CAPÍTULO 39: LA RACIÓN DE LA COMIDA
Creemos que es suficiente en todas las mesas
para la comida de cada día, tanto si es a la hora de sexta como a la de nona,
con dos manjares cocidos, en atención a la salud de cada uno, 2 para que, si
alguien no puede tomar uno, coma del otro. 3 Por tanto, todos los hermanos
tendrán suficiente con dos manjares cocidos, y, si hubiese allí fruta o
legumbres tiernas, añádase un tercero. 4 Bastará para toda la jornada con una
libra larga de pan, haya una sola refección, o también comida y cena, 5 Porque,
si han de cenar, guardará el mayordomo la tercera parte de esa libra para
ponerla en la cena. 6 Cuando el trabajo sea más duro, el abad, si lo juzga
conveniente, podrá añadir algo más, 7 con tal de que, ante todo, se excluya
cualquier exceso y nunca se indigeste algún monje, 8 porque nada hay tan
opuesto a todo cristiano como la glotonería, 9 como dice nuestro Señor: «Andad
con cuidado para que no se embote el espíritu con los excesos». 10 A los niños pequeños no se les ha de dar
la misma cantidad, sino menos que a los mayores, guardando en todo la
sobriedad. 11 Por lo demás, todos han de abstenerse absolutamente de la carne
de cuadrúpedos, menos los enfermos muy débiles.
Sería fácil
decir que la medida de la comida es comer sin medida, pero no es esta la idea de
san Benito, “ya que no hay nada tan contrario
a un cristiano como el desenfreno”.
El título del capítulo es la medida de la comida. No hay duda que la
palabra “medida” o “ración” tiene un significado muy concreto. Así se mide
físicamente la porción de pan o la cantidad de platos a servir. Pero detrás de
esta concreción material de la medida está la idea cercana a la discreción, que
es algo también muy presente en la Regla. Y todo siempre sin murmurar. San
Benito nos habla de la medida en cuanto se refiere a la excomunión, a nuestras
fuerzas si nos mandan cosas imposibles, o a las correcciones. También en el
capítulo siguiente sobre la bebida habla de una cierta cantidad, la “hémina”,
una medida a la que los especialistas han dedicado tiempo de estudio para
determinar su alcance exacto, pero sin resultados.
A diferencia de
otras veces, en que san Benito cita textos bíblicos antes de entrar en las
consecuencias prácticas de un determinado tema, aquí san Benito empieza ya por
las normas prácticas. Él cree que para la comida cada día son suficientes dos
platos cocidos. Por tanto, dice, si alguno no puede comer de uno de ellos,
normalmente debería poder comer del otro. Pero no excluye el que se puedan
comer los dos; dice que cuando vemos el primer plato que no es de nuestro
gusto, no desesperen nunca de la misericordia de Dios, que posiblemente el
segundo plato será más de nuestro agrado. Para san Benito esta medida debería
ser suficiente para todos los hermanos;
suficiente es una palabra que aparece en diversos capítulos de la
Regla, aquí parece referirse a que el
hombre, ciertamente, necesita el alimento para vivir, comer para
satisfacer una necesidad básica, para
alimentarnos y preservar la salud. Todo lo que se añade a lo que es suficiente,
o bien es exceso, o una simple satisfacción de placer carnal. Es obvio que no
se excluye el poder gozar de una buena comida, ya que el placer también es
saludable por él mismo; pero cuando el objetivo es comer para gozar, más que
satisfacer una necesidad, la idea de medida de san Benito ha sido excluida.
La Regla está
lejos de la actitud de algunos ascetas de los primeros siglos del cristianismo
que vieron en la abstinencia radical un ejercicio ascético con el objetivo de
dominar la naturaleza humana. Cuando san Benito habla de medida, en este ámbito y
en otros, no presenta una especie de norma, objetivo o cantidad que todos deban
seguir ciegamente; más bien para él lo importante es tener en cuenta unos
valores que permitan respetar la sobriedad y evitar los alimentos raros y
caros; cosa que también nosotros debemos tener presente. San Benito no nos
presenta una teología del ayuno, pero nos da unos preceptos básicos que
muestran que es preciso tener en cuenta unas motivaciones y disposiciones
espirituales; por ello no habla de
grandes penitencias, sino de medida. La misma actitud encontramos en el
capitulo siguiente, sobre la bebida, donde hablando a veces en un tono irónico
y cierto humor, de que si el vino no es adecuado para los monjes, como no se
les puede convencer, es más práctico aconsejar de no beber hasta la saciedad,
teniendo en cuenta las condiciones del lugar del trabajo, el calor del verano…
San Benito
insiste siempre en la actitud del corazón, que en la práctica debe abstenerse
de la murmuración. La pasión por la comida es desear alimentos por el mero
placer, sea por cualidad o por cantidad viene a ser la gula, que es uno de los
pecados capitales, y que se combate con la templanza.
Como vivir esto, hoy, en una comunidad, no
parece fácil.Hay quién en el refectorio se lo come
todo y repite; hay quién ante platos con los que no puede los rechaza, también quienes no
comen en el refectorio y acto seguido justo levantarnos de la mesa ya están en la cocina
llenándose por ejemplo de frutos secos, también tenemos quien pone cara de pocos
amigos por sistema y suspira por cualquier tiempo pasado y quizás entonces
suspirase por la cocina de su casa que vete a saber quizás tampoco le complacía.
Seguramente algunos también teníamos de niños a nuestras madres bastante aburridas con
este tema bien por no comer o bien por protestar siempre. Pero al fin y al cabo echando un vistazo no parece que ninguno de nosotros esté a las puertas de la
anemia ni necesitado de una atención nutricionista suplementaria. Cocine quién cocine, en casa o fuera, seguramente nunca será del agrado
de todos ni olvidaremos nunca escrutar el carro de los servidores en cuanto entran en el refectorio, ni dejaremos de intentar averiguar levantando bien alta la
cabeza que han servido a los huéspedes antes de que nos llegue a
nosotros o incluso algún lector seguirá interrumpiendo la lectura para centrar
su atención en el contenido de las fuentes y así cuando baje a comer a segunda
mesa ya habrá establecido su opinión a favor o en contra de lo que le sirvan
para comer. Aquí también el recurso sería fácil, mucha gente ya querría tener sobre
la mesa lo que nosotros tenemos, pero quizás
esto no nos sirva de consuelo como no nos servía cuando nos lo decían nuestros
padres de pequeños, ¿acaso porque todavía nos hace falta crecer espiritualmente?
San Bernardo nos advierte contra el empacho con su contundencia
habitual, cuando escribe: “cuántos
trastornos ocasiona el placer de la gula en nuestros días; que delicia tan
corta la suya, y cuánta incomodidad, y al fin y al cabo para limitarse a un
pequeño espacio del cuerpo (el
estómago). Para saciarlo se inflará monstruosamente el vientre, se cargarán las
espaldas al dilatarse el estómago lleno de grasas que deterioran la salud. Ni
los huesos podrán un día con el peso de tanta carne y brotarán los achaques más
diversos”. (A los clérigos sobre la conversión, 13)
Lo realmente
importante es no caer en centrar toda nuestra vida en el comer, porque entonces
vamos a tener muchas decepciones, cocine quien cocine, lo que será una muestra
evidente de nuestra pobreza espiritual. No perdamos nunca de vista que hemos venido al monasterio
a buscar a Dios, y por ello lo que necesitamos es alimentarnos primero de la
Palabra, de la plegaria, del trabajo, y, para no desfallecer, alimentarnos
suficientemente, y si puede ser de nuestro gusto mejor, pero sin llegar a
empacharnos, superando lo que Guillermo
de Saint Thierry califica de animalidad,
o manera de vivir según la cual el alma está sometida a las exigencia y
caprichos del cuerpo. (Carta a los hermanos de Monte de Dios, II,1)
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