domingo, 28 de noviembre de 2021

CAPÍTULO 46, LOS QUE INCURREN EN OTRAS FALTAS

 

CAPÍTULO 46

LOS QUE INCURREN EN OTRAS FALTAS

Si alguien, mientras está trabajando en cualquier ocupación en la cocina, en la despensa, en el servicio, en la panadería, en la huerta, en un oficio personal o donde sea, comete alguna falta, 2 o rompe o pierde algo, o cae en alguna otra falta, 3 y no se presenta en seguida ante el abad y la comunidad para hacer él mismo espontáneamente una satisfacción y confesar su falta, 4 si la cosa se sabe por otro, será sometido a una penitencia más severa. 5 Pero, si se trata de un pecado oculto del alma, lo manifestará solamente al abad o a los ancianos espirituales 6 que son capaces de curar sus propias heridas y las ajenas, pero no descubrirlas y publicarlas.

Leemos en san León Magno: “entiende bien cuál debe ser tu conducta y el premio que se te promete. El que es la misericordia quiere que seas misericordioso; el que es la justicia que seas justo, porque el Creador quiere verse reflejado en su criatura, y Dios quiere ver reproducida su imagen en el espejo del corazón humano, mediante la imitación que tú llevas a cabo de las obras divinas” (Sermón sobre las Bienaventuranzas).

Esta imagen de Dios que llevamos dentro la desfiguramos cuando pecamos, dejando de ser justos y misericordiosos.

Parece que san Benito establece una graduación de nuestras culpas, que son siempre fruto de nuestras debilidades físicas o morales, y aunque hay fallos muy graves y graves, lo más habitual es que caigamos en faltas leves, pequeñas cosas, que de alguna manera nos alejan de Dios.

Este sentirse siempre en presencia de Dios, de lo que nos habla san Benito, es preciso mantenerlo en todo lugar y estar atentos a no cometer ninguna falta. Inevitablemente las cometemos, y entonces es importante reconocerlo y dar satisfacción; no se trata de una especie de humillación pública, como el ser conscientes de la falta, paso ineludible e imprescindible para un propósito de enmienda y seguir avanzado hacia Cristo. San Benito destaca la espontaneidad del reconocimiento de la falta, superando la tentación de esconderla, o de atribuirla a otro.

Errar es humano, reconocerlo es profundamente cristiano. Pero es positivo reconocerlo para rectificar, para no caer en la tentación de preocuparnos por mantener nuestra imagen idealizada y acabar por ser intolerables a cualquier crítica o desaprobación. La clave es reconocer nuestro fallo y no esperar a que lo descubra otro, pues así mostramos que no desesperamos de la misericordia de Dios.

San Benito hace distinciones, pues hay faltas y faltas; algunas afectan al secreto del alma, que nos provocan heridas que no se curan haciéndolas públicas, sino con una ayuda espiritual. Es preciso ser prudentes en cuanto a descubrir las faltas de otros, no sea que nos lleve a sentirnos superiores, a la vez que nos negamos a hacernos responsables de nuestros propios errores.

No debemos perder de vista que lo que buscamos reconociendo una falta propia, o descubriendo la del hermano puede ser un buscarnos a nosotros mismos: destacar nuestras cualidades, una visión idealizada de nuestra persona, pensando en merecer un trato especial que nos hacemos a nuestra medida, y que en la práctica nos lleva a censurar, difundir, las faltas de los otros, y a disimular las propias.

Lo que debemos buscar es avanzar más y más hacia Dios, mirar de recuperar la imagen divina que hay en nosotros, y que olvidamos de cuidar. No podemos descansar de Dios si queremos que nuestra vida de cristianos, de seguidores de Cristo, sea auténtica. Es lo que nos sugiere san Benito. Siempre somos seguidores imperfectos de Cristo, nos debemos mirar en él, y siempre atentos a curar tanto las heridas propias como las de los otros.

Iniciamos hoy el tiempo litúrgico de Adviento como preparación a la celebración del Nacimiento del Hijo de Dios. El hecho de la Encarnación de Dios que se hace hombre nos muestra el realismo del amor de Dios. El obrar de Dios, en efecto, no se limita a las palabras, sino que se sumerge en nuestra historia y asume la limitación y el peso de la vida humana.

El Hijo de Dios se hizo verdaderamente, nació de la Virgen María en un tiempo y espacio determinado, creció en una familia concreta, formó un grupo de discípulos para continuar su misión, y acabó su camino aquí en la Tierra en la cruz. Esta manera de obrar de Dios es el modelo para preguntarnos sobre la realidad de nuestra fe, que no debe limitarse al ámbito del pensamiento, de las emociones, de las palabras, sino que debe entrar en lo concreto de nuestra existencia, tocar nuestra vida diaria y orientarla en la práctica; no podemos vivir una fe de fachada. Dios no se quedó en palabras, sino que nos indicó como vivirla. La fe es un aspecto fundamental que afecto no solos a la mente y al corazón sino a toda nuestra vida. (cfr, Benito XVI, Audiencia General 9, Enero 2013)

Nuestro obrar si somos, si queremos ser realmente imitadores de Cristo, no se ha de limitar a las palabas se ha de concretar en cada momento de nuestra vida. No es fácil, la tentación de ser cristianos en el horario laboral, en hacer vacaciones, descansar de Cristo… Si realmente Cristo es el centro y el objetivo de nuestra vida, si estamos enamorados de Él, lo tendremos siempre presente. Parece una tarea imposible, pero solamente con la ayuda del Espíritu lo podemos hacer posible, en cada momento de nuestra vida, allá donde Dios nos llama en cada etapa del camino hacia Él.

domingo, 21 de noviembre de 2021

CAPÍTULO 39, LA RACIÓN DE COMIDA

 

CAPÍTULO 39

LA RACIÓN DE COMIDA

Creemos que es suficiente en todas las mesas para la comida de cada día, tanto si es a la hora de sexta como a la de nona, con dos manjares cocidos, en atención a la salud de cada uno, 2 para que, si alguien no puede tomar uno, coma del otro. 3 Por lo tanto, todos los hermanos tendrán suficiente con dos manjares cocidos, y, si hubiese allí fruta o legumbres tiernas, añádase un tercero. 4 Bastará para toda la jornada con una libra larga de pan, haya una sola refección, o también comida y cena, 5 Porque, si han de cenar, guardará el mayordomo la tercera parte de esa libra para ponerla en la cena. 6 Cuando el trabajo sea más duro, el abad, si lo juzga conveniente, podrá añadir algo más, 7 con tal de que, ante todo, se excluya cualquier exceso y nunca se indigeste algún monje, 8 porque nada hay tan opuesto a todo cristiano como la glotonería, 9 como dice nuestro Señor: «Andad con cuidado para que no se embote el espíritu con los excesos».10 A los niños pequeños no se les ha de dar la misma cantidad, sino menos que a los mayores, guardando en todo la sobriedad. 11 Por lo demás, todos han de abstenerse. absolutamente de la carne de cuadrúpedos, menos los enfermos muy débiles.

 

Explican que en Tarragona, el Julio de 1936, el primer convento que se quemó fue el de las Clarisas, del paseo Las Palmeras, donde hoy existe un importante hotel. La voz popular explica que una de las monjas, afortunadamente todas salvaron la vida, dijo en plan de queja: “justo, hoy queman el convento, cuando teníamos bacalao en agua para hacerlo mañana”.

Una anécdota que no quiere decir que estas religiosas eran golosas, sino que nos muestra que, a veces, en una comunidad damos importancia a cosas que realmente no la tienen tanto; y quizás es consecuencia de que el ritmo de la vida diaria se torna monótono, y perdemos el horizonte de lo primario, que, en nuestro caso, es seguir a Cristo, y descubrirlo cada día en su Palabra, en la Eucaristía y en los demás.

El tema de las comidas no es primordial, pero, no obstante, san Benito le presta una atención; concretamente, seis capítulos, en los cuales se reflejan también otras ideas fundamentales de la Regla: moderación, igualitarismo asimétrico, alergia a la ociosidad…

San Benito se preocupa que en la mesa se sirva con caridad, que los enfermos, los ancianos y los niños sean atendidos con bondadosa condescendencia, que no falte la lectura, que no se hable en el refectorio, que no se caiga en el exceso de comida o en la embriaguez, que se haga todo a la hora indicada, y con moderación.

El sentido de todo esto en la mente de san Benito no ha cambiado: la lectura, el silencio, la sobriedad… todo continua tan vigente como siempre. No son valores monásticos de ayer, sino de siempre, pues vienen a ser la plasmación de unos valores fundamentales de la Regla como la humildad, la obediencia, el silencio…; en definitiva, la conversión de costumbres.

Venimos al monasterio, siguiendo la llamada de Quien nos ha llamado, por tanto, motivados para hacer su voluntad plasmada en la Regla. No podemos improvisar la norma, queriendo hacer nuestra voluntad. No vivimos nuestra vida obligados, como si viviéramos en una institución penitenciaria, educacional o militar; hemos elegido voluntariamente seguir al Señor en esta comunidad que sigue una Regla, y aquí es donde tenemos nosotros que convertirnos.

Las comidas no son un punto menos de la vida comunitaria; nos lo muestra claramente el elemento arquitectónico: el refectorio. Este marco de las comidas comunitarias, en los monasterios que siguen la regla de san Benito, y todavía más en los cistercienses, deja patente la trascendencia del acto. Y no solo el refectorio, puesto que la estructura del claustro dedica un ala al tema de la comida, pues también encontramos aquí la cocina. Una escenificación de la importancia que san Benito da al mantenimiento del cuerpo, sin excesos, de manera conveniente, como un regalo del Señor que conviene tener en cuenta.

Los orígenes de todo esto lo tenemos expuesto en las Instituciones de Juan Casiano. Asimismo, aparece en sus Colaciones, donde podemos leer:

“Por un lado, debemos tener en cuenta no resbalar por la pendiente de una apetencia voluptuosa en la comida hasta llegar a una relajación que podría ser fatal, Ni anticipar la hora fijada, ni abandonarnos al placer de las comidas extralimitándonos. Pero conviene, por otro lado, tomar alimento y tener el sueño debido en el tiempo establecido, más allá de toda repugnancia que podemos tener. No olvidemos que otro extremo son las tentaciones del enemigo. Pero la caída suele ser más grave por un ayuno inmoderado que por un apetito satisfecho. Porque éste nos puede llevar, con la ayuda de la compunción, a una vida austera, con lo otro es imposible” (Colación XVII)   

Moderación contra el exceso, contención contra la sin medida, como escribe también el mismo Casiano: “En realidad, y apurando un poco las cosas, la naturaleza no exige para la subsistencia nada más que la comida y la bebida cotidianas. Todo lo demás, por mucho que hagamos para obtenerlo y conservarlo, siempre será ajeno a la necesidad, como lo prueba la experiencia de la vida. Pero como eso no es indispensable sino superfluo, tan solo preocupa a los monjes tibios y vacilantes en su vocación; mientras que lo que es verdaderamente natural no deja de ser motivo de tentación, incluso para los monjes más perfectos, aunque su vida transcurra en la soledad del desierto” (Colaciones, VIII)  

 

domingo, 14 de noviembre de 2021

CAPÍTULO 32, LAS HERRAMIENTAS Y OBJETOS DEL MONASTERIO

 

CAPÍTULO 32

LAS HERRAMIENTAS Y OBJETOS DEL MONASTERIO

El abad elegirá a hermanos de cuya vida y costumbres esté seguro para encargarles de los bienes del monasterio en herramientas, vestidos y todos los demás enseres, 2 y se los asignará como él lo juzgue oportuno para guardarlos y recogerlos. 3 Tenga el abad un inventario de todos estos objetos. Porque así, cuando los hermanos se sucedan unos a otros en sus cargos, sabrá qué es lo que entrega y lo que recibe. 4Y, si alguien trata las cosas del monasterio suciamente o con descuido, sea reprendido. 5 Pero, si no se corrige, se le someterá a sanción de regla.

Son una parte de la Regla formada por cuatro capítulos que hacen referencia a temas un poco más mundanos; pero esta impresión es solo una apariencia, porque en todos los aspectos de nuestra vida debe notarse que somos monjes, que seguimos la llamada del Señor. Si se mira desde un aspecto meramente material, nuestra vida es afortunada, pues no nos falta nada necesario, y todo está siempre a punto. Individualmente, es cierto, pero debemos contemplarlo también comunitariamente.

En un monasterio debe haber todo lo necesario, sin necesidad de recurrir al exterior, aunque es difícil de conseguir. Lo tenemos en aquello que es lo más ordinario de la vida de cada día: comida. ropa, huerto, sacristía, cocina, administración…. Cada uno tiene su responsabilidad concreta, y entre todos cubrimos todos los aspectos de la vida a tener en cuenta (cf RB 2,20). Podríamos decir que son herramientas en manos del Señor, de la comunidad.

Todo, siempre, sin hacer acepción de personas, pues sería inconcebible un hospedero que acogiera a sus amigos, un servidor de mesa que atendiese a los preferidos, …

El nexo que debe unir todas estas tareas es la responsabilidad, una responsabilidad compartida y atenta. Lo decía un monje de la comunidad en un reportaje: si lo que hacemos es porque amamos a los otros, no es una carga, sino un servicio elevado, pues en esta línea servimos al Señor.

Como nos enseña san Pablo: “Que cada uno dé lo que ha decidido, no de mala gana ni por fuerza, porque Dios ama al que da con alegría” (2Cor 9,7)

Por esto, es preciso no olvidar el valor que tiene todo esto, la riqueza que significa que entre todos hacemos todo. Tan acostumbrados estamos que, a veces, podemos olvidarlo, lo cual no debería ser motivo de olvido, tampoco para recordarlo y decirlo permanentemente, pero sí para recordarlo en nuestra plegaria, dando gracias por quienes tienen cuidado de nosotros, como lo hacemos en los Laudes de cada domingo, al cambiar los servicios comunitarios.

De tan bien servidos, tenemos el peligro de volvernos exigentes, de devenir, como decía un monje que ya no está entre nosotros, “unos solterones malcriados”. Si lo que  sale para comer no es de mi agrado, pongo mala; si el cantor o el salmista se equivoca se procura hacerlo evidente, con gestos o comentarios… Existe siempre el peligro de caer en lo que Henri de Lubac definía como mundanidad espiritual, ceder al espíritu del mundo, que lleva a actuar para una realización particular, propia, y no para la gloria de Dios (Meditaciones sobre la Iglesia), que viene a ser un ceder a una especie de burguesía del espíritu y de la vida que nos lleva a acomodarnos, pero siendo exigentes para con los otros.

También podemos practicar la queja al revés: si somos nosotros los responsables de proveer, podemos tener la tentación de sentirnos más importantes y con poder. En este sentido podríamos recordar Mt 21,31, que nos habla de los dos hijos enviados a una tarea: uno dice que sí va, pero acaba haciendo el trabajo el otro; el otro dice no para acabar haciendo el trabajo. Y lo que Jesús comenta: “Os aseguro que los publicanos y prostitutas os pasan delante en el camino del Reino”.

Orígenes comenta que el Señor habla en esta parábola a favor de aquellos que ofrecen poco o nada, pero que lo manifiestan con sus actos, y en contra de aquellos que ofrecen mucho y que no hacen nada de lo que ofrecen. (cf Homilía 18 in Mattaeum)

Todos sabemos que en cada comunidad hay gente diversa que ha vivido diversas experiencias en otras situaciones:  unas veces teniendo todo resuelto, otras sufriendo penurias, pero, a veces, unos y otros, en el monasterio pueden ser exigentes o bien agradecidos, pues todo depende de la generosidad del corazón.

Hoy San Benito, en este capítulo nos pide no solo un reconocimiento por todo lo que recibimos, sino una responsabilidad, es decir, practicar unas costumbres que significan que los otros pueden fiarse de nosotros, que sabemos usar y compartir las herramientas, guardarlas y recogerlas; y que si no lo hacemos así merecemos ser castigados. A veces cuesta poco tener cuidado de las cosas, y nos pide más esfuerzo el desatenderlas o utilizarlas deficientemente: una puerta si cerrar, una luz innecesariamente abierta, un coche que utilizamos sin justificación…

Ciertamente no entra todo ello en el capítulo 68, pues no son cosas imposibles de realizar, sino fáciles para llevarlas a cabo, pero tenemos la tentación de demostrar nuestra singularidad, nuestra libertad de modo infantil. Es caer en la debilidad de que habla san Agustín cuando nos dice que el débil es aquel de quien se teme que pueda sucumbir cuando llega la tentación, pues la fortaleza cristiana no es solo hacer el bien, sino resistir al mal (Sermón 46,13)

Todo es de todos, y todos estamos al servicio de todos (RB 33,6)

Esto lo debemos vivir sin turbarnos ni contristarnos, practicando aquel buen celo del que habla en el capítulo 72: avanzando a honrarnos los unos a los otros; soportándonos las debilidades con paciencia, tanto físicas como morales; obedeciendo con emulación los unos a los otros; sin buscar lo que le parece útil a él, sino más bien el que lo sea para los otros, practicando desinteresadamente la caridad fraterna, y no anteponiendo nada, absolutamente, a Cristo. (cf RB 72,4-11)

 

domingo, 7 de noviembre de 2021

CAPÍTULO 25, LAS CULPAS GRAVES

 

CAPÍTULO 25

LAS CULPAS GRAVES

El hermano que haya cometido una falta grave será excluido de la mesa común y también del oratorio. 2Y ningún hermano se acercará a él para hacerle compañía o entablar conversación. 3Que esté completamente solo mientras realiza los trabajos que se le hayan asignado, perseverando en su llanto penitencial y meditando en aquella terrible sentencia del Apóstol que dice: 4 «Este hombre ha sido entregado a la perdición de su cuerpo para que su espíritu se salve el día del Señor». 5Comerá a solas su comida, según la cantidad y a la hora que el abad juzgue convenientes. 6Nadie que se encuentre con él debe bendecirle, ni se bendecirá tampoco la comida que se le da.

La Ley orgánica 10/1995, que recoge el Código Penal del Estado español dice que el Código “ocupa un lugar preeminente en el conjunto del ordenamiento, hasta el punto que no sin razón se ha considerado como una especie de “Constitución negativa”. El Código Penal ha de tutelar los valores y principios básicos de la convivencia social. Un código penal sirve, pues, desde su concepción moderna, para proteger los principios básicos y la convivencia. Hay en la Regla, por asimilación a la idea moderna, un código penal.

San Benito sabe que no somos perfectos, y de ahí sus advertencias a lo largo de la Regla con el Código penal, para evitar los efectos negativos sobre la comunidad.

El Código penal establece que hay culpas graves, menos graves y leves Esto es un hecho tan antiguo como la misma naturaleza humana. En este capítulo nos habla de las faltas graves que obligan a excluir de la vida comunitaria.

¿Cuándo somos culpables?  Nos lo dice el Canon 1321 del Código Canónico:

“Queda sujeto a la pena establecida por una ley o precepto quien la infringe deliberadamente”.

Nosotros para saber cual es nuestra obligación tenemos el Evangelio y la Regla como guías, y de estos textos no podemos argumentar desconocimiento, pues como dice la Regla en el cap. 58, acerca de quien ingresa para ser monje: “Se le ha de leer la Regla entera, y decirle: “Aquí tienes la ley bajo la cual quieres militar; si puedes observarla entra, y si no puedes marcha libremente”  Y también dice el capítulo 56: “queremos que esta Regla se lea a menudo en comunidad, para que ningún hermano pueda alegar desconocerla”.

No podemos decir, pues, que no sabemos a qué nos comprometemos, no podemos alegar ignorancia a las normas que regulan nuestra vida, pues el principio del derecho universal establece que la ignorancia de la ley no es un pretexto para su incumplimiento, pues las normas jurídicas se crean para ser cumplidas, según el principio del derecho romano. Aquí podemos notar la formación jurídica de san Benito en la antigua Roma, una Roma decadente, pero que mantenía los principios jurídicos, que son raíz, hoy, de los nuestros.

La pena por la culpa grave está clara: la excomunión, el apartamento de la vida comunitaria. Ciertamente, somos nosotros quienes nos apartamos en ocasiones, y la razón no es otra que la pereza que nace de nuestro orgullo de sentirnos superiores a los demás.

Todos fallamos, con faltas más o menos graves. Pero en nuestra fragilidad nos erigimos con frecuencia en jueces de nuestros hermanos, con esa arma tan peligrosa de la murmuración. En el fondo detrás de la murmuración se halla nuestra cobardía, al no atrevernos a decir al hermano algo a la cara, por el miedo a ser convencidos de lo contrario, y así optamos por la murmuración y la mentira.

¿Cuántas veces nos alerta san Benito del peligro de la murmuración? Hace servir esta palabra 13 veces a lo largo de la Regla, tres veces más que la palabra “pecado”, o que la palabra “falta”. La murmuración es una falta muy grave, y no por lo habitual de su empleo debemos menospreciarla en su importancia. En la Regla se equipara a la desobediencia, al orgullo y la contumacia, de aquí la importancia de la frase en la Regla: “sobre todo advertimos que se eviten las murmuraciones”

Afirma el Papa Francisco en su catequesis de la Audiencia general:

De hecho, cuando tenemos la tentación de juzgar mal a los demás, debemos reflexionar sobe nuestra fragilidad. ¡Qué fácil es criticar a los otros! Hay gente que parece tener licenciatura en chafardeo. Cada día criticando a los otros. Pero, ¡mírate a ti mismo! Esta bien preguntarnos qué nos impulsa a corregir a un hermano, y si no somos, quizás, corresponsables de su error.

El Espíritu Santo además de darnos la mansedumbre, nos convida a la solidaridad, a llevar el peso de los otros. ¡Cuántos pesos están presentes en la vida de una persona!:  la enfermedad, la falta de trabajo, la soledad, el dolor… ¡Cuántas pruebas que requieren la proximidad y el amor de los hermanos!

Nos pueden ayudar las palabras de san Agustín que comenta este mismo pasaje. ·Por tanto, hermanos, si un hombre está implicado en una falta, corregirlo con espíritu de mansedumbre, y si levantas la voz que hay un amor interior. Tanto si animas, como si te muestras paternal, como si corriges, ama” (Sermón 263/B3) Ama siempre. La regla suprema de la corrección fraterna es el amor, querer el bien de los hermanos. Se trata de tolerar los problemas de los otros, los defectos de los otros, en el silencio, en la plegaria, para, después, encontrar el camino adecuado para ayudarlo a corregirse. Y esto no es fácil. El camino más fácil es la crítica. Descuartizar al otro, como si yo fuera perfecto. No debe ser así. Mansedumbre, paciencia, plegaria proximidad” (Audiencia General, miércoles 3 Noviembre 2021)

Esta parte de la Regla nos puede parecer negativa, hostil, pero es evidente que toda legislación esta condenada al fracaso si no hay sanciones que estimulan a su observancia. San Benito las establece de manera precisa y humana. Necesitamos estar vigilantes para no caer procurando ya huir de las pequeñas faltas: impuntualidad, ausencia del Oficio Divino… que nos pueden llevar a faltas más graves.

A san Benito el Señor le podría decir como al profeta Ezequiel: “Si tu adviertes y ellos no se convierten de su maldad, ni se parta del mal camino, morirá por culpa suya (Ez 3,19). La Regla no hace sino advertirnos, luego está nuestra decisión de escuchar o no. San Benito no nos propone sus ideas. Él, como san Agustín, con nosotros es débil, como nosotros fue de carne, mortal, comía dormía… era simplemente un hombre, pero no buscaba sus intereses personales a través de la Regla, sino los de Jesucristo, y eso mismo es lo que nos pide, eso es l que quiere de nosotros. (Cfr. San Agustín,  Sermón sobre los pastores 46.6-7)