CAPÍTULO
48,14-25
EL TRABAJO MANUAL DE
CADA DIA: LOS DIAS DE CUARESMA
Durante la
cuaresma dedíquense a la lectura desde por la mañana hasta finalizar la hora
tercera, y después trabajarán en lo que se les mandare hasta el final de la
hora décima. 15 En esos días de cuaresma recibirá cada uno su códice de la
Biblia, que leerán por su orden y enteramente; 16 estos códices se entregarán al
principio de la cuaresma.17 Y es muy necesario designar a uno o dos ancianos que
recorran el monasterio durante las horas en que los hermanos están en la
lectura. 18 Su misión es observar si algún hermano, llevado de la acedía, en
vez de entregarse a la lectura, se da al ocio y a la charlatanería, con lo cual
no sólo se perjudica a sí mismo, sino que distrae a los demás. 19 Si a alguien
se le encuentra de esta manera, lo que ojalá no suceda, sea reprendido una y
dos veces; 20 y, si no se enmienda, será sometido a la corrección que es de
regla, para que los demás escarmienten. 21 Ningún hermano trate de nada con
otro a horas indebidas. 22 Los domingos se ocuparán todos en la lectura, menos los
que estén designados para algún servicio. 23 Pero a quien sea tan negligente y
perezoso que no quiera o no pueda dedicarse a la meditatio o a la lectura, se le
asignará alguna labor para que no esté desocupado. 24 A los hermanos enfermos o
delicados se les encomendará una clase de trabajo mediante el cual ni estén ociosos
ni el esfuerzo les agote o les haga desistir. 25 El abad tendrá en cuenta su
debilidad.
En el
capítulo dedicado al trabajo, uno de los textos que estas semanas nos están
sirviendo para la reflexión comunitaria, san Benito nos habla de la lectura.
Parece que hereda de la tradición occidental el reservar a la lectura las tres
primeras horas de la jornada. Esto no debía ser fácil de cumplir, cuando el
mismo san Benito tiene previsto que uno o dos ancianos vigilen para localizar a
los perezosos, los charlatanes, los que hacen tarde… Y que pueden ser piedra de
tropiezo para los demás. Por ello también prevé un programa alternativo para
evitarlo, alguna faena que los mantenga ocupados y no estén ociosos, pues la
ociosidad es enemiga del alma, por lo cual los hermanos deben estar ocupados a
unas horas determinadas en el trabajo manual y otras horas determinadas en la
lectura divina. Se trata de hacer lo que toca y cuando toca, no dejándonos
llevar de nuestros propios deseos, sino que renunciando a estos no seamos los
amos de nuestro propio tiempo, y así no anteponer nada a Cristo.
Plegaria,
trabajo y lectura son los pilares de nuestra jornada. En este capítulo san
Benito nos habla de dos temas: trabajo y lectura, buscando mantener el
equilibrio entre estar ocupados y no sentirnos agobiados de manera que nos
despierte la tentación de escapar de nuestras obligaciones, a causa de nuestras
debilidades.
¿De qué clase
de lectura nos habla san Benito? Él mismo, a lo largo del texto de la Regla se
inspira en las Escrituras y nos habla de las Conferencias y de las Colaciones
de Casiano, o de la Regla de san
Basilio. Habría que puntualizar que cuando habla de biblioteca no lo hace en el
sentido de lo que hoy entendemos por biblioteca, sino que más bien se está
refiriendo a los libros que componen la Biblia y las obras que los comentan.
San Bento nos está hablando de la Lectio divina, que no solamente ha de
ocuparnos unas horas cada día, sino que debe adquirir un protagonismo especial
el día del Señor por excelencia: el domingo. Para destacar su importancia san
Benito utiliza expresiones habituales en él, como “sobre todo”, o “Dios no lo quiera”,
porque el objeto de la Lectio es la Palabra de Dios, que nos llega a través de
la Escritura, por el magisterio de la Iglesia, y la enseñanza de los Padres, es
decir, por la Escritura y la Tradición, los dos pilares de nuestra fe que
subrayó de manera especial el Concilio Vaticano II.
La Lectio va
más allá de una mera formación o información, porque su importancia reside en
gran parte en la actitud con que la recibimos, la disponibilidad en la escucha
y en la lectura, sea en la Liturgia, sea en la Lectio personal.
De aquí que
el método a seguir sea el conocido y expuesto por primera vez de manera
sistemática por Guido el Cartujo en su obra Escala espiritual.
Dada esta
trascendental importancia de nuestro contacto con la Palabra, san Benito nos
pone en alerta contra quienes nos pueden distraer, o que nosotros mismos no nos
centremos en ella a causa de nuestra negligencia o pereza, que vendría a ser un
movimiento interior contra el voto de conversión de costumbres, de vivir como
monjes. Menospreciar el contacto directo con la Palabra nos puede llevar a una
crisis personal de fe, Dios no lo quiera, puesto que el abandono deliberado de
la vida espiritual con el conocimiento de lo que eso implica nos puede llevar
al abandono de nuestra vocación, o a la esterilidad espiritual.
La acedía se
expresa por la pereza por una parte, y por la distracción, agitación o huida
del estudio, por otra parte, y por la inestabilidad de espíritu o la curiosidad
malsana, según Aquinata Böckman.
Es sabido que
los Padres del monaquismo consideraban la acedía como la enfermedad espiritual
más grave, porque significa, en definitiva, ser infieles a nuestra vocación.
Nos puede afectar cuando el entusiasmo de los inicios de nuestra vida monástica
se va enfriando y el celo pasa a un segundo término o cae en el olvido. No
siempre viene a ser un amodorramiento, pues también se puede presentar como un
hiper-activismo irreflexivo, planteándonos una serie de proyectos que nunca
acaban de satisfacer nuestros deseos, y al que renunciamos muy fácilmente para
hacernos más creíbles, pues no son sino un reflejo externo de que lo que nos
mueve es hacer nuestra voluntad, y nuestro capricho por encima de todo. El Papa
Francisco lo expresa así: “A veces haber
tenido todo en la vida es una mala suerte. Pensad en un joven a quien no se la
haya enseñado la virtud de la espera y de la paciencia, que no haya tenido que
sudar para ganarse las cosas, que ha ido quemando etapas y que con pocos años
es consciente de cómo va el mundo. Ha estado destinado a la peor condena: la de
no desear nada. Parece joven, a pesar de eso, pero el otoño llega ya a su
corazón… Tener un alma vacía es el peor obstáculo para la esperanza. Es un
riesgo del cual nadie está excluido, porque ser tentados contra la esperanza
puede suceder también cuando se recorre el camino de la vida cristiana”
(27Septiemvre de 2017)
O como se
expresa san Elredo: “Sabemos por
experiencia que si lo que deseamos ardientemente nos hace esperar, una vez lo
hemos logrado, nos resulta doblemente agradable (Sermón 1, Sobre la venida del
Señor)
De todo esto
nos pone en alerta san Benito, y nos recuerda que venimos al monasterio no a
hacer nuestra voluntad sino la del Señor, y que a veces es preciso motivarnos a
seguirla, con los ancianos que hacen la ronda
para vigilar que no estemos sin hacer nada, o hablando o molestando a
los demás; por ello habla de reñir, de corregir, escarmentar, y también de
buscarnos una alternativa para no estar ociosos, siempre teniendo presentes
nuestras debilidades físicas o morales.
Como dice el
Papa Francisco: La pereza nos aleja del
servicio y nos lleva a la comodidad, al egoísmo… En la vida debemos de luchar
contra las tentaciones que tratan de alejarnos de esta actitud de servicio. La
pereza lleva a la comodidad, hecha a nuestra medida, haciéndonos señores de
nuestra propia situación, para pasar, así, de sirvientes a convertirnos en
patronos, lo cual nos lleva a la soberbia, al orgullo, a tratar mal a los
demás, a sentirnos más importantes, a pensar que porque somos cristianos
tenemos garantizada la salvación, y tantas otras cosas del mismo estilo… Otra
cosa que aleja de la actitud del servicio es la sentirnos señores en muchas
situaciones. Es lo que les sucedió a los Apóstoles que alejaban a las personas
para que no molestaran a Jesús, pero, en realidad porque también era más cómodo
para ellos, es decir venían a hacerse señores del tiempo del Señor, del poder
del Señor, ya que deseaban retenerlo en su pequeño grupo. En realidad, se hacían
dueños de esta actitud de servicio, transformándola en una estructura de poder.
Que el Señor nos otorgue estas dos gracias: la humildad en el servicio y la
esperanza de encontrarnos con el Señor al final de nuestro camino”. (11 de Noviembre de 2014 )
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