domingo, 25 de junio de 2023

PRÓLOGO 21-38

 

PRÓLOGO 21-38

Ciñéndonos, pues, nuestra cintura con la fe y la observancia de las buenas obras, sigamos por sus caminos, llevando como guía el Evangelio, para que merezcamos ver a Aquel que nos llamó a su reino. 22Si deseamos habitar en el tabernáculo de este reino, hemos de saber que nunca podremos llegar allá a no ser que vayamos corriendo con las buenas obras. 23Pero preguntemos al Señor como el profeta, diciéndole: 24Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y descansar en tu monte santo?, 25Escuchemos, hermanos, lo que el Señor nos responde a esta pregunta y cómo nos muestra el camino hacia esta morada, diciéndonos: 26«Aquél que anda sin pecado y practica la justicia; 27el que habla con sinceridad en su corazón y no engaña con su lengua; 28el que no le hace mal a su prójimo ni presta oídos a infamias contra su semejante». 29Aquel que, cuando el malo, que es el diablo, le sugiere alguna cosa, inmediatamente le rechaza a él y a su sugerencia lejos de su corazón, «los reduce a la nada», y, agarrando sus pensamientos, los estrella contra Cristo. 30Los que así proceden son los temerosos del Señor, y por eso no se inflan de soberbia por la rectitud de su comportamiento, antes bien, porque saben que no pueden realizar nada por sí mismos, sino por el Señor, 31proclaman su grandeza, diciendo lo mismo que el profeta: «No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre, da la gloria», al igual que el apóstol Pablo, quien tampoco se atribuyó a sí mismo éxito alguno de su predicación cuando decía: «Por la gracia de Dios soy lo que soy». 32Y también afirma en otra ocasión: «E1 que presume, que presuma del Señor». 33Por eso dice el Señor en su evangelio: «Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra, se parece al hombre sensato, que edificó su casa sobre la roca. 34Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos y arremetieron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada en la roca». 35Al terminar sus palabras, espera el Señor que cada día le respondamos con nuestras obras a sus santas exhortaciones. 6Pues para eso se nos conceden como tregua los días de nuestra vida, para enmendarnos de nuestros males, 37según nos dice el Apóstol: «¿No te das cuenta de que la paciencia de Dios te está empujando a la penitencia?» 38Efectivamente, el Señor te dice con su inagotable benignidad: «No quiero la muerte del pecador, sino que cambie de conducta y viva».

 

Nuestro objetivo es hacer el camino de la fe guiados por el Evangelio, y llegar a contemplar a Quien nos ha llamado a su Reino. Para ello necesitamos las buenas obras, practicar la justicia, decir la verdad, no difundir calumnias, ni hacer mal al prójimo, ni difamar a los otros… San Benito nos deja claro el camino, y que lo que vamos consiguiendo no debe ser motivo de vanagloria, pues la capacidad nos viene del Señor.

Sor Micaela Puzicha destaca la importancia del v. 21, que marca como un paréntesis entre dos citas sálmicas, para dejar claro que el Evangelio es el camino para llegar a una vida cristiana, y que toda regla monástica está en segundo término. Una vida según el Evangelio lleva a contemplar a Cristo, pues en el Evangelio está la fuente.

A lo largo de nuestra vida monástica debemos ir construyendo nuestra fe sobre la roca del Evangelio. Pero con frecuencia construimos sobre nuestra mediocridad, pereza espiritual…  Una bona edificación pide la fidelidad diaria a nuestros compromisos monásticos, o de lo contrario cada día se hará más difícil el camino.

Quien cumple de corazón, celoso por el Oficio Divino, en su contacto con la Palabra de Dios, en el horario del trabajo, tendrá la garantía de sentirse más centrado en su vida.

Podríamos decir que la infidelidad no nos aporta la felicidad, pues cuando somos infieles tenemos conciencia de ello, estamos seguros de ello, aunque no queramos pensar y alejar los malos pensamientos, y admitir que nos estamos alejando del Evangelio.

El Prólogo de la Regla es algo más que una introducción a la Regla; nos va llevando hacia lo fundamental del camino monástico. San Benito sabe que solo avanzamos apoyados en el Evangelio, y que con la calumnia, infamia, menosprecio… no vamos a ninguna parte; en definitiva, un mal camino hacia la experiencia del Reino.

Obrar honradamente, practicar la justicia, las buenas obras… son los actos que nos llevan a un buen objetivo, es ir apoyándonos en una roca firme. Lo contrario es permitir que se nos acerque el Maligno y nos arrebate la semilla sembrada en el corazón, a la vez que impide que el señor sembré la suya. (Cf. Mt 13,19)

San Benito también nos sugiere cómo cerrar el paso al Maligno, rechazando de corazón todo lo que nos sugiere y apenas nacido estamparlo contra el Cristo. De este modo, a Cristo no solo hemos de atribuir todo lo que podamos hacer con mérito, sino salir con bien en la lucha contra el diablo. 

En palabras del Papa Francisco: “No pensemos que el diablo es un mito, una representación, un símbolo, una figura o idea, pues esto nos lleva a bajar la defensa y a quedar más vulnerables. El no necesita poseernos; nos envenena con el odio, la tristeza, la envidia y los vicios. Y de este modo se aprovecha para destruir nuestra vida, familias y comunidades” (Gaudete et Exsultate, 161). 

Como escribe san Pedro: “¡sed sobrios y vigilad! Vuestro adversario, el diablo, rugiendo como un león ronda buscando quien devorar. Resistidle firmes en la fe” (1Pe 5,8). 

Concluye san Benito este fragmento del Prólogo con una llamada a responder con hechos a estas exhortaciones, a convertirnos. El Señor no quiere nuestra muerte, sino nuestra conversión, que rectifiquemos nuestros errores y avancemos por el camino del Evangelio; quiere nuestro bien, nuestra salvación. En gran parte, está en nuestras manos obrar el bien, dejar hacer al Señor, que nos ayuda a fundamentar nuestra fe, sobre la roca de su Palabra. 

Dice san Juan Pablo II: “La redención continúa siendo una oferta de salvación que corresponde al hombre acoger con libertad. Por eso, cada uno será juzgado de acuerdo a sus obras (Apo 20,13)  Por eso, la “condenación no se debe atribuir a la iniciativa de Dios, pues en su amor misericordioso no puede querer sino la salvación de los seres que ha creado. En realidad, es la criatura quien se cierra al amor. La condenación consiste en que el hombre se aleja definitivamente de Dios por una elección libre y confirmada con la muerte que viene a sellar esta opción. La sentencia de Dios ratifica este estado. La fe cristiana enseña que en el riesgo del “si” y del “no” que caracteriza la libertad de las criaturas alguno ha dicho “no”. Se trata de las criaturas espirituales que se rebelaron contra el amor de Dios, y que llamamos demonios (Cf Concilio IV Letrán).

Para nosotros, los seres humanos, esta historia resuena como una advertencia y nos exhorta a evitar la tragedia en la que desemboca el pecado y a vivir según el modelo que tenemos en Jesucristo, que siempre dijo ¡si” al Padre. (Audiencia general 28 Julio 1999). 

Si nos confiamos a Cristo, como dice Jeremías: “Lucharán contra tú, pero no te vencerán. Yo estaré a tu lado para liberarte. Te digo, yo, el Señor” (Jer 1,19).

domingo, 18 de junio de 2023

CAPÍTULO 69, NADIE SE ATREVA A DEFENDER A OTRO EN EL MONASTERIO

 

CAPÍTULO 69

NADIE SE ATREVA A DEFENDER A OTRO EN EL MONASTERIO

 

Debe evitarse que por ningún motivo se tome un monje la libertad de defender a otro en el monasterio o de constituirse en su protector en cualquier sentido, 2 ni en el caso de que les una cualquier parentesco de consaguinidad. 3 No se permitan los monjes hacer tal cosa en modo alguno, porque podría convertirse en una ocasión de disputas muy graves. 4 El que no cumpla esto será castigado con gran severidad.

Es una parte de la Regla que se añadió a una primera redacción, como sugiere el ca. 66,6:

“Queremos que esta Regla se lea a menudo en comunidad para que nadie pueda alegar ignorancia”.

No es un capítulo menor, al que vendrán a añadirse algunos más, como si san Benito se hubiera olvidado algún tema interesante.

De hecho, entre los últimos capítulos está el 72, dedicado al buen celo, que viene a ser como un compendio a toda la Regla, como una joya de toda la Regla.

La disposición de este capítulo situado entre el referido a “pedir a los hermanos cosas imposibles” y el de que “nadie se atreva a pegar a otro hermano”, puede dar una cierta idea de unidad. En resumen, que no debemos tomar partido a favor o en contra de nadie, sobre todo si pasa por la mente de llegar -Dios no lo quiera- a una agresión física.

¿Qué nos puede llevar a defender o a agredir a otro?  Posiblemente unas relaciones personales mal planteadas. Sería una muestra de que vivimos con animadversión y pasiones. Las dos posibilidades no son propias de monjes y a la vez son `perjudiciales para una vida comunitaria.

La relación entre los monjes debe ser fraterna en el sentido evangélico del término. Pensemos siempre en el ejemplo de la primitiva comunidad apostólica, donde, ciertamente, había lazos de afecto, y no siempre exentas de situaciones que podían ser conflictivas.

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos habla algo de estos conflictos, que venían a ser tendencias o maneras de vivir la fe desde un judaísmo camino del cristianismo; conflictos entre el centro y la periferia; conflictos entre el poder político dominante tanto a nivel religioso como político; conflictos sobre intereses económicos, entre grupos y personas, entre lideres y miembros de las comunidades; conflictos entre lideres de las generaciones, entre tradición y fe….

La misma comunidad, estando Jesús presente, presenta conflictos. Basta con pensar en la reacción de los apóstoles delante de la petición de la madre de Santiago y de Juan, de ocupar los primeros puestos del Reino (cf Mt 20,20)

O cuando el Resucitado, junto al lago de Tiberiades, va confiar a Pedro la primacía, y éste se revuelve al observar que les seguía el discípulo amado. O cuando discuten por el camino sobre quien era el más importante…

El documento titulado “La vida fraterna en comunidad” del actual Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica dice:

“Las comunidades, por tanto, no pueden evitar todos los conflictos; la unidad que han de construir es una unidad que se establece al precio de la reconciliación. La situación de imperfección de las comunidades no debe desanimar. Y añadía:

“La vida fraterna en común exige, por parte de todos, un buen equilibrio psicológico sobre la base del cual pueda madurar la vida afectiva de cada uno. Un componente fundamental de esta madurez es la libertad afectiva, gracias a la cual el consagrado deviene maestro de su propia vocación, y maestro según su vocación. Solamente esta libertad y madurez permiten vivir precisamente la afectividad, tanto dentro como fuera de la comunidad. Amar la propia vocación, sentir la llamada como una razón válida para vivir y acoger la consagración como una realidad verdadera, bella y buena, que comunica verdad, belleza y bondad a la propia existencia; Todo esto hace a la persona fuerte y autóctona, segura de la propia identidad, no necesitada de soportes ni otras compensaciones; incluso de tipo afectivo; y refuerza el vínculo que une el consagrado con aquellos que comparten con él la misma llamada” (La vida fraterna en comunidad, 37)  

Y si esta defensa de un hermano o una animadversión llevase a una agresión, fruto de una afectividad desordenada, el conflicto interior no es pequeño. En una comunidad nos une una misma vocación; una misma llamada vivida de maneras diversas, en momentos muy diversos, pero que responde a un único Señor, a Dios que nos llama cuando quiere, donde quiere y de la manera que quiere. No venimos a vivir con un u otro hermano por afinidades personales. El amigo es Cristo y esta amistad es para ser compartida y no vivida en exclusividad o celotipias.

Escribe Dom Dismas de Lassus, Prior de la Gran Cartuja:

“Ninguno discute que la renuncia forma parte del camino de la vida espiritual. Pero no renunciamos por renunciar, sino que lo hacemos para obtener un bien más grande.” (Los riesgos de la vida religiosa)

Escribía san Elredo: “cuando ya estés seguro que nada inconveniente te pedirá u ofrecerá tu amigo, que considera la amistad como una virtud, no como un lucro, que huye de la adulación y detesta la permisión, que actúa con libertad, pero conservando la discreción, que es paciente en la corrección y firme y estable en la dilección, entonces sentirás aquella dulzura espiritual, es decir, “¡Que bueno y agradable es vivir juntos todos los hermanos!” (Sal 133,1)  (La amistad espiritual).

domingo, 11 de junio de 2023

CAPÍTULO 62, LOS SACERDOTES DEL MONASTERIO

 

CAPÍTULO 62

LOS SACERDOTES DEL MONASTERIO

 

Si algún abad desea que le ordenen un sacerdote o un diácono, elija de entre sus monjes a quien sea digno de ejercer el sacerdocio. 2 Pero el que reciba ese sacramento rehuya la altivez y la soberbia, 3 y no tenga la osadía de hacer nada, sino lo que le mande el abad, consciente de que ha de estar sometido mucho más a la observancia de la regla.4 No eche en olvido la obediencia a la regla con el pretexto de su sacerdocio, pues por eso mismo ha de avanzar más y más hacia Dios. 5 Ocupará siempre el lugar que le corresponde por su entrada en el monasterio, 6 a no ser cuando ejerce el ministerio del altar o si la deliberación de la comunidad y la voluntad del abad determinan darle un grado superior en atención a sus méritos. 7 Recuerde, sin embargo, que ha de observar lo establecido por la regla con relación a los decanos y a los prepósitos. 8 Pero si se atreviere a obrar de otro modo, no se le juzgue como sacerdote, sino como rebelde. 9 Y si advertido muchas veces no se corrigiere, se tomará como testigo al propio obispo. 10 En caso de que ni aun así se enmendare, siendo cada vez más notorias sus culpas, expúlsenlo del monasterio, 11 si en realidad su contumacia es tal, que no quiera someterse y obedecer a la Regla.

Escribe la hermana benedictina Micaela Puzicha que la presencia de presbíteros en las comunidades monásticas no es en absoluto evidente, porque el monaquismo nace y se desarrolla como un movimiento laico. (Comentario de la Regla)

La mayor parte de los comentarios de la Regla de san Benito están escritos para monjes, casi siempre presbíteros. Los hay que son llamados a la vida monástica y otros a la vida sacerdotal, como otros son llamados a una vida matrimonial. Por ello aquí puede haber cierto conflicto de vocaciones o de prioridad de vocaciones más que una contradicción. Quien entra en el monasterio lo hace para ser monje. Es algo que san Benito lo tiene bastante claro, y que dentro de la comunidad uno puede se llamado a un servicio u a otro diferente. No es, por tanto, el sacerdocio un determinado grado de la vida monástica, por más que a lo largo de los siglos se haya establecido la diferencia entre monjes de primera, que serían los sacerdotes, y monjes de segunda, que serían los no sacerdotes. Una división que subsistió hasta el Concilio Vaticano II. En algunas comunidades todavía perdura una cierta frustración en quien se vieron impedidos de acceder al sacerdocio o al diaconado, e impidiendo así de asumir determinadas responsabilidades.

El Decreto Perfectae Caritatis del Concilio Vaticano II nos dice:

“El Sagrado Concilio declara que nada se opone al hecho que los Institutos de Hermanos permanezcan invariables en su naturaleza laical, y que algunos de sus miembros en virtud de una disposición del Capítulo General, y para atender a las necesidades del ministerio sacerdotal, reciban las Sagradas Ordenes” (PC,10)

Sin embargo no deja de ser un tema de actualidad, ya que recientemente el Papa Francisco mediante un rescripto de 16 de Mayo de 2022, derogó el canon 588&2 del Código de Derecho Canónico y establece que se da facultades al Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica de autorizar discrecionalmente y en casos individuales a los miembros no clérigos, para que se pueda conferirles el oficio de Superior Mayor en los Institutos Religiosos clericales de derecho pontificio, y en las Sociedades clericales de vida apostólica de derecho pontificio de la Iglesia latina y dependientes de ésta; siempre que el Dicasterio tenga reservado el derecho de evaluar el caso individualmente y se atenga a las razones dadas por el moderador supremo, o por el Capítulo General del Orden, instituto o sociedad. Esta nueva situación no se trató en el último Capítulo General de nuestra Orden, y sería interesante saber como afectaría al carácter clerical del mismo, para que, por ejemplo, se pudiera un día abrir la puerta a tener una Abadesa General, si así lo establecieran las Constituciones del Orden y lo confirmara el Dicasterio.

La filosofía que está detrás de este rescripto del Papa, no olvidando que la Compañía de Jesús tiene esta división entre presbíteros y no presbíteros, es la priorización de la vocación a la vida religiosa en la línea que dice Perfectae Caritatis: “la vida religiosa laical, tanto de hombres como de mujeres, constituye un estado completo en sí mismo de profesión de los consejos evangélicos” (PC, 10)

Parece que esto ya lo tenía presente san Benito, como lo tiene nuestras Constituciones que solamente determinan el sacerdocio para el abad y el maestro de novicios, en la línea del Vaticano II que habla de recibir las Sagradas Ordenes para atender a las necesidades del ministerio sacerdotal en las propias comunidades. (Cf. PC,10)  Lo que no es del agrado de san Benito es el monje orgulloso y con vanagloria que se considere exento de la observancia regular, y olvidadizo de la obediencia, buscando ocupar un lugar por encima del que le corresponde por su ingreso en el monasterio.

El monje ordenado de presbítero debe evitar el pretexto del sacerdocio y avanzar más diligentemente hacia Dios. Es curiosa esta traducción de la palabra latina “occasione” por “pretexto”, pero está en la línea de lo que acaba de determinar san Benito para el infractor:  ser juzgado no como sacerdote, sino como un rebelde; ser amonestado con frecuencia si no se corregía, y que cuando las faltas ya son manifiestas ser expulsado del monasterio. Parece que un monje ordenado de presbítero puede llegar a ser un rebelde contumaz en la falta. También es curioso y sintomático el recurso al obispo en caso de no arrepentirse en su vanagloria y orgullo. Micaela Puzicha destaca que se trata de una tentativa de despertar la conciencia del presbítero apelando a quien le había ordenado. (Comentario a la Regla)

El sacerdocio puede comportar otros riesgos como el que apunta Dom Dismas de Lassus, Prior de la gran Cartuja cuando escribe:

“Hace falta tener el coraje de reconocerlo: la paternidad espiritual y la abertura de corazón pueden ser utilizados de manera perversa para convertir a otra alma en esclava” (Los riesgos en la vida religiosa)

Poque, evidentemente, el ministerio no concede ser infalible, y uno puede creer que al haber sido ordenado sacerdote, en el caso de la vida monástica, cuando el abad lo desea u considera oportuno, como escribe san Benito, se ha convertido el monje ordenado en un “starets”, como el mismo Dom Dismas escribe, refiriéndose a un caso concreto, como podrían ser muchos otros afirmando: “el caso típico en la vida monástica es la función del maestro de novicios. Su nombramiento no hace del maestro de novicios un “starets”, sino que solamente se le reconoce la capacidad de acompañar a los jóvenes en sus primeros años” (Los riesgos de la vida religiosa). Y donde el Prior de la Gran Cartuja escribe “maestro de novicios” podríamos poner cualquiera otra responsabilidad de una comunidad.

Para evitar riesgos, es muy importante, fundamental, la formación. En esta línea decía el Abad General Mauro Esteva en el Sínodo de nuestra Orden de 2002: “de hecho no se pueden promover las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada sin unos profundos y sólidos fundamentos teológicos”.

Es también sintomático que este capítulo de la Regla no tenga correspondencia en la Regla del Maestro, como es habitual en otros temas. Esto se debe porque la Regla del Maestro no prevé ni la acogida de presbíteros en el monasterio ni la ordenación de monjes, insistiendo de manera clara en el carácter absolutamente laical del monaquismo, disociando claramente la vocación monástica del Sacramento del Orden (Comentario de la Regla de san Benito).

domingo, 4 de junio de 2023

CAPÍTULO 55, LA ROPA Y EL CALZADO DE LOS HERMANOS

 

CAPÍTULO 55

LA ROPA Y EL CALZADO DE LOS HERMANOS

 

Ha de darse a los hermanos la ropa que corresponda a las condiciones y al clima del  lugar en que viven, 2 pues en las regiones frías se necesita más que en las templadas. 3 Y es el abad quien ha de tenerlo presente.4 Nosotros creemos que en los lugares templados les basta a los monjes con una cogulla y una túnica para cada uno – 5 la cogulla lanosa en invierno, y delgada o gastada en verano -, un escapulario para el trabajo, escarpines y zapatos para calzarse.6 No hagan problema los monjes del color o de la tosquedad de ninguna prenda, porque se adaptarán a lo que se encuentre en la región donde viven o a lo que pueda comprarse más barato. 8 Pero el abad hará que lleven su ropa a la medida, que no sean cortas sus vestimentas, sino ajustadas a quienes las usan. 9 Cuando reciban ropa nueva devolverán siempre la vieja, para guardarla en la ropería y destinarla luego a los pobres. 10 Cada monje puede arreglarse, efectivamente, con dos túnica y dos cogullas, para que pueda cambiarse por la noche y para poder lavarlas. 11 Más de lo indicado sería superfluo y ha de suprimirse. 12 Hágase lo mismo con los escarpines y con todo lo usado cuando reciban algo nuevo. 13 Los que van a salir de viaje recibirán calzones en la ropería y los devolverán, una vez lavados, cuando regresen. 14 Tengan allí cogullas y túnicas un poco mejores que las que se usan de ordinario para entregarlas a los que van de viaje y devuélvanse al regreso. 15 Para las camas baste con una estera, una cubierta, una manta y una almohada. 16 Pero los lechos deben ser inspeccionados con frecuencia  por el abad, no sea que se esconda en ellos alguna cosa como propia. 17 Y, si se encuentra a alguien algo que no haya recibido del abad, será sometido a gravísimo castigo.18 Por eso, para extirpar de raíz este vicio de la propiedad, dará a cada monje lo que necesite; 19 o sea, cogulla, túnica, escarpines, calzado, ceñidor, cuchillo, estilete, aguja, pañuelo y tablillas; y así se elimina cualquier pretexto de necesidad. 20 Sin embargo, tenga siempre muy presente el abad aquella frase de los Hechos de los Apóstoles: «Se distribuía según lo que necesitaba cada uno».  21 Por tanto, considere también el abad la complexión más débil de los necesitados, pero no la mala voluntad de los envidiosos. 22 Y en todas sus disposiciones piense en la retribución de Dios.

 

Escribe Ansel Grün que la espiritualidad de la Regla toca de pies a tierra, como la espiritualidad de los PP. del Desierto que inspira a san Benito.

En la espiritualidad benedictina desarrolla un papel importante el control de la realidad, es decir que debe mostrar si es espiritualidad verdadera, si se ajusta al espíritu de Cristo o se contenta con meras consideraciones piadosas. (Ejercicios benedictinos).

Sin duda, es un tema concreto donde se muestra si la espiritualidad de la Regla la vivimos de corazón o de apariencia es este de “poseer”, que hace referencia a lo que san Benito llama un vicio que es necesario extirpar de raíz.,

Tenemos la tendencia natural a poseer determinadas cosas como propias y esto enrarece a veces nuestras relaciones. San Benito es consciente de nuestra débil naturaleza y nos da unos consejos para ayudarnos en el desprendimiento de les coses materiales.

San Benito trata también en el capítulo 32 como debemos tratar las herramientas, vestidos, u otros objetos, y señala como deben ser los responsables a quienes se les encomiendan estos objetos: capaces de recogerlos, cuidarlos… En realidad, todos debemos de seguir el consejo que san Benito da al mayordomo de “cuidar todos los bienes del monasterio como si fueran vasos sagrados del altar” (RB 31,10)

Había una vieja costumbre en los monasterios que era considerar las cosas ad usum, es decir, que las utilizamos, pero no son nuestras sino de toda la comunidad. Esto nos lo presenta san Benito cuando nos habla de los semaneros de la cocina y habla de retornar al mayordomo las herramientas limpias y en buen estado. (cf. RB 25,10), o en este capítulo, cuando establece que quienes van de viaje tomen ropa del vestuario y la devuelvan limpia al volver. ¿Qué nos impide de mirar los vestidos u otros objetos como vasos sagrados? ¿qué nos mueve a desear cosas que tienen los demás?  Será la inclinación de la naturaleza humana hacia el pecado, la insubordinación de los deseos a la razón, pues mientras la razón está cerca de Dios, la razón se opone a esos deseos que alejan de Dios.

Es la concupiscencia que nos inclina a preferir lo placentero y a evadirnos de lo más exigente y doloroso. San Juan Pablo II ha comentado largamente este tema en sus catequesis de los miércoles en el Vaticano, que viene a ser origen de todos los pecados, juntamente con la avaricia, contra las cuales no hay otro remedio que el de la generosidad. Esta generosidad la plantea san Benito aconsejando no hacer problema con la calidad o color del vestido, sino contentarse con lo que se puede adquirir a mejor precio.

Con respecto al tema del vestido escribe Joan Chittister: ”Los argumentos para vivir una “presencia encarnada en la sociedad, para estar inmersos en la vida hacían surgir problemas que nada tienen que ver con la teología. Hermanas que habían estado en comunidad durante años que no se habían arreglado el cabello durante décadas, ni habían elegido unos calcetines desde los 15 años, tuvieron que elegir vestidos que cayeran bien. Las que tenían familia que les ayudaban eran las más afortunadas. Otras se encontraban perdidas, incomodas, y despojadas de toda dignidad. Quedaban solas, confundidas por la nueva teología que sugería abandonar la ropa utilizada durante siglos”. (Tal como éramos, p.172)

El Decreto Perfectae Caritatis, sobre la renovación de la vida religiosa decía: “El hábito religioso, como signo de la consagración que es, sea sencillo y modesto, pobre y al mismo tiempo decente, que se adapte a las exigencias de la salud y a las circunstancias del tiempo y lugar, y se acomode a las necesidades del ministerio. El hábito tanto de hombres como de mujeres que no se ajuste a estas normas debe modificarse· (PC, 17)

Al margen de la anécdota, viene la reflexión sobre algo importante que es la posibilidad de recurrir, algunos a la familia o a las amistades, para obtener lo que no pueden obtener en comunidad, sea ropa, herramientas, una manta… Esto viene a crear una división, una fractura social que no es bueno potenciar. Ciertamente, por la vida que uno ha llevado antes de entrar en el monasterio, hay quien tuvo de todo, y otros que vivieron con estrecheces.

En este punto, además de luchar contra nuestra concupiscencia, se trata de aplicar lo que nos dice san Benito, es decir, dar a cada uno según sus necesidades, y él mismo recalca que la necesidad viene de los débiles y la mala voluntad de poseer de los envidiosos. Y es que san Benito nos habla también de otro pecado capital relacionada con la avaricia, que es la envidia contra la que no hay un remedio sino es la virtud de la caridad.

La envidia mueve gran parte de nuestra sociedad; elementos que pueden ser buenos, como la publicidad, también engendran envidias, a no ser que no nos dejamos arrastrar por todo ello. Conocer, en ocasiones, nos crea, en general, una necesidad. Y si en tiempos de san Benito eso se limitaba a crear la mala voluntad de los envidiosos dentro de la comunidad, ahora con la facilidad de los medios de comunicación, podemos caer en la espiral del consumismo, o acudir a puertas donde no deberíamos llamar para pedir.

San Benito nos dice, en el capítulo precedente, que no debemos aceptar o dar nada sin el permiso del superior, incluso si viene de los familiares. Para evitar caer en esta tentación es necesario que el administrador dé lo que sea necesario y no ponga el acento en aquel dicho castellano: “ante el vicio de pedir, esta la virtud de no dar”. Pedir lo necesario no es vicio, negar lo que procede no es virtud. Pero conviene tener presente lo que dice san Benito en el capítulo 34: “que el que no necesita tanto dé gracias a Dios y no se ponga triste; y, en cambio, el que necesita más que sienta la humillación de su debilidad y no enorgullezca por la comprensión que le tiene, y así todos los miembros vivirán en paz; sobre todo que no se manifieste el mal de la murmuración. (34,3-6)

De esta manera seguramente practicaremos esta espiritualidad positiva sobre la que reflexionaba Alselmo Grün: evitar lo que es superfluo que hay que suprimir y a la vez tener todo lo necesario.