domingo, 25 de abril de 2021

CAPÍTULO 17 CUÁNTOS SALMOS SE HAN DE CANTAR A DICHAS HORAS

 

CAPÍTULO 17

CUÁNTOS SALMOS SE HAN DE CANTAR A DICHAS HORAS

Ya hemos determinado cómo se ha de ordenar la salmodia para los nocturnos y laudes. Vamos a ocuparnos ahora de las otras horas. 2A la hora de prima se dirán tres salmos separadamente, esto es, no con un solo gloria, 3 y el himno de la misma hora después del verso «Dios mío, ven en mi auxilio». 4Acabados los tres salmos, se recita una lectura, el verso, Kyrie eleison y las fórmulas conclusivas. 5A tercia, sexta y nona se celebrará el oficio de la misma manera,es decir, el verso, los himnos propios de cada tres salmos, la lectura y el verso, Kyrie eleison y las fórmulas finales. 6 Si la comunidad es numerosa, los salmos se cantarán con antífonas; pero, si es reducida, seguidos. 7Mas la synaxis vespertina constará de cuatro salmos con antífona. 8 Después se recita una lectura; luego, el responsorio, el himno ambrosiano, el verso, el cántico evangélico, las preces litánicas y se concluye con la oración dominical. 9 Las completas comprenderán la recitación de tres salmos. Estos salmos que se han de decir seguidos, sin antífona. 10Después del himno correspondiente a esta hora, una lectura, el verso, Kyrie eleison y se acaba con la bendición.

La Liturgia de las Horas debe servir para santificar todo el día. Es de desear que informe toda la plegaria cristiana, la vivifique, la oriente y la alimente eficazmente. Así será posible aquello de “orar siempre”, que recomendó nuestro Señor a la Iglesia, pues el libro de la Liturgia de las Horas distribuye convenientemente durante el día y secunda la oración continua”, como sugiere san Pablo VI en su Constitución Apostólica Laudis Canticum, al establecer la nueva Ordenación del Oficios Divino para toda la Iglesia.

El Oficio Divino nació unido al transcurso de las horas de la jornada. Por un lado, se seguía el horario laboral en tiempo del imperio romano, de acuerdo a la distribución de la jornada que hacían las campanas. De aquí, la denominación de las distintas horas a Roma: Tercia, Sexta y Nona.

De este modo las primitivas comunidades cristianas establecen el horario de la plegaria a lo largo del día; una plegaria centrada en la salmodia, que vino a ser pronto una fuente de vida para los creyentes. Por otro lado, aunque no es posible verificar en el NT un vínculo explícito entre plegaria y tiempo, la referencia es evidente, en el ritmo cultual del templo y de la plegaria en la sinagoga.

La primitiva vida monástica en el desierto hizo del Oficio punto de encuentro constante con Dios. San Benito heredero de esta tradición sigue le principio de santificación del día, de cada parte del día, a través del Oficio Divino, al que no debemos anteponer nada.

Orar es trabajar y trabajar es orar, es la idea que mueve a san Benito, que se traduce en la expresión ora et labora, que de hecho no aparece explícitamente en la Regla, pero sí que resume la idea de fondo.

En algún momento de la vida de cualquier persona, puede asaltarnos la idea de que somos esclavos del tiempo. Esta sensación sería fruto de un vacío espiritual, pues el tiempo también es un regalo de Dios, un regalo que nos hace para llenarlo y santificarlo, y para esto necesitamos la fortaleza necesaria que nos viene de la plegaria.

Solamente así, el transcurso de las horas puede venir a ser un encuentro con Dios. El tiempo, el reloj, la campana no viene a ser un enemigo, sino el momento concreto en que Dios nos sale al encuentro.

Oremos, pues, para santificar el tiempo, para dedicarlo al servicio del Señor, y dar así sentido a nuestra vida, de tal manera que cada instante del día o de la noche sea un signo de la presencia del Señor.

A cada momento su plegaria y una plegaria para cada momento. Este era también el pensamiento del Concilio Vaticano II expresado concretamente en los principios y normas de la Liturgia de las Horas, disponiendo que la recitación del Oficio tenga lugar en el momento más próximo a la hora natural de cada hora canónica. Se quiere, de esta forma, poner fin a una anticipación que desnaturalizaba el Oficio, pues era habitual anticipar Maitines y Laudes a la vigilia, o recitar todo el Oficio de una tirada, para “tener la faena hecha”. El Concilio quiere, de esta manera, volver al sentido originario de la plegaria de las Horas y evitar una mentalidad legalista y cumplidora del mínimo exigido y retornar a la santificación de cada hora.

¿Santificamos nosotros nuestra jornada diaria?

El salmista nos habla de siete veces al día alabar a Dios (Sal 119,164), y de que a medianoche se levantan a alabar al Señor (Sal 119, 62)

El Vaticano II suprime la plegaria de Prima, pero manteniendo el resto nos ofrece la posibilidad de santificar toda la jornada. En un momento dado en nuestro monasterio las horas menores se agruparon en una sola, la que conocemos como Hora de Mediodía. Sin embargo, las normas contemplan tanto la disposición de Tercia, Sexta y Nona, como la posibilidad de celebrar la Hora de Mediodía, añadiendo el Concilio que se conserven en el Oficio Coral las Horas menores, manteniéndolas, salvo lo que diga el derecho particular de las comunidades que llevan una vida contemplativa. Creemos que las razones que llevaron a esta reforma domestica eran justificadas; quizás deberíamos plantear si aquellas razones siguen vigentes, y comenzar la tarde con la plegaria de Nona y dar, así, a nuestra jornada vespertina un sentido más pleno. Ciertamente, cuando se ha hecho un cambio, y si éste comporta eliminar alguna obligación la vuelta atrás es más difícil, pero nunca debería prevalecer nuestra comunidad personal o mantener las cosas por un sentido acomodaticio comunitario, Dice la Constitución Sacrosanctum Concilium:

“en el coro se mantendrán las Horas Menores de Tercia, Sexta y Nona… y todos los que ejecutan el Oficio en el coro deben de cumplir el deber que se les ha encomendado, con la máxima perfección, tanto por la devoción interior, como por el comportamiento exterior” (SC 99)

domingo, 18 de abril de 2021

CAPÍTULO 10 CÓMO HA DE CELEBRARSE EN VERANO LA ALABANZA NOCTURNA

 

CAPÍTULO 10

CÓMO HA DE CELEBRARSE EN VERANO LA ALABANZA NOCTURNA

Desde Pascua hasta las calendas de noviembre se mantendrá el número de salmos indicado anteriormente, 2 y sólo se dejarán de leer las lecturas del libro, porque las noches son cortas. Y en su lugar se dirá solamente una, de memoria, tomada del Antiguo Testamento, seguida de un responsorio breve. 3 Todo lo demás se hará tal como hemos dicho; esto es, que nunca se digan menos de doce salmos en las vigilias de la noche, sin contar el 3 y el 94.

Una vez subidos todos los grados de la humildad, san Benito trata de la alabanza nocturna, con especial atención a la distribución de la salmodia. Para orar con los salmos necesitamos una doble disposición: Espiritual y corporal. Ya que, en el primer capítulo dedicado al Oficio Nocturno, nos habla de dormir un poco más de la media noche y levantarnos bien dispuestos.

La Palabra de Dios ocupa un lugar central en nuestra vida diaria; cada acto de nuestra existencia es una respuesta a la interpelación directa de la Palabra de Dios. En la Escritura es él quien nos habla y esta Palabra adquiere el sentido pleno en la liturgia, en el Oficio Divino.

Con san Benito, la liturgia adquiere un lugar todavía más importante en la espiritualidad monástica, destacando por encima de todos dos aspectos, la importancia del número Doce, y el lugar importante de la salmodia en la recitación del Oficio Divino. Nos habla de recitar una cantidad determinada de Salmos, sin olvidar la particularidad de la estación año en que se encuentran en cada momento.

Distribuye el Año en dos grandes estaciones, a partir de un criterio temporal, pero, sobre todo, litúrgico.

Una parte del año va de Pascua hasta el uno de noviembre, y una segunda desde el uno de noviembre hasta Pascua. A lo largo de toda la Regla tiene presente que hay unos meses durante el año en que los días son más largos, y otros en que lo son las noches. La liturgia tiene en cuenta la variable del tiempo, para hacer algunas cosas con la luz del día, como la última refección, o si se trata de la noche, la alabanza nocturna.

En este capítulo concreto, queda claro, pero hay unos mínimos para cumplir, como los doce salmos, cifra también presente a lo largo de la Regla; se pueden abreviar las lecturas o los responsorios, pero no los salmos. Sigue, san Benito, las pautas dadas por Casiano. Los Salmos son una parte esencial, por lo que es algo a respetar, no pudiendo reagrupar salmos, o recitar una parte, ya que viene a ser un resumen de toda la Escritura, un elemento esencial de la presencia de Cristo. Y acaba con una precisión importante: el salmo 3 y el 94 no se deben menospreciar, no entrando en el grupo de los Doce. En el fondo está la idea de que doce salmos cada noche son necesarios para orar el salterio a lo largo de la semana. Orar cada día, a cada hora del día, de manera que nosotros, tibios, lleguemos a cumplir en una semana lo que nuestros padres hacían en un solo día. (Cf. RB 18,25)

Entre las prescripciones puntuales de este capítulo está la idea de fondo, recogida de la tradición monástica, de la centralidad de la salmodia en el Oficio Divino. Las sucesivas reformas de la estructura de la alabanza nocturna y de toda la Liturgia de las Horas han primado la cualidad de la plegaria por encima del número, pero quizás la liturgia sale debilitada. Hoy nuestro Oficio no tiene diferencia entre el verano y el invierno, de la misma manera que no se hacía en la época de san Benito en las catedrales.

En cualquier caso, la idea de fondo de este capítulo de la Regla sigue vigente: la centralidad del Escritura en nuestra vida, y muy especialmente la importancia de la Salmodia en nuestra plegaria.  

 

 

 

domingo, 11 de abril de 2021

CAPÍTULO 7, 55 LA HUMILDAD

 

CAPÍTULO 7, 55

LA HUMILDAD

55.El octavo grado de humildad es que el monje en nada se salga de la regla común del monasterio, ni se aparte del ejemplo de los mayores.

¿Quién de vosotros se tiene por sabio y experto? Que demuestre con un buen comportamiento que la sabiduría llena de dulzura sus obras. (Sant 3,13)

La Regla es para nosotros la teoría, una teoría nacida de una experiencia de vida cenobítica, la de san Benito, que rezuma espiritualidad, a la vez que realismo; pero un texto que si no se vive se pierde su sentido. También dice Santiago:

“¿De qué le servirá al hombre, hermanos míos, que alguno diga que tiene fe si no lo demuestra con las obras?… Muéstrame, sin obras, que tienes fe, y yo con las obras te mostraré mi fe” (Sant 2,14.18)

Nos habla san Benito de dos fuentes complementarias para guiar nuestras acciones. La Regla y el ejemplo de los mayores; la teoría de la vida monástica y la práctica de esta vida en los mayores. De manera semejante el Concilio Vaticano II nos habla de la Iglesia peregrina, en la Lumen Gentium, que es necesaria para la salvación la Sagrada Escritura y la Tradición; la fe y esta misma fe vivida a lo largo de generaciones.

No vivimos cada uno de nosotros la Regla como algo a reinventar cada día, esencialmente porque nuestra vida, como la de la Iglesia, se fundamenta en una tradición que se transmite de generación en generación, en continuidad, interpretando los signos de los tiempos, pero siempre fieles a un hilo conductor. La Regla es la de san Benito y no otra, poniéndola en práctica con toda humildad.

A lo largo de la Regla, su autor nos habla del respeto hacia los ancianos que debe nacer del reconocimiento de su camino monástico, de los años que llevan en este camino, de las circunstancias que han vivido. Su sabiduría no suele nacer de grandes discursos, sino del ejemplo diario.

Como decía el Papa Francisco en una audiencia general “son unos peregrinos como nosotros en la tierra, que nos han protegido y acompañado, pues todos sabemos que aquí a la tierra hay personas santas, hombres y mujeres que viven en santidad. Santos de cada día, escondidos o como me gusta decir “santos de la puerta de al lado”, que viven su vida con nosotros y llevan una vida santa” (Audiencia General 7/04/2021)

Todos podemos recordar nombres de hermanos que han llegado a la ancianidad con la serenidad de haber vivido con fidelidad e intensamente su vida de monjes.

Las últimas semanas hemos perdido dos hermanos emblemáticos: cada uno con su estilo y su personalidad, su manera de ser, su personalidad; y que han dejado una impronta en la comunidad y nos puede servir para mirar todo lo bueno que han tenido como miembros de la comunidad.

El monje no nace de manera aislada, pues esto sería la negación del monje, la vida del cual san Benito define y dispone en la Regla.

Con seguridad, nadie quiere seguir directivas por parte de otra persona, pero siempre podemos contemplar en los demás aspectos que nos pueden parecer insignificantes, pero que afectan a una identidad, y es importante aprender a discernir, para no reinventar el presente y hacernos una regla ad hoc.

También podemos, en el error, lograr hacer desaparecer una cosa o persona que nos dificulte el paso hacia el objetivo de hacer nuestra voluntad, como si hubiera un pensamiento único, lo cual vendría a ser un ir  contra este octavo grado de la humildad, o incluso contra toda la escala de la humildad de la Regla, y del mismo Evangelio, donde Jesús pone el fundamento de su misión en hacer la voluntad del Padre.

En ocasiones, son los pequeños detalles los que nos delatan, pero que tienen impacto en otras personas, pues descubren una cierta actitud hacia los mayores no tan positiva.

Estos últimos días un familiar de un hermano anciano, recientemente fallecido me comentaba en un correo algo que le turbó en su momento: había conocido la distinción entre “padre” y “hermano”, con ocasión de una visita al monasterio con sus alumnos, pues es profesora de secundaria. El monje que les atendió y les ayudó en la visita, cuando ella le dijo que su tío era monje, le dejó muy claro que su tío era “hermano”, pero que quién la hablaba ahora era “padre”.  Y venía a añadir en el correo que celebraba que estas “pequeñas distinciones” estuvieran superadas, pues todos somos hijos de Dios y hermanos.

Una simple anécdota que, aunque hayan pasado años, el familiar recordaba no de manera grata. Seguramente la intención del “padre” en aquel momento no era hacer un agravio, pero de alguna manera da a entender que el ejemplo de los ancianos no le animaba mucho o no lo creía necesario, si venía de un hermano converso.

No debía haber leído un comentario sobre la humildad del abad Godofredo del Cister, publicado antes del Concilio y que habla “de los ancianos venerables que después de veinte, treinta o cincuenta años de vida religiosa se han convertido en reglas vivas. Son aquellos que poseen el verdadero espíritu religioso y se les puede imitar en la seguridad de que uno va por el buen camino. Se les reconoce perfectamente y son, verdaderamente, los pilares del monasterio” (Godofredo Belorgey, “La humildad según san Benito, p. 241s)

lunes, 5 de abril de 2021

CAPÍTULO 7,31-33 LA HUMILDAD

 

CAPÍTULO 7,31-33 LA HUMILDAD

El segundo grado de humildad es que el monje, al no amar su propia voluntad, no se complace en satisfacer sus deseos, 32 sino que cumple con sus obras aquellas palabras del Señor: «No he venido para hacer mi voluntad, sino la del que me ha enviado». 33Y dice también la Escritura: «La voluntad lleva su castigo y la sumisión reporta una corona».

El hombre, libre, con una voluntad independiente, capaz de determinarse a sí mismo, y no sometido a capricho alguno..., así lo quería Dios, pues desea que el bien adquirido por él mismo sea un acto verdaderamente suyo, y un acto libre.

San Gregorio Nacianceno escribe: ”Dios ha honrado al hombre dándole la libertad de manera que el bien le pertenece como algo propio”. (Discurso XLV)

Máximo, el Confesor dirá que la libertad consiste, para el hombre, en poner de acuerdo la disposición de su voluntad personal con la voluntad natural, que es aquella que tiende al bien y al cumplimiento de su naturaleza en Dios, que es su principio y su fin (Opúsculos teológicos y polémicos. I)

De hecho, todos los Padres coinciden en afirmar que el mal que existe en el hombre y en el mundo es fruto de un uso perverso de la libertad que Dios ha dado al ser humano, o, como afirma san Gregorio de Nacianzo “no hay mal sin una elección” (Tratado de la Virginidad, XII)

El uso perverso de la libertad hace al hombre esclavo del pecado, del deseo y de los placeres. De esta manera, una supuesta libertad no es sino un vasallaje, o en palabras de Isaac de Nínive “el fin de esta libertad aparente es una dura esclavitud” (Discursos ascéticos 42) 

Nuestro modelo, Cristo, es quien dijo: “no he bajado del cielo para hacer mi voluntad sino la del que me ha enviado” (Jn 6,38). Esta comunión con la voluntad del Padre es fruto de su libre elección para llevar a cabo lo que quiere el Padre, que guía toda su vida, su pasión y su muerte.

¿Qué es lo que nos lleva a imponer nuestra voluntad, y apartarnos del deseo de Dios? Abstenerse de toda mala acción es una etapa, porque para evitar toda acción mala es preciso evitar antes que nada los malos pensamientos, evitar pecar de pensamiento además de no hacerlo de obra y de omisión. Como dice un apotegma de un Padre del Desierto: “es preciso reprimir los malos pensamientos, igual que se reprimen las malas acciones” (Apotegma 220). Al recitar la oración del Señor le pedimos que no nos deje caer en la tentación y nos libre de hacer el mal.

Ante una situación que se presenta con diversas alternativas, ¿cómo saber cuál es nuestra voluntad y cuál es la de Dios? No podemos decir que nos falte un protocolo, un manual, porque la fuente de nuestra vida es el Evangelio, y si no tenemos bastante con él, nuestro padre san Benito nos ha dejado el texto de la Regla, con una lista, por ejemplo, de cuales son los instrumentos de las buenas obras y posibles penalizaciones, para mostrarnos, de esta forma, cuál tiene que ser la guía en nuestra vida.

Nos puede parecer que este segundo grado de humildad se refiere solamente a las grandes cosas, pero no es así, puesto que también está la voluntad de la puerta de al lado, que diría el Papa Francisco, la lucha por imponer nuestra voluntad sobre la del Señor en las pequeñas cosas de cada día.

Con seguridad, que nos pueden venir a la cabeza muchos ejemplos, no referidos a los demás sino a nosotros mismos, y podemos descubrir esa importante lucha por imponer nuestra voluntad, nuestro deseo o capricho, en pequeños detalles de la vida diaria. Pequeñas cosas en las que gastamos muchas energías por imponer nuestra voluntad, para no ser esclavos de la voluntad de otro. Y si no sabemos dominarnos en las pequeñas cosas, cómo vamos a dominarnos en las grandes.

A menudo, detrás de nuestras actitudes está nuestro orgullo que se traduce en una serie de aspectos en donde nos podemos reconocer como confiados en exceso en nosotros mismos, autosatisfacción ilimitada, arrogancia, falsa seguridad, confianza en el propio juicio, certeza de tener siempre la razón, manía de justificarse en todo momento, acudiendo incluso a la falsedad, constante espíritu de contradicción, voluntad de enseñar y mandar en lo que no es cosa nuestra, negativa a obedecer… (Larchet, Terapéutica de las enfermedades espirituales)

Ahora es cuando pensamos “acabo de escuchar el retrato de este hermano mío”, quizás sí, pero quizás también acabo de escuchar el mío, pues de estas actitudes todos participamos, lo que podemos fácilmente reconocer si somos honestos.

La terapéutica es fácil de formular, y difícil de poner en práctica. Es preciso delante del menosprecio de los demás encontrar en ellos lo que es mejor que en nosotros, valorando más sus cualidades que sus defectos; ante nuestro orgullo, reconocer que todo viene de Dios, y que toda cualidad tiene su raíz en el Creador, y no en nuestros méritos, y que sin el auxilio de Dios y su protección somos muy dados a pensar y obrar el mal.

El modelo es Cristo, que dijo: “aceptar mi yugo y haceos discípulos míos, pues soy benévolo y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11,29)