domingo, 29 de marzo de 2020

CAPITULO 2,30-40 COMO HA DE SER EL ABAD


CAPITULO 2,30-40
COMO HA DE SER EL ABAD


Siempre debe tener muy presente el abad lo que es y recordar el nombre con que le llaman, sin olvidar que a quien mayor responsabilidad se le confía, más se le exige. 31Sepa también cuan difícil y ardua es la tarea que emprende, pues se trata de almas a quienes debe dirigir y son muy diversos los temperamentos a los que debe servir. Por eso tendrá que halagar a unos, reprender a otros y a otros convencerles; 32y conforme al modo de ser de cada uno y según su grado de inteligencia, deberá amoldarse a todos y lo dispondrá todo de tal manera que, además de no perjudicar al rebaño que se le ha confiado, pueda también alegrarse de su crecimiento. 33Es muy importante, sobre todo, que, por desatender o no valorar suficientemente la salvación de las almas, no se vuelque con más intenso afán sobre las realidades transitorias, materiales y caducas, 34sino que tendrá muy presente siempre en su espíritu que su misión es la de dirigir almas de las que tendrá que rendir cuentas. 35Y, para que no se le ocurra poner como pretexto su posible escasez de bienes materiales, recuerde lo que está escrito: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura». 36Y en otra parte: «Nada les falta a los que le temen». 37Sepa, una vez más, que ha tomado sobre sí la responsabilidad de dirigir almas, y, por lo mismo, debe estar preparado para dar razón de ellas. 38Y tenga también por cierto que en el día del juicio deberá dar cuenta al Señor de todos y cada uno de los hermanos que ha tenido bajo su cuidado; además, por supuesto, de su propia alma. 39Y así, al mismo tiempo, que teme sin cesar el futuro examen del pastor sobre las ovejas a él confiadas y se preocupa de la cuenta ajena, se cuidará también de la suya propia; 40y mientras con sus exhortaciones da ocasión a los otros para enmendarse, él mismo va corrigiéndose de sus propios defectos

Decía el Papa Francisco en la Audiencia General del pasado 18 de Marzo:

“Todos somos deudores. Todos. Para con Dios, que es muy generoso, y hacia los hermanos. Todos sabemos que no somos el padre o la madre que deberíamos de ser, el marido o la mujer, el hermano o la hermana que deberíamos de ser. Todos estamos “en déficit” en la vida y necesitamos perdón. Sabemos que nosotros también hemos hecho el mal, falta siempre alguna cosa que habríamos tenido que hacer”.

Esto debemos tenerlo en cuenta, y sobre todo el abad, porque como dice san Benito a quien más se le confía más se le exige. La conciencia de nuestras debilidades, tanto físicas como morales, en expresión de san Benito, de nuestras limitaciones más o menos superables, aquellos “defectos de fábrica” de los que hablaba el abad Mauro Esteva, todo forma parte de nuestra vida, es parte de la mochila que cargamos y con la que hemos de caminar hacia Cristo, hacia la vida eterna, y ojalá de tanto en tanto podamos descargar alguna piedra en lugar de cargar con ella, como nos sucede a menudo.

El temperamento, la inteligencia de cada uno, las virtudes y defectos que configuran nuestra personalidad nos pueden ayudar a avanzar o ser un lastre. Cada uno debe verlo por sí mismo. Dios nos ha llamado a seguirlo dentro de una comunidad, que no la hemos hecho a nuestro gusto o conveniencia, porque una comunidad, como una familia o un lugar de trabajo, no es un grupo de amigos como aquel que uno se encuentran para compartir un tiempo de ocio. Amistades excesivamente estrechas, o particulares son excluyentes y llevan al conflicto y la división.

Corremos el riesgo de actuar como Aarón y María, según comenta Orígenes en el libro de los Números: “la primera lección que saco de este episodio, útil y necesaria, es que no debo calumniar a mi hermano, ni hablar mal del prójimo, ni abrir la boca para criticar, ya no digo a los santos sino a ninguno”. (Hom 7)

En todos los casos siempre hay algo que nos une; un elemento fundamental. En el caso de una comunidad, este fundamento es trascedente, ya que es seguir más de cerca a Cristo en el recinto monástico, con las espléndidas y fortísimas armas de la obediencia, de la paciencia, de la humildad y del buen celo.

Nuestra respuesta a la llamada del Señor el “yo” del que nos habla san Benito en el Prólogo que viene a ser la respuesta a la pregunta “¿quién es el hombre que estima la vida y desea vivir días felices?”, es una respuesta libre madura y responsable. Si venimos al monasterio para escondernos o huir del mundo, si venimos para satisfacer alguna ambición, o por cualquier otro motivo que no sea seguir a Cristo, puede ser que permanezcamos toda la vida, pero será una vida vacía, sin sentido. El que sigue al Señor, el que se da, ha de querer, ha de intentar ir conformando su voluntad a la de Cristo. A este proceso están destinados los halagos, las amenazas, la persuasión que san Benito pide al abad, acomodándose a las muchas maneras de ser.

En una reciente obra (Risques et derives de la vie religieuse, Paris CERF, 2020) el actual Prior de la Gran Cartuja, Don Dysmas de Lassus, aborda los riesgos y derivas de la vida religiosa, es decir lo que viene a llamarse los abusos espirituales.

Un tema que forma parte, con otros, de la agenda de nuestro próximo Capítulo General, porque nuestro Orden ha vivido últimamente situaciones donde alguno imponía un pensamiento único a su comunidad, olvidando en los otros monjes no solo la madurez y la responsabilidad de su vocación, sino más bien creando una especie de liderazgo espiritual donde nada puede alejarse del deseo o capricho de quien se cree predestinado a decidir en todo la vida y el destino de los demás. En el origen está la certeza de que para algunos no hay debilidades, de que las debilidades no son parte consubstancial de la naturaleza humana, y llega a creerse libre de ellas, y haber llegado a un estado de perfección que más que ser cierto aniquila la propia y la ajena vocación.

Como escribe Dom Dysmas, más allá de la liturgia, de la vida reglamentada, de la plegaria, está la libertad del alma, libertad de elegir nuestra vida interior vivida en la confianza, en el seno de una comunidad, y vivido como un don, servicio y plenitud con los demás y para los demás. Necesitamos recordar siempre nuestra debilidad y abrirnos a la acción de la gracia, sin la cual nada es posible. Nuestra debilidad la vivimos con más intensidad en ocasiones excepcionales, como la que ahora misma la experimentamos con toda la sociedad.

El Papa Francisco afirmaba el viernes en su plegaria por el fin de la pandemia en la plaza de san Pedro que “la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto aquellas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra como habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad” (27 Marzo 2020)

Ahora, en estos días nuestra sociedad vive una fuerte tempestad; todo está alterado, nadie hace lo que habitualmente hacía, hay miedo, angustia, dolor… A nosotros, habituados a nuestras tempestades particulares, se nos pide de vivir el momento como a quien más se le ha confiado, con la esperanza de que la Cuaresma nos prepare para la Pascua, y esta es la verdadera vida de los hijos de Dios, ganada por Cristo en la Cruz. A menudo, estos días, la mirada de nuestros conciudadanos se vuelve a nosotros para recibir un consejo de como vivir el confinamiento. Principios de la Regla, como la paciencia, la obediencia, la humildad, el buen celo, pueden ser, sino un modelo, sí una ayuda para mucha gente.

Pero a la vez nos toca reflexionar de como vivimos nosotros. Para cuando nos corresponda dar cuenta, cuando se nos examine el último día en el amor, en expresión de san Juan de la Cruz. Debemos preguntarnos si nos esmeramos por hacer la voluntad del Padre o luchamos por hacer lo nuestro, por ejemplo riendo las gracias a unos ignorantes o incluso, Dios no lo quiera, menospreciando a Dios ante otros, huyendo de hacer la voluntad de Dios. Un riesgo que todos corremos y sobre lo que san Benito nos advierte al decirnos que no debemos hacer acepción de personas, o que nadie se tome el derecho a defensar a otro.

A esto no deben ayudar las admoniciones, mientras ponemos de nuestra parte y vamos corrigiendo nuestros defectos, asumiendo nuestras propias limitaciones, que no son pocas, intentado de superarlas. Como nos decía en Papa Francisco en la audiencia citada antes: “la miseria misma y la falta de justicia misma se convierten en una ocasión para abrirnos al reino del cielo, con una medida más grande, la medida de Dios, que es misericordia””

domingo, 22 de marzo de 2020

PRÓLOGO DE LA REGLA, 8-20




PRÓLOGO DE LA REGLA,  8-20

Levantémonos, pues, de una vez; que la Escritura nos espabila, diciendo: «Ya es hora de despertarnos del sueño». 9y, abriendo nuestros ojos a la luz de Dios, escuchemos atónitos lo que cada día nos advierte la voz divina que clama: 10«Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestros corazones». 11y también: «Quien tenga oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias». 12¿Y qué es lo que dice? «Venid, hijos; escuchadme; os instruiré en el temor del Señor». 13«Daos prisa mientras tenéis aún la luz de la vida, antes que os sorprendan las tinieblas de la muerte». 14Y, buscándose el Señor un obrero entre la multitud a la que lanza su grito de llamamiento, vuelve a decir: 15«¿Hay alguien que quiera vivir y desee pasar días prósperos?» 16Si tú, al oírle, le respondes: «Yo», otra vez te dice Dios: 17Si quieres gozar de una vida verdadera y perpetua, «guarda tu lengua del mal; tus labios, de la falsedad; obra el bien, busca la paz y corre tras ella». 18Y, cuando cumpláis todo esto, tendré mis ojos fijos sobre vosotros, mis oídos atenderán a vuestras súplicas y antes de que me interroguéis os diré yo: «Aquí estoy». 19Hermanos amadísimos, ¿puede haber algo más dulce para nosotros que esta voz del Señor, que nos invita? 20Mirad cómo el Señor, en su bondad, nos indica el camino de la vida.

En doce versos san Benito toma nueve textos de la Escritura, seis de Salmos, uno de san Pablo, otro del Apocalipsis y uno del cuarto Evangelio. Toda una muestra de cómo se inspira en la Escritura, se la apropia, la concreta y hace norma para nuestra vida.

Dios, mediante la Escritura, nos invita a despertarnos. Por eso la Palabra es el centro de nuestra vida de monjes, la fuente primera de nuestro contacto con Dios, porque es la voz de Dios. San Benito la utiliza para mostrarnos que es Dios mismo quien nos exhorta, quien nos llama y nos pide levantarnos y seguirlo. La vida de todo cristiano se centra en la relación personal e intransferible con Dios. La relación de la criatura con su creador, no puede ser nada más grande.

Por Jesucristo somos hijos con el Hijo, y es el Padre quien nos llama a través del Espíritu que actúa en el pueblo de Dios que es la Iglesia; vivimos nuestra relación con Dios formando parte de una comunidad, formando parte de la Iglesia. En la llamada la iniciativa siempre es de Dios que nos invita a abrirnos a su gracia. El abece de la Regla es que siempre utiliza verbos que implican acción, movimiento, decisión por parte nuestra. Tenemos que levantarnos, despertarnos, escuchar, caminar, abandonando la pereza espiritual. Por esto debemos amar la vida que hemos recibido de Dios, aquella a la que Dios nos llama, vivirla felizmente; desear la vida verdadera y perpetua. Por esto nuestros corazones no pueden endurecerse, sino abrirse a Dios nuestro Creador, por medio de su Hijo, y abrirse a la gracia que se nos da por el Espíritu.

Dios nos pide una respuesta a su llamada; no podemos permanecer callados, impasibles, sino decir “yo”, dar un paso adelante con hechos, guardando la lengua del mal, no decir nada falso, abandonando el mal para tender al bien; en definitiva, buscar la paz de espíritu, pues por ella podemos llegar a Cristo.

Estas premisas que nos pide el Señor para seguirlo no es algo vacuo. Nuestra respuesta debe ser personal, libre, decidida; es lo que quiere decir responder con un “yo” a la llamada. Una llamada que empieza ya por el bautismo, y, además, por nuestra vocación de monjes, por lo que no podemos ni debemos enturbiar nuestra ruta con la niebla de la falsedad, de la exageración que limita a la mentira, ni decir ni querer nada falso que tiende a consolidad nuestra voluntad al precio que sea y no la de Dios. Falsedad y mal van de la mano; una es instrumento de la otra, y en ocasiones no somos conscientes del mal que hacemos al fallar, en uno u otro grado, a la verdad; aquella que se corresponde con la vida verdadera, que acompaña a la paz, que nos ayuda a abandonar el mal y a cambiarlo por el bien, pues los dos pueden ser obra nuestra, y está en nuestras manos abrirnos o cerrarnos a la gracia de Dios. Es cuando dice el Apóstol: “no hago lo que quiero, sino aquello que detesto” (Rom 7,15).

Cumplidos estos requisitos es cuando Dios nos mira, nos escucha y nos dice: “Aquí estoy”. La misma voz del Señor nos invita, y todo bondadoso como es por naturaleza, nos muestra el camino de la vida, el camino de la paz.

Escribe san Bernardo: “Esta sumisión a la voluntad de Dios se presenta bajo un triple aspecto: querer de manera absoluta aquello que nos consta que Dios quiere; detestar sin contemplaciones lo que Dios no quiere; y lo que no sabemos si lo quiere o no, tampoco lo queramos ni lo rechacemos de manera categórica” (Sermón 26,2).

Dios cuida de todas sus criaturas, tanto que ha enviado a su Hijo para ser una más, sin dejar de ser Dios a la vez; por esto nos da la posibilidad, nos ofrece, nos llama a crecer y a avanzar en el camino de la paz.

San Benito nos dice “levantémonos pues”. Esta conjunción, traducción del latín “ergo” que emplea cuatro veces en la Regla, es una conclusión, el punto donde después de un discernimiento, debemos dar una respuesta. Ya no toca esperar, ya no toca diferir la decisión, sino responder de una vez por todas, tomar una decisión irrevocable, firme y libre. Este “pues/ergo” no es un hablar por hablar, es una conversión de costumbres, un abandono del mal, de la falsedad, para caminar, quizás lentamente, pero decididamente, por el camino de la paz que nos lleva a la vida verdadera y perpetua.

Dios nos llama siempre, pero si nos alejamos de Él su voz queda debilitada, y nos cuesta cada vez más escucharlo, ya que el ruido de nuestro “yo” es tan grande que deja en la oscuridad la voz del mismo Dios. No es que Dios se aleje, pero si que lo hacemos nosotros, o bien nos detenemos, o estancamos en nuestra comodidad, mientras Él avanza. Entonces, la eficacia de su palabra viene a ser cada vez menos vivificante. Si no respondemos a su llamada, al alejarnos cada vez más de Él, no llegaremos a entender lo que nos dice.

La respuesta, decir “yo”, no es otra cosa que acercarnos a Dios, hacer la experiencia de Dios, entra en relación con Él, ser iluminados por la luz deifica, aquella de la que dice el salmista: “Tu palabra es luz para mis pasos, es la claridad que me ilumina el camino” (Sal 119, 105)

San Benito nos da en estos versos del Prólogo una pincelada de toda la Regla, de aquel camino que el Señor nos convida a recorrer al llamarnos; del camino que hemos escogido de decirle “yo”. En palabras del papa Benedicto: “hoy el seguimiento de Cristo es arduo; significa aprender a tener la mirada en Jesús, a conocerlo íntimamente, a escucharlo en la Palabra y a encontrarlo en los sacramentos. Es decir, aprender a conformar la propia voluntad con la Suya” (Benedicto XVI, Mensaje para la XLIII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 2011)