domingo, 27 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 73 NO QUEDA PRESCRITA EN ESTA REGLA TODA LA PRACTICA DE LA PERFECCIÓN

 

CAPÍTULO 73

NO QUEDA PRESCRITA EN ESTA REGLA

TODA LA PRACTICA DE LA PERFECCIÓN

Hemos esbozado esta regla para que, observándola en los monasterios, demos pruebas, al menos, de alguna honestidad de costumbres o de un principio de vida monástica. 2 Mas el que tenga prisa por llegar a una perfección de vida, tiene a su disposición las enseñanzas de los Santos Padres, que, si se ponen en práctica, llevan al hombre hasta la perfección. 3 Porque efectivamente, ¿hay alguna página o palabra inspirada por Dios en el Antiguo o en el Nuevo Testamento que no sea una norma rectísima para la vida del hombre? 4 ¿O es que hay algún libro de los Santos Padres católicos que no nos repita constantemente que vayamos por el camino recto hacia el Creador? 5 Ahí están las Colaciones de los Padres, sus Instituciones y Vidas, y también la Regla de nuestro Padre San Basilio. 6 ¿Qué otra cosa son sino medios para llegar a la virtud de los monjes obedientes y de vida santa? 7 Mas para nosotros, que somos perezosos, relajados y negligentes, son un motivo de vergüenza y confusión. 8 Tú, pues, quienquiera que seas, que te apresuras por llegar a la patria celestial, cumple, con la ayuda de Cristo, esta mínima regla de iniciación que hemos bosquejado, 9 y así llegarás finalmente, con la protección de Dios, a las cumbres más altas de doctrina y virtudes que acabamos de recordar. Amen.

Acabada la lectura de la Regla, comienza nuestra tarea, de manera que observándola logremos una honestidad de costumbres o un comienzo de vida monástica. La Regla marca unos mínimos; luego hay que hacer camino para avanzar en la perfección hacia la meta que es la vida eterna.

En el capítulo 58 san Benito nos habla de leer la Regla, tenerla bien aprendida; es una condición para ingresar en el monasterio, para decidir si nos vemos capaces de observarla. La Regla viene a ser una prueba, como una comida suave que nos debe llevar hacia una comida más sólida, como es la Escritura y el magisterio de los Padres.

La Escritura es la primera norma rectísima para una vida humana. El mismo san Benito lo muestra con las numerosas referencias a la misma, como una fuente primera en su doctrina. En segundo lugar, la Tradición, el Magisterio de la Iglesia, que nos muestran lo que debemos correr para llegar a nuestro Creador. Y, finalmente, el magisterio de la vida monástica, con las Colaciones, las Instituciones, y las Reglas que vienen a ser para nosotros instrumentos de virtud, para monjes de vida santa y obediente, que nos llevarán a la perfección de la virtud.

San Benito busca que el monje sea un buscador de Dios. Para ayudarnos pone la Escritura en el centro de nuestra vida, como una fuente insustituible junto con los comentarios de los Padres de la Iglesia. No escribe, pues, la Regla en un marco teórico; rezuma realismo y experiencia en cada uno de sus capítulos; sabe cuales son los obstáculos, y de donde vienen, nuestras debilidades físicas y morales, para impedirnos superarlos con los instrumentos de las buenas obras, la obediencia, la humildad, el silencio, trabajo…

Escribe san Juan Pablo II en su Carta Apostólica Sanctorum Altrix, con motivo del 25 aniversario de la declaración de san Benito como Patrón de Europa:

“La vida benedictina aparece en la Iglesia, sobre todo, como una ardiente búsqueda de Dios, algo necesario que marque el curso de la vida de todo cristiano, que tienda a las mas altas cimas de doctrina y de virtud (RB 73,9cf Lumen Gentium 9, Uunitatis Redintegratio 2), hasta que llegue a la patria celestial. San Benito recorre y observa este camino con ánimo solícito y conmovido, mostrando los no pocos impedimentos que lo hacen arduo, así como los peligros que parecen cerrarlo y hacer inútiles los esfuerzos; porque le hombre es esclavo de codicias inmoderadas, con las cuales se lleva de vana presunción, o se esclaviza con un temor que agota sus fuerzas” (cf RB, Prólogo 48). Pero este camino de vida (cf  Regla, Prólogo 20) puede ser recorrido solo en determinadas condiciones, es decir, en la medida en que ama a  Cristo con un corazón indiviso y conservando una genuina humildad.”

No podemos argumentar un desconocimiento. Además del capítulo 58, nos lo vuelve a recordar en el capítulo 67, cuando nos habla de los porteros, o vamos de viaje, o si nos mandan cosas imposibles de cumplir, no tomarnos la libertad de defender o pegar a otro, o el obedecernos unos a otros, o, finalmente, estar llenos de un celo bueno. Es necesario leer la Regla en comunidad, de manera que no se pueda alegar una ignorancia de la misma.

San Benito quiere preservar nuestra libertad, que aceptemos un mínimo de vida monástica no adaptarnos la Regla a nuestro gusto, sino mirar de avanzar hacia la patria celestial, para lo cual tenemos necesidad no solo de la Regla, sino de la protección de Dios y la ayuda de Cristo. De nuevo, el centro es Cristo, porque la Regla es fundamentalmente cristológica, de ninguna manera egocéntrica.

Decía el Papa Benedicto hablando de san Benito, que éste “califica la Regla, como algo mínimo, como un comienzo, pero, en realidad ofrece indicaciones útiles no solo para los monjes sino para todos los que buscan orientación en el camino a Dios. Por su moderación, su humanidad y su sobrio discernimiento entre lo esencial y lo secundario en la vida espiritual, ha mantenido su fuerza iluminadora hasta el día de hoy. Pablo VI, al proclamar a san Benito Patrón de Europa el 24 de Octubre, de 1964, pretendía reconocer la admirable obra llevada a término por él, a través de la Regla, para formación d la civilización y la cultura europea”, (Audiencia General, 9 de Abril de 2008)

domingo, 20 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 66 LOS PORTEROS DEL MONASTERIO

 

CAPÍTULO 66

LOS PORTEROS DEL MONASTERIO

Póngase a la puerta del monasterio un monje de edad y discreto, que sepa recibir un recado y transmitirlo, y cuya madurez no le permita andar desocupado. 2 Este portero ha de tener su celda junto a la puerta, para que cuantos lleguen al monasterio se encuentren siempre con alguien que les conteste, 3 en cuanto llame alguno o se escuche la voz de un pobre, responda Deo gratias o Benedic. 4 Y, con toda la delicadeza que inspira el temor de Dios, cumpla prontamente el encargo con ardiente caridad. 5 Si necesita alguien que le ayude, asígnenle un hermano más joven. 6 Si es posible, el monasterio ha de construirse en un lugar que tenga todo lo necesario, es decir, agua, molino, huerto y los diversos oficios que se ejercitarán dentro de su recinto, 7 para que los monjes no tengan necesidad de andar por fuera, pues en modo alguno les conviene a sus almas. 8 Y queremos que esta regla se lea muchas veces en comunidad, para que ningún hermano pueda alegar que la ignora.

El portero debe ser un monje prudente, que sepa recibir y dar encargos, maduro, que procure no ir de un lado a otro, y que realice su servicio con la dulzura del temor de Dios y todo el fervor de la caridad.

Existe la leyenda de un monje portero de Poblet. Un día el rey Felipe II se dirigía con una gran comitiva de Zaragoza a Barcelona, en un traslado lento y laborioso, y al pasar por Lérida decidió visitar Poblet, monasterio del cual había oído hablar mucho, pero que no conocía. El monarca llamó al aposentador real y le dijo: Aquí tienes una carta destinada al abad de Poblet, Dom Francisco Oliver de Boteller, para decirle que vamos y nos prepare alojamiento.

El aposentador galopó rápido hacia Poblet, para cumplir el encargo real y llegó al amanecer. Trucando en aquellas horas intempestivas. El monje portero tenía la celda junto a la puerta, como dice la Regla, para atender a todo aquel que trucara. Abrió una pequeña ventana y le preguntó: ¿qué deseáis a estas horas? Éste respondió; “Abrid la puerta al mensajero del rey de España, pues necesitó ver al abad ahora mismo. La pequeña ventana se cerró, y al cabo de un tiempo volvió a abrirse. El mismo monje volvió a preguntar al caballero qué deseaba. “Soy el mensajero del rey de España”, torno a decir un tanto impaciente. “¿De quién decís?” preguntó el monje. “Del rey de España”, repitió el caballero un tanto contrariado. El monje respondió: “No conocemos a ese señor”. El caballero, todo airado y enojado volvió hacia el rey Felipe II y le contó lo que le había sucedido, esperando que iba a explotar contra el monje irrespetuoso e imprudente. Pero el rey le respondió de manera pragmática: ¿por qué estáis tan alterado?  Vuelve al monasterio y le decís que vais de parte del señor Conde de Barcelona, y veréis como se os abren las puertas de monasterio”. El caballero, sorprendido por la reacción y la orden del rey, volvió al monasterio y llamó de nuevo. El monje portero, siempre al servicio, abrió la ventana y preguntó: ¿Que deseáis?, ¿en nombre de quien viene?  El caballero respondió: “de parte del conde de Barcelona, vuestro Señor”. Y las puertas se abrieron de par en par.

La leyenda se ha ido repitiendo con diferentes versiones, pero lo que nos interesa es este celo del monje portero para atender en su servicio con toda la dulzura del temor de Dios, y transmitir el encargo con el fervor de la caridad.

El portero, a menudo es el primer contacto con el mundo, como las antiguas puertas de las ciudades, que eran el punto de contacto y de tráfico de personas y mercaderías. La portería es, a menudo, el primer contacto directo con un monje, y viene a ser la representación visible de la comunidad. De su disponibilidad, amabilidad y sensatez dependerá la imagen que se lleve quien llama, que puede ser del origen más diverso: huésped, petición de ayuda, por curiosidad… Es preciso que el portero sea paciente y celoso en su horario, y sepa dar y trasmitir encargos. Transmitir, de alguna manera, la singularidad de la vida monástica, para no turbar en exceso nuestra rutina diaria.

Hoy, la portería no es la única puerta del monasterio. Se han incorporado otras puertas: el teléfono, antes en la portería, ahora localizado en deferentes lugares del monasterio. Se ha incorporado también el tno. móvil. E internet… Son puertas abiertas al mundo a través de las cuales es preciso ser porteros con sensatez y madurez.

Todo, en esta vida, tiene su lado positivo y su lado negativo. Las nuevas tecnologías nos pueden ayudar, pero pueden también ser un obstáculo en nuestra vida monástica, como un instrumento de dispersión.

Quizás hoy la portería va perdiendo poco a poco el carácter de punto único de encuentro entre la vida monástica y el mundo exterior, viendo como las mismas visitas a los monjes han disminuido… De hecho, la misma sociedad va cambiando y todos estos cambios llegan asimismo a la vida monástica. Tanto la persona que nos visita, pasando por la portería, como quien lo hace a través de un correo electrónico o una trucada por tno. debemos atender con toda dulzura y caridad que podamos, como nos dice san Benito.

Conviene no olvidar la última parte del capítulo, porque no es casual que san Benito nos hable aquí de que no tengamos necesidad de correr por fuera, pues no conviene a nuestras almas. La dulzura y la caridad hacia quien truca a la puerta, física o virtualmente, no debe hacernos perder el ritmo de nuestra vida de plegaria, trabajo y contacto con la Palabra de Dios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 13 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 59 LA OBLACIÓN DE LOS HIJOS DE NOBLES O DE POBRES

 

CAPÍTULO 59

LA OBLACIÓN DE LOS HIJOS DE NOBLES O DE POBRES

Cuando algún noble ofrezca su hijo a Dios en el monasterio, si el niño es aún pequeño, hagan sus padres el documento del que hablamos anteriormente, 2 y, junto con la ofrenda eucarística, envolverán con el mantel del altar ese documento y la mano del niño; de este modo le ofrecerán. 3 En cuanto a sus bienes, prometan bajo juramento en el documento escrito que ni por sí mismos, ni por un procurador, ni de ninguna otra manera han de darle jamás algo, ni facilitarle la ocasión  de poseer un día cosa alguna. 4 No desead proceder así y quieren ofrecer algo al monasterio como limosna en compensación, 5 hagan donación de los bienes que quieren ceder al monasterio, reservándose, si lo desean, el usufructo. 6 Porque de esta manera se le cierran todos los caminos, y al niño no le queda ya esperanza alguna de poseer algo que pueda seducirle y perderle, Dios no lo quiera; porque así lo enseña la experiencia. 7 Los que sean de condición más pobre procederán de la misma manera. 8 Pero los que no poseen nada absolutamente escribirán simplemente el documento y ofrezcan su hijo a Dios con la ofrenda eucarística en presencia de testigos.

Del cap. 58 al 61 de la Regla, san Benito nos habla de la manera de admitir a los hermanos. En el 58 establece el marco, y en los siguientes habla de tres casos particulares: los niños, los sacerdotes y los monjes que viene de otros monasterios. Parece evidente el desfase de este capítulo, pues no se admiten ahora menores de edad en la vida religiosa, y menos la donación por parte de las familias. Pero alguna de las ideas que plantea son válidas y aplicables a una admisión en una comunidad. Las comunidades son diversas, como lo son los orígenes de cada monje, por su familia, su historia… Nadie de nosotros ha elegido la familia donde nació, ni su infancia, pero son dos hechos que han marcado nuestra vida y nuestro carácter.

Nos habla san Benito de quienes proceden de familia noble, o de los que vienen de familia pobre. Parece que no le preocupa que estos últimos quieran abandonar el monasterio, porque, seguramente, en principio tenían en el monasterio las condiciones mínimas de vida garantizadas. No era fácil conseguir en la época de san Benito un plato en la mesa, un lecho para dormir, en una sociedad donde había ricos, muy ricos, y muchos pobres, muy pobres, que era una inmensa mayoría. Tardarían siglos en llegar lo que hoy llamamos clase media, y la burguesía urbana.

Lo que preocupa a san Benito es que los hijos de los nobles puedan abandonar el monasterio, seducidos por una vida mejor en su ámbito familiar, y una posible falta de vocación, pues la entrada en el monasterio se debía a la voluntad de los padres, quizás para solucionar la vida de un hijo. De aquí el cerrar todas las puertas de salida, de manera que ninguna esperanza le pudiera seducir. Esta sentencia suena muy dura y poco adecuada para el mundo de hoy, ya que parece que san Benito quiera monjes obligados coartando la libertad de decisión, e impidiendo toda posibilidad que no sea la de permanecer en el monasterio.

También nos puede pasar por la cabeza que si marchamos del monasterio y nuestra familia tiene recursos, nos ayudará, lo que sería algo natural. Dios nos puede llamar aquí o allá, pero lo que no nos debe seducir es la tentación de dejar el monasterio buscando una mayor comodidad. Ni tampoco hacia el interior, pues debemos ir aplicando nuestra vida a lo que nos proponen el Evangelio o la Regla, y no a seguir nuestra voluntad.

En el fondo, este capítulo plantea la relación de los monjes con la familia, con el mundo que han abandonado. Parece que durante siglos entrar en una comunidad religiosa significaba cortar toda relación con lo vivido anteriormente; era un morir al mundo. También hoy, optar por una vida monástica o consagrada implica una cierta rotura con el pasado y con los vínculos familiares o de amistad. No por ser monjes dejamos de ser hijos, lo cual aparece con evidencia cuando los padres tienen necesidad de ser atendidos. Las renuncias son otras, como pasar determinados días con las familias, o recibir de ellas cosas que nos son superfluas y que ya no necesitamos, como dice san Benito en la Regla, capítulo 58.

La comunidad no sustituye a la familia, pues afirmar que la comunidad es una familia no es acertado, sino que más bien debe considerarse como un grupo de personas diversas en muchos aspectos, pero unidas por un vínculo común: buscar a Cristo. Este aspecto fundamental, como base y razón de ser de nuestra vida de monjes es lo que destaca, en el fondo, san Benito, cuando habla de ofrecer la cédula y la mano del muchacho envueltas en el mantel del altar, la vida del muchacho, ofrecida con el pan y el vino que vendrán a ser, a continuación, el cuerpo y la sangre de Cristo.

Escribe san Ambrosio: “quien tiene sed desea estar siempre cerca de la fuente, y parece que no tiene otro deseo que el agua, a cuyo contacto queda saciado. (Coment. Sal 118)

Debe ser esta la razón fundamental de la permanencia en el monasterio: estar cerca de la fuente de nuestra vida, que es Cristo, y es preciso vivir con la suficiente fuerza que nos permita vencer toda tentación, también la que nos propone hoy san Benito de cortar de raíz, y cerrando la puerta a la seducción y perdición.

 

domingo, 6 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 52 EL ORATORIO DEL MONASTERIO

 

CAPÍTULO 52

EL ORATORIO DEL MONASTERIO

El oratorio será siempre lo que su mismo nombre significa y en él no se hará ni guardará ninguna otra cosa. 2 Una vez terminada la obra de Dios, saldrán todos con gran silencio, guardando a Dios la debida reverencia, 3 para que, si algún hermano desea, quizá, orar privadamente, no se lo impida la importunidad de otro. 4 Y, si en otro momento quiere orar secretamente, entre él solo y ore; no en voz alta, sino con lágrimas y efusión del corazón. 5 Por consiguiente, al que no va a proceder de esta manera, no se le permita quedarse en el oratorio cuando termina la obra de Dios, como hemos dicho, pata que no estorbe a los demás.

Cada cosa tiene su lugar, su hora propia, y en todo es necesario la debida reverencia y atención. La vida monástica tiene su correspondencia en la misma arquitectura del monasterio. Casa espacio está pensado para una función determinada. San Benito enseña que no se debe hacer otra cosa; como siendo conscientes de que somos capaces de lo contrario, y nos advierte de lo inoportuno de esto. Un precepto que es válido para cualquier dependencia monástica. Pero esto es fundamental cuando se trata del oratorio.

El monje es considerado un hombre de plegaria, incluso, a veces, se ha dicho no con mucha fortuna que es un profesional de la plegaria, pues la plegaria es propia de todo creyente; y por supuesto, para el monje es una obligación primera, como el aire que respiramos, o el agua para los peces. Sin plegaria no hay monje. Orar es estar en contacto con Dios, hablar con Él, alabarlo, suplicar…, nada más importante que esta conversación con Dios. Una plegaria, bien determinada a lo largo del día, que comienza en la oscuridad de la noche y acaba también en la oscuridad al final del día.

Al principio del día todavía en la oscuridad de la noche debemos empezar, como nos exhorta sabiamente san Ambrosio.

“Procura preceder aquel Sol que ves: “despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará. Si te adelantas a la salida de este Sol, acogerás a Cristo- Luz. Él te iluminará en lo profundo de tu corazón, y cuando le digas: mi alma te desea de noche, hará resplandecer la luz de la mañana en las horas nocturnas, si meditas la Palabra de Dios. Mientras meditas tienes luz, y viendo la luz -la luz de la gracia no la del tiempo-, dirás: Los preceptos del Señor son buenos, llenan el corazón de gozo. Y cuando la mañana te encuentre meditando la Palabra de Dios, y esta ocupación tan agradable de orar y salmodiar haga las delicias de tu alma, dirás nuevamente al Señor: Las puertas de la aurora se llenan de gozo  (Comentario al Salmo 118)

Dentro del equilibrio de la vida monástica, entre plegaria, trabajo, contacto con la Palabra y descanso, la plegaria con la lectio ocupa el lugar central; todos trabajan; todos descansan, pero solo el creyente ora, lee y escucha la Palabra de Dios, alimentándose espiritualmente de ésta. La plegaria, sea comunitaria o personal, tiene como lugar específico el oratorio. Este lugar, por su función, exige el máximo silencio, no solo cuando estamos orando, sino también al entrar o salir. Es un guardar la reverencia debida a Dios.

San Benito nos dice que Dios está siempre presente, pero que esto lo debemos tener más presente cuando estamos en el Oficio Divino (RB XIX). De la misma manera, si debemos pensar que, si Dios está presente en todas partes, mucho más en el oratorio. Siempre que hagamos un trabajo o servicio hemos de ser conscientes de esta presencia de Dios, pero mucho más cuando hacemos la plegaria en el oratorio, porque allí, durante el Oficio Divino, es una experiencia más intensa.

San Benito sabe que, así como debemos ser conscientes de todo esto, podemos tener la tentación de molestar a los demás. Y lo podemos hacer de diversas maneras: con una conversación ociosa, u orando con una fuerza de voz fuera de lugar… Ya nos dice san Benito cuando habla de la lectura en el refectorio de la necesidad de un silencio absoluto, de manera que no se oiga ningún murmullo, ni otra voz que del que lee; o también que el dormitorio tenga un silencio absoluto, o si alguien desea leer que lo haga sin molestar a otro (RB XLIII, 5), habida cuenta que en su época se acostumbrada a leer en voz alta, con el peligro, claro está, de perturbar a otros monjes.

La plegaria personal es preciso hacerla con lágrimas y efusión del corazón, es decir, con toda el alma y en silencio. Por eso, san Benito establece salir del oratorio con el máximo silencio y con la reverencia debida a Dios. Nadie debe quedar si no es para orar. El oratorio continúa siendo el oratorio, aunque haya acabado el Oficio, y por lo tanto no es lugar de conversación, ni entre los monjes, ni con los fieles que puedan asistir al Oficio.

Pero no es suficiente con el silencio exterior. Tenemos necesidad del interior, que a veces nos cuenta encontrarlo. Nos dice san Ambrosio: “¿Cómo puede tu cuerpo estar cerca de Dios, si ni siquiera le honras con los labios? Eres esclavo del sueño, de los intereses del mundo, de las preocupaciones de esta vida, de las cosas de la tierra. Reparte tu tiempo, por lo menos, entre Dios y el mundo” (Comentario al Salmo 118) Priorizar Dios, quizás no sea tan fácil como parece, por ello debemos esforzarnos y ser conscientes de que la plegaria nos da la fuerza y nos mantiene para afrontar positivamente nuestra vida.

Por ello es importante mantener el ritmo de nuestra jornada, a cada hora su ocupación, su tarea litúrgica. Como enseña san Ambrosio: “”ve temprano a la Iglesia, llevando las primicias de tus buenos deseos, y después, si el trabajo de cada día te reclama, tendrá motivos para decir: “Al principio se despiertan mis ojos para considerar vuestras promesas, e irás tranquilo a tus tareas”. (Comentario al Salmo 118)