domingo, 11 de julio de 2021

CAPÍTULO 7, 44-48 LA HUMILDAD

 

CAPÍTULO 7, 44-48

LA HUMILDAD

El quinto grado de humildad es que el monje con una humilde confesión manifieste a su abad los malos pensamientos que le vienen al corazón y las malas obras realizadas ocultamente. 45 La Escritura nos exhorta a ello cuando nos dice: «Manifiesta al Señor tus pasos y confía en él». 46Y también dice el profeta: «Confesaos al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia». 47Y en otro lugar dice: «Te manifesté mi delito y dejé de ocultar mi injusticia. 48Confesaré, dije yo, contra mí mismo al Señor mi propia injusticia, y tú perdonaste la malicia de mi pecado».

Escribe Dom Pierre Miquel que en la Regla hay un capítulo sobre cómo debe ser el abad, otro sobre el Prior, y un tercero referente al mayordomo, pero no lo hay acerca de cómo debe ser el monje. (Conocer Benito, p.221)

Primero hay que partir de que el abad, el prior y el mayordomo son monjes, y que su vida física y monástica tiene un antes y un después de los cargos que ocupan, o de los servicios que prestan. Como dice san Bernardo, el monje lo hace la vocación y al abad el servicio, lo cual es válido para toda responsabilidad en una comunidad, pues, a veces, el servicio puede ser un peligro para la misma vocación monástica si no cuida su salud espiritual. Los elementos que nos ayudan a mantener esta salud espiritual los deja bien explícitos san Benito en los capítulos IV sobre los Instrumentos de las buenas obras, y en el VI sobre la humildad. Todo gira en torno a estas dos premisas:  las buenas obras y la humildad.

San Benito sabe bien que a lo largo de nuestra vida de monjes nos vienen al pensamiento cosas malas: de pensamiento, palabra, obra y misión. Es algo que sabe bien san Benito. En este quinto grado de la humildad, una vez hemos pasado por el temor de Dios, por hacer su voluntad, por ser obedientes, nos dice que nos debemos sentir débiles, pecadores y confiar en la misericordia del Señor.

No nos habla aquí de la confesión sacramental, ni tampoco de lo que podría afectar a un capítulo de culpas comunitario, sino de lo que puede ser la raíz de los malos pensamientos, que son la fuente de donde nacen nuestros pecados y faltas.

Todos los pecados que ensucian nuestra alma, nos alejan de Dios, y nacen de nuestros malos pensamientos: la mentira, falsedad, ofensa, vanagloria, soberbia… tiene su origen en el pensamiento.

“Vigila tus pensamientos, vendrán a ser palabras; vigila tus palabras, vendrán a ser acciones; vigila tus acciones, vendrán a ser hábitos; vigila tus hábitos, vendrán a ser tu carácter; vigila tu carácter, vendrá a ser tu destino” (Lao Tse, pensador chino del s. VI antes Cristo) Y es que si no tuviéramos malos pensamientos sería muy difícil pecar.

¿Cuántas veces nos servimos de la frase: “no he podido más y me ha salido lo que llevaba dentro desde hace tiempo”, para justificarnos ante un hermano con quien hemos tenido un problema?

Necesitamos practicar el temor de Dios y la paciencia, buscar siempre de hacer la voluntad del Señor; nos lo dice san Benito antes de llegar a este grado de la humildad. A veces, incluso parece que nos molesta hasta nuestra vocación, pues cuando nos asaltan los malos pensamientos acabamos por perder la claridad que habíamos conseguido. Es preciso quitarlos de nosotros.

Pero en este breve grado san Benito no se detiene solo en los malos pensamientos, sino en las faltas cometidas en secreto, aquellas que creemos no ve ninguno, o que quedan en la impunidad. San Mateo en el capítulo VI de su evangelio nos dice que el Padre ve lo que hacemos secretamente, y sabe lo que estamos haciendo, el bien o el mal. Nuestras acciones malas no quedan nunca ni ocultas ni impunes. Por lo tanto, lo más acertado es confesarlas y limpiar nuestra conciencia acudiendo a la misericordia de Dios, de la cual nunca debemos desesperar.

Escribía Dom Godofredo, abad del Cister:

Demos a conocer, en primer lugar, los malos pensamientos que nos molestan, y a los que resistimos; de lo cuales, por tanto, no somos culpables. Estas tentaciones las tienen todos, y aunque no consentimos en ellas cuando nos asaltan nos humillan… Hay pensamientos que nos obsesionan, nos persiguen sin dejarnos un momento de reposo… “”cuando soy débil es cuando soy realmente fuerte”, escribe san Pablo (2Cor 12,10). He aquí la humildad práctica reflexionada en la desconfianza hacia uno mismo y en la confianza en Dios… Cuando tropezamos en las pruebas del cuarto grado es cuando sentimos nuestra miseria, creyéndonos capaces de todo y tenemos vergüenza de nosotros mismos. Son momentos fáciles para perder el coraje, y son precisamente los momentos en que necesitamos dar testimonio de nuestra absoluta confianza en la misericordia de Dios” (La humildad según san Benito, p. 213-214)

 

 

 

 

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