lunes, 13 de abril de 2020

CAPITULO 7,59 LA HUMILDAD


CAPITULO 7,59 LA HUMILDAD

El décimo grado de humildad es que el monje no se ría fácilmente y en seguida, porque está escrito: «El necio se ríe estrepitosamente».

¿No le parece bien a san Benito que los monjes rían? En cualquier caso, sorprende que en un capítulo tan trascendente como éste, uno de los grados de la humildad esté destinado al reír. No obstante, no es un tema ausente de la Regla: 

En el capítulo IV, cuando habla de las buenas obras nos dice que el monje “no debe decir palabras vanas o que den lugar a la risa. No debe ser amigo de reír mucho o estruendosamente”. En el capítulo V nos dice que las groserías o las palabras ociosas y que hacen reír, las condenamos en todo lugar a eterna reclusión, y no permitimos que el discípulo abra la boca para este tipo de expresiones. En el grado undécimo dice: el grado once de la humildad es cuando el monje al hablar, lo hace suavemente y sin reír, humildemente y con gravedad, y hablas pocas palabras y con sabiduría, sin voces fuertes, tal como está escrito: “el sabio se da a conocer por las pocas palabras”. O el capítulo XLIX al hablar sobre la Cuaresma nos dice que en el camino de la Pascua es necesario no hablar mucho ni hacer bromas.

Hay una relación evidente entre el reír, el hacer broma y el silencio. San Benito nos habla más de una actitud que de hechos puntuales, porque, evidentemente, a lo largo de nuestra vida comunitaria hay muchas situaciones que pueden provocar la sonrisa. En el fondo, el centro está en la actitud con que reímos, cómo tomamos nuestra vida de monjes. No debe ser con un semblante triste, pues, siempre, la nuestra debe ser una actitud de corazón y no hacia la galería. Si muestro una actitud determinada, pero el desprecio inunda mi corazón, estoy en falso. La tentación nos asalta, es fácil caer en un comentario con el más próximo que puede dar lugar a la risa, como en el caso, por ejemplo, del refectorio o de una lectura… En todo lugar, y sobre todo en la iglesia, debemos evitar todo comentario vano, ese reír necio del que habla san Benito. Si hay que hacer una indicación, que a veces será necesario, siempre hay maneras eficaces de hacerlo. Evitando todo exceso. Recordemos lo que san Benito nos dice en el capítulo XX de la Regla sobre la actitud en la salmodia, cuando nos dice de estar allí donde debemos estar, y si creemos que Dios está presente en todo lugar debemos creerlo sobre todo cuando estamos en el Oficio Divino.

El razonamiento de san Benito sobre el reír necio arraiga de hecho en su entorno cultural. Clemente de Alejandría ya habla no de eliminar la risa, sino de hacerlo en el momento oportuno. San Ambrosio, san Jerónimo, Basilio o san Juan Crisóstomo consideran que el reír desvía la atención hacia el cuerpo y, que por ello, aleja de Dios. En todos ellos está presente una reacción hacia la excesiva mundanidad de la sociedad en que viven, y que consideran que dificulta la vida espiritual.
San Benito, como no podía ser de otra manera, es heredero de una tradición y la asume. Pero, ciertamente, el mismo san Benito nunca renuncia a la ironía, a un fino sentido del humor. Es éste, seguramente, el sentido con que debemos interpretar hoy este grado de la humildad de condenar un reír fácil y necio, y buscando proyectarnos hacia una madurez espiritual. Debemos tener presente el contexto en el que habla san Benito, a dos grados del final de esta escala sobre la humildad, por la cual exaltándonos bajamos, y humillándonos subimos.

La humildad que se basa en la conciencia de nuestros propios defectos, debilidades y carencias, si la vivimos con autenticidad nos libera poco a poco, pero esto nos cuesta por el peso de nuestro orgullo. Si nos tomamos seriamente la vida y el respeto a los otros no debe haber lugar para una risa necia.

Como escribe una comentarista del texto (Joan Chisttiter, Espíritu radical. Doce maneras de vivir una vida libre y auténtica) ningún otro grado de la humildad es tan claro como éste sobre lo que significa tener un ego excesivo, y cuando neciamente reímos de otros, estamos abandonando toda pretensión de madurar espiritualmente. La humildad no es falsa modestia, sino nuestra capacidad de sentirnos a gusto con la verdad de lo que somos y de lo que no llegamos a ser, en aciertos y errores. Escribe esta autora que las personas verdaderamente humildes no se permiten actuar como los abusadores del patio de una escuela, que riendo de los otros, murmurando, o de otras maneras, no demuestran sino un falso y nocivo sentido de la superioridad que no implica ser mejores, sino al contrario. Porque lo que hemos venido a hacer al monasterio es seguir a Cristo, no a satisfacer nuestro ego.

San Benito busca aquí mostrarnos su interés para que vengamos a ser equilibrados y justos en todo momento, y esto no lo conseguiremos si buscamos imponer nuestra voluntad, nuestro capricho, por encima de todo, faltando a la verdad, o adornándola de tal manera que sea difícil de reconocerla, faltando a la caridad o viniendo al menosprecio. La idea de conjunto de esta escala, de la que no podemos saltar los grados de dos en dos o de tres en tres, sino que debemos de recorrer todos los grados, no es otra, como en los instrumentos de las buenas obras, es ponernos delante del peligro que nuestra propia persona nos puede ocasionar en el camino monástico.

Como escribe otra comentarista (es curioso que el contenido de este grado suscite tanta reflexión en las pocas monjas comentaristas de la Regla), san Benito no tiene nada contra el humor si este proviene de una verdadera humildad, de la aceptación de las propias miserias; lo que nos muestra que la soberbia puede acabar por destruir las relaciones humanas (Aquinata Böckman, Commentaire de la Regle de saint Benoit)

Como escribe san Bernardo: “ el que sinceramente quiera conocer la verdad propia de sí mismo, será preciso que saque la viga de su soberbia, porque le impide, que sus ojos conecten con la luz… Entonces podrá encontrar la verdad en sí mismo, o mejor dicho encontrarse a sí mismo en la verdad” (Grados de la humildad y la soberbia)

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