PRÓLOGO 39-50
Hemos preguntado al Señor, hermanos, quién es el que podrá
hospedarse en su tienda y le hemos escuchado cuáles son las condiciones para
poder morar en ella: cumplir los compromisos de todo morador de su casa. 40Por
tanto, debemos disponer nuestros corazones y nuestros cuerpos para militar en
el servicio de la santa obediencia a sus preceptos. 41Y como esto no es posible
para nuestra naturaleza sola, hemos de pedirle al Señor que se digne
concedernos la asistencia de su gracia. 42Si, huyendo de las penas del
infierno, deseamos llegar a la vida eterna, 43mientras todavía estamos a tiempo
y tenemos este cuerpo como domicilio y podemos cumplir todas estas a cosas a
luz de la vida, 44ahora es cuando hemos de apresurarnos y poner en práctica lo
que en la eternidad redundará en nuestro bien. 45Vamos a instituir, pues, una
escuela del servicio divino. 46Y, al organizarla, no esperamos disponer nada
que pueda ser duro, nada que pueda ser oneroso. 47Pero si, no obstante, cuando lo
exija la recta razón, se encuentra algo un poco más severo con el fin de
corregir los vicios o mantener la caridad, 48no abandones en seguida,
sobrecogido de temor, el camino de la salvación, que forzosamente ha de
iniciarse con un comienzo estrecho. 49Mas, al progresar en la vida monástica y
en la fe, ensanchado el corazón por la dulzura de un amor inefable, vuela el
alma por el camino de los mandamientos de Dios.50De esta manera, si no nos
desviamos jamás del magisterio divino y perseveramos en su doctrina y en el
monasterio hasta la muerte, participaremos con nuestra paciencia en los
sufrimientos de Cristo, para que podamos compartir con él también su reino. Amen
Si nuestro objetivo es habitar en la casa del Señor todos los días
de nuestra vida, debemos prepararnos, nos dice san Benito; lo debemos desear
con toda el alma, como dice el salmista, preparar nuestros cuerpos y corazones
para alcanzarlo.
La vida espiritual, la vida monástica, nuestra vida, a la que el
Señor nos ha llamado, y que hemos aceptado libremente, no es estática, es
preciso progresar, hacer camino experiencial. Las formas, las costumbres,
pueden ser las mismas a lo largo de los años, pero será preciso trabajar y
hacer aquello que nos aproveche para siempre, no solo puntualmente como
satisfacción de ambiciones pasajeras, sino que nos aproveche más bien para
alcanzar a Cristo.
Progresar espiritualmente en esta Escuela del servicio divino que
es el monasterio, quiere decir vivir las obligaciones de cada día, que nos
incorpore todo un estilo de vida. Hacer algo que nos ayude a vivir en santa
obediencia de los preceptos, evitando lo que nos desgasta, y nos aleja del
centro donde debemos poner el corazón: Cristo.
San Benito lo concreta en el tema de la conversión; una palabra
ligada a este tiempo cuaresmal, camino hacia la Pascua, que la liturgia nos
invita a recorrer cada año. “Si no os
convertís todos acabaréis igual”, enseña Jesús. Conversión quiere decir
experimentar la vida monástica en su integridad, todas sus observancias. Es el
estilo de vida que debemos adoptar, si deseamos vivir con seriedad la llamada
del Evangelio. Avanzar, pues, con la ayuda de su gracia, con más coherencia en lo
que creemos.
Necesitamos avanzar en la fe, en la certeza, en la confianza de
que Dios habita en nosotros. Si queremos habitar en su templo, nos dice san
Benito, tenemos que cumplir los deberes de quien habita en él. La fe es más un
acto de voluntad que del intelecto, y crece en nosotros por medio de la
plegaria. La conversión nos tiene que ir conduciendo a una plegaria más profunda,
más intensa, sincera, enriquecedora y confiada. Entonces, nos hacemos más
conscientes de la presencia del amor de Dios en nuestra vida, y al ser
realmente presente este amor, no puede haber en nosotros lugar para el odio, el
resentimiento, ni para la autosuficiencia, orgullo, egoísmo o la mentira. Si no
podemos perdonar a quien nos ha herido, si no podemos amar a quien nos molesta,
quiere decir que no dejamos actuar el amor de Dios en nuestra vida. Para que
actúe necesitamos su gracia. Para hacer este camino no debemos quedarnos
parados o lamentarnos de la monotonía del camino, o creernos el centro del
mundo. Si os afanamos por tener esto o lo otro, en una especie de carrera
consumista espiritual, no obtendremos lo que nos llene de verdad, y las faltas
serán siempre una excusa.
Nos dice san León Magno que “cada
uno sabe qué virtudes debe vigorizar y qué vicios combatir. ¿Quién se sentirá
tan orgulloso de sí mismo, o será tan inconsciente que no se dé cuenta de
aquello que hay que extirpar o desarrollar?... No podemos coger todo lo que nos
agrada. No podemos valorar las acciones movidos solamente por lo que nos
sugieren los sentidos. Considera tus costumbres a la luz de los mandamientos de
Dios; allí se te dice lo que tienes que hacer y lo que no tienes que hacer”
(Sermón 49 Sobre la Cuaresma)
San Agustín afirma que no hay nada difícil para quien ama, nos lo
dice también san Benito al indicarnos que si el camino que encontramos al
principio es angosto, se ensancha cuando lo hacemos movidos por la inefable
dulzura del amor. Lo que debemos desear es llegar a la vida perdurable, y para
esto debemos aprovechar todos los momentos, todas las posibilidades que nos
concede la vida. Nuestro camino debe ser hecho a buen ritmo y ganando a cada
paso fortaleza en nuestra fe. Nos preparamos, pedimos al Señor que nos otorgue
la ayuda de su gracia, no abandonándonos espantados por el terror, sino
participando en y por Cristo. No podemos entrar en la plenitud de Dios sino por
medio de Cristo; nuestra vida cristiana debe estar marcada por la cruz de
Cristo. Lejos de angustiarnos por este sufrimiento, vivido sobre todo con
paciencia, que da sentido a nuestro sufrimiento, que es un sufrimiento
redentor, que nos ayuda a soportar las dificultades y estrecheces del camino.
San Pablo en su Carta a los Colosenses dice “estoy contento de padecer por vosotros y de completar de este modo lo
que falta a los sufrimientos de Cristo para bien de su cuerpo (1,24). Es
sobre todo por la paciencia, por la que nosotros completamos lo que falta a
estos sufrimientos.
La reacción más humana cuando alguien nos hace mal es volvernos y
vengarnos, y si podemos le hacemos todavía más mal. Es porque sufrimos de manera
equivocada, y esto nos pone de mal humor, y entonces intentamos no de compartir
nuestro sufrimiento sino trasladarlo a otros. La belleza de la paciencia es que
nos llama a detener este sentido que nos hace estar mal con nosotros mismos y
el Señor, mirando a la vez que los otros estén tanto o más mal que nosotros.
Somos hábiles en cuanto a los recursos para conseguirlo, para venir a ser
víctimas profesionalizadas que nos da la oportunidad de hacer de los otros
nuestras propias víctimas.
San Benito nos invita a superar todo esto, a descubrir que si
somos pacientes viviremos más tranquilos, haremos la vida de quienes nos rodean
más plácida, y lo que es más importante, avanzaremos, correremos por este
camino que nos ha de elevar al templo del Señor, a la vida perdurable.
Conformarnos a Cristo, venir a ser como él en nuestra relación con los otros es
practicarlo incluso cuando los otros no son como nosotros desearíamos que
fuesen, porque de hecho no lo serán nunca; los otros son también imágenes de
Dios, no nuestras. Elegir este camino, progresar en esta escuela, conformar
nuestra voluntad con la de Cristo, significa un cambio radical de actitud y es
entonces cuando progresamos, pues siendo el camino angosto y pesado, nos
aparece amplio. Avanzar en el camino espiritual es ser fieles a Cristo, que nos habla en la Palabra, y a
quien hablamos en la plegaria, levantándonos
tantas veces como caemos, no desesperando nunca de su misericordia.
Participar de los sufrimientos de Cristo es participar de su
Pasión, es prepararnos para su reino, es hacer aquello que nos va a aprovechar
para siempre. Como escribe Juan Mediocre de Nápoles: “Él es la nuestra fuerza. Él se da siempre a nosotros, démonos también
nosotros a él”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario