CAPÍTULO
67
LOS
MONJES ENVIADOS DE VIAJE
1 Los monjes que van a
salir de viaje se encomendarán a la oración de los hermanos y del abad, 2 y en
las preces conclusivas de la obra de Dios se recordará siempre a todos los
ausentes. 3 Al regresar del viaje los hermanos, el mismo día que vuelvan, se
postrarán sobre el suelo del oratorio en todas las horas al terminarse la obra
de Dios, 4 para pedir la oración de todos por las faltas que quizá les hayan
sorprendido durante el camino viendo alguna cosa inconveniente u oyendo
conversaciones ociosas. 5 Nadie se atreverá a contar a otro algo de lo que haya
visto o escuchado fuera del monasterio, porque eso hace mucho daño. 6 Y el que
se atreva a hacerlo será sometido a la sanción de la regla. 7 Otro tanto ha de
hacerse con el que tuviera la audacia de salir fuera de la clausura del
monasterio e ir a cualquier parte, o hacer alguna cosa, por insignificante que
sea, sin autoridad del abad.
“Hacemos
todo lo que podemos para unirnos en la plegaria, suplicando los unos por los
otros… De esta forma, además de cumplir el mandamiento, nos estimulamos en la
caridad; y cuando digo caridad intento expresar con esta palabra el conjunto de
todos los bienes” (San Juan Crisóstomo, Hom. 2 Cor 2-4-5)
La
plegaria tiene un papel fundamental en nuestra vida; a la cual no debemos anteponer
nada. Por esto es un vehículo privilegiado de comunión, orando juntos, orando
unos por otros, estimulándonos para una vida de caridad.
Un
vínculo tan fuerte debe ser la plegaria que, incluso cuando estamos separados,
cuando un hermano marcha de viaje, sigue siendo un vínculo de unión. No nos
unen vínculos de amistad desde un punto de vista humano, porque a la comunidad
nos unimos por amor a Cristo, y no por otras razones humanas. Y a todos nos une
el mismo objetivo: buscar a Dios, buscar una vida cristocéntrica.
Por
esto, cuando estamos juntos debemos cuidar la plegaria, ser conscientes de lo
que estamos haciendo, de a quien nos dirigimos, y con quién lo estamos llevando
a cabo. Si este carácter armónico y unitario da sentido a nuestra plegaria,
entonces lo que nos dice san Benito adquiere un sentido pleno, pues el hermano
ausente recordará a la comunidad cuando oré solo allí donde se halla, y ésta
recordará al hermano ausente.
No es
fácil, en ocasiones, para el ausente, encontrar un espacio y un tiempo para
orar con una mínima calma, o en silencio. A veces será en un aeropuerto o en un
avión, en una estación, o una sala de espera, en un hospital, en un sala de
espera… Orando en estas condiciones difíciles es cuando esta comunión
espiritual con toda la comunidad nos puede ayudar a orar con profundidad y
concentración, que es cuando la plegaria es de verdadero provecho.
En la
época de san Benito los viajes no eran habituales ni fáciles como lo vienen a
ser ahora, pero lo que sucedía en aquella época, como en la nuestra, es que
cuando nos salimos de nuestro marco habitual, de un ritmo más pausado, la
plegaria puede suponer una mayor dificultad. Entonces, mantener el ritmo de la
plegaria nos permite también mantener también la comunión espiritual con la
comunidad de la que estamos ausentes.
Un
segundo aspecto o dificultad que se puede presentar es la dispersión. También
lo tiene en cuenta san Benito cuando nos propone acogernos a la plegaria. Pide
al monje que ha de salir, encomendarse a la plegaria de todos lo hermanos, y
que cuando vuelva lo haga de nuevo pidiendo el perdón del Señor por todas las
faltas en las que haya podido caer. Quizás esta falta sea, precisamente, no
haber puesto todo el interés en el Oficio, o menospreciarlo en uno u otro
momento, o no haber puesto todo el interés en el Oficio.
Todavía
nos advierte contra un tercer peligro: el explicar lo que hemos podido ver o
sentir fuera del monasterio, y causar, así, daño a los hermanos. A veces caemos
en esta trampa no queriendo causar daño, pero quizás, buscando, infantilmente,
llamar la atención o la admiración de los demás, explicando unos hechos que nos
han sucedido o vividos, podemos llevar a la comunidad un cierto malestar. Aquí
san Benito nos habla de castigo por esta conducta.
San
Benito sabe que somos humanos, débiles, por lo cual tiene conciencia de que
podemos tener la tentación de salir del recinto monástico por cualquier motivo
sin permiso, o sin comunicarlo a nadie. Este es el cuarto peligro del que nos
habla san Benito en este capítulo, porque es un hecho que puede suceder.
Para
evitar todas estas circunstancias, nada adecuadas para un monje, será preciso
pedir la plegaria de los hermanos. Orar por los ausentes es la fórmula que nos
propone san Benito, lo cual no es una mala fórmula.
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