CAPÍTULO
45
LOS
QUE SE EQUIVOCAN EN EL ORATORIO
Si alguien se equivoca
al recitar un salmo, un responsorio, una antífona o una lectura, si allí mismo
y en presencia de todos no se humilla con una satisfacción, será sometido a un
mayor castigo 2 por no haber querido reparar con la humildad la falta que había
cometido por negligencia. 3 Los niños, por este género de faltas, serán
azotados.
Equivocarse es humano;
es frecuente de una u otra manera. La mayor parte de las veces nos equivocamos
por no prestar suficiente atención a lo que hacemos o decimos. San Benito nos
dice que cuando salmodiemos en el Oficio Divino procuremos que nuestro
pensamiento vaya de acuerdo con la voz (cf RB 19,7). No siempre es fácil;
nuestro pensamiento va a veces por caminos distinto de la voz.
Nos
equivocamos de pensamiento
El origen de nuestros
errores está a menudo en una falta de pensamiento. Nuestra mente divaga en
otras cosas, que tenemos que hacer más adelante. Nos olvidamos de las palabras
de san Benito, cuando nos dice: “creemos que Dios está presente en todas
partes” y que “los ojos del Señor, en todo lugar, miran a los buenos y a los
malos” pero lo creemos, sobre todo, sin duda alguna, cuando estamos en el
Oficio Divino. (RB 19 ,1-2)
Caer en la rutina,
acudir al Oficio desmotivados, puede acabar por afectar no solo a nuestra voz
física, sino, sobre todo, a la voz espiritual. Al Señor le place la plegaria,
que le alabemos, pues al alabarlo con la plegaria nos la apropiamos, y nada hay
mejor para nosotros que sentirnos cerca de Él. Cuando nuestra mente divaga con
otras preocupaciones, es como si teniendo a Dios delante de los ojos, no le
hiciéramos caso, lo cual más que un error es un pecado.
Concentrarnos no
siempre es fácil, Se dice que los hermanos preguntaron a abbá Agaton:
“¿Cuál
es la virtud que exige mayor esfuerzo?” Y él
respondió: “Perdonadme, pero pienso que no hay un esfuerzo mayor que orar a
Dios sin distracciones. Porque cada vez que el hombre quiere orar, el enemigo
se esfuerza por impedirlo, puesto que sabe que solo le detiene la plegaria a
Dios. Y en todo género de vida que practique el hombre con perseverancia
llegará al descanso, pero en la oración es necesario combatir hasta el extremo,
hasta el últimos suspiro” (Libro de los ancianos, 12,2).
Nos
equivocamos de palabra
Los errores de
pensamiento nos llevan a los errores de palabra. Viene a ser el resultado, la
visualización o materialización de una divagación de nuestra mente que sumida
en la distracción no pone la debida atención en lo que dice.
Es cierto que, en
ocasiones, algún texto, especialmente patrístico, por ejemplo, puede presentar
cierta dificultad de lectura, pero, si lo analizamos bien, tiene su sentido y
en ocasiones profundo. Habría que decir que es necesario ponernos en el papel
de quien ha escrito el texto, y por lo tanto en el papel del salmista, que en
ocasiones clama, o en otras suplica, o alaba…
Nos
equivocamos por omisión
Pero no todos los
errores son por la acción; otras lo son por omisión. En primer lugar, cuando se
cierra nuestra boca, y, por tanto, no oramos, no es porque nuestra mente esté
ausente del texto, al contrario, está ausente por el tedio, el aburrimiento, la
lejanía. Pero si nos paramos a pensar, ¿cómo podemos sentirnos lejos del Señor
en momentos tan intensos como son los de la plegaria?
Si verdaderamente
Cristo es el centro y el norte de nuestra vida, ¿cómo nos podemos alejar de
manera consciente o negligente?
Santo Tomás distingue
entre la atención a las palabras, por lo cual es preciso cuidar bien la
pronunciación, y lo que debemos procurar prioritariamente, la atención al
sentido, al significado de las palabras, y la atención a Dios, que es lo más
necesario. (ad Deum et ad rein pro qua
oratur, II-II, q. 83, a. 13)
También, algunas veces
tenemos la tentación de omitir gestos, que de hecho nos ayudan a la reverencia
en la plegaria.
Escribe el P. Columbá
Marmión: “Cuando el alma está poseída de una verdadera devoción, se postra
interiormente delante de Dios, y a él se ofrece por completo con unas alabanzas
magníficas que envidian a los mismos ángeles. Así mismo, inclinarse al final de
cada salmo al decir el Gloria al Padre… es como un resumen y compendio de toda
nuestra alabanza y devoción. Santa Magdalena de Pazzi sentía tal devoción al
recitarlo, que se la veía palidecer en este momento; tanta era la intensidad
que sentía en su entrega a la Santísima Trinidad. Sucederá, no obstante, que a
pesar de todo nuestro fervor no veamos asaltados de distracciones. ¿Qué hacer,
entonces? Las distracciones son inevitables. Somos débiles, y son muchos los
objetos que solicitan la atención y disipan nuestra alma, pero si son causa de
nuestra fragilidad no debemos turbarnos”. (Jesucristo, ideal del monje)
Esta distracciones
voluntarias o involuntarias nos empobrecen, y, todavía más, son fruto de
nuestra presunción de imponer un capricho propio por encima de las costumbres
establecidas en el monasterio y en el Orden.
Las faltas o las
equivocaciones no son solo propias de nuestra Orden, ni de nuestros tiempos.
Escribía santa Teresa de Jesús:
“Media
culpa es si alguna en el coro, dicho el primer salmo, no viniere; y cuando
entran tarde se deben de postrar hasta que la madre priora mande que se
levante. Media culpa si alguna presume de cantar o leer de otra manera de lo
que suele hacerse. Media culpa si alguna no estando atenta al Oficio Divino con
los ojos bajos, mostrase liviandad en la mente” (Constituciones, 14,1-3)
Siempre es un consuelo
que santa Teresa lo considere media culpa, pero mejor no habituarse, pues la
misma santa Teresa añade: “Y la que por costumbre comete culpa leve, les sea
dada penitencia de mayor culpa”.