CAPÍTULO
19
NUESTRA
ACTITUD DURANTE LA SALMODIA
Creemos que Dios
está presente en todo lugar y que «los ojos del Señor están vigilando en todas
partes a buenos y malos»; 2 pero esto debemos creerlo especialmente sin la
menor vacilación cuando estamos en el oficio divino. 3 Por tanto, tengamos
siempre presente lo que dice el profeta: «Servid al Señor con temor»; 4 y
también: «Cantadle salmos sabiamente», 5 y: «En presencia de los ángeles te
alabaré». 6Meditemos, pues, con C 27 Abr 30 Jul. 1 Nov 23 Ene.. 54 qué actitud
debemos estar en la presencia de la divinidad y de sus ángeles, 7 y salmodiemos
de tal manera, que nuestro pensamiento concuerde con lo que dice nuestra boca.
Para que nuestro
pensamiento esté de acuerdo con nuestra voz, para servir al Señor con temor,
para salmodiar con gusto debemos de creer siempre en la presencia del Señor, y
considerar cómo debemos estar en su presencia y en la de los ángeles.
Se precisa una
actitud, una predisposición, una conciencia de lo que hacemos y de su
importancia. En la plegaria, en el Oficio Divino, no solo estamos cumpliendo
una obligación que hemos aceptado, sino que estamos participando de la liturgia
celestial, que nos hace estar en la presencia de Dios. Ubique maxime…
Por tanto, recordémoslo siempre.
De esta presencia
ya nos habla san Benito en el primer grado de la humildad, pero ahora nos la
pone en práctica, y nos habla de su aplicación en una situación concreta, como
es la plegaria. No es una plegaria cualquiera porque es nuestra plegaria en un
doble sentido, ya que la protagonizamos nosotros en comunidad, y porque se
apoya en un lenguaje muy concreto. Nos
habla de salmodiar, ya que los salmos son el lenguaje que utilizamos para
alabar y comunicarnos con Dios, un Dios presente en todas partes, pero sobre
todo en el Oficio Divino.
Nos contaban la
anécdota del monje nervioso porque el Oficio se alargaba en exceso, y se decía
a sí mismo: ¡“con los trabajos que tengo que realizar”! Toda una muestra de que el pensamiento y la
voz no siempre van de acuerdo. Algo que nos sucede a menudo. Con lo cual
nuestra plegaria viene a ser deficiente, incompleta.
San Benito nos
dice de no anteponer nada al Oficio Divino, lo cual no siempre resulta una
tarea fácil. En primer lugar, porque nos puede surgir una incompatibilidad en
nuestros horarios, o por el ritmo de nuestra jornada, u otros temas
relacionados con el mundo exterior… Y en segundo lugar, porque nuestras
preocupaciones comunitarias, o personales nos alejan y acaban por amenazar
nuestra sintonía entre la voz y el pensamiento.
Siempre puede
haber un imponderable que nos obligue a una ausencia, pero es prudente no
buscarla de manera voluntaria, ni favorecerla, sino más bien gozar
espiritualmente de cada hora del Oficio. Ir a la presencia de Dios de esta
manera tan privilegiada y con una participación tan activa, debería suponer el
Oficio Divino como lo que se dice del monje cartujo en relación a su celda:
como el agua para el pez, o los pastos para la oveja.
Escribe Dom
Guillermo, abad de Mont-des- Cats, que este capítulo le trae a la mente un
compañero de estudios universitarios, antes de la entrada en el monasterio, que
enamorado de una muchacha hacía todo lo posible por encontrarse con ella, y
cuando esto sucedía su rostro se transformaba. Esto es lo que nos quiere decir
san Benito: la manera como debemos
considerar siempre en presencia del amado, y mucho más cuando lo alabamos en el
Oficio, le suplicamos, estamos en comunicación con el Padre, con el mismo
lenguaje que su Hijo, el Cristo: con la salmodia.
No deberíamos
olvidar estas consideraciones, a fin de estar concentrados en la plegaria de
manera que haya sintonía voz y pensamientos, a fin de gozar de la presencia
próxima, evidente, de Dios. Puede haber
momentos de sequedad espiritual, momentos más bajos, más o menos prolongados,
durante los cuales la plegaria nos resulte pesada, ardua. Lo recordaba el Papa
Francisco en su catequesis semanal:
“Si
en una noche de plegaria nos sentimos débiles y vacíos, si nos parece que la
vida es inútil, debemos, en este momento pedir para que la plegaria de Jesús
sea también la nuestra. O puedo orar hoy, no sé qué hacer, no me viene de
gusto, soy indigno. En este momento es necesario confiar en él, para que ore
por nosotros. Él se encuentra delante del Padre para orar por nosotros, es el intercesor.
Para que el Padre contemple nuestras heridas. ¡Debemos creer esto! Si nosotros
tenemos fe, entonces sentiremos la voz, una voz del cielo, más fuerte que la
que sale de nuestro interior, en nuestro interior sentiremos esta voz que dice
palabras de ternura: Tú eres el amado de Dios, tú, eres el Hijo, tú eres la
gloria del Padre del cielo. (Audiencia General 28 Octubre 2020)
La afirmación de
este capítulo parece muy sencilla, pero es fundamentalmente teológica y
espiritual. Dios está presente en todas partes y en todo momento. No hemos de
ponernos en su presencia, lo estamos siempre. Lo que debemos hacer es ser
conscientes de ello en todo momento, pero sobre todo en el Oficio Divino.
No solamente
vivimos en la presencia de Dios, sino que vivimos bajo su mirada, siempre
compasiva y misericordiosa, que nos pide conversión. De esta convicción san
Benito saca tres conclusiones: El Señor debe servirse con temor, es decir con
reverencia filial; hemos de salmodiar con gusto, y a la vez ser conscientes de
que la liturgia terrena es una anticipación de la liturgia celestial.