domingo, 26 de febrero de 2023

CAPITULO 48,14-25 – 49,1-10, LA OBSERVANCIA DE LA CUARESMA

 

 

CAPITULO 48,14-25 – 49,1-10

LA OBSERVANCIA DE LA CUARESMA

Durante la cuaresma dedíquense a la lectura desde por la mañana hasta finalizar la hora tercera, y después trabajarán en lo que se les mandare hasta el final de la hora décima. 15 En esos días de cuaresma recibirá cada uno su códice de la Biblia, que leerán por su orden y enteramente; 16 estos códices se entregarán al principio de la cuaresma. 17 Y es muy necesario designar a uno o dos ancianos que recorran el monasterio durante las horas en que los hermanos están en la lectura. 18 Su misión es observar si algún hermano, llevado de la acedía, en vez de entregarse a la lectura, se da al ocio y a la charlatanería, con lo cual no sólo se perjudica a sí mismo, sino que distrae a los demás. 19  Si a alguien se le encuentra de esta manera, lo que ojalá no suceda, sea reprendido una y dos veces; 20 y, si no se enmienda, será sometido a la corrección que es de regla, para que los demás escarmienten. 21 Ningún hermano trate de nada con otro a horas indebidas. 22 Los domingos se ocuparán todos en la lectura, menos los que estén designados para algún servicio. 23 Pero a quien sea tan negligente y perezoso que no quiera o no pueda dedicarse a la meditatio o a la lectura, se le asignará alguna labor para que no esté desocupado.24 A los hermanos enfermos o delicados se les encomendará una clase de trabajo mediante el cual ni estén. ociosos ni el esfuerzo les agote o les haga desistir. 25 El abad tendrá en cuenta su debilidad.

Aunque de suyo la vida del monje debería ser en todo tiempo una observancia cuaresmal, 2 no obstante, ya que son pocos los que tienen esa virtud, recomendamos que durante los días de cuaresma todos juntos lleven una vida íntegra en toda pureza 3 y que en estos días santos borren las negligencias del resto del año. 4 Lo cual cumpliremos dignamente si reprimimos todos los vicios y nos entregamos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia. 5 Por eso durante estos días impongámonos alguna cosa más a la tarea normal de nuestra servidumbre: oraciones especiales, abstinencia en la comida y en la bebida, 6 de suerte que cada uno, según su propia voluntad, ofrezca a Dios, con gozo del Espíritu Santo, algo por encima de la norma que se haya impuesto; 7 es decir, que prive a su cuerpo algo de la comida, de la bebida, del sueño, de las conversaciones y bromas y espere la santa Pascua con el gozo de un anhelo espiritual. 8 Pero esto que cada uno ofrece debe proponérselo a su abad para hacerlo con la ayuda de su oración y su conformidad, 9 pues aquello que se realiza sin el beneplácito del padre espiritual será considerado como presunción y vanagloria e indigno de recompensa; 10 por eso, todo debe hacerse con el consentimiento del abad.

Toda la vida del monje debería ser una Cuaresma, toda ella una preparación para la Pascua, un camino hacia la Pascua. En este camino, la plegaria, el trabajo y la lectura son fundamentales. San Benito desea que el tiempo cuaresmal lo vivamos de una manera más intensa, no solo como preparación a la Pascua, centro de nuestra vida de fe, sino como un tiempo privilegiado, un tiempo fuerte, para recuperar lo que se haya perdido en el resto del año.En una sociedad donde domina el culto al cuerpo, la ascesis cristiana lo tiene más bien como un instrumento, un medio para llegar a Aquel que es todo en todos. En el fondo se trata de no anteponer nada a Cristo.

En esta preparación de la Pascua tiene un lugar importante la lectura, y esto en un tiempo y en una sociedad donde era alto el analfabetismo. Pero san Benito piensa que, así como nuestra vida es todo un caminar hacia la Pascua, también ha de ser un periodo de formación, adquiriendo unos conocimientos que nos faciliten orientarnos a Cristo, caminar hacia Él.

¿Qué representa la lectura en nuestra vida? ¿qué leemos o escuchamos? Como todo, debemos hacerlo con medida, y a su tiempo, pues si buscamos “mi tiempo”, y con ello pierdo horas de dormir y las lecturas de comunidad, estoy realizando una muy mala lectura.

San Benito, cuando nos habla de las horas que nos hemos de dedicar a la lectura, y para que no caigamos en la tentación, establece que uno o dos ancianos hagan la ronda para evitar que pasemos el tiempo sin hacer nada, víctimas de la pereza, o molestemos a otros. Parece que san Benito es partidario de que esta lectura se haga en soledad, sin juntarnos a otros- Puede suceder que alguna visita u otra circunstancia pueda traernos una situación que nos impida la lectura, pero normalmente debemos ser serios de pedir que se respete nuestro horario monástico.

En este tiempo de Cuaresma, quizás nos podemos imponer algo más en nuestras tareas acostumbradas de servicio. Si lo planteamos como limitación a nuestra libertad siempre será molestia cumplir nuestro horario, seguir el ritmo rutinario de la jornada, pero si ponemos atención a qué dedicamos nuestra vida no debería hacérsenos pesado el querer estar junto a Él cada momento. Pues la lectura no es otra cosa que la ocasión de profundizar en el misterio de Cristo y en nuestro camino de acercarnos a él.

También nos invita san Benito a leer libros por orden y enteros. Un libro, una obra literaria suele estar pensada como un todo, y aunque pueden interesarnos aspectos concretos de una obra concreta en determinadas circunstancias, lo normal es leer toda la obra. Para discernir, Dios nos ha dado el juicio y escuchar opiniones que no compartimos del todo o en parte, y nos puede ayudar a afirmarnos, contemplando la mucha, escasa o nula solidez de otros argumentos. Quien no puede escuchar una opinión diferente a la suya al final puede acabar por mostrar su propia inseguridad personal o debilidad doctrinal.

San Benito quiere que vayamos creciendo, avanzando hacia el Señor, discerniendo lo que nos ayuda o entorpece para ello. Y en esto, la lectura tiene un lugar importante. Primeramente, la lectura de la Palabra de Dios, la Lectio, y también el refectorio, con los estudios exegéticos que nos ayudan a profundizar. Tenemos también el Magisterio de la Iglesia, los Santos Padres, así como la teología, especialmente la espiritual y la monástica. Vienen a ser nuestras fuentes.

A todos nos suenan las fuentes de las que san Benito bebió, e incluso las cita:  la Escritura las Colaciones de los Padres, las Instituciones, otras reglas, como la de san Basilio.

¿Para qué leemos? Leemos para alimentar nuestra vida, para que nos ayude en nuestra vida espiritual. Escribía Benedicto XVI:“El cristianismo no es solo una “buena noticia”, una comunicación de contenidos desconocidos hasta aquel momento. En nuestro lenguaje se diría: el mensaje cristiano no es solamente “informativo”, sino “performativo”. Esto significa que el Evangelio no es solo una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta unos hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera se le ha dado una vida nueva” (Spes salvi, 2)

Con este espíritu de conversión leemos pues esta Cuaresma el libro elegido, por orden, todo entero, durante las horas que debemos dedicar a la lectura, y que sea de provecho para nuestra vida espiritual.

domingo, 19 de febrero de 2023

CAPÍTULO 46, LOS QUE INCURREN EN OTRAS FALTAS

 

CAPÍTULO 46

LOS QUE INCURREN EN OTRAS FALTAS

 

Si alguien, mientras está trabajando en cualquier ocupación en la cocina, en la despensa, en el servicio, en la panadería, en la huerta, en un oficio personal o donde sea, comete alguna falta, 2 o rompe o pierde algo, o cae en alguna otra falta, 3 y no se presenta en seguida ante el abad y la comunidad para hacer él mismo espontáneamente una satisfacción y confesar su falta, 4 si la cosa se sabe por otro, será sometido a una penitencia más severa. 5 Pero, si se trata de un pecado oculto del alma, lo manifestará solamente al abad o a los ancianos espirituales 6 que son capaces de curar sus propias heridas y las ajenas, pero no descubrirlas y publicarlas.

 

Escribe san Juan Crisóstomo: “Jesucristo nos une a Él… Quien se separa un poco, tan solo un poco, se aleja cada vez más”(Hom 8,4 1Cor)

Podemos estar siempre tentados de no dar mucha importancia a las faltas leves, aquellas a las que refieren estos capítulos de la Regla que estamos leyendo: equivocaciones en el oratorio, hacer tarde al Oficio o a la mesa…

De todo ello podemos decir que no hay para tanto. Sin la ayuda de Dios no podemos volver a una estricta fidelidad; pero para tener esta ayuda es preciso pedirla, y para pedirla debemos ser conscientes de que la necesitamos, o sea, saber que estamos en falta.

Cualquier adicción mundana, podemos pensar de ella que la dejaremos cuando queramos, pensando que somos nosotros quienes dominamos las pasiones y las tentaciones. Difícilmente es así. Y podríamos citar muchos ejemplos: “dejo la lectio para descansar un poco más a la mañana”. O “en mi ausencia del Oficio Divino”… La realidad es que estas situaciones de “ausencia” nos van haciendo sentir peor, y con malas reacciones ante cualquier situación que nos contraría, e incluso llegar a jugar con la propia vocación monástica.

De aquí que la sistematización de las faltas leves acaban por llevarnos a situaciones graves que inciden fuertemente en nuestra espiritualidad.

Tenemos miedo de confrontar nuestros fallos, pues, en el fondo, somos conscientes de la pobreza de nuestros argumentos para justificar las faltas leves; y menos de las graves. Este puede ser también un argumento perfectamente válido ante el sacramento de la Penitencia.

Faltamos, pecamos, y, muchas veces, conscientemente, porque la tentación de imponer nuestra voluntad, y que los demás se muevan al nuestro alrededor y capricho es fuerte, omnipresente y peligrosa, si no rectificamos.

Nuestra vida monástica, nuestra vida cristiana es una carrera, como dice el Apóstol a los cristianos de Corinto, y como tal hay momentos de cierta euforia, de cansancio… pero no debemos de perder de vista que estamos en una carrera de fondo, donde lo importante es llegar todos juntos a la vida eterna, como nos dice san Benito. Y difícilmente llegaremos si nos detenemos a descansar en una piedra a mitad del camino, y perdemos la voluntad de retomar la carrera.

San Benito propone de reconocer la falta, antes de que otro nos lo haga saber, y dar satisfacción como una manera de liberarnos, poniendo nuestro contador a cero, y curadas las heridas, seguir adelante. Nuestra alma que padece por los pecados, sobre todo padece cuando se guardan, cuando no los confesamos, pues al conservarlos de manera dolorosa nos hacen más mal y acaban por pasarnos factura en nuestra salud espiritual. Todo esto nos lleva a perder la paz interior, l relación con el Señor.

“Se cuenta que tres amigos se hicieron monjes. El primero buscó pacificar a quienes estaban en combate, según está escrito: Bienaventurados los que trabajan por la paz (Mt 5,9); el segundo eligió visitar a los enfermos; y el tercero fue a vivir al desierto. Entonces, el primero, cansado por las luchas entre los hombres y no poder curarlos a todos, entristecido fue a visitar a quien servía a los enfermos, y lo va encontrar desilusionado y sin llegar a cumplir totalmente el mandamiento que se había comprometido; y de común acuerdo fueron los dos a visitar al ermitaño, y le expusieron su tribulación, y le pidieron que les aconsejase convenientemente. Después de un breve silencio, éste puso agua en un recipiente y les dijo: “Mirad el agua”. Estaba turbia. Poco después les dijo de nuevo; Mirad como ahora el agua está tranquila”. Y cuando miraron el agua vieron sus rostros como en un espejo. Y entonces les dijo: Así es también el que esta en medio de los hombres. La agitación le impide ver sus faltas, pero cuando vive en el desierto, entonces las ve (Libro de los ancianos, 2,29)

Así nos pasa a nosotros también, nuestra propia agitación interior nos impide de ver con claridad nuestras faltas que, a la vez, son también causa de una nueva agitación. San Benito no quiere que nos habituemos a cometer faltas, nos aconseja que en cuanto cometemos una tengamos el valor de reconocerlo y rectificar.

Estamos a punto de empezar el tiempo cuaresmal, aquel en el que san Benito nos pide que pongamos algo más de nuestra parte, sabiendo que nuestra vida debería ser toda ella una Cuaresma, pero que no es así, y por lo tanto intentemos desprendernos de todo aquello que nos pueda ocasionar molestia o tentación.

Un buen propósito cuaresmal, para la Cuaresma, porque esta no es sino un camino hacia la Pascua, como toda nuestra vida es un camino hacia la vida eterna, sería poner atención a estas faltas leves, pero, que repetidas nos llevan a una mayor gravedad, y, en definitiva, a un desarraigo de nuestra vocación, de donde a duras penas se salen bien.

Escribe san Juan Crisóstomo: “El pecado es un abismo profundo y nos atrae hacia el fondo. E igual que los que caen en un pozo no salen fácilmente, sino que es preciso que otros nos saquen, a los que caen en la profundidad del pecado les pasa lo mismo. (Carta los cristianos de Corinto, 8,4)

domingo, 12 de febrero de 2023

CAPÍTULO 39, LA RACIÓN DE COMIDA

 

CAPÍTULO 39

LA RACIÓN DE COMIDA

 

Creemos que es suficiente en todas las mesas para la comida de cada día, tanto si es a la hora de sexta como a la de nona, con dos manjares cocidos, en atención a la salud de cada uno, 2 para que, si alguien no puede tomar uno, coma del otro. 3 Por tanto, todos los hermanos tendrán suficiente con dos manjares cocidos, y, si hubiese allí fruta o legumbres tiernas, añádase un tercero. 4 Bastará para toda la jornada con una libra larga de pan, haya una sola refección, o también comida y cena, 5Porque, si han de cenar, guardará el mayordomo la tercera parte de esa libra para ponerla en la cena. 6 Cuando el trabajo sea más duro, el abad, si lo juzga conveniente, podrá añadir algo más, 7 con tal de que, ante todo, se excluya cualquier exceso y nunca se indigeste algún monje, 8 porque nada hay tan opuesto a todo cristiano como la glotonería, 9 como dice nuestro Señor: «Andad con cuidado para que no se embote el espíritu con los excesos». 10 A los niños pequeños no se les ha de dar la misma cantidad, sino menos que a los mayores, guardando en todo la sobriedad. 11 Por lo demás, todos han de abstenerse absolutamente de la carne de cuadrúpedos, menos los enfermos muy débiles.

 

San Benito dice en el capítulo siguiente, que le da cierto escrúpulo establecer la medida del alimento de los demás. Por eso, establece unos mínimos y máximos, e invita a guardar una medida, y no caer en el extremo de la embriagueza.

La mesa comunitaria tiene un papel importante en la Regla, lo cual se muestra en la grandeza de los refectorios, la lectura, el silencio… Es la herencia de las primeras comunidades cristianas, que no estaban faltas de conflictos, como nos recuerda san Pablo: “Cuando os reunís ya no celebráis la cena del Señor, porque cada uno come la cena que ha traído, y mientras unos pasan hambre otros beben demasiado. (1Co 11,20-21). San Benito buscaba evitar todo exceso en la comida y en la bebida.

Es significativo, que a veces damos más importancia a la reunión del refectorio que al Oficio Divino, a juzgar por la asistencia, olvidando la Palabra de la Escritura: “El hombre no vive solo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Deut 8,3; Mt 4,4; Lc 4,4) Nuestro primer y más importante alimento debe ser la Palabra de Dios.

Nuestra vida debe centrarse en la plegaria, personal y comunitaria, así como en el trabajo, para cual debemos descansar lo suficiente, alimentarnos correctamente, de manera que estemos siempre dispuestos para servir al Señor en las condiciones más óptimas. Y para ello es fundamental seguir el ritmo fijado en la jornada de cada día, para no perder nuestra sintonía con el Señor.

La posibilidad de un exceso no siempre existe, ahora, acostumbrados a que no falte el plato en la mesa, aunque a veces nos mostramos excesivamente exigentes con la comida, y podemos olvidar que en una vida comunitaria se pueden vivir experiencias de lo más diverso. Escribía el P. Giovanni Rosavini, en su dietario de la refundación de Poblet:

“Había hambre; la col que habíamos encontrado entre las provisiones se acabó pronto. Al cabo de unos días llegó otra, y alguna otra más en los días sucesivos, pero un buen día el señor Toda nos dijo que el frío había helado todas las coles y no nos podía dar más, poque no eran buenas. Pasados dos o tres días junto a la muralla del monasterio, paseando, encontré el huerto de las coles. Efectivamente, estaban heladas, pero yo sabía que todavía eran buenas. Cogí una y la llevé al hermano Giovanni (Fioravanti, que hacía de cocinero) La comimos y la encontramos muy buena. Me parece que no sobró ni una hoja- Y concluye con ironía: Constatamos que las cosas robadas son más buenas” (Comunión del alma)

El mismo Rosavini decía en una entrevista posterior que “no pasamos hambre, solo teníamos un apetito muy grande” (Revista Poblet, nº 3)

No se puede decir que aquellos primeros monjes de la restauración que su Dios fuera el vientre como dice el Apóstol a los Filipenses (cfr. Flp 3,19)

Como escribe el P. Bernabé Dalmau, monje de Montserrat: “Otra cosa es cuando la restricción o el hambre imponen quedarse con lo que uno encuentra o tiene a su disposición. Entonces, las reducciones voluntarias por motivos ideológicos o de cultura gastronómica son simplemente música celestial”. (Alimentación y vida espiritual)

 San Benito es sensible a las necesidades de los más débiles, de los que necesitan más; y nos habla de los enfermos, de los niños y de los ancianos, pero siempre considerando la sobriedad. Escribe el monje de Sept Fons Dom Robert Thomás: “Dios ha puesto un gusto en los alimentos y ha dado al hombre el sentido del gusto; ¿es necesario mortificar el gusto?... Hay una medida para guardar, una discreción a observar; la mortificación no es una finalidad en si misma, tan solo bajo el pretexto de la discreción uno puede dar más o menos margen a la naturaleza humana” (La jornada monástica)

El Apóstol escribía a los cristianos de Corinto: “Es cierto que los alimentos son para el vientre, y el vientre para los alimentos, pero Dios destruirá una cosa y otra. El cuerpo no es para la inmoralidad, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo” (1Cor 6,13). Y también decía a los efesios: “No ha habido nadie que no amase su cuerpo, al contrario, todos lo alimentan y lo visten. (Ef 5,29)

El cuerpo, como el alma, es un regalo de Dios, y debemos tratarlo con respeto, como un don de Dios. Esto nos pide vivir con mesura, con sobriedad, sin perder nunca de vista para qué y para quién vivimos.

Escribe san Bernardo con su contundencia verbal refiriéndose a los excesos en las comidas: “¿Para qué tanto cuidado sino para matar la monotonía? Tampoco descuidan la presentación en las bandejas, para que la vista se pueda deleitar, como después lo hará el paladar. Así, cuando el estómago comienza a demostrar su saturación, ya los ojos han quedado satisfechos. Pero, a pesar de la vista que ofrecen a las miradas y la seducción con dar placer al gusto, el pobre estómago, que no entiende de colores, ni de sabores, es condenado a recibir todo lo que entra, y en su opresión se siente no precisamente satisfecho, sino como enterrado bajo la comida” (Apología a Guillermo, 20,2)

Una llamada contundente contra el riesgo del abuso, una llamada a hacernos servidores de Cristo, nuestro Señor, y no del vientre (cfr. Rom 16,18)

Medida, simplicidad y austeridad, es decir, templanza, fidelidad al espíritu de la Regla, y esto en todo: en la plegaria, en el trabajo, en la Lectio, en el descanso, y también en el comer y beber. Nada en exceso, y estar siempre a punto para servir al Señor en todo momento.

domingo, 5 de febrero de 2023

CAPÍTULO 32, LAS HERRAMIENTAS Y OBJETOS DEL MONASTERIO

 

CAPÍTULO 32

LAS HERRAMIENTAS Y OBJETOS DEL MONASTERIO

 

El abad elegirá a hermanos de cuya vida y costumbres esté seguro para encargarles de los bienes del monasterio en herramientas, vestidos y todos los demás enseres, 2y se los asignará como él lo juzgue oportuno para guardarlos y recogerlos. 3Tenga el abad un inventario de todos estos objetos. Porque así, cuando los hermanos se sucedan unos a otros en sus cargos, sabrá qué es lo que entrega y lo que recibe. 4Y, si alguien trata las cosas del monasterio suciamente o con descuido, sea reprendido. 5Pero, si no se corrige, se le someterá a sanción de regla.

 

Después de hablar del mayordomo del monasterio, san Benito, en los capítulos siguientes habla de las herramientas, de la posesión y necesidad de las cosas. Muestra de su sensibilidad y rigor para el trato de las cosas materiales, un criterio muy importante en nuestra sociedad de hoy, sociedad del consumo, movida por el afán de poseer, acumular…

 

¿Qué es la propiedad? “La propiedad es un robo”, escribió Proudhon en 1840. Frase provocadora que se convierte en uno de los grandes postulados del siglo XIX, pues la propiedad fue un tema esencial en la formulación del socialismo emergente, retomado después por los marxistas, posibilistas y anarquistas. A lo largo del siglo XX este tema no desaparece en ninguno de los regímenes presentes en la historia.

 

Escribía san Juan Pablo II: “El hombre cuando le falta algo que puede decir “suya” y no té posibilidad de ganar para vivir su propia iniciativa, pasa a depender de la máquina social y de quienes la controlan, lo cual crea dificultades mayores para reconocer su dignidad de persona y entorpece su camino para la constitución de una auténtica comunidad humana” (Centesimus Annus,13)

 

Esta visión, menos aniquiladora, pero crítica con la propiedad a la vez que comunitaria la encontramos bien formulada en san Benito. De hecho, no hace sino recoger el tema de la comunidad apostólica donde “la multitud de los creyentes tenía en solo corazón y una sola alma, y ninguno de ellos consideraba como propios los bienes que poseía, sino que todo estaba al servicio de todos” (Hech 4,32)

El conjunto de la sociedad, y en cierta manera la Iglesia, no han seguido esta línea, y la desigualdad social se ha hecho más amplia hasta la provocación de conflictos sociales.

 

San León XIII consciente de ello escribía: “La violencia de las revoluciones civiles ha dividido a las naciones en dos clases, abriendo un abismo entre ellas. Por un lado, la clase poderosa, rica, que monopoliza la producción y el comercio para beneficio propio, y goza de no poca influencia en la administración del estado. Por otro, la multitud desamparada y débil, con el alma herida y dispuesta a la lucha. (Rerum Novarum, 33)

 

San Benito te una respuesta al problema: dar a cada uno lo que necesita, y ser conscientes de la diferencia entre necesidad capricho, dos conceptos que no suelen ir juntos. En la vida monástica domina el “por si acaso”, o se crea una imperiosa necesidad de posesión.

 

Cuando invertimos en una herramienta debemos calcular si su coste será amortizado, o quedará olvidada, o también cabe preguntarnos si el trabajo se puede hacer fuera del monasterio a mejor precio, lo cual parece preferible, sin olvidar el que dice san Benito: “el monasterio, si es posible, se ha de establecer de manera que todas las cosas necesarias, sean en el interior del monasterio, para que los monjes no tengan necesidad de correr por fuera, pues no conviene a sus almas” (RB 70,6-7)

 

Para luchar contra la tentación de tener, contra la avaricia se requiere una templanza en el uso de los bienes materiales: evitar el lujo, controlar la cantidad y cualidad de los bienes que adquirimos. Asimismo, evitar el venir a ser dependientes de ellos. Practicar la generosidad nos puede ayudar a evitar la avaricia. La generosidad es la virtud que nos dispone para dar, no solo los bienes materiales, sino también nuestro tiempo, y la propia vida para cumplir la voluntad de Dios, sin espera nada cambio. En resumen, no considerar las cosas como propias en cuanto al uso, pero como si lo fuesen en cuanto a la conservación.

 

En el capítulo 33 y en el 54 de la Regla, san Benito nos habla también de este tema. La propiedad como un vicio debe extirparse. Y nos habla diferenciando lo necesario de la superfluo. No se trata de no poder utilizar las herramientas en las tareas que tenemos encomendadas, sino, en primer lugar de no hacer un uso privado de ellas, y en segundo lugar, de no tener el simple placer de poseer, sin un motivo práctico que lo justifique.

En el fondo reside la razón que da san Benito al decirnos que no le es lícito hacer al monje lo que quiere, y que no tiene potestad ni sobre su propio cuerpo. Pues, si somos de Dios, incluso el propio cuerpo, ¿cómo no lo será las cosas materiales, las herramientas del monasterio?  Hemos de tratar todo con delicadeza, y la primera herramienta a cuidar somos nosotros mismos, nuestra dimensión corporal, y sobre todo espiritual, que hemos puesto como una ofrenda en manos de Dios al dejar nuestra cédula de profesión encima del altar, con el pan y el vino de la Eucaristía.

 

Escribe el abad Cassià Mª Just que superadas las falsas imágenes de Dios, que nos lo pueden presentar como un Dios lejano, garantizador de la ley, o un Dios policía que está al acecho para castigar, podemos descubrir el amor de Dios que es mucho más exigente que el miedo, y cuando nos sentimos amados por Dios, y procuramos no ofenderle, hemos hecho todo lo que teníamos que hacer, lo hemos dado todo.

Todavía añadirá que este amor se ha de cultivar con la plegaria personal y comunitaria. Escribe: “Lo que conviene también en nuestra vida de plegaria es no dejarla nunca, aunque pueda parecer una pérdida de tiempo. Ahora bien, la plegaria es un ejercicio de fe que se debe alimentar con la lectura de la Escritura para escuchar lo que Dios nos quiere dar… Debemos procurar más la cualidad que la cantidad. Es una plegaria de tu a tu; encontrar el tu de Dios y no hablar nunca de Dios como un ausente”. (Vivir con fe, esperanza y caridad)

 

Tengamos cuidado de las herramientas, de los objetos y de nosotros mismos, para ser buenos instrumentos, siempre a punto para trabajar para Dios y con Dios, cuidemos nuestra vida con la plegaria y la Palabra de Dios, movidos por el amor, convirtámoslo en costumbre y no caigamos en la negligencia. Como escribe san Juan Crisóstomo: “que eso se convierta en costumbre inmutable, y así, en adelante, no  será necesario amonestar ni persuadir, Puesto que una costumbre arraigada vale mucho más que cualquier exhortación y persuasión” (Homilía sobre la limosna)