CAPITULO
7,59 LA HUMILDAD
El décimo grado de
humildad es que el monje no se ría fácilmente y en seguida, porque está
escrito: «El necio se ríe estrepitosamente».
¿No le parece bien
a san Benito que los monjes rían? En cualquier caso, sorprende que en un
capítulo tan trascendente como éste, uno de los grados de la humildad esté
destinado al reír. No obstante, no es un tema ausente de la Regla:
En el capítulo IV,
cuando habla de las buenas obras nos dice que el monje “no debe decir
palabras vanas o que den lugar a la risa. No debe ser amigo de reír mucho o
estruendosamente”. En el capítulo V nos dice que las groserías o las
palabras ociosas y que hacen reír, las condenamos en todo lugar a eterna
reclusión, y no permitimos que el discípulo abra la boca para este tipo de
expresiones. En el grado undécimo dice: el grado once de la humildad es cuando
el monje al hablar, lo hace suavemente y sin reír, humildemente y con gravedad,
y hablas pocas palabras y con sabiduría, sin voces fuertes, tal como está
escrito: “el sabio se da a conocer por las pocas palabras”. O el
capítulo XLIX al hablar sobre la Cuaresma nos dice que en el camino de la
Pascua es necesario no hablar mucho ni hacer bromas.
Hay una relación
evidente entre el reír, el hacer broma y el silencio. San Benito nos habla más
de una actitud que de hechos puntuales, porque, evidentemente, a lo largo de
nuestra vida comunitaria hay muchas situaciones que pueden provocar la sonrisa.
En el fondo, el centro está en la actitud con que reímos, cómo tomamos nuestra
vida de monjes. No debe ser con un semblante triste, pues, siempre, la nuestra
debe ser una actitud de corazón y no hacia la galería. Si muestro una actitud
determinada, pero el desprecio inunda mi corazón, estoy en falso. La tentación
nos asalta, es fácil caer en un comentario con el más próximo que puede dar
lugar a la risa, como en el caso, por ejemplo, del refectorio o de una lectura…
En todo lugar, y sobre todo en la iglesia, debemos evitar todo comentario vano,
ese reír necio del que habla san Benito. Si hay que hacer una indicación, que a
veces será necesario, siempre hay maneras eficaces de hacerlo. Evitando todo
exceso. Recordemos lo que san Benito nos dice en el capítulo XX de la Regla
sobre la actitud en la salmodia, cuando nos dice de estar allí donde debemos
estar, y si creemos que Dios está presente en todo lugar debemos creerlo sobre
todo cuando estamos en el Oficio Divino.
El razonamiento de
san Benito sobre el reír necio arraiga de hecho en su entorno cultural.
Clemente de Alejandría ya habla no de eliminar la risa, sino de hacerlo en el
momento oportuno. San Ambrosio, san Jerónimo, Basilio o san Juan Crisóstomo
consideran que el reír desvía la atención hacia el cuerpo y, que por ello,
aleja de Dios. En todos ellos está presente una reacción hacia la excesiva mundanidad
de la sociedad en que viven, y que consideran que dificulta la vida espiritual.
San Benito, como
no podía ser de otra manera, es heredero de una tradición y la asume. Pero,
ciertamente, el mismo san Benito nunca renuncia a la ironía, a un fino sentido
del humor. Es éste, seguramente, el sentido con que debemos interpretar hoy
este grado de la humildad de condenar un reír fácil y necio, y buscando
proyectarnos hacia una madurez espiritual. Debemos tener presente el contexto
en el que habla san Benito, a dos grados del final de esta escala sobre la
humildad, por la cual exaltándonos bajamos, y humillándonos subimos.
La humildad que se
basa en la conciencia de nuestros propios defectos, debilidades y carencias, si
la vivimos con autenticidad nos libera poco a poco, pero esto nos cuesta por el
peso de nuestro orgullo. Si nos tomamos seriamente la vida y el respeto a los
otros no debe haber lugar para una risa necia.
Como escribe una
comentarista del texto (Joan Chisttiter, Espíritu radical. Doce maneras de
vivir una vida libre y auténtica) ningún otro grado de la humildad es tan
claro como éste sobre lo que significa tener un ego excesivo, y cuando
neciamente reímos de otros, estamos abandonando toda pretensión de madurar
espiritualmente. La humildad no es falsa modestia, sino nuestra capacidad de
sentirnos a gusto con la verdad de lo que somos y de lo que no llegamos a ser,
en aciertos y errores. Escribe esta autora que las personas verdaderamente
humildes no se permiten actuar como los abusadores del patio de una escuela,
que riendo de los otros, murmurando, o de otras maneras, no demuestran sino un
falso y nocivo sentido de la superioridad que no implica ser mejores, sino al
contrario. Porque lo que hemos venido a hacer al monasterio es seguir a Cristo,
no a satisfacer nuestro ego.
San Benito busca
aquí mostrarnos su interés para que vengamos a ser equilibrados y justos en
todo momento, y esto no lo conseguiremos si buscamos imponer nuestra voluntad,
nuestro capricho, por encima de todo, faltando a la verdad, o adornándola de
tal manera que sea difícil de reconocerla, faltando a la caridad o viniendo al
menosprecio. La idea de conjunto de esta escala, de la que no podemos saltar
los grados de dos en dos o de tres en tres, sino que debemos de recorrer todos
los grados, no es otra, como en los instrumentos de las buenas obras, es
ponernos delante del peligro que nuestra propia persona nos puede ocasionar en
el camino monástico.
Como escribe otra
comentarista (es curioso que el contenido de este grado suscite tanta reflexión
en las pocas monjas comentaristas de la Regla), san Benito no tiene nada contra
el humor si este proviene de una verdadera humildad, de la aceptación de las
propias miserias; lo que nos muestra que la soberbia puede acabar por destruir
las relaciones humanas (Aquinata Böckman, Commentaire de la Regle de saint
Benoit)
Como escribe san
Bernardo: “ el que sinceramente quiera conocer la verdad propia de sí mismo,
será preciso que saque la viga de su soberbia, porque le impide, que sus ojos
conecten con la luz… Entonces podrá encontrar la verdad en sí mismo, o mejor
dicho encontrarse a sí mismo en la verdad” (Grados de la humildad y la
soberbia)
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