CAPÍTULO
19
LA ACTITUD DURANTE LA SALMODIA
Creemos que Dios está presente en todo lugar y que «los ojos del
Señor están vigilando en todas partes a buenos y malos»; 2pero esto debemos
creerlo especialmente sin la menor vacilación cuando estamos en el oficio
divino. 3Por tanto, tengamos siempre
presente lo que dice el profeta: «Servid al Señor con temor»; 4y
también: «Cantadle salmos sabiamente», 5y: «En presencia de los ángeles te
alabaré». 6Meditemos, pues, con qué actitud debemos estar en la presencia de la
divinidad y de sus ángeles, 7y salmodiemos de tal manera, que nuestro
pensamiento concuerde con lo que dice nuestra boca.
Vivir bajo la mirada de Dios, creer, siempre atentos a Dios. Ya
nos lo ha dicho san Benito en el capítulo 7, que hemos de sentirnos en su
presencia:
“El primer
grado de la humildad es mantener siempre ante los ojos el temor de Dios y
evitar de olvidarlo; recordar siempre lo que nos manda”…. Y guardándose en todo momento de los pecados y de los vicios, es
decir de los pensamientos, de la lengua, de las manos y de los pies, y de la
voluntad propia, como también de los deseos de la carne, el hombre ha de tener
en cuenta que Dios lo contempla en todo momento, y que en todo momentos sus
acciones están bajo la mirada de la divinidad y presentadas por los ángeles.
Orar, trabajar, comer, dormir en la presencia de Dios. Quizás se
puede recordar una escena de la película Camino, donde uno de los personajes es
una mujer que se ha quedado viuda y cuando le dicen si se siente sola, contesta
que nunca estamos solos, siempre está a nuestro lado Jesús. No para vigilarnos o controlarnos sino
para manifestarnos la presencia amorosa del Señor a quien buscamos, y a quien
queremos dedicar toda nuestra vida.
A menudo hacemos cosas a escondidas, para que no las vean nuestros
hermanos, y no somos conscientes de que las ve Dios. Tener siempre presente a
Dios es tener siempre presente el sentido último de nuestra vida, el sentido fontal, esencial, vital. Pero todavía san
Benito nos dice más, si siempre hemos de creer en la presencia del Señor, tanto
más cuanto más oramos en la comunidad, cuando salmodiamos. Si no asistimos, si
por pereza, por sueño, o por anteponer otras cosas, en donde caemos una vez u otra
todos, faltamos a la cita con el Señor.
Sería fácil plantear el símil de la relación con la enamorada,
para la cual el enamorado lo deja todos, para sentirse cerca de ella, sentir su
presencia, incluso en el silencio o en la oscuridad.
San Benito comienza por afirmar una verdad de fe: que Dios está presente en todas partes.
Cuando hacemos el bien y cuando hacemos el mal; está presente, lo vemos y nos
mira. Si esto es cierto en todo momento y en todo lugar, lo es de una manera
especial cuando estamos en el Oficio divino.
Assistere en latín tiene un sentido fuerte: significa una presencia activa, participativa consciente. Por tanto, el
Oficio divino es sobre todo una acción, una acción conjunta, comunitaria, una
obra, donde Dios se hace presente para nosotros y en nosotros, para nuestra
comunidad y en medio de nuestra comunidad, donde lo tratamos de una manera
personal, aunque de hecho es algo que hacemos a lo largo de todo el día, pero
es algo que se concretiza de una manera especial en la plegaria comunitaria.
San Benito apoya esta afirmación con tres textos del a Escritura:
Nos dice: “Servid al Señor
con temor, del Sal 2,11 que la BCI traduce por “respetar al Señor, someteos, venid con temor a prestarle homenaje”
La vida monástica es una escuela del servicio divino y el Oficio
una de las expresiones más importantes. Hemos de ir con temor, es decir con una
actitud de profundo respeto ante la presencia especial de Dio.
El otro
texto: “Salmodiad con gusto”, de una
manera sabia, que significa orar con una actitud de comprensión mutua. Dios
está presente en medio de nosotros, le hablamos y nos habla.
El texto
tercero: “En presencia de los ángeles os
cantaré salmos”. En la traducción de la BCI: “Te enaltezco con todo el corazón, Señor, te cantaré en la presencia de
los ángeles”.
Insiste
san Benito en la idea de la presencia, una presencia que es una mirada, una
contemplación. De aquí la idea de que nuestra plegaria en la tierra nos une a
la liturgia celestial.; una idea desarrollada por los primeros abades de Cluny,
especialmente por san Odilón. San Benito llega a la conclusión de que todo esto
se ha de expresar en una plegaria muy fortalecida, donde cada palabra debe ser
cuidadosamente recitada, cantada, analizada, saboreada, sintiéndonos siempre
ante los ojos de Dios y sus ángeles.
Si hoy
día la tendencia es la búsqueda de palabras i fórmulas que expresen claramente
lo que sentimos o queremos decir a Dios, la actitud de san Benito es más tener
una actitud; vivir en la presencia de Dios, vivir bajo su mirada es la
finalidad de la vida del monje, según los primeros padres de la vida monástica.
Una idea
bella y austera que puede venir a ser un peso terrible y angustioso sino lo
vivimos con amor. La mirada de la que habla san Benito no es ciertamente
aquella que vigilaba a Caín cuando mata a su hermano, que era una mirada
acusadora. Para los padres de la vida monástica la mirada de Dios es la mirada
de Jesús, como se nos da a conocer en el Evangelio: cólera ante la hipocresía
de los fariseos, compasiva y amorosa para el joven rico o Zaqueo. Una mirada que cura, que da paz que
libera. Si somos conscientes o creemos que Dios está presente siempre, es
preciso que nuestra vida esté de acuerdo con nuestro pensamiento y la voz vaya
también de acuerdo. Mens concordat voci.
Al fin y
al cabo es una camino hacia la reconstrucción de la integridad de la persona
humana; un camino para recuperar la imagen de Dios que llevamos ciertamente
pero que a veces se difumina, que perdemos, a causa de nuestras faltas y
pecados. Una tarea de toda la vida, una tarea para llevar a cabo en gran parte
en la comunidad y la liturgia. El Oficio divino nos acerca, son momentos
privilegiados a lo largo del día para armonizar el cuerpo y el espíritu,
penetrando poco a poco, saboreándolos, el sentido de los salmos, descubriendo
nuestras heridas, las fracturas interiores de nuestra alma: la impiedad, los
celos, lujuria murmuración y otras.
Vivir en
la presencia de Dios es tratar de alcanzar la unidad interior, y en esta
reconstrucción espiritual la plegaria con los salmos juega un papel esencial.
Orar, salmodiar en la presencia de Dios exige un papel activo, estar presentes
sobre todo, pero con los cinco sentidos.
San
Benito concluye estos capítulos dedicados al Oficio divino con este, donde
destaca la percepción de la presencia divina, que es el primer fruto de nuestra
fe. La presencia de Dios precede nuestra respuesta creyente al Señor, sintiendo
esta presencia en la celda, en medio de la comunidad, en todo lugar. El Señor
está presente en todas partes; creámoslo sin duda alguna cuando estamos en el
Oficio divino. Presencia recibida con fe y con acción. Nos decía san Bernardo
hoy en Maitines: “Donde está Dios, hay
gozo; donde está Dios hay paz; donde está Dios está la felicidad”.
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