CAPÍTULO
8
EL
OFICIO DIVINO DURANTE LA NOCHE
Durante el invierno,
esto es, desde las calendas de noviembre hasta Pascua, se levantarán a la
octava hora de la no che conforme al cómputo correspondiente, 2 para que
reposen hasta algo más de la media noche y puedan levantarse ya descansados. 3
El tiempo que resta después de acabadas las vigilias, lo emplearán los hermanos
que así lo necesiten en el estudio de los salmos y de las lecturas. 4 Pero
desde Pascua hasta las calendas de noviembre ha de regularse el horario de tal
manera, que el oficio de las vigilias, tras un cortísimo intervalo en el que
los monjes puedan salir por sus necesidades naturales, se comiencen
inmediatamente los laudes, que deberán celebrarse al rayar el alba
Este capítulo muestra
una gran sensibilidad y realismo. San Benito está atento a la organización de
las comunidades a lo largo del año, al descanso de los monjes, que debe ser
suficiente, e incluso a la satisfacción de las necesidades naturales, hecho que
lejos de escandalizarnos nos muestra su detallismo. Y todo sin descuidar lo más
importante: la plegaria, el Oficio Divino, que debe adecuarse a las horas
pertinentes a fin de santificar el día.
Esta santificación del
día fue un aspecto importante de la Constitución Sacrosantum Concilium del Concilio
Vaticano II. Era costumbre entre los sacerdotes, no así en los monjes, de hacer
el Oficio de una “tirada”, lo cual no ayudaba a la devoción, la calma y la
concentración que requiere.
En la biografía de
Mosén Ramon Muntanyola sobre el cardenal Vidal i Barraquer hay una anécdota que
ilustra este punto: el Cardenal, su auxiliar, el beato Manuel Borrás y los
otros sacerdotes que residían en el Palau.: el 21 de Julio de 1936, antes de
marchar de Tarragona hacia Poblet, ya habían hecho, como buenos sacerdotes el
Oficio de Lectura del día siguiente. Sorprende quizás ahora la alusión y nos
muestra su carácter habitual y que estaba bien valorada.
En la vida monástica
cada plegaria tiene su momento, y cada momento su ocupación, una vida reglada a
fin de dedicarse a lo más importante: buscar a Dios. Es un punto fundamental,
como para no olvidarlo, teniendo siempre en cuenta el ritmo, un ritmo que es
necesario para vivir el sentido de nuestra vida.
A la entrada de nuestro
monasterio hay un cartel donde se recuerda el capítulo 53 de la Regla y se cita
el texto que dice «Todos los forasteros que se presentan tienen que ser
acogidos como el Cristo» (*RB, 53,1), y forasteros recibimos a lo largo del año,
recibimos muchos y diversos. ¿Por qué acoger unos y rechazar otros? ¿Qué criterio
debería guiarnos para la selección? ¿Tendríamos que acoger a quienes piensan
como nosotros y a quienes no lo hacen cerrarles la puerta? Y si el criterio es
que coincidan con nuestros intereses o pensamiento, ¿con los de quienes tienen
que coincidir? Porque también nosotros somos una comunidad plural de origen, de
lengua, de cultura, de educación, de situación familiar. Pero nos une el
objetivo de buscar Dios y para llevarlo a buen término nos tiene que unir
también el de acoger a los forasteros, sean quién sean.
Los últimos años nos
han llevado a situaciones complicadas y dolorosas, para muchas personas y como
colectivo. La nuestra no debe ser nunca una respuesta partidista, parcial. Estos
días estamos escuchando en el refectorio un libro de entrevistas de Fulvia
Nicolàs con el Cardenal Vicente Enrique y Tarancón. Durante toda la larga
entrevista se plasma la idea de fondo de este prelado de acoger a todos, de
hablar con todos y no le fue nunca fácil. Recibió críticas feroces, insultos,
amenazas; como años antes le había pasado al Cardenal Vidal y Barraquer, como
ha pasado a tantos cristianos a lo largo de la historia.
Acoger no significa
compartir ni el pensamiento, ni los objetivos, ni los métodos de la persona
acogida. Acoger quiere decir recibir, escuchar y aceptar al visitante. Sea
quién sea; desde alguien a quien necesita algo para comer a quién no le falta
de nada; desde alguien que tiene responsabilidades, a quien las ha perdido por
una u otro causa; desde quién ha cometido errores, y quien no los ha cometido?,
hasta aquel cuya actuación nos place; desde el que habla una lengua extraña, a
quien habla la nuestra; desde el quien piensa de una manera a quien piensa la
contraria. No hacer acepción de personas pide san Benito en la Regla para el
abad, para los monjes; primeramente, entre ellos, pero también con quienes se
nos acercan.
«Tenía hambre, y me
disteis de comer; tenía sed, y me disteis de beber; era forastero, y me
acogisteis; iba desnudo, y me vestisteis; estaba enfermo, y me visitasteis;
estaba en la prisión, y vinisteis a verme.» (Mt 25,35-36). Este es el baremo
que Dios nos aplicará en nuestro juicio. No nos preguntará si militábamos a
aquel u otro partido; si promovíamos esta o aquella opción para nuestro país. Y
con este baremo hay otro de muy importante también y es que quien más necesita
ser acogido es aquel a cuál más se le van cerrando las puertas, una detrás de
otra, a quien es rechazado, desterrado, perseguido, exiliado, encarcelado. Muy
a menudo amigos dichos del Monasterio, se sienten movidos a decirnos que a este
sí que lo debemos acoger, pero a este otro no; es muy legítimo opinar y discrepar,
pero ni la pertenencia a uno u otro organismo, ni la adscripción a esta o a
otra ideología es excusa para mal aconsejar.
Calcular razonablemente
nos dice en este capítulo san Benito sobre la hora de levantarse.
Razonablemente quiere decir ahora y aquí, en nuestra sociedad no caer en el
rechazo al otro; porque esto es muy peligroso puesto que el círculo, el grupo
se va estrechando cada vez más, haciéndose más y más reducido, más excluyente,
menos cristiano. Y hoy es muy fácil puesto que las nuevas tecnologías favorecen
los comentarios anónimos, la inmediatez, la carencia total de reflexión, cuando
no el insulto. Aquí hoy o mañana recibiremos a tal persona, quizás ayer lo
hicimos con una otro de talante muy diferente. Lo que tenemos que hacer es
hacerlo bien dispuestos, como al levantarnos como nos pide san Benito.
Porque como decía el
Papa Francisco durante su viaje a Marruecos en 2019 «Es cierto, son tantas las
circunstancias que pueden alimentar la división y la confrontación; son
innegables las situaciones que pueden llevarnos a enfrentarnos y a dividirnos.
No podemos negarlo. Siempre nos amenaza la tentación de creer en el odio y la
venganza como formas legítimas de administrar justicia de manera rápida y
eficaz. Pero la experiencia nos dice que el odio, la división y la venganza, lo
único que consiguen es matar el alma de nuestros pueblos, envenenar la
esperanza de nuestros hijos, destruir y llevarse consigo todo el que amamos.»
(31 de marzo de 2019).