domingo, 27 de agosto de 2017

CAPÍTULO 40 LA RACIÓN DE BEBIDA




CAPÍTULO 40


LA RACIÓN DE BEBIDA

Cada cual tiene de Dios un don particular, uno de una manera y otro de otra (1ª Cor 7,7); 2 por eso, con algún escrúpulo fijamos para otros la medida del sustento; 3sin embargo, considerando la flaqueza de los débiles, creemos que basta a cada cual una hemina de vino al día. 4Pero aquellos a quienes da Dios el poder de abstenerse, sepan que tendrán especial galardón. 5Mas si la necesidad del lugar, o el trabajo, o el calor del estío exigieren más, esté ello a la discreción del superior, procurando que jamás se dé lugar a la saciedad o a la embriaguez. 6Aunque leemos que el vino es en absoluto impropio de monjes, sin embargo, como en nuestros tiempos no se les puede convencer de ello, convengamos siquiera en no beber hasta la saciedad, sino con moderación: 7porque el vino hace apostatar aun a los sabios (Si 19,2). 8No obstante, donde las condiciones del lugar no permitan adquirir siquiera la sobredicha medida, sino mucho menos o nada absolutamente, bendigan a Dios los que allí viven y no murmuren; 9advertimos sobre todo: que eviten a todo trance la murmuración.

Una de las características de la vida monástica es la regulación de todos sus aspectos: el horario, la plegaria, el trabajo, la estructura de la comunidad, la comida, la bebida… Todo organizado, para que no tengamos necesidad de centrarnos en nada más que en seguir a Cristo.

Puede parecer una uniformidad excesiva, pero san Benito es consciente de la diversidad de la comunidad, de que cada uno recibe de Dios un don particular, y que todos los dones se ponen al servicio de la comunidad y ésta al servicio de Dios. Si alguno puede privarse de algo sea bienvenido, si no podemos, por lo menos, dada nuestra debilidad, actuemos con moderación y mesura. En este aspecto, como en otros, san Benito muestra un realismo ejemplar: sabe y dice que lo mejor es abstenerse del vino, pero conoce la debilidad humana y prefiere no pedir algo imposible de cumplir, sino regularlo para lograr una moderación que puedan asumirla también los débiles. Unos pueden tener fuerza suficiente para privarse, y por ello tendrán su recompensa; otros no, a causa de su trabajo o su debilidad, y aunque el vino no es propio de monjes, al no poder privarse, que lo tomen con moderación.

En primer lugar, podemos hacer de este capítulo una lectura del texto: el vino, o el alcohol, ha extraviado y puede extraviar la vida de un monje, como la de cualquier otra persona; puede ser que venga a ser como un refugio con motivo de otras tentaciones como dificultades interiores. Una segunda lectura nos lleva a centrarnos en la diversidad de quienes son miembros de una comunidad, donde no hallamos la misma exigencia en todos.

De nuevo san Benito nos advierte, y más veces a lo largo de la Regla, como conocedor del alma humana, sobre la necesidad de no murmurar. I, ciertamente, es difícil no venir a caer en ello, pues todos vemos las cosas desde nuestra óptica particular. Y desearíamos que todos hicieran lo mismo. Nos cuesta aceptar la diversidad, ser conscientes de nuestras debilidades, que pueden ser físicas, como el abuso del vino, o de la comida, o morales, o juzgar constantemente a todos, y todo, con el arma de la murmuración.

Actuar siempre con moderación, es algo que nos aconseja y pide san Benito en toda circunstancia. Esta semana el terrorismo integrista musulmán ha sacudido nuestro país. Desgraciadamente nuestras tierras no desconocen la violencia terrorista. Sea el que sea su origen siempre es injustificado, pues va contra la voluntad de Dios. ¿Qué hacer ante esta violencia irracional? Ante todo, reaccionar con mesura, intensificar nuestra plegaria para hacernos cercanos a las víctimas y sus familias; toda víctima de esta violencia es siempre inocente, tanto más cuando se trata de víctimas que gozando de su tiempo de descanso ven rota para siempre su vida. Orar también por los asesinos, para que el Señor mueva su corazón y entiendan que Dios nunca quiere la violencia, y por tanto no se justifica en nombre de Dios. Pensemos que también nosotros en otros tiempos, que ahora parecen muy lejanos utilizamos estos métodos violentos para intentar hacer un bien. Estábamos equivocados, como lo están ahora aquellos que siguiendo determinados sectores de otras religiones practican la violencia; oremos, pues, para que entiendan que Dios es amor, nunca odio.

Tengamos también presente, sin obsesiones, que en diferentes países, lejanos y próximos, esta violencia ha caído de manera directa sobre ministros, fieles y templos de la Iglesia. También el siglo XXI la Iglesia tiene mártires, cristianos que dan su vida. Pensemos que, Dios no lo quiera, un día nos llegara a golpear esta violencia de manera directa.

Finalmente, pero no en último lugar, pensemos que el terrorismo tiene como primer objetivo alterar nuestra vida mediante el miedo. Lo mejor que podemos hacer es no alterarla, que no nos condicione en exceso. Pongamos estos hechos de modo especial en el centro de nuestra plegaria y de nuestra reflexión, pensando que unos y otros son víctimas del odio: unos de manera inocente que ocasionalmente lo han padecido, y otros porque obcecados no llegan a entender lo que les pide Dios y su religión. Recomendemos a todos en nuestra plegaria y permanezcamos en la serenidad y en ritmo tranquilo de nuestra vida, teniendo presente en todo momento las necesidades del mundo, y en especial en estos días, de las víctimas y de sus familias.

domingo, 6 de agosto de 2017

CAPÍTULO 26 LOS QUE SE RELACIONAN CON LOS EXCOMULGADOS SIN AUTORIZACIÓN



CAPÍTULO 26

LOS QUE SE RELACIONAN
CON LOS EXCOMULGADOS SIN AUTORIZACIÓN

Si algún hermano, sin orden del abad, se permite relacionarse de cualquier manera con otro hermano excomulgado, hablando con él o enviándole algún recado, 2incurrirá en la misma pena de excomunión.

Del Capítulo 23 al 30 de la Regla se san Benito tenemos el Código penal. El paralelismo con la parábola del Hijo Pródigo es destacado por muchos comentaristas.

Un Padre bueno que no viene en nuestra búsqueda como a hijos perdidos, sino que está a la espera de que seamos conscientes de nuestro error, y volvamos arrepentido a la casa del Padre.

Una falta, la del Hijo pródigo, que afecta a toda la familia, como nuestras faltas afectan a toda la comunidad, que viene a ser como un cuerpo, donde el fallo de un miembro repercute en los demás. Para san Benito es prioritario que el fallo de este miembro no afecte en su “enfermedad” a los demás miembros, pues, como dice la abadesa Montserrat Viñas, el pecado tiene siempre una dimensión social; de aquí que san Benito aconseje no juntarse, con palabra u obra, con los excomulgados.

El objetivo de san Benito es crear una conciencia de arrepentimiento, pues si nos empeñamos en mantenernos en el error, si creemos que todo lo irregular que hacemos lo hacemos por una causa justa, estamos en el error y nos alejamos de Dios. El Padre siempre nos espera, pero es preciso ser conscientes de nuestro error, y que, arrepentidos, vayamos a su encuentro. Pertenecemos a una comunidad, no podemos buscar el consuelo en relaciones personales ajenas al monasterio; hemos optado por vivir en una comunidad, y la aceptamos o la dejamos. San Benito plantea la excomunión, la separación de la comunidad como una oportunidad para la humildad y el arrepentimiento, pues si nos separamos de los que amamos es como una oportunidad de arrepentimiento; pero si lo hacemos en relación de los que no amamos lo sería de desesperación y orgullo, aunque no parezca ser una ocasión de alejamiento, según comenta Monserrat Viñas.

Para san Benito es bueno que en alguna ocasión suframos si ello nos ayuda a hacernos conscientes de que hemos obrado mal, de manera que la excomunión actúe como un revulsivo que nos lleve al arrepentimiento y la conversión.

La excomunión, el alejamiento u ostracismo es un mal, que nos puede suceder cuando nos hemos dejado llevar de la desafección, ciertamente, pero al fin y al cabo lo es también para la comunidad que contempla como uno de sus miembros, que es lo que somos, permanece lejos de la casa del Padre, pudiendo ser inconscientes de que se nos espera, que necesitamos volver a casa, llamar, y nos van a abrir y dar su perdón.

Las faltas que nos llevan a la excomunión, y que san Benito considera como más graves, son la desobediencia, el orgullo, la murmuración, el menosprecio…, todas contrarias a la ley evangélica que hemos aceptado de seguir, y todas son destructoras del sentido de comunidad, y en todas venimos a caer. Hoy el concepto de excomunión nos suena como algo extraño y duro, desfasado, propio de otros tiempos. Pero leyendo la Regla hemos de poner el acento en todo aquello que nos aparta de la comunión. Si nos vamos separando de la comunidad, acabaremos viviendo al margen, y conseguiremos también que la comunidad nos mantenga al margen, no por castigo, sino como consecuencia de nuestra actitud, de nuestra automarginación y desafección, dejándonos por inútiles. Necesitamos estar vigilantes para no caer en el aislamiento, creándonos nuestro espacio, nuestro mundo marginal, sino más bien haciendo lo que toca hacer y nada más; y en más de una ocasión hacer lo que toca ya es una ganancia, pero a veces ni a eso llegamos. Es la actitud del que dice “ya se lo harán”, “a mí que me explican a esta alturas”, “yo ya estoy desengañado del todo”, “a mí que me dejen tranquilo”, “todos son unos falsos”,… y tanta otras frases ya hechas.

En el Sínodo de la Orden se puso de relieve que este tema era importante, el tema de una visión excesivamente pesimista, negativa y destructora de la vida comunitaria, en que podemos caer, y que viene a influir en toda la comunidad.

Caer sí, pero sin enfangarnos in eternum, pues no podemos vivir lamentándonos de manera permanente de todo y de todos.

Consentir el dolor, dice Enzo  Bianchi, pero para volver a las fuentes, para recuperar la ilusión de nuestra vocación.
Escribe Juana Chittister que aquello que no sabemos controlar, debemos intentar refrenarlo antes de que sea demasiado tarde, que lo que hay torcido en nosotros debemos enderezarlo nosotros mismos.

También es preciso no ser como el hijo mayor de la parábola, el hermano grande que juzga con ligereza, murmurando… En ocasiones, somos como el hermano mayor, nos molestamos si no se castiga como sería el nuestro gusto, impartiendo una justicia que a veces queremos para los demás, pero no tanto para nosotros. Puede sucedernos cuando nos toca a nosotros quitándonos de un servicio concreto, en contra de nuestra voluntad, sin advertir que dicho servicio lo hacíamos mal, a nuestro capricho en detrimento de otros. Y esto no es plato de gusto para una comunidad, pues viene a decir que la hemos decepcionado, quizás porque tanto sentirnos bien con la crítica nos hacemos esclavos de ella.

Quizás hoy he recurrido más a los comentarios de dos abadesas, ya que en este aspecto manifiestan una sensibilidad más fina, aunque sin rehuir el riesgo del problema.

Excomunicados ¿por quién? Nos podemos preguntar como ellas. Por nosotros mismos y esto es algo muy triste, responden en sus comentarios.

El Padre nos espera a todos con los brazos abiertos, pero a veces nos atrae seguir pastoreando cerdos, y nos quejamos de que no sea el Padre quien se levante y venga a pedirnos perdón, quizás por habernos dado la mitad de la herencia y haber dejado que nos la malgastemos, y esperamos que venga y nos lo diga con la palabra, pero no viene, sino que solamente nos espera y esto nos sorprende.

En el primer momento fallamos en la observancia, como el hijo pródigo abandonamos la casa paterna, y quizás al principio nos va bien, creemos ser más felices, e incluso más listos siguiendo nuestra vida, y disipando la herencia. Pero después poco a poco nos vamos sintiendo mal, y al final nos queda un vacío cada vez más inquietante, vamos percibiendo que esta vida a la que hemos optado no es la auténtica vida, y que la verdadera vida cada vez se aleja más de nosotros. Todo nos resulta vacío porque venimos a ser esclavos de nuestro capricho, que, además, con frecuencia es negativo.

También entonces, nos dice san Benito tenemos la oportunidad de empezar a recapacitar y preguntarnos si esta es la verdadera vida que queremos llevar hasta el final de nuestros días, o si no sería mejor recapacitar y preguntarnos por un vivir nuevo, aunque fuera para los demás de la misma manera, contribuyendo a la construcción del mundo, al crecimiento de la comunidad humana; y no acabar odiando al abad, sea el que sea, o a los hermanos sean los que sean, al mundo, sea como sea, y al final incluso a nosotros mismos, considerándonos como ovejas camino del sacrificio. Siempre estamos a tiempo, siempre podemos tener un nuevo camino, un camino interior. Reflexionando, y comenzar a ver que somos mucho más libres cooperando en la construcción de la comunidad, de la Iglesia, redescubriendo el proyecto que Dios tiene para nosotros, que no permaneciendo en nuestra oscura realidad.

Pero será preciso nuestro esfuerzo, nuestra voluntad, será preciso levantarnos de nuestra postración y que nos pongamos en camino hacia la casa del Padre

Comentaba el Papa Benedicto sobre la parábola del Hijo pródigo:

“Esta parábola nos ayuda a comprender que el hombre no es una “monada”, una entidad aislada que solo vive para sí misma. Al contrario, vivimos con los demás, hemos estado creados para estar con los otros y solo por este camino encontramos la vida verdadera. El hombre es una criatura en la cual Dios ha impreso su imagen, una criatura que es atraída al horizonte de su gracia, pero también una criatura frágil, expuesta al mal, aunque siendo capaz de hacer el bien. El hombre es una persona libre. Hemos de comprender qué es la libertad y lo que solamente es apariencia de libertad. Podríamos decir que la libertad es el trampolín para lanzarnos al mar infinito de la bondad divina, pero puede ser también un plano inclinado por el que resbalamos hacia el abismo del pecado y del mal, perdiendo así la libertad y nuestra dignidad  (Homilia 18 Marzo de 2007 en el Centro Penitenciario para menores del Casal de Marmo)

Nosotros, creados libres, elegimos el bien o el mal, la falsa o la verdadera libertad. Al final de esta vida nos dice el Apóstol: “Todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, donde cada uno ha de recibir lo que le corresponde según el bien o el mal que haya realizado en esta vida”. (2Cor 5,10)

Entonces, el Señor que nos quiere para Él, haciendo el bien, nos dice como está escrito en el  Deuteronomio  “te propongo de escoger entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Escoge la vida y vivirás”.