CAPÍTULO 7
LA HUMILDAD, RB 7,59
LA HUMILDAD, RB 7,59
El décimo grado de humildad es que el monje no se ría fácilmente y
en seguida, porque está escrito: «El necio se ríe estrepitosamente».,
Escribe el libro del Eclesiastés: “Hay un tiempo de llorar y un tiempo de reir, un tiempo de lamentarse y
un tiempo de danzar”. (Ecl 3,4)
San Benito es un hombre austero a quien no le agrada la
trivialidad, y que contempla el reír como un riesgo de relajación espiritual.
La Regla es un texto literario que no da lugar al humor, pero, ciertamente, no
renuncia a la ironía. La repetición de la frase “Dios no lo quiera” no deja de tener un sentido irónico ante las
actitudes que denuncia, pero que espera de nuestra sensatez que no se
produzcan. La alegría no está ausente en la idea que san Benito tiene del
monje. Así vemos como en el capítulo 7, en el cuarto grado de la humildad
afirma que los monjes seguros en la esperanza divina siguen con alegría su
camino; en el capítulo 49 desea que el monje afronte con gozo del Espíritu
Santo la observancia cuaresmal; o en el capítulo 5 sobre la obediencia hace
referencia al Apóstol: “Dios ama al que
da con alegría”. San Benito
considera que el monje debe afrontar con alegría su vida, incluso en la
obediencia, la observancia cuaresmal o la humildad, porque vive con gozo su
vocación de monje.
Necesitamos vivir la vida monástica con ilusión, una ilusión
progresiva desde la condición de postulantes hasta la profesión solemne,
pasando por la etapa de novicio y profesión simple, para mantenernos cada día
en dicho crecimiento progresivo. Una vez hecha la profesión solemne no debemos
caer en el aburrimiento y en la pasividad, en una vida alejada de la comunidad
y de Cristo; en una palabra, en una vida regresiva. La vida monástica no es una
carrera con objetivos hasta ser profeso solemne, tener una celda propia…
pensando que ya eres un monje auténtico, hagas lo que hagas. Debemos tener la
ilusión de seguir viviendo en Cristo, vivir en el Señor, tener alegría en lo
que vivimos. La propia comunidad nos debe ayudar en el caso de pérdida de
fuerza en nuestra vocación, con el soporte necesario y los medios que nos
ofrecen la Regla. Hay elementos diversos
para ayudarnos en la vocación, pero también es preciso tener confianza y predisposición
para ser ayudado. Nos debemos dejar ayudar por los hermanos de la comunidad en
una guía y acogida fraterna. Participando de la actividad de la comunidad con
plena conversión y conexión con la vida monástica, confrontando la vida que es
propia del Evangelio y la Regla con la vida real que llevamos a cabo. Vivir en
comunidad significa vivir para la comunidad, por Cristo, compartiendo todos los
aspectos de la vida y no teniendo otra alternativa al proyecto del Señor.
San Benito nos dice que hay momentos en los que reír no es la
mejor de las actitudes. En el Oficio divino por ejemplo, debemos mantener la
atención a lo que estamos haciendo, alabando a Dios. Nos ayuda la actitud
interior y también la actitud exterior, hacer los gestos con la debida
reverencia… Esto no es el centro del Oficio
sino instrumentos para poner de relieve el verdadero centro que es la alabanza
Dios. San Benito no quiere que la tristeza sea la actitud dominante en los
monasterios, su visión de la vida del monje es equilibrada, humana. Una alegría
profunda, nacida de la esperanza de la Pascua, que nos permite llevar con ligereza
las dificultades propias de la vida. San Benito conoce por experiencia las
debilidades humanas, nuestros puntos vulnerables, fragilidades, a menudo
nuestra tendencia a la pereza, o no afrontar los problemas… Una visión realista
que no implica rigidez, ni menosprecio, ni animosidad. Ciertamente san Benito
es un maestro exigente, pero no se puede afirmar que sea un puritano lleno de
espíritu amargo. Duro consigo mismo, viene a ser uno que odia los vicios, pero
ama a la persona. La visión realista del hombre que envuelve toda la
experiencia personal de san Benito y que inspira la Regla, es una invitación a
avanzar por el camino estrecho pero seguro de la vida monástica, conscientes de
nuestras fragilidades, pero también de la certeza de que con la ayuda de Dios y
de la comunidad, podemos seguir avanzando día tras día, y mantenernos fieles
hasta el final del camino.
La observancia permanente es un medio para mantener una atención
total a Cristo. Significa hacer sin retraso, sin excitación, sin murmurar, sin
replicar, sin tibieza o pereza, con celo, la tarea confiada de la mejor manera
posible. Siempre presentes, con el control permanente de la propia acción, de
los gestos, del pensamiento… La distracción, el retraso, el olvido, error o
negligencia… es lo que Benito incluye en esta ligereza del reír. De hecho, no
dice que el monje no ría, sino que no sea fácil a la risa, sin sentido. Una de
las tramas argumentales de la novela de Umberto Eco, “el nombre de la rosa”, se
centraba precisamente en este tema de la risa; si era posible o no que Jesús
hubiese reído; qué idea tenían de la risa los filósofos clásicos. ¿Qué tiene de
malo el reír?, pregunta el protagonista, y un monje anciano le respondía: “el reír
acaba con el miedo” Sin miedo no hay fe. Porque sin miedo al demonio, no hay
necesidad de Dios. No ha de ser el miedo nuestro sentimiento delante de Dios,
sino el amor y la disponibilidad. No
tengamos miedo a Cristo, sino abramos de par en par las puertas de nuestro
corazón. (Cfr. Homilía san Juan Pablo II, el 22 Octubre 1978)
“La
disponibilidad para la continua conversión, la disponibilidad para seguir un
camino de conversión de vida, depende de nuestra alegría. Si uno comienza a
escalar una montaña, se mantendrá en el camino a la cumbre, solamente si pone
su alegría en dicha cumbre. Si la coloca en una etapa intermedia, se detendrá,
no avanzará. Pero el problema es que la alegría verdadera de nuestro corazón es
siempre más grande que nuestros objetivos más inmediatos. Cristo es la cima de
nuestra vida y de la alegría que se nos da en cada etapa del camino, pero con
la condición de seguir caminando para seguirlo hasta el final del camino, a la
plenitud de la alegría y de la vida. A menudo nos detenemos en el camino de la
conversión porque creemos que es suficiente con un cambio exterior (con un reír
fácil), superficial. Creemos ser felices cambiando solamente lo exterior, pero
eso no es lo que renueva la vida y la cambia, lo que la llena… San Benito quiere
guiarnos en este camino de conversión constante, hasta la verdadera alegría del
amor filial y paterno. Dejémonos ayudar, dejémonos guiar por Él en este camino.
(Del comentario a la Regla, del Abad General del Orden Cisterciense, Mauro José
Lepori, Roma 22 Agosto 2012)
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