domingo, 19 de abril de 2020

CAPÍTULO 18 EN QUÉ ORDEN SE HA DE DECIR LA SALMODIA

CAPÍTULO 18
EN QUÉ ORDEN SE HA DE DECIR LA SALMODIA

En primer lugar, se ha de comenzar con el verso «Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme», gloria y el himno de cada hora. 2 El domingo a prima se recitarán cuatro secciones del salmo 118. 3 En las restantes horas, es decir, en tercia, sexta y nona, otras tres secciones del mismo salmo 118. 4 En prima del lunes se dirán otros tres salmos: el primero, el segundo y el sexto. 5 Y así, cada día, hasta el domingo, se dicen en prima tres salmos, por su orden, hasta el 19; de suerte que el 9 y el 17 se dividan en dos glorias. 6 De este modo coincidirá que el domingo en las vigilias se comienza siempre por el salmo 20. 7 En tercia, sexta y nona del lunes se dirán las nueve secciones restantes del salmo 118; tres en cada hora. 8 Terminado así el salmo 118 en dos días, o sea, entre el domingo y el lunes, 9 a partir del martes, a tercia, sexta y nona se dicen tres salmos en cada hora, desde el 119 hasta el 127, que son nueve salmos; 10 los cuales se repiten siempre a las mismas horas hasta el domingo, manteniendo todos los días una disposición uniforme de himnos, lecturas y versos. 11 De esta manera, el domingo se comenzará siempre con el salmo 118. 12Las vísperas se celebrarán cada día cantando cuatro salmos. 13Los cuales han de comenzar por el 109 hasta el 147, 14a excepción de los que han de tomarse para otras horas, que son desde el 117 hasta el 127 y desde el 133 hasta el 142. 15Los restantes se dirán en vísperas. 16Y como así faltan tres salmos, se dividirán los más largos, o sea, el 138, el 143 y el 144. 17En cambio, el 116, por ser muy corto, se unirá al 115. 18Distribuido así el orden de la salmodia vespertina, todo lo demás, esto es, la lectura, el responsorio, el himno, el verso y el cántico evangélico, se hará tal como antes ha quedado dispuesto. 19En completas se repetirán todos los días los mismos salmos: el 4, el 90 y el 133. 20Dispuesto el orden de la salmodia para los oficios diurnos, todos los salmos restantes se distribuirán proporcionalmente a lo largo de las siete vigilias nocturnas, 21 dividiéndose los más largos de tal forma, que para cada noche se reserven doce salmos. 22Pero especialmente queremos dejar claro que, si a alguien no le agradare quizá esta distribución del salterio, puede distribuirlo de otra manera, si así le pareciere mejor, 23 con tal de que en cualquier caso observe la norma de recitar íntegro el salterio de 150 salmos durante cada una de las semanas, de modo que se empiece siempre en las vigilias del domingo por el mismo salmo. 24Porque los monjes que en el curso de una semana reciten menos de un salterio con los cánticos acostumbrados, mostrarán muy poco fervor en el servicio a que están dedicados 25cuando podemos leer que nuestros Padres tenían el coraje de hacer en un solo día lo que ojalá nosotros, por nuestra tibieza, realicemos en toda una semana.

Escribía estos días un monje, colaborador habitual de Cataluña Cristiana que “vemos renacer estos días, por la red católica, toda una muestra de devociones piadosas: Vía-Crucis, rosarios, exposiciones del Santísimo… de alguna como recursos contra el miedo. ¿Y los Salmos? Se preguntaba”.

“Si los reencontramos descubriremos en ellos, y en nosotros, una fuerza inesperada, en estos momentos en que la necesitamos, un tesoro de belleza y de sabiduría incomparable”…[1]  No se trata de infravalorar otras plegarias, sino de singularizar, de poner en un primer plano los Salmos como la plegaria con mayúsculas.

Los Salmos son una riqueza de la Iglesia, heredada del AT, que el mundo monástico preserva de manera especial, y que el Concilio Vaticano II ha puesto de nuevo en el centro de la plegaria, también para los fieles, mediante el Oficio Divino, la Liturgia de las Horas. Una plegaria milenaria que adquiere todo su sentido a la luz de los antecedentes judíos. Una plegaria cristológica en tanto que fue la plegaria utilizada por el mismo Jesús para dirigirse al Padre. Jesús, como dice el P. Hilario Raguer, acepta el sistema de la oración oficial judía e infunde un nuevo espíritu, y cuando nos invita a orar en secreto es para dar a entender que tanto en privado como en público se trata sobre todo de agradar a Dios.

A todo esto, no es ajeno San Benito. A lo largo de la Regla establece la estructura del Oficio Divino, e insiste en la centralidad de la plegaria mediante los Salmos, que nuestros Santos Padres hacían en su totalidad cada día, mientras que nosotros, lo llegamos a cumplir en una semana.
Hay diversas maneras de profundizar en esta plegaria tan cercana. Una, a través de la estructura literaria de sus autores, de su formación, del contexto donde nacieron, del estudio; a través de los diferentes sentimientos humanos que ponen de relieve: Alegría, reconocimiento, acción de gracias, amor, ternura, entusiasmo; también el sufrimiento, petición de ayuda y de justicia… todo un amplio abanico de sentimientos del ser humano que experimenta a lo largo de su existencia, y que Jesús compartió a través de su humanidad. En los Salmos el ser humano se encuentra consigo mismo, se puede reconocer en los diferentes momentos de su vida con el mensaje que nos presentan.

Los Padres de la Iglesia son quienes han sabido presentarlos en clave cristológica. Nos ayudan a contemplar a Cristo orante, a través de la plenitud de su misterio, y que nos llega todo ello a través de la Tradición de la Iglesia. Los Padres estaban convencidos de que en los Salmos nos habla Cristo, pero además se dirigen hacia el mismo Cristo, y que incluso es el mismo Cristo quien habla en ellos. Leer, orar, el salterio a la luz del misterio de Cristo nos hace conscientes, a la vez, de su dimensión comunitaria eclesial. Por ello han podido ser asumidos como una oración del pueblo de Dios para hacerla en comunidad, para ser orados, fundamentalmente, en comunión, con una sola voz.

Detengámonos tan solo en un punto concreto de este capítulo, y que repetimos como mínimo cuatro veces cada día, sin ser del todo conscientes de lo que significa. Es el verso introductorio: Dios ven en nuestro auxilio, date prisa en socorrernos.

Señor, ven a ayudarme… Los antiguos monjes, seguros de ser, de alguna manera, instrumentos del Espíritu Santo, y convencidos por su fe que los versos del Salmo proporcionan una energía particular, que solo puede venir del Espíritu Santo, manifestaban esta convicción utilizando los Salmos como una plegaria jaculatoria que viene de la palabra latina “iacullum”, es decir “dardo”. Eran expresiones sálmicas, muy breves, que podían ser utilizadas para repetidas y lanzadas como si fueran flechas incendiarias contra las tentaciones o cualquier otra situación difícil.

En este sentido, Juan Casiano nos habla de que algunos monjes habían descubierto la eficacia extraordinaria del breve “íncipit” del Salmo 70(69), que, desde entonces, y hasta hoy, viene a ser la puerta de entrada a la Liturgia de las Horas.

Pidamos al Señor que venga a salvarnos, hagámoslo de corazón al empezar cada plegaria, porque en los Salmos, como escribía Dietrich Bonhoeffer ora David, Salomón y Cristo, y ahora también nosotros, y, con nosotros, toda la comunidad. Por la riqueza del Salterio participamos de Cristo y de su comunidad haciendo camino hacia Dios




[1] Fray Luis Solá Ensanchar el corazón en el peligro. Cataluña Cristiana, 19,04, 2020

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