CAPÍTULO 7,
44-48
LA HUMILDAD
El
quinto grado de humildad es que el monje con una humilde confesión manifieste a
su abad los malos pensamientos que le vienen al corazón y las malas obras
realizadas ocultamente. 45 La Escritura nos exhorta a ello cuando nos dice:
«Manifiesta al Señor tus pasos y confía en él». 46Y también dice el profeta:
«Confesaos al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia». 47Y en
otro lugar dice: «Te manifesté mi delito y dejé de ocultar mi injusticia.
48Confesaré, dije yo, contra mí mismo al Señor mi propia injusticia, y tú
perdonaste la malicia de mi pecado».
Escribe
Dom Pierre Miquel que en la Regla hay un capítulo sobre cómo debe ser el abad,
otro sobre el Prior, y un tercero referente al mayordomo, pero no lo hay acerca
de cómo debe ser el monje. (Conocer Benito, p.221)
Primero
hay que partir de que el abad, el prior y el mayordomo son monjes, y que su
vida física y monástica tiene un antes y un después de los cargos que ocupan, o
de los servicios que prestan. Como dice san Bernardo, el monje lo hace la
vocación y al abad el servicio, lo cual es válido para toda responsabilidad en
una comunidad, pues, a veces, el servicio puede ser un peligro para la misma
vocación monástica si no cuida su salud espiritual. Los elementos que nos
ayudan a mantener esta salud espiritual los deja bien explícitos san Benito en
los capítulos IV sobre los Instrumentos de las buenas obras, y en el VI sobre
la humildad. Todo gira en torno a estas dos premisas: las buenas obras y la humildad.
San
Benito sabe bien que a lo largo de nuestra vida de monjes nos vienen al
pensamiento cosas malas: de pensamiento, palabra, obra y misión. Es algo que
sabe bien san Benito. En este quinto grado de la humildad, una vez hemos pasado
por el temor de Dios, por hacer su voluntad, por ser obedientes, nos dice que
nos debemos sentir débiles, pecadores y confiar en la misericordia del Señor.
No nos
habla aquí de la confesión sacramental, ni tampoco de lo que podría afectar a
un capítulo de culpas comunitario, sino de lo que puede ser la raíz de los
malos pensamientos, que son la fuente de donde nacen nuestros pecados y faltas.
Todos
los pecados que ensucian nuestra alma, nos alejan de Dios, y nacen de nuestros
malos pensamientos: la mentira, falsedad, ofensa, vanagloria, soberbia… tiene
su origen en el pensamiento.
“Vigila
tus pensamientos, vendrán a ser palabras; vigila tus palabras, vendrán a ser
acciones; vigila tus acciones, vendrán a ser hábitos; vigila tus hábitos,
vendrán a ser tu carácter; vigila tu carácter, vendrá a ser tu destino” (Lao
Tse, pensador chino del s. VI antes Cristo) Y es que si no
tuviéramos malos pensamientos sería muy difícil pecar.
¿Cuántas
veces nos servimos de la frase: “no he podido más y me ha salido lo que llevaba
dentro desde hace tiempo”, para justificarnos ante un hermano con quien hemos
tenido un problema?
Necesitamos
practicar el temor de Dios y la paciencia, buscar siempre de hacer la voluntad
del Señor; nos lo dice san Benito antes de llegar a este grado de la humildad.
A veces, incluso parece que nos molesta hasta nuestra vocación, pues cuando nos
asaltan los malos pensamientos acabamos por perder la claridad que habíamos
conseguido. Es preciso quitarlos de nosotros.
Pero
en este breve grado san Benito no se detiene solo en los malos pensamientos,
sino en las faltas cometidas en secreto, aquellas que creemos no ve ninguno, o
que quedan en la impunidad. San Mateo en el capítulo VI de su evangelio nos
dice que el Padre ve lo que hacemos secretamente, y sabe lo que estamos
haciendo, el bien o el mal. Nuestras acciones malas no quedan nunca ni ocultas
ni impunes. Por lo tanto, lo más acertado es confesarlas y limpiar nuestra
conciencia acudiendo a la misericordia de Dios, de la cual nunca debemos
desesperar.
Escribía
Dom Godofredo, abad del Cister:
Demos
a conocer, en primer lugar, los malos pensamientos que nos molestan, y a los
que resistimos; de lo cuales, por tanto, no somos culpables. Estas tentaciones
las tienen todos, y aunque no consentimos en ellas cuando nos asaltan nos
humillan… Hay pensamientos que nos obsesionan, nos persiguen sin dejarnos un
momento de reposo… “”cuando soy débil es cuando soy realmente fuerte”,
escribe san Pablo (2Cor 12,10). He aquí la humildad práctica reflexionada
en la desconfianza hacia uno mismo y en la confianza en Dios… Cuando tropezamos
en las pruebas del cuarto grado es cuando sentimos nuestra miseria, creyéndonos
capaces de todo y tenemos vergüenza de nosotros mismos. Son momentos fáciles
para perder el coraje, y son precisamente los momentos en que necesitamos dar
testimonio de nuestra absoluta confianza en la misericordia de Dios” (La
humildad según san Benito, p. 213-214)
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