domingo, 30 de agosto de 2020

CAPÍTULO 48,14-25 EL TRABAJO MANUAL DE CADA DIA: LOS DIAS DE CUARESMA

 

CAPÍTULO 48,14-25

EL TRABAJO MANUAL DE CADA DIA:

LOS DIAS DE CUARESMA

 1Durante la cuaresma dedíquense a la lectura desde por la mañana hasta finalizar la hora tercera, y después trabajarán en lo que se les mandare hasta el final de la hora décima. 15 En esos días de cuaresma recibirá cada uno su códice de la Biblia, que leerán por su orden y enteramente; 16 estos códices se entregarán al principio de la cuaresma. 17 Y es muy necesario designar a uno o dos ancianos que recorran el monasterio durante las horas en que los hermanos están en la lectura. 18 Su misión es observar si algún hermano, llevado de la acedía, en vez de entregarse a la lectura, se da al ocio y a la charlatanería, con lo cual no sólo se perjudica a sí mismo, sino que distrae a los demás. 19 Si a alguien se le encuentra de esta manera, lo que ojalá no suceda, sea reprendido una y dos veces; 20 y, si no se enmienda, será sometido a la corrección que es de regla, para que los demás escarmienten. 21 Ningún hermano trate de nada con otro a horas indebidas. 22 Los domingos se ocuparán todos en la lectura, menos los que estén designados para algún servicio. 23 Pero a quien sea tan negligente y perezoso que no quiera o no pueda dedicarse a la meditatio o a la lectura, se le asignará alguna labor para que no esté desocupado. 24 A los hermanos enfermos o delicados se les encomendará una clase de trabajo mediante el cual ni estén ociosos ni el esfuerzo les agote o les haga desistir. 25 El abad tendrá en cuenta su debilidad.

Esta semana escuchábamos la parábola de las vírgenes prudentes y necias, o de las mujeres sensatas e insensatas. La espera del Esposo como objetivo, y la necesidad de prepararnos para su llegada. La lectura espiritual puede venir a ser para nosotros como el aceite de la lámpara de nuestra fe. Debemos procurar tener en todo momento la lámpara de nuestra fe bien provista de aceite. La lectura de la que nos habla san Benito, es importante hacerla de modo continuo, cada día, de manera que la lámpara esté siempre a punto. No es bueno esperar al último momento.

¿Cuál debe ser nuestra lectura? En primer lugar, la Palabra de Dios, el contacto personal con Dios a través de su Palabra. Pero para mantener la luz de nuestra fe nos puede ayudar también el Magisterio de la Iglesia y los Padres. No se trata solo de formarnos, que también es necesario, sino de buscar, de leer lo que nos ayude a ser mejores.

Escribe un autor espiritual:

“Ya que has ingresado en un monasterio no debes tener nada en común con el estudio de aquellos que en nuestro tiempo se dedican en la soledad a estudiar lenguas, ni con los que investigan las argucias de los filósofos, o los temas espinosos de los teólogos. Tú, busca, lee, ocúpate únicamente de aquellas lecturas que te ayuden a ser mejor” (Cartas de acompañamiento espiritual, 11)

La lectura debe ser para nuestro provecho y crecimiento espiritual. De aquí el interés de san Benito en que no despreciemos esta actividad, y su insistencia en que haya varios ancianos para vigilar y evitar en los monjes la pereza o dejadez, pues la pereza además de ser enemiga del alma, es fuente de murmuración, que debe estar siempre desterrada de una vida comunitaria.

La Lectio Divina es el método, la oportunidad que nos ofrece la vida monástica para apropiarnos la Palabra de Dios. Algún autor afirma que la Lectio “acontece” más que “se hace”, porque es una lectura divina, un encuentro entre la Palabra divina y el interior del hombre, por lo cual es preciso afrontarla con la disposición de acoger una Presencia, que, quizás, no siempre satisface nuestro oído, sino al contrario, nos interpela al venir de Dios.

De aquí que también en esto nos ayudan el Magisterio y las obras de los Padres. El Concilio Vaticano II subrayó de manera especial que la Escritura nos reafirma en la Tradición, en el Magisterio y en la reflexión de los autores que a lo largo de los siglos configuran lo que viene a ser una Tradición viva. El Concilio no quiso contraponer la “sola Escritura” de la Reforma, sino destacar que su lectura, su interpretación, su estudio, a lo largo de los siglos, nos ayuda a comprender el sentido mismo de la Palabra de Dios. La Tradición viene a ser, de este modo, una riqueza incorporada, no opuesta, una ayuda complementaria para apropiarnos la Palabra.

El Papa Benedicto XVI lo resumía diciendo que “Escritura y Tradición. Escritura y anuncio apostólico, como claves de lectura, se unen, se funden, para formar un “fundamento firme puesto por Dios” (2Tim 2,19). El anuncio apostólico, es decir la Tradición, es necesario para introducirnos en la comprensión de la Escritura, y captar a través de ella la voz de Cristo” (Audiencia General de 28 de Enero de 2009)

Como nos dice san Benito: “qué página o qué palabra de autoridad divina del Antiguo y del Nuevo testamento, no es una norma rectísima para la vida humana?  O bien ¿qué libro de los Santos Padres Católicos no nos hace sentir insistentemente cómo debemos correr para llegar derechos a nuestro Creador?  (RB 73,3-4)

Tenemos dos espacios a lo largo de la jornada dedicados a la lectura. Dando primacía a la Palabra, podemos dedicar tiempo a esta Tradición siempre enriquecedora y siempre nueva. Evitemos la negligencia, la pereza o la ociosidad, destinando más tiempo a proveer de aceite nuestras lámparas.  No sea que el Esposo llegue cuando estemos pensando si mañana dedicaré tiempo a leer, y dejamos languidecer nuestras lámparas.  Un Esposo que no puede ser otro que Jesucristo. Ninguna creatura vamos a encontrar con la perfección e interés que la que nos muestra Jesucristo, para llevarnos mediante el contacto con su Palabra al horizonte hacia donde se endereza nuestra existencia.

El mismo autor espiritual citado antes, añade: “Cualquier cosa que leas, léela con la intención de aprender lo que es necesario, o bien porque te conviene para la compunción y devoción. Por ello, en todo te debes proponer como finalidad la gloria de Dios, no sea que pensando solo en ti mismo, al salir más sabio de tus estudios, busques o desees, algo caduco, como honores, cargos, fama… Lee, pues con simplicidad, es decir solamente para crecer en el conocimiento y en el amor de Dios”. (Cartas de acompañamiento espiritual, 11)

 

 

domingo, 23 de agosto de 2020

CAPÍTULO 43 LOS QUE LLEGAN TARDE A LA OBRA DE DIOS O A LA MESA


CAPÍTULO 43
LOS QUE LLEGAN TARDE A LA OBRA DE DIOS O A LA MESA

A la hora del oficio divino, tan pronto como se haya oído la señal, dejando todo cuanto tengan entre manos, acudan con toda prisa, 2 pero con gravedad, para no dar pie a la disipación. 3 Nada se anteponga, por tanto, a la obra de Dios. 4 El que llegue a las vigilias nocturnas después del gloria del salmo 94, que por esa razón queremos que se recite con gran lentitud y demorándolo, no ocupe el lugar que le corresponde en el coro, 5 sino el último de todos o el sitio especial que el abad haya designado para los negligentes, con el fin de que esté a su vista y ante todos los demás, 6 hasta que, al terminar la obra de Dios, haga penitencia con una satisfacción pública. 7 Y nos ha parecido que deben ponerse en el último lugar o aparte para que, vistos por todos, se enmienden al menos ante el bochorno que han de sentir. 8 Porque, si se quedan fuera del oratorio, tal vez habrá quien vuelva a acostarse y dormir, o quien, sentándose fuera, pase el tiempo charlando, y dé así ocasión de ser tentado por el maligno. 9 Es mejor que entren en el oratorio, para que no pierdan todo y en adelante se corrijan. 10 El que en los oficios diurnos llegue tarde a la obra de Dios, esto es, después del verso y del gloria del primer salmo que se dice después del verso, ha de colocarse en el último lugar, según la regla establecida, 11 y no tenga el atrevimiento de asociarse al coro de los que salmodian mientras no haya dado satisfacción, a no ser que el abad se lo autorice con su perdón, 12 pero con tal de que satisfaga como culpable esta falta. 13 Y el que no llegue a la mesa antes del verso, de manera que lo puedan decir todos a la vez, rezar las preces y sentarse todos juntos a la mesa, 14 si su tardanza es debida a A 21 May. 23 Ag. 25 Nov. 16 Fbr. 89 negligencia o a una mala costumbre, sea corregido por esta falta hasta dos veces. 15 Si en adelante no se enmendare, no se le permitirá participar de la mesa común, 16 sino que, separado de la compañía de todos, comerá a solas, privándosele de su ración de vino hasta que haga satisfacción y se enmiende. 17 Se le impondrá el mismo castigo al que no se halle presente al recitar el verso que se dice después de comer. 18 Y nadie se atreva a tomar nada para comer o beber antes o después de las horas señaladas. Mas si el superior ofreciere alguna cosa a alguien y no quiere aceptarla, cuando luego él desee lo que antes rehusó o cualquier otra cosa, no recibirá absolutamente nada hasta que no haya dado la conveniente satisfacción.

El centro y el sentido de la vida monástica es la búsqueda de Dios, un camino que tiene tres pilares fundamentales: la plegaria, el trabajo y el contacto continuo con la Palabra de Dios, además del Magisterio de la Iglesia y de los Padres.

Este centro podría denominarse el espíritu de la Regla, y el conductor de un camino, en ocasiones estrecho, que nos debe llevar a la vida eterna. Pero san Benito no se limita a darnos los grandes principios, pues su texto es fruto de una larga experiencia comunitaria, y así llega hasta detalles más puntuales que nos pueden ayudar en el camino, como monjes con sinceridad de corazón. Define muchos de los aspectos concretos de la vida diaria: medida en el comer y en el beber, el silencio, el trato de los hermanos enfermos, los ancianos, los niños.

La frase que puede enmarcar el capítulo de hoy la tenemos muy escuchada y aprendida: que no se anteponga nada al Oficio Divino.

Priorizar la plegaria, especialmente la oración común, es, pues, el objetivo, y para alcanzarlo san Benito nos da una serie de pautas. La primera hace referencia a la campana, a la voz de Dios como se la ha considerado muchas veces; y nos invita a dejar todo lo que estamos haciendo nada más oírla, para ir con rapidez al oratorio. No solo con prontitud y diligencia, sino  suma cum festinatione curratur”, dejando todo lo demás, pues nada hay tan importante para el monje como el Oficio. Ahora bien, es necesario hacerlo todo con el estilo que nos recomienda: con gravedad, con moderación, no dando lugar a ocurrencias que nos pueden distraer de la gravedad y disposición de corazón con que debemos hacer la plegaria, como encuentro con Dios.

Como escribe un autor espiritual: “no llegues nunca tarde al coro ni a los demás actos conventuales. Tú, espera a los demás, pero ninguno que te espere a ti. Sé solícito, sin hacer las cosas tarde o mal, y sin permitir ruidos inoportunos o murmuraciones” (Cartas de acompañamiento espiritual, 12).

San Benito cuando nos habla del oratorio del monasterio, nos dice que debemos guardar el máximo silencio y la reverencia debida a Dios, y que no se permite quedarse en él, sino es para orar. Esta gravedad nos debe acompañar desde el momento en que escuchamos la campana que nos convoca al Oficio, hasta cuando salimos del oratorio. Incluso llega al detalle de que el Salmo 94 se diga muy despacio para facilitar a todos la participación.

Pero para la Regla, peor que hacer tarde al Oficio es la no asistencia, o quedarse fuera del oratorio, para dormirse de nuevo o entretenerse hablando. Por ello nos dice que será mejor entrar que no el perderlo todo. Da la impresión de que conoce bien nuestras debilidades, que fueron las suyas, y nuestras tentaciones. Para finalizar, como ante cualquier falta, nos pide san Benito de reconocerlo y tener un tiempo de arrepentimiento, dando la satisfacción debida.

Este Capítulo tiene dos partes bien marcadas, pues nos habla, como en un mismo nivel, de la plegaria y de la mesa. Los refectorios de nuestros monasterios nos muestran, incluso arquitectónicamente, que las comidas comunitarias no son únicamente una necesidad corporal a satisfacer, sino un momento importante de la vida comunitaria, y de este modo debe considerarse, con la misma puntualidad que la vida de plegaria. Por ello, es importante que estemos todos en el momento de la bendición de la mesa, en el momento en que pedimos al Señor que bendiga la comida, sin faltar nadie por negligencia o mala costumbre.

Puntualidad, sentimiento de culpa ante las faltas, propósito de enmienda, satisfacción, son los elementos que debemos señalizar nuestra participación en le oratorio y en la mesa. La razón de fondo es Dios. La vida monástica, la vida cristiana sin Dios es una locura. Todo debe estar orientado, centrado en Él, sin Él nada tiene sentido. Así lo afirma san Benito en el capítulo 19: Dios está presente en todas partes, por ello debemos tenerlo presente, sobre todo, sin duda alguna añade, en el Oficio Divino. Si somos conscientes de que caminamos a su encuentro, ¿qué es lo que nos puede impedir llegar tarde?  Dios está en todas partes, no deberíamos olvidarlo nunca, ni en la oración, ni en la mesa, el trabajo,

Como escribe un autor espiritual:

“Te aconsejo, hijo, que en todas las cosas busques a Dios sinceramente, prefiriendo su voluntad a cualquiera otra inclinación de espíritu. De este modo nada te entristecerá, nada se hará contra tu voluntad, comprometida siempre en obrar de acuerdo a Dios y de recibirlo todo de sus manos. El que en todo hace la opción por la voluntad de Dios, no actúa contra su propia voluntad” (Cartas de acompañamiento espiritual, 19)






domingo, 16 de agosto de 2020

CAPÍTULO 36 LOS HERMANOS ENFERMOS


CAPÍTULO 36
LOS HERMANOS ENFERMOS

1 Ante todo y por encima de todo lo demás, ha de cuidarse de los enfermos, de tal manera que se les sirva como a Cristo en persona, 2 porque él mismo dijo: «Estuve enfermo, y me visitasteis»; 3 y: «Lo que hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis». 4 Que no sean caprichosos con los hermanos que les asisten. 5 Aunque también a éstos deben soportarles con paciencia, porque con ellos se consigue un premio mayor. 6 Por eso ha de tener el abad suma atención, para que no padezcan negligencia alguna. 7 Se destinará un lugar especial para los hermanos enfermos, y un enfermero temeroso de Dios, diligente y solícito. 8 Cuantas veces sea necesario, se les concederá la posibilidad de bañarse; pero a los que están sanos, y particularmente a los jóvenes, se les permitirá más raramente. 9 Asimismo, los enfermos muy débiles podrán tomar carne, para que se repongan; pero, cuando ya hayan convalecido, todos deben abstenerse de comer carne, como es costumbre. 10 Ponga el abad sumo empeño en que los enfermos no queden desatendidos por los mayordomos y enfermeros, pues sobre él recae la responsabilidad de toda falta cometida por sus discípulos.

Ante Omnia et super Omnia”. “Ante todo y por encima de todo”.

San Benito utiliza una expresión fuerte, contundente, para reclamar la atención a los hermanos enfermos. La Regla hace una opción clara por los débiles, por los niños, que, en la época de san Benito era frecuente que hubiese donados por las propias familias a los monasterios. Se permiten cosas que, a los demás monjes, sobre todo a los jóvenes, les están prohibidas, como los baños o la carne.

En nuestra sociedad, ha cambiado este aspecto de la atención a los ancianos. Durante siglos, en un mismo hogar había una convivencia de distintas generaciones, lo cual hoy ha desaparecido, debido a causas diversas: incorporación del hombre y la mujer, al mismo nivel, al mercado del trabajo, la prolongación de la edad, que no siempre va unido a una cualidad de vida, la limitaciones físicas y psicológicas que dificultan la convivencia, y que exigen un cuidado especializado; la estructura del mismo hogar ha cambiado para dominar los pisos más reducidos.

Todo esto viene a hacerse más dramático en los últimos meses por la pandemia dominante en la sociedad, que ha afectado fuertemente en las residencias, dando una sensación de abandono de los ancianos por parte de los familiares.

Ante esta realidad que no envuelve y afecta, san Benito nos propone un escenario alternativo, donde los enfermos y los ancianos, viene a ser una representación privilegiada de Cristo, a quienes hay que servir por el honor de Dios. Prevé incluso los detalles, como un espacio especial destinado a su cuidado, atención por parte de un hermano servicial y temeroso de Dios, una higiene y alimentación adecuadas. También advierte a los enfermos que es preciso también estar atentos a no abusar de los que están encargados del cuidado de su salud, de no contristar con excesivas exigencias.

La paciencia y la moderación aparecen de nuevo, como aspectos claves, para quienes tienen este servicio, así como para quienes reciben los cuidados. Quizás, a veces, querríamos escuchar de la Regla otras palabras, pero no se trata de un texto a la medida de cada uno, sino de un inicio de vida monástica para seguir a Cristo y llegar a la vida eterna, un camino que san Benito, fruto de su experiencia, cree que es el más adecuado para acercarnos a Cristo.

Quizás nos gustaría escuchar mejor, si un hermano está enfermo que no nos moleste, y buscar un lugar fuera de casa, como es normal en nuestra sociedad, pero sería algo así como esperar de san Benito que nos dijera que hacemos bien no yendo al Oficio Divino, o no siendo diligentes, o menospreciando con orgullo a los hermanos.

“Ut sicut reverá Christo ita eis serviatur”, que sean servidos como si fuesen realmente el Cristo, y no sean negligentes en el servicio.

De hecho, en nuestra comunidad, la atención a los enfermos ocupa una buena parte de nuestra actividad, en la atención de la enfermería, acompañando a quienes tienen necesidad del médico, teniendo a punto el alimento. O medicamentos…. No es una tarea fácil, pero podemos decir que tanto los hermanos que ahora llevan a cabo este servicio, como quienes lo hacen de forma ocasional durante las vacaciones, habría que decir que es un servicio llevado a cabo con un espíritu de fidelidad a la Regla.

Tener un cuidado, visitarlos, valorarlos… nos da una medida de la salud espiritual de la comunidad, como también hacerlo con nuestros padres cuando es necesario, pues no por ser monjes dejamos de ser hijos. La clave siempre es la caridad como nos dice en sus escritos san Máximo el Confesor: “el fruto de la caridad consiste en hacer el bien a los hermanos, con un corazón sincero, en la liberalidad y en la paciencia” (De los Capítulos sobre la caridad)

domingo, 9 de agosto de 2020

CAPÍTULO 29 SI DEBEN SER READMITIDOS LOS HERMANOS QUE SE VAN DEL MONASTERIO


CAPÍTULO 29
SI DEBEN SER READMITIDOS LOS HERMANOS
QUE SE VAN DEL MONASTERIO

1Si un hermano que por su culpa ha salido del monasterio quiere volver otra vez, antes debe prometer la total enmienda de aquello que motivó su salida, 2 y con esta condición será recibido en el último lugar, para probar así su humildad. 3Y, si de nuevo volviere a salir, se le recibirá hasta tres veces; pero sepa que en lo sucesivo se le denegará toda posibilidad de retorno al monasterio.

Los monjes hacen voto de estabilidad. Es una de las características de nuestro compromiso monástico, pero esto no nos exime de crisis, más o menos graves, pero que en ocasiones nos pueden llevar a abandonar el monasterio.

De hecho, un repaso al libro de las vesticiones desde 1940, nos encontramos con un total de 158 vesticiones de hábito. Han perseverado hasta la muerte, 28. Permanecemos en el monasterio, 27. Han pasado a otros monasterios u órdenes, 15.  Al clero diocesano pasaron 10, y 78 al estado laical. Es decir, un 65% no perseveró en el monasterio, mientras permaneció fiel un 35%. Se puede añadir, que de los abandonos tres volvieron, y otro lo dejó definitivamente más adelante.

Volver no parece la tónica habitual, pues de hecho san Benito no pone fáciles las condiciones. Primero es preciso reconocer la propia culpa, después hacer un propósito de enmienda de la causa por la cual se salió; y todavía, como final, la prueba de la humildad. Esta virtud, que a todos nos cuesta vivir sinceramente. Como dice san Benito, en los grados de la humildad, es preciso sentirlo en el fondo del corazón, o como dice cuando habla de los instrumentos de las buenas obras, respecto a la santidad, no querer que nos lo digan antes de ser, sino ser primero, para que después nos lo puedan decir con verdad.
Nuestra vida como monjes es una carrera de fondo, como de hecho lo es también nuestra vida cristiana; y es al final es cuando se puede hacer balance de si, como dice el Apóstol, “acabada la carrera hemos librado el buen combate” y conservado la vocación y la fe… Pues cualquier otro balance siempre llevará la etiqueta de lo provisional.

Hace unos años un Abad General de nuestra Orden escribía en relación a la muerte de los monjes: “de qué mueren”, “como mueren”... Quizás podríamos hacernos las mismas preguntas ahora: “por qué marchan”,  “cómo marchan”.  Con seguridad que hay de todo: una vocación poco madurada, fruto de la aplicación del Concilio Vaticano II, de su interpretación y aplicación; otros, por una vocación difuminada por falta de plegaria, trabajo, o de contacto con la Palabra, pues como escribe san Bernardo: “si el corazón, a quien busca tentar algún demonio meridiano no está iluminado como el mediodía por el sol que nace de lo alto, y hace patente su falsedad, no podrá prevenirse y le derrotará sin remedio, presentándose como bueno, para hacer creer al incauto y desprevenido que el mal es un bien” (Sermón 38, Sobre el Cántico)

También la razón de un abandono puede venir de la insatisfacción de nuestras humanas ambiciones, que nos pueden arrastrar, o, incluso, caer en escrúpulos. Habría que decir que el Vaticano II, no significó por si mismo una crisis en la vida religiosa, pero sí un nuevo planteamiento donde muchas supuestas seguridades basadas mas en costumbres que arraigadas en una espiritualidad profunda, influyeron en muchos abandonos.

Una parte importante de la razón de los abandonos se cruzan con problemas de vida comunitaria, que es una de las dificultades importantes. De aquí que san Benito hable de que nadie tome la defensa de otro, o no hacer grupos… porque van poco a poco evolucionando en la exclusión de otros, y que puede venir a ser el único motivo de permanecer en el monasterio. No es un motivo válido para ninguna vocación, o para quedarse por inercia por no saber a dónde ir.

Puede haber otra causa de abandono, que no es una separación física sino espiritual. Ser monje habiendo perdido la vocación, permanecer en el monasterio por rutina… De todo esto nos puede costar más el volver, si se tiene en cuenta el planteamiento de san Benito: voluntad de volver, prometer un sincero arrepentimiento de lo que nos llevó al abandono espiritual y ser probados en la humildad.

De nuestros hermanos de comunidad, 28 que han sido en uno u otro momento, sirven de modelo para la perseverancia. Pero de los han marchado, a otras experiencias monásticas, o al clero diocesano, o para formar una familia… podemos aprender algo. Ciertamente los errores o las vidas de los otros no serán nunca una experiencia personal propia, pero de alguna manera nos pueden hacer pensar y ayudar a superar momentos bajos y críticos de nuestra vida monástica.

No debemos contemplar a quienes abandonan como fracasados, o como culpables, pues el Señor habla de muchas y diversas maneras, y lo hace en cada momento de nuestra vida de acuerdo a lo que cree mejor para cada uno.

San Benito nos habla en el Prólogo de pedir al Señor con una plegaria insistente, que lleve a término cualquier cosa que empecemos a hacer. Esta confianza en el Señor nos ha de guiar y motivar siempre, no desesperando nunca de su misericordia.



domingo, 2 de agosto de 2020

CAPÍTULO 22, CÓMO HAN DE DORMIR LOS MONJES


CAPÍTULO 22
CÓMO HAN DE DORMIR LOS MONJES

1Cada monje tendrá su propio lecho para dormir. 2 Según el criterio de su abad, recibirán todo lo necesario para la cama en consonancia con su género de vida. 3 En la medida de lo posible, dormirán todos juntos en un mismo lugar; pero si por ser muchos resulta imposible, dormirán en grupos de diez o de veinte, con ancianos que velen solícitos sobre ellos. 4Hasta el amanecer deberá arder continuamente una lámpara en la estancia. 5Duerman vestidos y ceñidos con cintos o cuerdas, de manera que mientras descansan no tengan consigo los cuchillos, para que no se hieran entre sueños. 6Y también con el fin de que los monjes estén siempre listos para levantarse; así, cuando se dé la señal, se pondrán en pie sin tardanza y de prisa para acudir a la obra de Dios, adelantándose unos a otros, pero con mucha gravedad y modestia. 7 Los hermanos más jóvenes no tengan contiguas sus camas, sino entreveradas con las de los mayores. 8Al levantarse para la obra de Dios, se avisarán discretamente unos a otros, para que los somnolientos no puedan excusarse.

San Benito regula todos los aspectos de la vida de los monjes, desde los más trascendentales hasta los más triviales. En todos ellos se contempla el horizonte de nuestra vida: la búsqueda de Cristo. Dormir, levantarnos… puede suponer una rutina diaria, pero la vida esta configurada con pequeñas piezas, que la van definiendo. Este camino hacia la vida eterna, que es nuestra vida de monjes, está hecha de pequeñas etapas a través de los años, que nos permiten crecer espiritualmente hacia la plenitud, nunca del todo alcanzada, pero renovada diariamente en el deseo más profundo.

La misma Regla presenta cada jornada como una pequeña muestra del conjunto de toda nuestra existencia. Al levantarnos para asistir al Oficio Divino volvemos la mirada hacia el sepulcro del Señor, en el amanecer de su resurrección, primicia de la nuestra. Oramos a la salida del sol, haciendo memoria de la creación, de la luz de la vida que es el Cristo. Y, paso a paso, llegamos al atardecer, como si nuestro sueño fuera un avance de la muerte, confiando en el nuevo día que llegará, jornada plena y sin final.

Dormir, descansar, es necesario, de manera que cada una de nuestras jornadas puedan dar lo mejor de nosotros. Este día a día, esta rutina, no nos puede angustiar, limitarnos, sino más bien liberarnos para centrarnos en el verdadero y único objetivo que es la búsqueda de Dios. Si perdemos la tensión en las pequeñas cosas, un poco más de dormir… iremos cayendo en una mala rutina, y teniendo dificultades para el ritmo normal de la vida, que necesitamos vivir, cada jornada, en toda su plenitud y riqueza.

A menudo cuando se nos pregunta por el horario de nuestra jornada, expresan una cierta admiración por nuestro madrugar singular. Sin duda que el horario de nuestra vida viene marcado porque en la época de san Benito todos se levantaban al alba, para provechar todas las horas del día. Los monjes, en el principio, se levantaban a media noche para hacer la primera plegaria, las Vigilias, ahora llamadas Maitines. Y poco a poco se tiende a un dormir sin interrupción, más reparador.

En este aspecto podemos pensar que somos unos privilegiados, pues son muchos los que se levantan a estas horas tempranas para asistir a su trabajo, en la obligación que tienen de llevar adelante a su familia.

Nosotros nos levantamos temprano para ir al encuentro del Señor, lo cual debería llenarnos de gozo, pero seamos conscientes también de la necesidad previa de un descanso tomado en serio para poder, después, dar la respuesta adecuada como monjes.

San Benito nos dice también que hemos de dormir atentos, preparados para estar siempre a punto. Ciertamente, cuando suena la campana cada mañana puede venir la tentación de hacer oídos sordos; en realidad, es un momento de duda, de renovar nuestro compromiso, una especie de renovación sencilla de nuestros votos ante el Señor, de estar dispuestos para ir a su encuentro en un momento privilegiado, cuando el silencio nos envuelve y esta a punto de romper el nuevo día. Siempre, no levantarse a la señal de la campana ha sido una falta grave de la que se había uno de acusar en capítulo. Por ello un monje era encargado de despertar a los dormidos, y otro de recorrer el coro para evitar la tentación de dormirse durante el Oficio.

San Benito nos pide reposar confiados en el Señor, de manera que podamos levantarnos con el deseo de encontrarnos con el Señor, de estar siempre a punto para el encuentro con aquel que hemos venido a buscar.