domingo, 28 de febrero de 2021

CAPÍTULO 53 LA ACOGIDA DE LOS HUÉSPEDES

 

CAPÍTULO 53

LA ACOGIDA DE LOS HUÉSPEDES

1 Todos los huéspedes que se presenten en el monasterio ha de acogérseles como a Cristo, porque él lo dirá un día: «Era peregrino, y me hospedasteis». 2 A todos se les tributará el mismo honor, «sobre todo a los hermanos en la fe» y a los extranjeros 3Una vez que ha sido anunciada la llegada de un huésped, irán a su encuentro el superior y los hermanos con todas las delicadezas de la caridad. 4 Lo primero que harán es orar juntos, y así darse mutuamente el abrazo de la paz. 5 Este ósculo de paz no debe darse sino después de haber orado, para evitar los engaños diabólicos. 6 Hasta en la manera de saludarles deben mostrar la mayor humildad a los huéspedes que acogen y a los que despidan; 7 con la cabeza inclinada, postrado el cuerpo en tierra, adorarán en ellos a Cristo, a quien reciben. 8 Una vez aco gidos los huéspedes, se les llevará a orar, y después el superior o aquel a quien mandare se sentará con ellos. 9 Para su edificación leerán ante el huésped la ley divina, y luego se le obsequiará con todos los signos de la más humana hospitalidad. 10 El superior romperá el ayuno para agasajar al huésped, a no ser que coincida con un día de ayuno mayor que no puede violarse; 11 pero los hermanos proseguirán guardando los ayunos de costumbre. 12 El abad dará aguamanos a los huéspedes, 13 y tanto él como la comunidad entera lavarán los pies a todos los huéspedes, 14 Al terminar de lavárselos, dirán este verso: «Hemos recibido, ¡oh Dios!, tu misericordia en medio de tu templo». 15 Pero, sobre todo, se les dará una acogida especial a los pobres y extranjeros, colmándoles de atenciones, porque en ellos se recibe a Cristo de una manera particular; pues el respeto que imponen los ricos, ya de suyo obliga a honrarles. * 16 Haya una cocina distinta para el abad y los huéspedes, con el fin de que, cuando lleguen los huéspedes, que nunca faltan en el monasterio y pueden presentarse a cualquier hora, no perturben a los hermanos. 17 Cada año se encargarán de esa cocina dos hermanos que cumplan bien ese oficio. 18 Y, cuando lo necesiten, se les proporcionará ayudantes, para que presten sus servicios sin murmurar; pero, cuando estén allí menos ocupados, saldrán a trabajar en lo que se les indique. 19 Y esta norma se ha de seguir en estos y en todos los demás servicios del monasterio: 20 cuando necesiten que se les ayude, se les dará ayudantes; pero, cuando estén libres, obedecerán en lo que se les mande. 21 La hospedería se le confiará a un hermano cuya alma esté poseída por el temor de Dios. 22 En ella debe haber suficientes camas preparadas. Y esté siempre administrada la casa de Dios prudentemente por personas prudentes. 23 Quien no esté autorizado para ello no tendrá relación alguna con los huéspedes, ni hablará con ellos. 24 Pero, si se encuentra con ellos o les ve, salúdeles con humildad, como 107 hemos dicho; pídales la bendición y siga su camino, diciéndoles que no le está permitido hablar con los huéspedes.

 

Era forastero y me acogisteis” (Mt 25, 35) este texto es la fuente inspiradora para san Benito de todo el capítulo, dando cumplimiento a la séptima de las obras de misericordia: “acoger a los peregrinos”.

Jesús habla de hechos concretos según los cuales nos examinarán en el juicio: dar de comer a quien pasa hambre, beber al sediento, vestir al desnudo, vestir al desnudo o visitar al encarcelado. Porque en cada uno de estos, forastero, hambriento, sediento, desnudo… está el mismo Cristo.

San Benito no nos propone un acogimiento selectivo, a los que piensan como nosotros, a los amigos o quienes nos caen bien, sino a todo aquel que llama a nuestra puerta. Todos sabemos que a la puerta de un monasterio llama gente de lo más diversa, y a todos es preciso dar una acogida como al Cristo. Acoger no implica necesariamente compartir un mismo pensamiento o unas mismas creencias, sino reconocer a Cristo en el otro, en el poderoso, en el débil, rico o pobre, joven o viejo… y hacerlo con atención y caridad.

Nuestra relación con los forasteros debe estar marcada con el sello de la caridad, y saber transmitir el mensaje de nuestra fe en toda acogida. San Benito sabe que puede haber riesgos, por lo cual pide que el beso de paz se dé sino después de la experiencia de la plegaria, para evitar los engaños diabólicos.

De aquí que la plegaria y la ley divina son los medios privilegiados para transmitir el mensaje evangélico, que ha de marcar nuestra vida, y que tenemos la obligación de transmitir en nuestra vida. Sin engaños, sin juntarnos ni hablar con los huéspedes de manera indebida, siempre con humildad y solicitud. Una solicitud ejercida por aquel a quien le ha sido encargado el servicio de hospedero, y no a ninguno otro.

San Benito subraya que el hospedero debe ser un monje movido por el temor de Dios, previsor, tener las celdas preparadas… es decir un monje que lleve a cabo su servicio con sabiduría humana y evangélica.

Pues, éste viene a dar la imagen del monasterio de cara al huésped, y es responsable de transmitir los valores de la vida monástica a quien viene para compartir unos días, o incluso unas horas. 

San Benito lo repite por activa y por pasiva. Hay el riesgo de caer en engaños diabólicos, de no actuar humildemente, de no ser solícito, o sin temor de Dios. Seguramente todos recordamos como antes de entrar en el monasterio fuimos huéspedes, y recordamos quien era el monje hospedero que nos acogió. No se entendería un hospedero que buscase hacer una especie de comunidad paralela y efímera, ya que actúa en nombre de toda la comunidad, lo cual se puede extrapolar a todos y cada uno de los diversos servicios monásticos encargados a los diferentes monjes.

Llevamos ya casi un año sin huéspedes. Los que hemos tenido fueron pocos y siempre por causas excepcionales. Quizás esto ha dado a nuestra vida comunitaria, durante estos meses, un cierto aire más introspectivo. No es algo que hemos elegido, sino que nos ha venido por las circunstancias y medidas sanitarias de la pandemia.

Todos recordamos la última Semana Santa vivida con las puertas cerradas y de manera singular, ya que estábamos habituados a vivirla compartiendo con huéspedes y numerosas personas que se acercan en estas fechas al monasterio para celebrar el misterio central de nuestra fe. Tarde o temprano volveremos a recibir huéspedes, y si bien será un momento de reconsiderar algunas cosas respecto a la hospedería, nos irá bien tener presente lo que nos enseña o exhorta este capítulo de la Regla. Ya que recibir al forastero es una actividad unida desde siempre a la vida de los monjes, y es preciso hacerlo con la máxima solicitud.

Ciertamente, por parte del huésped, es preciso un respeto hacia nuestra vida, a nuestra intimidad, compartiendo los mismos espacios y ciertas partes de la jornada, pero esto no debe llevarnos a sobrepasarnos en nuestra relación con ellos. Como siempre, el punto debe estar en el equilibrio y discreción, de la que nos habla la Regla.

En este mismo capítulo tenemos una muestra cuando nos habla de que debe atender a los huéspedes aquel que es encargado por el abad, y que debe tener el alma llena del temor de Dios, y actuar con previsión, evitando gestos y situaciones que den lugar a engaños diabólicos, o quien no tiene la responsabilidad para relacionarse con los huéspedes. Acoger a quien llama, acogemos a Aquel que un día nos dirá: era forastero y me acogisteis” (Mt 25,35)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 20 de febrero de 2021

CAPÍTULOS 48 y 49 LOS DIAS Y LA OBSERVANCIA DE LA CUARESMA

 

CAPÍTULO 48 y 49

LOS DIAS Y LA OBSERVANCIA DE LA CUARESMA

Aunque de suyo la vida del monje debería ser en todo tiempo una observancia cuaresmal, 2 no obstante, ya que son pocos los que tienen esa virtud, recomendamos que durante los días de cuaresma todos juntos lleven una vida íntegra en toda pureza 3 y que en estos días santos borren las negligencias del resto del año. 4 Lo cual cumpliremos dignamente si reprimimos todos los vicios y nos entregamos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia. 5 Por eso durante estos días impongámonos alguna cosa más a la tarea normal de nuestra servidumbre: oraciones especiales, abstinencia en la comida y en la bebida, 6 de suerte que cada uno, según su propia voluntad, ofrezca a Dios, con gozo del Espíritu Santo, algo por encima de la norma que se haya impuesto; 7 es decir, que prive a su cuerpo algo de la comida, de la bebida, del sueño, de las conversaciones y bromas y espere la santa Pascua con el gozo de un anhelo espiritual. 8 Pero esto que cada uno ofrece debe proponérselo a su abad para hacerlo con la ayuda de su oración y su conformidad, 9 pues aquello que se realiza sin el beneplácito del padre espiritual será considerado como presunción y vanagloria e indigno de recompensa; 10 por eso, todo debe hacerse con el consentimiento del abad.

Durante la cuaresma dedíquense a la lectura desde por la mañana hasta finalizar la hora tercera, y después trabajarán en lo que se les mandare hasta el final de la hora décima. 15 En esos días de cuaresma recibirá cada uno su códice de la Biblia, que leerán por su orden y enteramente; 16 estos códices se entregarán al principio de la cuaresma. 17 Y es muy necesario designar a uno o dos ancianos que recorran el monasterio durante las horas en que los hermanos están en la lectura. 18 Su misión es observar si algún hermano, llevado de la acedía, en vez de entregarse a la lectura, se da al ocio y a la charlatanería, con lo cual no sólo se perjudica a sí mismo, sino que distrae a los demás. 19 Si a alguien se le encuentra de esta manera, lo que ojalá no suceda, sea reprendido una y dos veces; 20 y, si no se enmienda, será sometido a la corrección que es de regla, para que los demás escarmienten. 21 Ningún hermano trate de nada con otro a horas indebidas. 22 Los domingos se ocuparán todos en la lectura, menos los que estén designados para algún servicio. 23 Pero a quien sea tan negligente y perezoso que no quiera o no pueda dedicarse a la meditatio o a la lectura, se le asignará alguna labor para que no esté desocupado. 24 A los hermanos enfermos o delicados se les encomendará una clase de trabajo mediante el cual ni estén ociosos ni el esfuerzo les agote o les haga desistir. 25 El abad tendrá en cuenta su debilidad.

 

Apartarnos de toda clase de vicios, darnos a la oración, a la lectura, a la compunción de corazón y a la abstinencia, es el programa de san Benito para la Cuaresma del monje.

Cuaresma es camino, camino hacia la Pascua; la vida del monje debería responder a una observancia cuaresmal, guardando la propia vida en toda su pureza, y eliminando nuestras negligencias. La Cuaresma se nos presenta como una oportunidad privilegiada para recuperar un ritmo perdido.

Nuestra vida no es un camino de perfección, sino un camino hacia la perfección. Ciertamente, nunca seremos perfectos, pues uno solo lo es, Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Nosotros, pecadores, procuramos hacer este camino, y este tiempo de preparación para la Pascua es un momento oportuno para levantarnos, quitarnos el polvo que se nos adhiere en el camino y continuar avanzando. San Benito nos propone unos buenos instrumentos que nos ayudan a levantarnos, con la imposición de algo más, como pueden ser las plegarias particulares, o la abstinencia en la comida y la bebida. Estas prácticas tienen sentido si las llevamos a cabo para ofrecerlas a Dios. San Benito sabe que hay riesgos, por lo cual añade que el objetivo es esperar la Pascua con una alegría plena de delicia espiritual, y huir de la presunción y la vanagloria.

Esto mismo nos recuerda el Evangelio según san Mateo cada Miércoles de Ceniza. Empecemos la Cuaresma escuchando que no debemos ayunar, orar o dar limosna para ser bien considerados, sino hacerlo en secreto, y Él sabe acerca de la rectitud de nuestro obrar.

La Cuaresma viene a ser el momento oportuno para resituarnos y hacer pequeños gestos, ponernos objetivos modestos, pero que nos ayuden a caminar con más diligencia hacia la vida eterna, hacia la Pascua definitiva.

Por ejemplo, si hago tarde al Oficio Divino, o no asisto a alguna parte del Oficio; si hablo cuando no toca, en el oratorio, el refectorio o después de Completas; si hago burla de un hermano que se equivoca en la lectura o en el servicio del altar o la mesa; en la atención a la lectura… estos y otros muchos momentos pueden ser ocasión de revisarnos y hace un camino más fiel en una conversión a las exigencias de la Regla. En definitiva, siempre será un recordar la enseñanza de san Benito de no anteponer nada a Cristo y de ver  a Cristo en los hermanos.

No se nos pide hacer grandes sacrificios. La búsqueda de la santidad en la vida monástica es la búsqueda de la santidad de la puerta de al lado, como dice el Papa Francisco. Y en este tiempo de camino a la Pascua, que es la Cuaresma, es un buen momento, privilegiado, para avanzar a través de las cosas sencillas, de las que no solemos preocuparnos o no ser conscientes. Todo para hacer posible el crecimiento de Cristo en nosotros, y disminuir nuestro ego. No se pide el esfuerzo violento de espiritualidades de otros tiempos, pero sí que precisamos vivirlo con convicción y con la esperanza de contar con la ayuda del Señor, a quien acudimos en la plegaria, en la lectura, en la compunción del corazón y en la abstinencia.

La lectura tiene un especial protagonismo cada año en el primer domingo de Cuaresma, una fiesta del libro creada por san Benito “avant la lettre”, muchos siglos antes de que esta tradición llegase al mundo secular en los años 20 del pasado siglo.

La lectura es el medio para entrar en contacto directo y personal con la Palabra de Dios, con el Magisterio de la Iglesia, de los Padres, y autores espirituales.  Son recursos, ayudas importantes, imprescindibles para que podamos vivir nuestra propia experiencia personal.

En nuestra vida de monjes, de cristianos, no es tan importante el día a día, sino también lo viene a ser el balance final que podamos hacer al presentarnos ante el Padre.

No decía el Papa Francisco en su mensaje `para esta Cuaresma:

“En este tiempo de cuaresma, acoger y vivir la verdad que se manifiesta en Cristo significa antes de nada, dejarse atrapar por la Palabra de Dios, que la Iglesia nos transmite de generación en generación…. Esta verdad es Cristo mismo que asumiendo plenamente nuestra humanidad se hace camino -exigente, pero abierto a todos- que porta a la plenitud de la vida”. 

domingo, 14 de febrero de 2021

CAPÍTULO 41 A QUÉ HORAS DEBEN COMER LOS MONJES

 

CAPÍTULO 41

A QUÉ HORAS DEBEN COMER LOS MONJES

Desde la santa Pascua hasta Pentecostés, los hermanos comerán a sexta y cenarán al atardecer. 2 A partir de Pentecostés, durante el verano, ayunarán hasta nona los miércoles y viernes, si es que los monjes no tienen que trabajar en el campo o no resulta penoso por el excesivo calor. 3 Los demás días comerán a sexta. 4 Continuarán comiendo a la hora sexta, si tienen trabajo en los campos o si es excesivo el calor del verano, según lo disponga el abad, 5 quien ha de regular y disponer todas las cosas de tal modo, que las almas se salven y los hermanos hagan lo dispuesto sin justificada murmuración. 6 Desde los idus de septiembre hasta el comienzo de la cuaresma, la comida será siempre a la hora nona. 7 Pero durante la cuaresma, hasta Pascua, será a la hora de vísperas. 8 Mas el oficio de vísperas ha de celebrarse de tal manera, que no haya necesidad de encender las lámparas para comer, sino que todo se acabe por completo con la luz del día. 9 Y dispóngase siempre así: tanto la hora de la cena como la de la comida se ha de calcular de modo que todo se haga con luz natural. , unos mismos gestos

Quizás, alguna vez, en el ámbito familiar, hemos escuchado la expresión; “en esta casa se come a la hora”, pues cuando se trata de una familia numerosa, y los hijos van creciendo no siempre resulta fácil juntarse todos los miembros a la misma hora. San Benito no descuida los detalles y establece las horas de las comidas.

Un sacerdote, en una entrevista reciente, era preguntado acerca de sentir la llamada a una vida monástica, al tener en sus parroquias un antiguo monasterio ya sin vida. Su respuesta era negativa pues decía que no se sentía capaz de seguir un horario, una vida reglada. De hecho, seguir un mismo horario, los mismos gestos y las mismas costumbres, no es el sentido de la vida monástica, son instrumentos, medios para centrarse en lo fundamental, que es buscar a Cristo.

En un cuartel, en un colegio o en una prisión estas reglamentaciones horarias pueden venir a ser unos signos de obligación, e incluso de esclavitud. No en nuestro caso. Nosotros no somos esclavos de un horario, de la campana… que va marcando el ritmo de nuestra jornada, sino que son elementos al servicio de nuestra manera de vivir. San Benito organiza todo para que nuestra manera de vivir sea con más placidez.

Cuando un hermano nuestro de comunidad es llamado a la casa del Padre no tenemos la sensación de que su vida haya sido monótona, ni aburrida, sino al contrario, la creemos apasionada, pues buscar a Cristo, seguirlo como modelo, no puede tener otro calificativo si lo hacemos con un compromiso serio. Total, de toda nuestra persona. San Benito nos propone seguir un ritmo metódico, para no tener que pensar lo que debemos hacer, sino que lo vivamos con toda naturalidad. Esto también es así para la comida y la bebida. Dedica varios capítulos a estos temas, destacando siempre su moderación, evitar los excesos, de manera que podamos llevar el ritmo de la comunidad con paz y eficacia. No es necesario poner en el centro de nuestra vida el culto al cuerpo, como suele suceder en nuestra sociedad. La vida es un regalo de Dios, y san Benito nos invita a vivirla con sobriedad, austeridad y discreción.

Guillermo de Saint-Thierry nos habla en “Carta a los hermanos de Monte de Dios” de este tema de la moderación. Es un texto que ha sido referencia también para los benedictinos, cistercienses y franciscanos. Una moderación de las vigilias y ayunos, realizadas con discreción, de manera que no apaguen el espíritu y dañen la salud. El objetivo siempre es que las almas se salven y no dar lugar a posibles murmuraciones.

También, en este ámbito de la refección san Benito nos habla del año litúrgico y del año natural, pues hay tiempos fuertes, como la Cuaresma, en los que se hace necesaria una contención en la comida y en la bebida, añadiendo la regla de un toque ecológico y práctico al decirnos que las comidas se lleven a cabo con la luz natural, sin duda para ahorrar no encendiendo unas luces.

Comer y beber, a la hora que corresponda, con discreción y contención, evitando los excesos, alimentando al mismo tiempo el alma, escuchando una lectura que ayude a crecer, y con unos lectores atentos, unos servidores eficientes en su servicio, y unos monjes atentos con seriedad a la lectura, obviando consideraciones sobre la comunidad que no vienen al caso.

Como escribe Guillermo de Saint-Thierry:

“Ya comáis ya bebáis, y todo lo que hagáis, de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre del Señor Jesús con piedad, reverencia y santidad. Si tu mesa del refectorio es frugal por ella misma, hónrala con tu personal frugalidad. Cuando estés comiendo, no pongas tu atención; mientras el cuerpo toma su refección, que el alma no olvide la suya. (…) Es necesario supervisar la manera y la hora de comer, la cantidad y la cualidad de los alimentos. (…)  Comer en el tiempo estipulado, sin anticiparse a la hora. (…) Que esta necesidad no sea satisfecha de manera carnal, como lo hace la gente del mundo, sino de una manera digna de un monje, como conviene a un siervo de Dios” (Carta a los hermanos del Monte de Dios, 131-134).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 7 de febrero de 2021

CAPÍTULO 34 SI TODOS HAN DE RECIBIR IGUALMENTE LO NECESARIO

 

CAPÍTULO 34

SI TODOS HAN DE RECIBIR IGUALMENTE LO NECESARIO

Está escrito: «Se distribuía según lo que necesitaba cada uno». 2 Pero con esto no queremos decir que haya discriminación de personas, ¡no lo permita Dios!, sino consideración de las flaquezas. 3 Por eso, aquel que necesite menos, dé gracias a Dios y no se entristezca; 4 pero el que necesite más, humíllese por sus flaquezas y no se enorgullezca por las atenciones que le prodigan. 5Así todos los miembros de la comunidad vivirán en paz. 6 Por encima de todo es menester que no surja la desgracia de la murmuración en cualquiera de sus formas, ni de palabra, ni con gestos, por motivo alguno. 7Y, si alguien incurre en este vicio, será sometido a un castigo muy severo.

Necesario, innecesario o superfluo, parecen palabras asépticas bien definidas en su significado objetivo. Si venimos a su sentido concreto ya no lo son tanto. Recibir todos por igual las cosas necesarias es algo irreal, imposible a nivel de humanidad, donde hay quienes no tienes lo imprescindible para vivir, que mueren incluso de hambre, mientras se lanza por otro lado la comida, o se vive cada día de capricho, no se sabe que hacer con su dinero…

Lo idea de la comunidad apostólica era que cada uno tuviese lo necesario para su existencia, pero incluso dentro de la Iglesia este ideal se ha ido desvaneciendo.

San Benito no se puede considerar el precursor de un comunitarismo social, ni menos un ideólogo de ningún sistema político, que tuviese ese ideal de la igualdad como fundamento. San Benito bebe en las aguas del Evangelio y nos propone de vivir un igualitarismo asimétrico que nos va planteando a lo largo de la Regla, haciendo una opción por los débiles y los pobres. Pero gran parte del sentido de lo necesario depende de cada uno de nosotros, más que de una decisión externa.

Realmente, ¿qué es lo necesario? Y otra pregunta: ¿el otro hermano qué necesita? Y una tercera pregunta: si todos necesitan lo que yo necesito ¿es sostenible la economía del monasterio?

Este capítulo de la Regla no lo podemos desvincular de los dos anteriores: el cuidado de las herramientas del monasterio, y el no tener nada como propio. Si lo que tenemos lo cuidamos, es un primer paso para no necesitar más cosas; y si todo lo consideramos como de uso común, de muchas cosas podremos prescindir, porque de hecho ya las tenemos.

Esta realidad, dadas las circunstancias que estamos viviendo están lejos de ser una mera teoría, sino una realidad muy concreta que nos afecta muy en vivo. Pues estamos en una situación de crisis sanitaria con graves consecuencias económicas, y que, por supuesto, como sabéis, nos afecta también directamente a nosotros. Esto nos debe llevar a considerar muy seriamente acerca de las cosas que consideramos necesarias. Sea la tarea que sea, la que nos afecte, lavandería, cocina, huero… debemos preguntarnos en el servicio que nos corresponde llevar a cabo si ya tengo los recursos o herramientas pertinentes para llevarlo a cabo.

Y lo que válido para las cosas materiales se puede extrapolar a los recursos humanos o temporales. A menudo desearíamos dos o tres ayudantes en nuestra tarea, pero la comunidad es la que es, es necesario atender a necesidades múltiples y diversas con los recursos humanos de que disponemos en este momento. Pues recurrir a ayudas externas puede gravar más la economía, lo cual no es aconsejable, visto el horizonte.

También en los recursos temporales cabe aplicar el principio de priorizar lo más necesario. Todos tenemos tareas pendientes, pero esto no debe hacernos olvidar lo que es más importante, que viene a ser el considerar el motivo que me ha traído a vivir en el monasterio.

No anteponer nada al Oficio Divino”, es la mejor manera que tenemos de no anteponer nada a Cristo. Por ello, tengamos la responsabilidad que tengamos, el trabajo que tengamos, que, seguro que será mucha y muy útil, será importante considerar que primero somos monjes, y nuestro objetivo principal es buscar a Cristo en un triple equilibrio entre plegaria, lectura de la Palabra de Dios y trabajo. Siempre debe haber un equilibrio, y en ningún caso el trabajo, que no debemos subestimar, debe imponerse sobre la plegaria y la lectura, porque dicha situación nos conducirá, con toda seguridad, a una profunda sequedad espiritual.

Sin el agua de la plegaria y la ayuda de la Lectio Divina nuestra vida espiritual fácilmente derivará hacia una vida vulgar, sin unos alicientes de verdadero interés.

No es fácil la renuncia a las cosas, herramientas… pero no debemos ser esclavos de la propiedad, y anteponer el “tener”, material o temporal, al mismo Cristo. La diversidad de una comunidad no significa uniformidad, lo cual nos llevaría al mal de la murmuración, que nace del orgullo, y que nos hace vivir sin paz. No demos lugar a la tristeza si no necesitamos, ni al orgullo si necesitamos más. Al final de nuestra vida, como dice el Papa Francisco, no nos llevaremos más que el amor, todo lo demás es superfluo.