemplo, la poca permeabilidad de algunos de los candidatos que se acercan al monasterio, que parten de la creencia de que ya tienen poco que aprender, y están lejos de una búsqueda verdadera de Cristo. Y que viene a ser una forma simple de vivir, olvidando lo fundamental que es tener el horizonte de una vida eterna.

La cuestión, para nosotros es como transmitir este ideal de la vida monástica, esta idea de la “escuela del servicio divino”, de la que nos habla san Benito.

Acceder a todo no es una buena solución, pues el camino es estrecho, y lo queremos presentar desde el principio como amplio, y descubrir la estrechez más adelante. Pero esto no es un buen planteamiento, pues además toda comunidad está siempre, debe estar, en esta situación “de camino”

Los monjes, debemos también tener claro, que también estamos en camino, aunque hayamos avanzado y superado estrecheces, pero conviene mantenerse despiertos en orden a superar todas las estrecheces del camino y pedir la ayuda de Dios.

La idea de la vida monástica como una milicia nos puede parecer poco agradable, pero conviene considerar que siempre es un camino de superación, de lucha, en obediencia a Cristo, que es quién únicamente nos puede llevar a la vida eterna.

La vida monástica es un continuo avanzar, siempre con el riesgo de retroceder, de estancarnos y cerrarnos a la gracia de Dios. A cada etapa de esta vida corresponde un grado de dificultad diferente. Al inicio son las renuncias a las cosas que hasta entonces eran fundamentales, incluso integradas en nuestra personalidad. Viene la época del desencanto, cuando vemos que no se cumplen nuestras expectativas, y nos podemos refugiar en la mediocridad espiritual, en una mera supervivencia. Los obstáculos no acaban nunca en el camino. Al final nos encontramos con pérdida de las fuerzas, la proximidad de la muerte, donde tenemos necesidad de experimentar la gracia de Dios, para no desesperar de Su misericordia.

Por eso san Benito nos habla de la perseverancia. La vida monástica es como una carrera de fondo, donde la perseverancia tiene una importancia fundamental, para no ser víctima de los riesgos y peligros del camino. No en vano, san Benito nos dice de participar en los sufrimientos de Cristo con la paciencia.

Ni la perseverancia, ni la paciencia, no están hoy muy de moda. Podemos acercarnos a la vida monástica deslumbrados por un cierto snobismo social o espiritual, lo cual no nos va a impedir ver el camino como áspero y pesado, insoportable, en lugar de reconocer como la renuncia voluntaria de cosas que hoy la sociedad considera como parte de nuestra personalidad, no son sino imposiciones y prohibiciones pasadas o superadas.

La vida monástica, como la vida del creyente, como toda vida humana, es un camino con dificultades, y no bastan nuestras fuerzas para avanzar; necesitamos pedir, suplicar, confiarnos a la gracia de Dios.

Escribe Dom Agustín Savaton que la clave de la docilidad para asimilar la doctrina del Señor, la unión a sus sufrimientos…La Regla no disimula los momentos austeros del peregrinaje, pero en este camino si somos capaces de perseverar acaba en la gloria. (Cf, La Regla benedictina comentada).

domingo, 24 de diciembre de 2023

CAPÍTULO 70, NADIE SE ATREVERÁ A PEGAR ARBITRARIAMENTE A OTRO

 

CAPÍTULO 70

NADIE SE ATREVERÁ A PEGAR

ARBITRARIAMENTE A OTRO

Debe evitarse en el monasterio toda ocasión de iniciativa temeraria, 2 y decretamos que nadie puede excomulgar o azotar a cualquiera de sus hermanos, a no ser que haya recibido del abad potestad para ello. 3 «Los que hayan cometido una falta serán reprendidos en presencia de todos, para que teman los demás ». 4 Pero los niños, hasta la edad de quince años, estarán sometidos a una disciplina más minuciosa y vigilada por parte de todos, 5 aunque con mucha mesura y discreción.6 El que de alguna manera se tome cualquier libertad contra los de más edad sin autorización del abad o el que se desfogue desmedidamente con los niños, será sometido a la sanción de la regla, 7 porque está escrito: «No hagas a otro lo que no quieres que hagan contigo».

 

Ni defensar, ni pegar, ni oponerse con orgullo o resistencia, sino obedecerse unos a otros. Estos son algunos de los últimos consejos de san Benito. Como, si de repente, se hubiera hecho consciente que esto era posible, olvidando más bien lo de la obediencia mutua, o el buen celo que debe guiar nuestra vida. Son situaciones que san Benito seguramente vivió, y sobre las que nos quiere prevenir, y evitar así problemas en la vida de la comunidad.

San Benito se refiere sobre todo a los ancianos, o a los niños, que pueden ser ocasión de nuestros nervios, pues son dos colectivos más vulnerables. Algo que también ocurre fuera el ámbito monástico.

En el caso de los niños, es hoy, un foco permanente de atención, complicado y doloroso, que no se acaba de abordar con valentía rigor.

El documento de la Conferencia Episcopal, “Para dar luz” dice:

“La primera reprobación de estos comportamientos sexuales se encuentra en la Didajé, también conocida como “Enseñanza de los Doce apóstoles”, texto compilado en la segunda mitad del siglo I, pocas decadas después de la muerte de Jesucristo, en donde aparece ya la prohibición de corromper sexualmente a los jóvenes, aunque fue un siglo más tarde, cuando san Justino en su Primera Apología, denunciará formalmente los encuentros carnales de adultos con niños (2,1,1). Antiguos precedentes, como también dispone al Concilio de Elvira: Los que abusen sexualmente de los niños no pueden recibir la comunión ni en peligro de muerte” (Canon 71)

San Benito plantea ya prevenir, evitar situaciones negativas, y preveía para los infractores el castigo. Casi, podríamos decir, que san Benito contempla en lo que escribe una guía para un protocolo a fin de evitar abusos entre hermanos, sobre todo, respecto a ancianos y niños.

El abuso viene, de hecho, cuando perdemos la medida y la ponderación, la discreción. De aquí, la importancia de mantener un ritmo de vida equilibrado, sincero, una vida monástica vivida de corazón, como un verdadero regalo del Señor, y no como una carga o una imposición que precisa desfogarse. Pegar a otro hermano es un hecho grave, como para merecer, efectivamente, un castigo de la Regla. Pero podemos caer en la tentación de otras actitudes violentas menores, pero que crean un clima para desviaciones más graves.

La asistencia y la puntualidad al Oficio Divino siempre corre el riesgo de ser pospuesta. Un día me encuentro mal, otro día otra causa…. Y voy cayendo en la indolencia, la acedía de la que siempre será difícil salir.

Las relaciones con el exterior también pueden ser una piedra de tropiezo, que nos pueden pasar factura personal o comunitaria. Es preciso tener presente que donde está la actuación puntual de un monje, hay una imagen de toda la comunidad, y de toda la Iglesia.

Por ello, el Dicasterio de la Doctrina de la Fe alerta sobre los “comportamientos escandalosos o conductas que perturban al orden” (Vademecum 15).

El defensor del Pueblo escribe en su informe sobre los abusos sexuales en la Iglesia: “Los abusos sexuales en la Iglesia católica constituyen un grave problema social y de salud pública que ha causado muchos daños. La gravedad del fenómeno deriva de la intensidad del daño que ha sufrido las víctimas, de la cantidad de personas afectadas y de la defraudación de la confianza depositada por ellas y por una parte de la sociedad en una institución que ha tenido un poder innegable en España y una autoridad moral en la sociedad”.

Lo que san Benito no desea son las arbitrariedades, excesos, abusos personales, que acaban por afectar a otras personas que no tiene nada que ver con la causa de la irritación del monje. De aquí que contemple la posibilidad de que esta ira descargue sobre los más indefensos: niños y ancianos, y busque la manera de evitarlo, y si se produce de sancionarlo, para evitar su repetición.

Del grado del cumplimiento de nuestras obligaciones como monjes depende nuestra salud espiritual y nuestra conducta. Si hay incumplimientos, el riesgo de caer en estos excesos, de perder la mesura y la ponderación aumenta considerablemente. Una buena salud espiritual facilita una conducta de vida saludable y equilibrada. Habría que concluir como escribe san Bernardo, diciendo: “Considera mis razones, no he podido enseñar algo distinto de los que aprendí. No me ha parecido conveniente describir las subidas, porque tengo más experiencia de las bajadas. Que san Benito te exponga los grados de humildad, grados que él va disponer, primero en su corazón. En cuanto a mí, solo puedo proponerte el orden que llevado en la bajada. Si reflexionas seriamente sobre esto, tal vez encuentras aquí tu propio camino de subida” (Los grados de la humildad y de la soberbia, 57,2)

 

 

 

 

 

   

domingo, 17 de diciembre de 2023

CAPÍTULO 63, LA PRECEDENCIA EN EL ORDEN DE LA COMUNIDAD

 

CAPÍTULO 63

LA PRECEDENCIA EN EL ORDEN DE LA COMUNIDAD

 

Dentro del monasterio conserve cada cual su puesto con arreglo a la fecha de su entrada en la vida monástica o según lo determine el mérito de su vida por decisión del abad. 2 Mas el abad no debe perturbar la grey que se le ha encomendado, ni nada debe disponer injustamente, como si tuviera el poder para usarlo arbitrariamente. 3 Por el contrario, deberá tener siempre muy presente que de todos sus juicios y acciones habrá de dar cuenta a Dios. 4 Por tanto, cuando se acercan a recibir la paz y la comunión, cuando recitan un salmo y al colocarse en el coro, seguirán el orden asignado por el abad o el que corresponde a los hermanos. 5 Y no será la edad de cada uno una norma para crear distinciones ni preferencias en la designación de los puestos, 6 porque Samuel y Daniel, a pesar de que eran jóvenes, juzgaron a los ancianos. 7 Por eso, exceptuando, como ya dijimos, a los que el abad haya promovido por razones superiores o haya degradado por motivos concretos, todos los demás colóquense conforme van ingresando en la vida monástica; 8 así, por ejemplo, el que llegó al monasterio a la segunda hora del día, se considerará más joven que quien llegó a la primera hora, cual quiera que sea su edad o su dignidad. 9 Pero todos y en todo momento mantendrán a los niños en la disciplina. 10 Respeten, pues, los jóvenes a los mayores y los mayores amen a los jóvenes. 11 En el trato mutuo, a nadie se le permitirá llamar a otro simplemente por su nombre. 12 Sino que los mayores llamarán hermanos a los jóvenes, y éstos darán a los mayores el título de «reverendo padre». 13 Y al abad, por considerarle como a quien hace las veces de Cristo, se le dará el nombre de señor y abad; mas no por propia atribución, sino por honor y amor a Cristo. 14 Lo cual él debe meditarlo y portarse, en consecuencia, de tal manera, que se haga digno de este honor. 15 Cada vez que se encuentren los hermanos, pida el más joven la bendición al mayor. 16 Cuando se acerque uno de los mayores, el inferior se levantará, cediéndole su sitio para que se siente, y no se tomará la libertad de sentarse hasta que se lo indique el mayor; 17 así se cumplirá lo que está escrito «Procurad anticiparos unos a otros en las señales de honor». 18 Los niños pequeños y los adolescentes ocupen sus respectivos puestos con el debido orden en el oratorio y en el comedor. 19 Y fuera de estos lugares estén siempre bajo vigilancia y disciplina hasta que lleguen a la edad de la reflexión

 

San Benito nos habla de promover o posponer, de considerar más joven el que llega a la hora segunda, sea de cualquier edad o dignidad, de no perturbar la comunidad, de no crear preferencias, de observar la disciplina, y tener presente que el abad deberá dar cuenta a Dios de todos sus actos.

La antigüedad es un grado y así lo tiene presenta san Benito. Pero no por llevar más tiempo que otro, uno es mejor monje, pues en nuestra vida ordinaria del monasterio, podemos avanzar en nuestro camino a la vida eterna, o podemos correr el riesgo de quedarnos “parados”, en una posición que más bien sería un retroceso.

San Benito, en el capítulo 58 presenta el programa del novicio con tres verbos: estudiar, comer y dormir. Parece un buen programa. A veces podemos tener la tentación de invertir la propuesta de san Benito, pues mientras en el noviciado nos podemos mostrar disponibles, solícitos, una vez hecha la profesión solemne podemos refugiarnos en este lema del noviciado, perdiendo aquella buena disposición de la disponibilidad y solicitud hacia la comunidad…

San Benito aconseja al abad que no dé lugar a perturbaciones con disposiciones injustas o arbitrarias; algo vinculado a otro concepto del que habla san Benito: honrarse. A esta honra nos ayudan diversas actitudes: intentar hacernos dignos de honor, llevar una vida regular equilibrada, evitando la tentación de creer que hemos conseguido nuestro objetivo, lo que nos dispensa de considerar la necesidad que siempre tenemos de la paciencia, de soportarnos las debilidades físicas como morales, de no buscar más lo nuestro por encima de las cosas de los demás, o de practicar la caridad fraterna.

San Benito lo resume todo en una frase muy clara: “No anteponer nada absolutamente a Cristo que nos debe llevar “todos juntos” a la vida eterna” (Cf RB 73,11-12)

Hay cosas puntuales que nos ayudan a “honrarnos”. Por ejemplo, la práctica que recomienda san Benito: “que no se permita llamar a otro solo por su nombre. No es un detalle secundario indicar que se trate a los ancianos de “nonnus”, a los jóvenes como “hermanos”, y al abad como “señor”.

Han podido cambiar los tiempos, pero la idea fundamental permanece, pues una comunidad no es una reunión de un grupo de amigos, sino de un grupo de personas llamadas por Dios a seguirlo, a buscarlo, lo que supone renuncias, sacrificios, hechos siempre, vividos, por Cristo, y no por esta u otra persona.  Siempre el punto de referencia deberá ser la vida en Cristo.

El ”orden la comunidad”, no debe considerarnos como un detalle menor o secundario para considerar nuestra vida. Sin atención a los detalles no se puede llegar a configurar un buen conjunto comunitario. Si nos cerramos en nuestra manera de vivir se da lugar a una serie de riesgos, que acaban con una comunidad de mesa, cama para dormir, ropa limpia… en definitiva una decadencia espiritual total.

El orden de la comunidad, el honrarnos mutuamente, nos pide hacernos dignos de alcanzar este honor, y no buscar alcanzarlo por nosotros mismos de manera unilateral. Y el camino no es otro que llevar una vida monástica ordenada en la plegaria, el trabajo, el contacto asiduo con la Palabra de Dios… son las armas contra el desencanto, la frustración, la monotonía…

En ocasiones, esta concepción del orden, choca con otras instituciones de la que nos habla san Benito en el capítulo 21 sobre los decanos.

Hay monjes con la responsabilidad de una determinada tarea: cocina, hospedería, huerto o jardines, enfermería… y cuyo servicio supone también una responsabilidad con respeto al resto de la comunidad. Tenemos aquí un ejemplo bien practico de como aplicar la obediencia, el buen celo o el honorarse unos a otros, pues la comunidad se organiza en  “decanías” para ser más operativa en determinadas tareas. También es un buen lugar y momento para aplicar aquello de “que no se permita a nadie de llamar a otro solo por su nombre”, porque si trabajamos a con éste u otro hermano, no es porque lo elegimos, sino porque todos formamos parte de una comunidad, y es bueno tener presente siempre en el trato personal ese servicio concreto que puede desarrollar un miembro de la comunidad.

Nuestra relación más que laboral es sobre todo espiritual, nos une a todos una sola cosa: seguir a Cristo. Y esto nos debe llevar a vivirlo en el fondo y en las formas con rotundidad, orden y honor.

domingo, 10 de diciembre de 2023

CAPÍTULO 56, LA MESA DEL ABAD

 

CAPÍTULO 56

 LA MESA DEL ABAD

 

Los huéspedes y extranjeros comerán siempre en la mesa del abad. 2 Pero, cuando los huéspedes sean menos numerosos, está en su poder la facultad de llamar a los hermanos que desee. 3 Mas deje siempre con los hermanos uno o dos ancianos que mantengan la observancia.

 

Compartir le mesa supone una relación fuerte entre las personas. Quien se acerca a la comunidad lo puede hacer por motivaciones diversas. En nuestra comunidad se ofrece la posibilidad de compartir las comidas en el refectorio, lo cual no es habitual en todos los monasterios. San Benito nos manda acoger a los huéspedes como si fueran el mismo Cristo, y una manera factible y sincera es compartir dos cosas importantes en la comunidad: la plegaria y el refectorio.

El refectorio no es solo un lugar para satisfacer unas necesidades materiales, sino que tiene también un fuerte sentido comunitario, espiritual. En nuestro caso el mismo marco arquitectónico lo destaca, pues refectorio podría ser también, por su estructura un oratorio. Compartimos, pues, con los huéspedes la plegaria y las comidas, de acuerdo a la costumbre monástica. También ellos deben ser conscientes de lo que esto representa como, por ejemplo, mantener el silencio, como en el claustro y en la Iglesia.

Compartir las comidas, en la misma Escritura tiene un significado importante.

Un primer ejemplo lo tenemos en Abraham, que, sentado a la entrada en la tienda en Mambré, en el momento en que el calor del día era más fuerte, vio tres hombres cerca de él. Nada más verlos corrió a encontrarlos, se prosternó delante de ellos y se ofreció a llevarles agua para lavarse los pies, mientras reposaban en la sombra de la encina, y fue a buscar algo para comer y recobrarán las fuerzas antes de continuar el camino (Gen 18)

También en el libro de los Reyes la viuda de Sarepta comparte con Elías lo que le quedaba: un puñado de harina y un poco de aceite. Compartiendo todo lo que poseen con el profeta vendrá a resultar que el recipiente de harina no se vaciará hasta que el Señor enviará la lluvia. (Cf 1Re 17)

Ofrecer comida, invitar a la mesa es una parte principal de la acogida del forastero. A la mesa del abad son invitados, por ejemplo, obispos, abades, abadesas, monjes, responsables e instituciones públicas o privadas, políticos o militares…  A cada uno es preciso acoger como al mismo Cristo, según lo expresa san Benito como plasmación de la hospitalidad monástica.

Ciertamente, habrá invitados con los que podemos sintonizar más, con más o menos compromiso, pero, en definitiva, como dice san Benito, a todos es necesario una acogida como al mismo Cristo.

Nuestra sociedad, a menudo, está sometida a tensiones, y en ocasiones las tensiones vienen de manera voluntaria, quizás con la idea de plantear diferencias, poner distancias, singularizarse… Estas actitudes, a veces, llevan a caer en un cierto histrionismo, alguno que no saluda a otro porque no comparte una posición determinada, porque no reconoce la institución que representa, o por otras razones, San Benito, es evidente, no va por estos caminos, ya lo recuerda cunado hablando del abad dice que no haga acepción de personas, y parece que en caso de sentar convidados a la mesa, el asunto debe ser en esta línea.

¿Qué modelos tenemos si no el mismo Cristo?  Muchas veces le acusaban de sentarse a la mesa con publicanos y pecadores. Pero a pesar de las críticas se sentaba, compartía la mesa con ellos, necesitados de perdón.

Jesús come en casa de Leví, hijo de Alfeo, el publicano recaudador de impuestos a pesar de las murmuraciones, y que se creían con el derecho de decirle con quien se podía poner i ponerse con él a la mesa.

También se sentó con Zaqueo, y de nuevo vinieron las murmuraciones por alojarse en cada de un pecador.

Jesús no hace acepción de personas y se sienta con publicanos y pecadores, como con los fariseos que se tenía como los más nobles y respetables de la sociedad, y durante las comidas les instruía con parábolas; de alguna manera como hacemos nosotros con los convidados ocasionales y huéspedes que escuchan en el refectorio la Palabra de Dios y la lectura correspondiente

Para Jesús, como para san Benito, sentarse a la mesa no es secundario, bastan dos ejemplos: la Última Cena, y los peregrinos de Emaús.

Cuando acogemos huéspedes, como hacemos habitualmente, u otros invitados, debemos tener presente lo que no dice san Benito, o como comentaba Dom Pablo, abad de Solesmes:

“Los peregrinos pertenecen a Dios de una manera especial. Buscan a Dios. Hay que ayudarles a encontrarlo; allá donde se detienen es preciso prepararles una pequeña patria… Los pobres y los peregrinos son miembros privilegiados de Nuestro Señor Jesucristo, de Aquel que vivió en la tierra como un peregrino, como un pobre, como un forastero en busca siempre de una acogida… San Benito quiere que se lea a los huéspedes un pasaje de la Sagrada Escritura. Esta lectura edifica y lo prepara para sacar provecho de su estancia en el monasterio” (Paul Delatte, Comentario a la Regla, 53)

 

domingo, 3 de diciembre de 2023

CAPÍTULO 49, LA OBSERVANCIA DE LA CUARESMA

 

CAPÍTULO 49

LA OBSERVANCIA DE LA CUARESMA

 

Aunque de suyo la vida del monje debería ser en todo tiempo una observancia cuaresmal, 2 no obstante, ya que son pocos los que tienen esa virtud, recomendamos que durante los días de cuaresma todos juntos lleven una vida íntegra en toda pureza 3 y que en estos días santos borren las negligencias del resto del año. 4 Lo cual, cumpliremos dignamente si reprimimos todos los vicios y nos entregamos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia. 5 Por eso, durante estos días impongámonos alguna cosa más a la tarea normal de nuestra servidumbre: oraciones especiales, abstinencia en la comida y en la bebida, 6 de suerte que cada uno, según su propia voluntad, ofrezca a Dios, con gozo del Espíritu Santo, algo por encima de la norma que se haya impuesto; 7 es decir, que prive a su cuerpo algo de la comida, de la bebida, del sueño, de las conversaciones y bromas y espere la santa Pascua con el gozo de un anhelo espiritual. 8 Pero esto, que cada uno ofrece, debe proponérselo a su abad para hacerlo con la ayuda de su oración y su conformidad, 9 pues aquello que se realiza sin el beneplácito del padre espiritual será considerado como presunción y vanagloria e indigno de recompensa; 10 por eso, todo debe hacerse con el consentimiento del abad.

Vivir en todo tiempo una observancia cuaresmal, puede parecer priori una manera extraña de san Benito de plantear la vida monástica. Lejos de la realidad, si entendemos la Cuaresma en sentido estricto como camino de conversión, un camino hacia la Pascua, hacia la vida eterna. El mismo san Benito advierte que en este camino no estamos exentos de riesgos. Hay una manera espiritualmente sana de vivir, que incluye la plegaria, la abstinencia, la privación de algo, siempre con un objetivo claro: ofrecer a Dios algo per propia voluntad y con el gozo del Espíritu santo. Podemos tener la tentación de tomar un camino personal que consideremos más nuestro, pero ya nos advierte san Benito que éste no es un camino de conversión, pues no puede llevar a la vanagloria y apartarnos del camino correcto, por lo que hace la advertencia de contar con el consentimiento del abad, y no de la mera iniciativa.

Seguramente, por la concepción que en tiempos de san Benito se tenía de los tiempos litúrgicos, era innovador esta concepción de la vida como una Cuaresma. Pero, aunque san Benito no lo apunte, podríamos repensar la vida monástica como un tiempo de Adviento indefinido, durante el cual estamos convidados a retraernos de toda clase de vicios y a darnos más a la oración y a la lectura. La Cuaresma, como un camino hacia la Pascua y el Adviento como un tiempo de esperanza, fijos los ojos en el advenimiento, como dos caminos a recorrer en nuestra vida.

Vivir los “tiempos litúrgicos fuertes” de manera más intensa es una manera de vivir y profundizar en nuestra vida de monjes. Tenemos una ayuda para ello en el dinamismo de cada día, en la liturgia que la Iglesia nos propone.

Cuando iniciamos el camino hacia la Navidad, o hacia la Pascua en Cuaresma, nos debemos sentir más implicados en vivir la liturgia de manera más intensa, en la seguridad de que no hemos llegado al advenimiento definitivo, sino, en todo caso, llegar a tener una cierta experiencia que nos proporcione como un avance de aquel goce definitivo final.

El Oficio Divino y la Lectio son dos puntos de apoyo fundamentales para avanzar con seguridad en el camino vital a recorrer. Los himnos y las antífonas propias de este tiempo nos van situando, así como las lecturas, para avanzar con seguridad y llegar a vivir con profundidad, tanto el misterio de Navidad como el de la Pascua.

Tenemos el marco: el monasterio mismo, el coro con el Oficio, la celda para la lectio, la capilla….  Y por otro lado las herramientas: la Salmodia, la Escritura… Pero no puede faltar, por nuestra parte, la voluntad de vivir fielmente todo ello, el deseo de ofrecer a Dios algo más de lo que habitualmente le ofrecemos.

Ciertamente, Adviento y Cuaresma no tienen el mismo sentido. Pero los dos son tiempos de preparación, de ir profundizando: en Adviento, la esperanza de la venida de Cristo; en Cuaresma, más fuerte, una llamada a la conversión.

Como reflexionaba el Papa Benedicto, este tiempo litúrgico que estamos empezando, nos invita a captar en silencio una presencia, a comprender que los acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de su atención a cada uno de nosotros.

Otro elemento fundamental es la esperanza. Adviento nos impulsa a entender el sentido del tiempo y de la historia como una ocasión propicia para nuestra salvación. Adviento es, sobre todo el tiempo de la presencia y de la espera del Eterno. (Cf. Hom. 28-11-2009)

Una invitación, pues, a guardar nuestra vida en toda su pureza; a cuidar más nuestra asistencia y puntualidad al coro, a orar con todos nuestros sentidos, a priorizar el tiempo con la Palabra de Dios en un camino de conversión y esperanza.

Escribe san Bernardo:

“Si es así como guardas la Palabra de Dios, no hay duda que ella te guardará ti. El Hijo vendrá a ti en compañía del Padre, vendrá el gran Profeta que renovará Jerusalén, y que hace todo nuevo. Así será la eficacia de esta venida que nosotros, que somos imagen del hombre terrenal, seamos también imagen del celestial. Y así como el antiguo Adán se abrió a toda la humanidad, al todo el hombre, así, ahora, es preciso que Cristo lo posea todo, pues lo creó todo, lo ha redimido todo y glorificará todo” (Sermón 5, En el Advenimiento del Señor, 1-3)