CAPÍTULO
7, 55
LA
HUMILDAD
El octavo grado de humildad es que el
monje en nada se salga de la regla común del monasterio, ni se aparte del
ejemplo de los mayores.
San Benito nos
propone dos ideas: la Regla y la práctica, el texto que viene a ser el libro de
estilo de los mandamientos evangélicos, y el ejemplo de los mayores. Un texto,
por muy bonito que sea no sirve de nada sino se pone en práctica; y un poner en
práctica con sinceridad y libertad. No se trata de aplicar un conjunto de
normas o costumbres sin más; se trata de vivir en plenitud el espíritu, y no la
letra, de la Regla y el Evangelio.
Este año
celebramos el noveno centenario de la Carta Caritatis, que se puede considerar
la Carta fundacional del nuestro Orden, ya que ésta viene a ser fruto de todo
un proceso que dura unos cuantos años, desde la salida de un grupo de monjes de
Molesmes a Citeaux, hasta establecer el marco relacional que está simbolizado
por la Carta Caritatis.
Se dice
habitualmente que nuestros padres fundadores no buscan vivir la literalidad de
la Regla, sino vivir intensamente su espíritu con la máxima fidelidad posible.
Los monjes de Citeaux eran monjes conventuales de un monasterio benedictino, que
había profesado según la Regla de san Benito, y habían abandonado Molesmes no
para crear una nueva forma de vida monástica, como lo hizo, por ejemplo, san
Bruno con la Cartuja, sino para ajustarse mejor al proyecto de vida propuesto
por san Benito.
El monasterio,
según san Benito, estaba formado por unos hombres o mujeres que se apartaban
del mundo para llevar una vida de plegaria, lectura y trabajo juntos. Poco a
poco, el clericalismo, los grandes edificios, las muchas rentas y propiedades y
la centralidad, cuando no la exclusividad del servicio litúrgico, fue dando la
imagen de un grupo huido de las miserias de este mundo, y la certeza de haber
conseguido la salvación. A lo largo del siglo XI son muchos los que se
planteaban encontrar una vida más intensa, teniendo como referencia la
concepción de la primitiva vida monástica y no la vida en un monasterio como un
estado de perfección, sino como una vocación personal de servicio a Cristo en
la pobreza, la sencillez, el trabajo, la plegaria y la obediencia. Así nacen
los cistercienses fruto del espíritu de una época, como una reacción ante una
realidad que san Bernardo sintetiza diciendo: “que lejos estamos de los
monjes que vivían en tiempo de san Antonio”.
También san
Elredo plantea que el peso de la observancia no es un obstáculo para el
desenvolvimiento de la caridad del alma. La ascesis monástica puede parecer
penosa, pero esta dureza no es por el yugo de Cristo que siempre es suave y
ligero, sino por nuestros malos deseos que nos oprimen. Si nos pesan ciertas
observancias, quizás es porque son precisamente los instrumentos apropiados
para sintonizar con la voluntad del Señor. En este sentido escribe en el
“Espejo de la caridad”:
“No
padezco por haberme sometido al yugo de Cristo, sino por no haberme librado del
yugo de la concupiscencia. A la concupiscencia se la reprime fácilmente con la
moderación en la comida; la aflicción de las vigilias da vigor a un corazón
débil y voluble; el silencio mitiga la ira; la aplicación al trabajo reprime la
acedía del alma”.
Sirve esta
alusión a nuestra historia particular para situar lo que san Benito nos dice
hoy. Que debemos tener como fuente la Regla y la tradición, entendida en el
sentido del Vaticano II, como fuente de inspiración interpretando los signos de
los tiempos. La vida monástica se transmite de padres a hijos, espiritualmente
hablando. Así, una comunidad, fundamentalmente un maestro de novicios, se
encarga de la formación de los novicios, pero es toda la comunidad también, quien
transmite una manera de vivir, que no son solo costumbres, sino un espíritu
vivo.
El Papa
Francisco alerta, a menudo que nuestra vida no puede reducirse a una ideología;
no podemos caer en el gnosticismo, en una visión en exceso teórica, en un
pelagianismo como el que, según el Papa, se manifiesta en algunas
congregaciones que lo apuestan todo por la perfección y el cumplimiento de unas
normas. Las normas, las costumbres, las tradiciones, no deben ser como una soga
que nos ahoga, sino una ayuda, un medio, un instrumento, para poder vivir
aquello que es fundamental: el espíritu de la Regla.
Para transmitir
esta manera de vivir es importante que cada uno de nosotros, como monjes, y
todos como comunidad, la vivamos con autenticidad, no buscando subterfugios
para escapar de nuestra responsabilidad, sino viviendo de acuerdo con el
espíritu de la Regla. Entonces, todo nos será más fácil para alcanzar nuestro
objetivo.
Esta es nuestra
responsabilidad: vivir el espíritu de la Regla con autenticidad y libertad, ser
testimonios de esta vida, ejemplo para quienes vengan detrás de nosotros. Que
no tengamos que escuchar la reprimenda de san Bernardo en su Apología:
“El
que he dicho, sí, parece muy duro, pero debo decir la verdad. ¿Será posible se
haya transformado en tiniebla? ¿Qué la sal se haya vuelto insípida? Los que,
con su vida, debían estar en camino hacia la vida han pasado a ser ciegos que
guían a otros ciegos, a causa de la soberbia con que realizan sus obras”.
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