CAPÍTULO 51
LOS HERMANOS QUE NO SALEN MUY LEJOS
El
hermano que sale enviado para un encargo cualquiera y espera regresar el mismo
día al monasterio, que le inviten con toda insistencia, 2 a no ser que su abad
se lo haya ordenado. 3 Y, si hiciere lo contrario, sea excomulgado
Este
aspecto de la vida del monje, las salidas al exterior, son comentadas con más
amplitud en la Regla del Maestro, y su autor distingue entre las invitaciones
que vienen de otro monje, de un laico o de una persona piadosa. También el
Maestro habla de la diferencia en ser invitado un día de la semana u otro. San
Benito, como suele ser habitual en él, va más a lo esencial.
En
primer lugar, las salidas del monasterio deben ser para hacer un encargo, ser
breves y concretas en cuanto se pueda, y no aprovechar para comer en casa de
otro; uno de mis antecesores decía una frase que se hizo famosa: “no ir por las
casas”. Hubo una época, durante el paseo comunitario, que se hizo corriente ir
a merendar a casa de alguien conocido; y esta rutina no era muy edificante.
Ciertamente, esta tendencia a aprovechar las salidas para visitar conocidos se
ha ido perdiendo. Quizás una de las causas sean la existencia de comunicaciones
más fáciles; ya no cuesta tanto ir y venir a Tarragona, Reus o Barcelona, y
disponemos además de más medios de transporte y más conductores que en tiempos
pasados.
Pero
el tema esencial para san Benito es que la vida del monje se desarrolla en el
ámbito del monasterio; y ya sabemos como considera importante que dentro se
disponga de todos los medios necesarios para vivir y no tener que buscar nada
fuera. San Benito, buen conocedor de nuestra debilidad, se muestra
especialmente exigente en las salidas a lugares cercanos. La fidelidad en vivir
establemente dentro del monasterio, escribe el abad Cassiano es una de las
exigencias más sencillas, pero, a la vez, más duras a la larga, para los
monjes. Quizás es un tema de hábitos, de habituarse o acostumbrarse a una
determinada praxis. Por ejemplo, ir a hacer algo que es necesario de parte de
alguien que te ha encomendado, y volver sin sucumbir a la tentación de visitas
innecesarias, que más tarde o más temprano se acaban conociendo, son causas de
quejas por parte de los visitados, cuando se va más allá de una medida
prudente.
También
hoy, este texto corto, se nos presenta como una advertencia de que no
degrademos la intensidad de nuestro ritmo monástico con salidas “escapatorias”,
dice el abad Casiano, que a menudo desorientan a los amigos y familiares, y
hacen perder fuerza a la nuestra vida de plegaria, trabajo y servicio. Hay
monjes que son un buen testimonio en este punto, que cuando los ves pasar, por
ejemplo, por el patio de las “casas nuevas”, no hace falta mirar el reloj,
porque sabes que acaban de tocar la campana que indica el fin del trabajo. A
otros, quizás les cuesta más obedecer la campana que regula el horario de
nuestra vida. Por ejemplo, en la vida cartujana, la guardia de la celda es un
eje fundamental, pero que cuesta mantener, sobre todo en los primeros años, hasta
que uno se habitúa. Debemos intentar no sucumbir a la tentación de hacer de la
excepción lo cotidiano en nuestra existencia, priorizando siempre lo que es
fundamental y valorando aquello que no lo es. Ponemos con frecuencia la
etiqueta de urgente a cosas que luego descubrimos que no lo eran tanto.
Si
vivimos con generosidad nuestra vida monástica, nos podemos mantener libres,
sin dejar por ello de mantener una relación humana y cálida con familiares y
amigos. Ciertamente, desde los tiempos de san Benito, han sido grandes los
cambios, pero ahora nos encontramos con otras tentaciones. Quizás podríamos hoy
cambiar la frase “no ir por las casas” y sustituirla por “no ir por las redes”.
Realmente es un tema de reflexión el cómo hacernos presentes en el mundo de hoy
tan desarrollado en las comunicaciones, sin perder nuestra identidad. La
riqueza que supone un cierto apartamiento del mundo, no como un rechazo, sino
como un tomar distancias para permitirnos reflexionar con serenidad y más
libertad alrededor de la plegaria y la Palabra de Dios.
Destaca
san Benito que el hermano salga del monasterio a hacer un encargo por
obediencia, no por capricho; para hacer un servicio rápido y eficaz.
Quizás
este capítulo, como con otros pueda parece severo, poco adecuado a nuestros
tiempos, pero nos destaca la importancia de la comunión, de la vida en
comunidad, de la necesidad de evitar al máximo las singularizaciones o
excepciones. De la misma forma cuando
tenemos una responsabilidad este aspecto puede ser importante, intentando
evitar excesivas salidas, sin caer en situaciones de descortesía.
En
el caso de nuestro monasterio, este aspecto puede ser un poco más complicado, y
algo más difícil encontrar el equilibrio. En la práctica, miremos de evitar
salidas innecesarias, y acudir a los hermanos que tienen encomendada este
servicio en caso de necesidad, estar siempre disponibles a ayudar o acompañar a
un hermano si se nos pide, e intentar de vivir la idea central de este
capítulo, tanto física como virtualmente.
Por
ejemplo, sería raro que una persona relacionada con el monasterio contemplara
en las redes algún miembro de la comunidad en unas horas que para nosotros son
de descanso, y todavía más si dicho monje no acude a Maitines… Esto vendría a
ser un buen ejemplo de anteponer nuestro capricho o nuestra voluntad a la tarea
a la que nos hemos consagrado al Señor. Seguro que es más edificante para quien
tiene relación con nosotros, interrumpir una conversación telefónica cuando la
campana nos convoca a la lectura de colación, o bien decir a un huésped de
hablar en otro momento cuando nos toca, por ejemplo, fregar los platos.
Cuando
el abad de Saint-Wandrille, Dom Jean Charles Nault, habla del demonio
meridiano, de la acedía como un mal de nuestro tiempo nos dice que san Benito
insiste tanto en la estabilidad porque el monasterio es el taller donde debemos
poner en práctica los instrumentos del arte espiritual. Escribe: “estas compensaciones también se manifiestan
en pequeños incumplimientos relativos a la pobreza, al ayuno, al silencio y a
la obediencia: faltas insignificantes, en un principio, que se haciendo grandes
de manera progresiva, sin que el monje sea consciente sino está alerta”.
Procuremos
de detenernos cuando todavía estamos a tiempo, a fin de no venir a cosas peores
y llegar a que nuestra vocación se desmorone o la pongamos en peligro con una
crisis personal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario