domingo, 12 de junio de 2022

CAPÍTULO 63 LA PRECEDENCIA EN EL ORDEN DE LA COMUNIDAD

 

CAPÍTULO 63

LA PRECEDENCIA EN EL ORDEN DE LA COMUNIDAD

Dentro del monasterio conserve cada cual su puesto con arreglo a la fecha de su entrada en la vida monástica o según lo determine el mérito de su vida por decisión del abad. 2 Mas el abad no debe perturbar la grey que se le ha encomendado, ni nada debe disponer injustamente, como si tuviera el poder para usarlo arbitrariamente. 3 Por el contrario, deberá tener siempre muy presente que de todos sus juicios y acciones habrá de dar cuenta a Dios. 4 Por tanto, cuando se acercan a recibir la paz y la comunión, cuando recitan un salmo y al colocarse en el coro, seguirán el orden asignado por el abad o el que corresponde a los hermanos. 5 Y no será la edad de cada uno una norma para crear distinciones ni preferencias en la designación de los puestos, 6 porque Samuel y Daniel, a pesar de que eran jóvenes, juzgaron a los ancianos. 7 Por eso, exceptuando, como ya dijimos, a los que el abad haya promovido por razones superiores o haya degradado por motivos concretos, todos los demás colóquense conforme van ingresando en la vida monástica; 8 así, por ejemplo, el que llegó al monasterio a la segunda hora del día, se considerará más joven que quien llegó a la primera hora, cualD 12 Jun. 14 Sep. 17 Dic. 10 Mar. 121 quiera que sea su edad o su dignidad. 9 Pero todos y en todo momento mantendrán a los niños en la disciplina. 10 Respeten, pues, los jóvenes a los mayores y los mayores amen a los jóvenes. 11 En el trato mutuo, a nadie se le permitirá llamar a otro simplemente por su nombre. 12 Sino que los mayores llamarán hermanos a los jóvenes, y éstos darán a los mayores el título de «reverendo padre». 13 Y al abad, por considerarle como a quien hace las veces de Cristo, se le dará el nombre de señor y abad; mas no por propia atribución, sino por honor y amor a Cristo. 14 Lo cual él debe meditarlo y portarse, en consecuencia, de tal manera, que se haga digno de este honor. 15 Cada vez que se encuentren los hermanos, pida el más joven la bendición al mayor. 16 Cuando se acerque uno de los mayores, el inferior se levantará, cediéndole su sitio para que se siente, y no se tomará la libertad de sentarse hasta que se lo indique el mayor; 17 así se cumplirá lo que está escrito «Procurad anticiparos unos a otros en las señales de honor». 18 Los niños pequeños y los adolescentes ocupen sus respectivos puestos con el debido orden en el oratorio y en el comedor. 19 Y fuera de estos lugares estén siempre bajo vigilancia y disciplina hasta que lleguen a la edad de la reflexión.

Escribe Aquinata Bockmann que la sociedad del siglo VI estaba estratificada en múltiples niveles, y cuando se nacía en un determinado estatus social se conservaba toda la vida, de manera que la familia marcaba para toda la vida. Quizás hoy no sea tan diferente, pero es cierto que la posibilidad de cambios sociales transversales está más presente si la sociedad garantiza un acceso a la educación universal, es decir, con una igualdad de oportunidades. Esto depende de muchos factores, como ayudas públicas, conciertos con escuelas privadas, u otras fórmulas que se debaten en nuestra sociedad.

San Benito venía de un estamento social alto, pues, aunque era un tiempo de decrepitud en la sociedad romana, ésta se hallaba bien estratificada y no eran los hombres de aquel tiempo gente interclasista. Sorprende su sentido inclusivo de la vida comunitaria, cuando en el capítulo segundo habla de no anteponer el hombre libre al esclavo, o cuando afirma que tanto el libre como el esclavo son en Cristo una sola cosa. Para él el único baremo válido es la antigüedad, el momento de ingreso en el monasterio. Esto concuerda con el Apóstol: “Desde ahora ya no hay griego ni judío, circunciso o incircunciso, bárbaro o escita, esclavo o libre, pues no existe sino el Cristo que está todo y en todos” (Col 3,11). La frase que pone como ejemplo: “el que ha llegado al monasterio a la hora segunda considérese que es más joven que quien ha llegado a la hora primera del día, de la edad o dignidad que sea”, es bastante clara. 

Hasta el Concilio Vaticano II sí que había una diferencia entre unos monjes y otros; pues unos entraban parea ser monjes de coro y sacerdotes y otros para ser hermanos. Pero se ha recuperado el sentido más literal de este capítulo en sintonía con san Benito, cuando alerta de no alterar el orden, no sea que se provoque una situación de injusticia.

Pero ¿qué supone para nosotros este capítulo?, ¿qué nos quiere decir san Benito?

No se trata de una mera cuestión protocolaria, ni tampoco de evitar precipitaciones a la hora de salir del Oficio Divino. Se trata que ni por la edad, ni por la posición social previa a la entrada en el monasterio, ni por títulos académicos, ni responsabilidades comunitarias, ni por otros criterios mundanos nos creamos estar por encima de otros, y que, si debe haber un criterio, éste solamente puede ser el de la antigüedad. Naturalmente, nuestras procedencias son diversas, como nuestras vidas, pero como dice el Apóstol “las cosas de antes han pasado” (Apoc 21,4), y ahora “ya no hay judío ni griego, esclavo o libre, pues todos somos uno en Jesucristo” (Gal 3,28)

Pero lo que sí contempla san Benito y nos pide, es un respeto entre nosotros. Quizás, aunque el trato entre las personas está más universalizado y nivelado y, seguramente por la parte baja nos pueden costar más las cosas habituales, como levantarnos y ceder el puesto a un hermano mayor, o llamarnos por el nombre solamente, sino anteponer la palabra “hermano”,… Pues san Benito sabe que la excesiva familiaridad puede dar lugar a abusos o equívocos, y comportar peligros para una vida comunitaria, suspicacias.

Tengamos siempre presentes las palabras del Apóstol: “Dios ha dispuesto el cuerpo de tal manera que ha dado más honor a los miembros que más lo necesitan, para que en el cuerpo no haya divisiones, sino que todos los miembros tenga la misma solicitud unos para con los otros. Por esto, que un miembro sufre, todos los demás sufren con él, y cuando un miembro es honrado, todos se alegran con él. Pues bien, vosotros sois del cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro” (1Cor 12,24-27)

Nuestra vida comunitaria no tendría sentido si no fuera convocada por Cristo o vivida desde Él. Nos hemos reunido en el nombre del Señor, nos aglutina un mismo ideal que es el buscar a Cristo. Nuestra vida no es la misma que la de una pareja casada, o una comunidad formada con otros objetivos. Por esto el orden y el respeto aparecen en este capítulo como fundamento para una convivencia comunitaria, y esto, evidentemente, implica el respeto a posiciones no coincidentes con las nuestras, respeto al otro, a los demás, una lucha constante con nuestro ego que pugna siempre por aparecer y dominar nuestra vida.

Si hay una frase clave en este capítulo sería la siguiente: “Avanzarse a honrarse unos a otros” (Rom 12,10). Un buen resumen de todo el capítulo.

 

 

 

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