CAPÍTULO
32
LAS
HERRAMIENTAS Y OBJETOS DEL MONASTERIO
El abad elegirá a hermanos de cuya vida y costumbres esté seguro
para encargarles de los bienes del monasterio en herramientas, vestidos y todos
los demás enseres, 2y se los asignará como él lo juzgue oportuno para
guardarlos y recogerlos. 3Tenga el abad un inventario de todos estos objetos.
Porque así, cuando los hermanos se sucedan unos a otros en sus cargos, sabrá
qué es lo que entrega y lo que recibe. 4Y, si alguien trata las cosas del monasterio
suciamente o con descuido, sea reprendido. 5Pero, si no se corrige, se le
someterá a sanción de regla.
El canon 1257
del Código de Derecho Canónico, que habla de los bienes temporales de la
Iglesia, los define como bienes eclesiásticos (bona ecclesiastica); es decir,
que pertenecen a la Iglesia, a todo el pueblo de Dios. Quienes tienen la
propiedad legal en la sociedad civil o los utilizan, son, en realidad,
administradores o usufructuarios, pero no los propietarios. También los Padres
de la Iglesia hablaban de que todo
aquello que tenemos en exceso, pertenece a los pobres.
La organización
del monasterio, siguiendo el ejemplo de las primitivas comunidades cristianas
está destinada a vivir los valores de nuestra vocación monástica, bajo el
carisma cisterciense, donde la plegaria, el contacto con la Palabra y el
trabajos son los ejes principales; por lo tanto, las herramientas, destinadas
al trabajo, deben tener un uso correcto. En este sentido san Benito dice que el
abad debe confiar los bienes del monasterio –él habla de las herramientas y la
ropa que entonces eran algo esencial para la comunidad- a los hermanos de vida
y conducta que inspiren confianza. San Benito también establece que se debe
llevar un inventario de lo que se entrega para el uso y de lo que se devuelve
en buen uso. Es interesante observar también que un hermano puede ser castigado
si trata negligentemente los bienes del monasterio.. La espiritualidad de la Regla tiene que ver también con el buen
orden, con una administración prudente, con un cuidado de la casa en todos los
aspectos, ya que es el espacio de nuestra vida espiritual. Por esto en este
sentido, y a propósito, cuando hacemos los trabajos de limpieza semanal debemos
tener en cuenta que hacemos el mantenimiento de la principal herramienta de la
comunidad, el monasterio mismo, que debemos recordar es patrimonio de la
humanidad, centro de visitas turísticas importante, que aportan unos medios de
vida y dan trabajo a un grupo ya numerosos de personas, y, por supuesto, nuestra
propia casa.
Es importante
que armonicemos en nuestra vida el cuerpo y el alma, la plegaria y el trabajo,
como un aspecto singular del camino de perfección a Dios.
Respecto a los
bienes, cada comunidad debe cumplir con los criterios de sencillez evangélica y
las exigencias de la Iglesia. Siguiendo el ejemplo de nuestros Padres
cistercienses, que buscaban una relación sencilla, según la sencillez de
Cristo, nuestra manera de vivir ha de ser simple y frugal. Todo en la casa de
Dios ha de estar en armonía con el tipo de vida que se tiene, y lo superfluo no
debería tener lugar en nuestra vida. San Benito nos habla de usar, de guardar y
de recoger las herramientas y objetos del monasterio, de ser conscientes que
unos tienen unas herramientas, y otros otras diferentes, de acuerdo a las
tareas asignadas. Que las herramientas pasan de unos a otros, y todo esto nos
exige tratarlas bien cuando nos servimos de ellas, y procurar mantenerlas en un
buen estado de conservación.
Este criterio
también debe servir para nuestras celdas, donde es preciso tener un mínimo de
pulcritud, y evitar acumular cosas. He tenido la responsabilidad de vaciar dos
celdas de hermanos nuestros que
murieron. Confieso que da un cierto respeto esta tarea, pues es penetrar
en la intimidad de otro. Eran hermanos con una larga vida monástica, con
responsabilidades concretas, que han trabajado, escrito, publicado… que les han
llevado a acumular papeles y herramientas. Inevitablemente, uno se pregunta si cuando vacíen la celda propia como la van a
encontrar. Un buen punto de reflexión para hacerme consciente de si realmente
guardo lo estrictamente necesario.
Simplicidad en
los edificios, en los muebles, en la comida, en la ropa, e incluso en la
liturgia, ya que el monasterio ha de hacer compatible la belleza y la
sencillez. La belleza del arte
cisterciense no está tanto en la decoración, sino en la pureza y simplicidad de
líneas.
El ideal
cisterciense pone el acento en la simplicidad
y la modestia; el estilo de vida de los primeros cistercienses del s.
XII, buscaba el contexto y las condiciones necesarias para una vida simple que
favoreciese la búsqueda de Dios. En un mundo dominado por el afán de posesión
no faltan tentaciones para atarnos a los bienes materiales, crearnos
sentimientos de propiedad, cuando no debe ser así. Hoy uno es portero, y mañana
puede ser otra cosa; las herramientas de la cocina, por ejemplo, no son del
cocinero, sino de toda la comunidad, y así todos los demás elementos: Órgano,
lavandería… O buscamos que alguien de fuera
nos haga un regalo para cubrir una pretendida necesidad. Son muchos y diversos
los ejemplos que se pueden dar en nuestra vida. La dificultad podemos tenerla
en cómo vivir esta simplicidad, que nuestros antepasados consideraron como un
medio muy útil para la vida de búsqueda de Dios en medio de una sociedad de
consumo, donde consumir, poseer, e incluso destruir para tener algo mejor, es
una ley universal.
Tomás Merton trabajó la visión de san Bernardo
sobre la simplicidad interior. El monje concebido como un hombre de unidad y
simplicidad, como quien no puede estar en paz consigo mismo ni con los otros,
sino está en paz con Dios. Un sentimiento de posesión, de control de las cosas
e incluso de las personas nos invade para hacerlo todo a la nuestra medida.
Buscar poseer en la vida monástica es un pecado contra la pobreza. Es algo que
sabemos. También sabemos que la Regla es categórica en este tema, que ninguno
no debe poseer nada en concreto, y que el abad debe dar todo lo necesario; pero
debemos saber también que usar no es lo mismo que poseer. Más allá de la
pobreza, lo es el espíritu de pobreza; tener lo necesario, rehusar lo
superfluo; compartir todos los bienes y hacerlo con alegría; tenerlo todo en
común y utilizarlo con sabiduría, prudencia, cuidado y sensibilidad con los
demás. Todo esto es un signo positivo de abertura a Dios.
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