CAPÍTULO 26
LOS QUE SE RELACIONAN
CON LOS EXCOMULGADOS SIN AUTORIZACIÓN
Si algún hermano, sin orden del abad, se permite relacionarse de
cualquier manera con otro hermano excomulgado, hablando con él o enviándole
algún recado, 2incurrirá en la misma pena de excomunión.
Del Capítulo 23 al 30 de la Regla se san Benito tenemos el Código
penal. El paralelismo con la parábola del Hijo Pródigo es destacado por muchos
comentaristas.
Un Padre bueno que no viene en nuestra búsqueda como a hijos
perdidos, sino que está a la espera de que seamos conscientes de nuestro error,
y volvamos arrepentido a la casa del Padre.
Una falta, la del Hijo pródigo, que afecta a toda la familia, como
nuestras faltas afectan a toda la comunidad, que viene a ser como un cuerpo, donde
el fallo de un miembro repercute en los demás. Para san Benito es prioritario
que el fallo de este miembro no afecte en su “enfermedad” a los demás miembros,
pues, como dice la abadesa Montserrat Viñas, el pecado tiene siempre una dimensión social; de aquí que san
Benito aconseje no juntarse, con palabra u obra, con los excomulgados.
El objetivo de san Benito es crear una conciencia de
arrepentimiento, pues si nos empeñamos en mantenernos en el error, si creemos
que todo lo irregular que hacemos lo hacemos por una causa justa, estamos en el
error y nos alejamos de Dios. El Padre siempre nos espera, pero es preciso ser
conscientes de nuestro error, y que, arrepentidos, vayamos a su encuentro.
Pertenecemos a una comunidad, no podemos buscar el consuelo en relaciones
personales ajenas al monasterio; hemos optado por vivir en una comunidad, y la
aceptamos o la dejamos. San Benito
plantea la excomunión, la separación de la comunidad como una oportunidad para
la humildad y el arrepentimiento, pues si nos separamos de los que amamos es
como una oportunidad de arrepentimiento; pero si lo hacemos en relación de los
que no amamos lo sería de desesperación y orgullo, aunque no parezca ser una
ocasión de alejamiento, según comenta Monserrat Viñas.
Para san Benito es bueno que en alguna ocasión suframos si ello
nos ayuda a hacernos conscientes de que hemos obrado mal, de manera que la
excomunión actúe como un revulsivo que nos lleve al arrepentimiento y la
conversión.
La excomunión, el alejamiento u ostracismo es un mal, que nos
puede suceder cuando nos hemos dejado llevar de la desafección, ciertamente,
pero al fin y al cabo lo es también para la comunidad que contempla como uno de
sus miembros, que es lo que somos, permanece lejos de la casa del Padre,
pudiendo ser inconscientes de que se nos espera, que necesitamos volver a casa,
llamar, y nos van a abrir y dar su perdón.
Las faltas que nos llevan a la excomunión, y que san Benito
considera como más graves, son la desobediencia, el orgullo, la murmuración, el
menosprecio…, todas contrarias a la ley evangélica que hemos aceptado de
seguir, y todas son destructoras del sentido de comunidad, y en todas venimos a
caer. Hoy el concepto de excomunión nos suena como algo extraño y duro,
desfasado, propio de otros tiempos. Pero leyendo la Regla hemos de poner el
acento en todo aquello que nos aparta de la comunión. Si nos vamos separando de
la comunidad, acabaremos viviendo al margen, y conseguiremos también que la
comunidad nos mantenga al margen, no por castigo, sino como consecuencia de
nuestra actitud, de nuestra automarginación y desafección, dejándonos por
inútiles. Necesitamos estar vigilantes para no caer en el aislamiento,
creándonos nuestro espacio, nuestro mundo marginal, sino más bien haciendo lo
que toca hacer y nada más; y en más de una ocasión hacer lo que toca ya es una
ganancia, pero a veces ni a eso llegamos. Es la actitud del que dice “ya se lo
harán”, “a mí que me explican a esta alturas”, “yo ya estoy desengañado del
todo”, “a mí que me dejen tranquilo”, “todos son unos falsos”,… y tanta otras
frases ya hechas.
En el Sínodo de la Orden se puso de relieve que este tema era
importante, el tema de una visión excesivamente pesimista, negativa y
destructora de la vida comunitaria, en que podemos caer, y que viene a influir
en toda la comunidad.
Caer sí, pero sin enfangarnos in
eternum, pues no podemos vivir lamentándonos de manera permanente de todo y
de todos.
Consentir
el dolor, dice Enzo
Bianchi, pero para volver a las
fuentes, para recuperar la ilusión de nuestra vocación.
Escribe Juana Chittister que aquello
que no sabemos controlar, debemos intentar refrenarlo antes de que sea
demasiado tarde, que lo que hay torcido en nosotros debemos enderezarlo
nosotros mismos.
También es preciso no ser como el hijo mayor de la parábola, el
hermano grande que juzga con ligereza, murmurando… En ocasiones, somos como el
hermano mayor, nos molestamos si no se castiga como sería el nuestro gusto,
impartiendo una justicia que a veces queremos para los demás, pero no tanto para
nosotros. Puede sucedernos cuando nos toca a nosotros quitándonos de un servicio
concreto, en contra de nuestra voluntad, sin advertir que dicho servicio lo
hacíamos mal, a nuestro capricho en detrimento de otros. Y esto no es plato de
gusto para una comunidad, pues viene a decir que la hemos decepcionado, quizás
porque tanto sentirnos bien con la crítica nos hacemos esclavos de ella.
Quizás hoy he recurrido más a los comentarios de dos abadesas, ya
que en este aspecto manifiestan una sensibilidad más fina, aunque sin rehuir el
riesgo del problema.
Excomunicados ¿por quién? Nos podemos preguntar como ellas. Por nosotros mismos y esto es algo
muy triste, responden en sus comentarios.
El Padre nos espera a todos con los brazos abiertos, pero a veces
nos atrae seguir pastoreando cerdos, y nos quejamos de que no sea el Padre
quien se levante y venga a pedirnos perdón, quizás por habernos dado la mitad
de la herencia y haber dejado que nos la malgastemos, y esperamos que venga y
nos lo diga con la palabra, pero no viene, sino que solamente nos espera y esto
nos sorprende.
En el
primer momento fallamos en la observancia, como el hijo pródigo abandonamos la
casa paterna, y quizás al principio nos va bien, creemos ser más felices, e
incluso más listos siguiendo nuestra vida, y disipando la herencia. Pero
después poco a poco nos vamos sintiendo mal, y al final nos queda un vacío cada
vez más inquietante, vamos percibiendo que esta vida a la que hemos optado no
es la auténtica vida, y que la verdadera vida cada vez se aleja más de
nosotros. Todo nos resulta vacío porque venimos a ser esclavos de nuestro
capricho, que, además, con frecuencia es negativo.
También entonces,
nos dice san Benito tenemos la oportunidad de empezar a recapacitar y
preguntarnos si esta es la verdadera vida que queremos llevar hasta el final de
nuestros días, o si no sería mejor recapacitar y preguntarnos por un vivir
nuevo, aunque fuera para los demás de la misma manera, contribuyendo a la
construcción del mundo, al crecimiento de la comunidad humana; y no acabar odiando
al abad, sea el que sea, o a los hermanos sean los que sean, al mundo, sea como
sea, y al final incluso a nosotros mismos, considerándonos como ovejas camino
del sacrificio. Siempre estamos a tiempo, siempre podemos tener un nuevo
camino, un camino interior. Reflexionando, y comenzar a ver que somos mucho más
libres cooperando en la construcción de la comunidad, de la Iglesia,
redescubriendo el proyecto que Dios tiene para nosotros, que no permaneciendo
en nuestra oscura realidad.
Pero
será preciso nuestro esfuerzo, nuestra voluntad, será preciso levantarnos de
nuestra postración y que nos pongamos en camino hacia la casa del Padre
Comentaba
el Papa Benedicto sobre la parábola del Hijo pródigo:
“Esta parábola nos ayuda a comprender
que el hombre no es una “monada”, una entidad aislada que solo vive para sí
misma. Al contrario, vivimos con los demás, hemos estado creados para estar con
los otros y solo por este camino encontramos la vida verdadera. El hombre es
una criatura en la cual Dios ha impreso su imagen, una criatura que es atraída
al horizonte de su gracia, pero también una criatura frágil, expuesta al mal, aunque
siendo capaz de hacer el bien. El hombre es una persona libre. Hemos de
comprender qué es la libertad y lo que solamente es apariencia de libertad.
Podríamos decir que la libertad es el trampolín para lanzarnos al mar infinito
de la bondad divina, pero puede ser también un plano inclinado por el que
resbalamos hacia el abismo del pecado y del mal, perdiendo así la libertad y
nuestra dignidad (Homilia 18 Marzo de
2007 en el Centro Penitenciario para menores del Casal de Marmo)
Nosotros,
creados libres, elegimos el bien o el mal, la falsa o la verdadera libertad. Al
final de esta vida nos dice el Apóstol: “Todos
debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, donde cada uno ha de recibir lo
que le corresponde según el bien o el mal que haya realizado en esta vida”.
(2Cor 5,10)
Entonces,
el Señor que nos quiere para Él, haciendo el bien, nos dice como está escrito
en el Deuteronomio “te
propongo de escoger entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición.
Escoge la vida y vivirás”.
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