domingo, 21 de marzo de 2021

PRÓLOGO 1-7

 

PRÓLOGO  1-7

Escucha, hijo, estos preceptos de un maestro, aguza el oído de tu corazón, acoge con gusto esta exhortación de un padre entrañable y ponla en práctica, 2 para que por tu obediencia laboriosa retornes a Dios, del que te habías alejado por tu indolente desobediencia. 3A ti, pues, se dirigen estas mis palabras, quienquiera que seas, si es que te has decidido a renunciar a tus propias voluntades y esgrimes las potentísimas y gloriosas armas de la obediencia para servir al verdadero rey, Cristo el Señor. 4Ante todo, cuando te dispones a realizar cualquier obra buena, pídele con oración muy insistente y apremiante que él la lleve a término, 5 para que, por haberse dignado contarnos ya en el número de sus hijos, jamás se vea obligado a afligirse por nuestras malas acciones. 6 Porque, efectivamente, en todo momento hemos de estar a punto para servirle en la obediencia con los dones que ha depositado en nosotros, de manera que no sólo no llegue a desheredarnos algún día como padre airado, a pesar de ser sus hijos, 7 sino que ni como señor temible, encolerizado por nuestras maldades, nos entregue al castigo eterno por ser unos siervos miserables empeñados en no seguirle a su gloria.

 

Cuatro veces al año escuchamos estas palabras, dado que cuatro veces al año leemos la Regla. Esta es la ley bajo la cual queremos militar, el yugo del que no podemos sustraernos después de haber pensado y aceptar este compromiso. No es casual la decisión de comenzar la primera de las lecturas un 21 de Marzo, fiesta del tránsito de san Benito, ya que su personalidad es fundamental todavía después de quince siglos.

Pero no se trata de sentir sino de escuchar; porque la Regla la podemos sentir cuatro veces, pero podemos escuchar nuestra propia voz que nos explicita nuestro propio gusto y no el de san Benito. El autor de la Regla no desea que le sigamos a él, sino que nos traslada su propia experiencia buscando que nos pongamos también en manos de Dios. Benito ha escuchado atenta y generosamente la voz del Señor, y, bajo la guía del Evangelio, nos ha dejado este manual o inicio, como dice él, de vida monástica.

San Gregorio Magno comienza el libro de los Diálogos definiendo a san Benito como un hombre de Dios y un hombre para los demás. Esta humanidad es su grandeza, y también la nuestra. En el Prólogo nos dice que el Señor se ha dignado contarnos en el número de sus hijos, y por esto no debemos contristarlo con nuestras malas obras, sino obedecerlo poniendo los dones recibidos al servicio de Dios y de los hermanos.

De esta manera san Benito, de vida venerable, bendito por la gracia de Dios, lo consigue siguiendo la recomendación que nos hace también a nosotros, que viene a ser el conceder la primacía en todo a Cristo. Todo el texto de la Regla rezuma cristocentrismo. San Benito  concibe la vida del monje, la distribución de toda la jornada, en la línea de que mediante el trabajo de la obediencia volvamos a Aquel del que nos hemos apartado por la desobediencia.

Con la Regla, con la visión de la vida monástica y cristiana de san Benito, llegaba a la Iglesia y la sociedad de su tiempo, una nueva concepción, profundamente humanista, arraigada en la tierra y en la sociedad, a la obra creada por Dios y a los hermanos, pero a la vez dirigida hacia el Reino, hacia la vida eterna que es nuestra meta. Este viaje hacia la vida eterna nos lo propone hacerlo profundamente arraigados en el mundo, y contemplándolo como una obra de Dios, y viviendo en él como lo vivió Cristo. No es fácil el camino en este clave; por esto san Benito nos va dando insrumentos para avanzar correctamente, a la vez que nos advierte de los peligros, que no son ciertamente pocos.

Los que nos debe mover siempre es buscar a Dios, darnos a Dios, procurar servirlo en los hermanos, lo cual no podemos llevarlo a cabo si no estamos en una actitud de escucha, pues es Dios quien nos llama a esta vida. Si en nuestro proceso vocacional o incluso a lo largo de nuestra vida monástica, comenzamos por calcular como vivir en el monasterio, como desearía que fuese la comunidad… estamos entonces más atentos a nuestra propia voz que a la voz de Dios.

¿Qué quiere Dios de nosotros?

Esta es la pregunta clave, pero con frecuencia nos la podemos formular en sentido inverso, diciéndonos: ¿Qué quiero yo de Dios? Con este planteamiento solamente habría una respuesta posible: “que me salve”.

Preparar el oído del corazón, saber escuchar, acoger de buen grado y ponerlo en práctica, es, en definitiva, la vocación o la vida monástica. La iniciativa la tiene siempre Dios; es a él a quien debemos escuchar, No somos nosotros los que elegimos; es Dios quien nos elige y nos marca el camino. Pero en nosotros está el responder a su llamada. Con frecuencia sentimos de algún candidato a la vida monástica que se siente monje desde el fondo de su corazón, pero que en este momento no se ve con ánimo de tomar la decisión, que quizás si la comunidad cambiara en cierto sentido, o hubiera otro superior… podría tomar la decisión de incorporarnos a la larga espera de la corona futura, en expresión de san Juan Crisóstomo.

Renunciando a los propios deseos para militar por Cristo, así debemos caminar, nos dice san Benito, el hombre que ha estado tentado y que libre ya de toda tentación de hacer su voluntad, no quiere anteponer nada a la voluntad del Señor. Él, que nos dirige ahora su palabra llena de experiencia, de sabiduría y de bondad.

                                                       

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