CAPÍTULO 70
NADIE SE ATREVERÁ A PEGAR
ARBITRARIAMENTE A OTRO
Debe
evitarse en el monasterio toda ocasión de iniciativa temeraria, 2 y decretamos
que nadie puede excomulgar o azotar a cualquiera de sus hermanos, a no ser que
haya recibido del abad potestad para ello. 3 «Los que hayan cometido una falta
serán reprendidos en presencia de todos, para que teman los demás ». 4 Pero los
niños, hasta la edad de quince años, estarán sometidos a una disciplina más
minuciosa y vigilada por parte de todos, 5 aunque con mucha mesura y
discreción.6 El que de alguna manera se tome cualquier libertad contra los de
más edad sin autorización del abad o el que se desfogue desmedidamente con los
niños, será sometido a la sanción de la regla, 7 porque está escrito: «No hagas
a otro lo que no quieres que hagan contigo».
Ni defensar, ni pegar,
ni oponerse con orgullo o resistencia, sino obedecerse unos a otros. Estos son
algunos de los últimos consejos de san Benito. Como, si de repente, se hubiera
hecho consciente que esto era posible, olvidando más bien lo de la obediencia mutua,
o el buen celo que debe guiar nuestra vida. Son situaciones que san Benito
seguramente vivió, y sobre las que nos quiere prevenir, y evitar así problemas
en la vida de la comunidad.
San Benito se refiere
sobre todo a los ancianos, o a los niños, que pueden ser ocasión de nuestros
nervios, pues son dos colectivos más vulnerables. Algo que también ocurre fuera
el ámbito monástico.
En el caso de los
niños, es hoy, un foco permanente de atención, complicado y doloroso, que no se
acaba de abordar con valentía rigor.
El documento de la
Conferencia Episcopal, “Para dar luz” dice:
“La
primera reprobación de estos comportamientos sexuales se encuentra en la
Didajé, también conocida como “Enseñanza de los Doce apóstoles”, texto
compilado en la segunda mitad del siglo I, pocas decadas después de la muerte
de Jesucristo, en donde aparece ya la prohibición de corromper sexualmente a
los jóvenes, aunque fue un siglo más tarde, cuando san Justino en su Primera
Apología, denunciará formalmente los encuentros carnales de adultos con niños
(2,1,1). Antiguos precedentes, como también dispone al Concilio de Elvira: Los
que abusen sexualmente de los niños no pueden recibir la comunión ni en peligro
de muerte” (Canon 71)
San Benito plantea ya
prevenir, evitar situaciones negativas, y preveía para los infractores el
castigo. Casi, podríamos decir, que san Benito contempla en lo que escribe una
guía para un protocolo a fin de evitar abusos entre hermanos, sobre todo, respecto
a ancianos y niños.
El abuso viene, de
hecho, cuando perdemos la medida y la ponderación, la discreción. De aquí, la
importancia de mantener un ritmo de vida equilibrado, sincero, una vida
monástica vivida de corazón, como un verdadero regalo del Señor, y no como una
carga o una imposición que precisa desfogarse. Pegar a otro hermano es un hecho
grave, como para merecer, efectivamente, un castigo de la Regla. Pero podemos
caer en la tentación de otras actitudes violentas menores, pero que crean un
clima para desviaciones más graves.
La asistencia y la
puntualidad al Oficio Divino siempre corre el riesgo de ser pospuesta. Un día
me encuentro mal, otro día otra causa…. Y voy cayendo en la indolencia, la
acedía de la que siempre será difícil salir.
Las relaciones con el
exterior también pueden ser una piedra de tropiezo, que nos pueden pasar
factura personal o comunitaria. Es preciso tener presente que donde está la
actuación puntual de un monje, hay una imagen de toda la comunidad, y de toda
la Iglesia.
Por ello, el Dicasterio
de la Doctrina de la Fe alerta sobre los “comportamientos escandalosos o
conductas que perturban al orden” (Vademecum 15).
El defensor del Pueblo
escribe en su informe sobre los abusos sexuales en la Iglesia: “Los abusos sexuales
en la Iglesia católica constituyen un grave problema social y de salud pública
que ha causado muchos daños. La gravedad del fenómeno deriva de la intensidad
del daño que ha sufrido las víctimas, de la cantidad de personas afectadas y de
la defraudación de la confianza depositada por ellas y por una parte de la
sociedad en una institución que ha tenido un poder innegable en España y una
autoridad moral en la sociedad”.
Lo que san Benito no
desea son las arbitrariedades, excesos, abusos personales, que acaban por
afectar a otras personas que no tiene nada que ver con la causa de la
irritación del monje. De aquí que contemple la posibilidad de que esta ira
descargue sobre los más indefensos: niños y ancianos, y busque la manera de
evitarlo, y si se produce de sancionarlo, para evitar su repetición.
Del grado del
cumplimiento de nuestras obligaciones como monjes depende nuestra salud
espiritual y nuestra conducta. Si hay incumplimientos, el riesgo de caer en
estos excesos, de perder la mesura y la ponderación aumenta considerablemente.
Una buena salud espiritual facilita una conducta de vida saludable y
equilibrada. Habría que concluir como escribe san Bernardo, diciendo: “Considera
mis razones, no he podido enseñar algo distinto de los que aprendí. No me ha
parecido conveniente describir las subidas, porque tengo más experiencia de las
bajadas. Que san Benito te exponga los grados de humildad, grados que él va
disponer, primero en su corazón. En cuanto a mí, solo puedo proponerte el orden
que llevado en la bajada. Si reflexionas seriamente sobre esto, tal vez
encuentras aquí tu propio camino de subida” (Los grados de la humildad y de la
soberbia, 57,2)
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