domingo, 6 de febrero de 2022

CAPÍTULO 33, SI LOS MONJES DEBEN TENER ALGO EN PROPIEDAD

 

CAPÍTULO 33

SI LOS MONJES DEBEN TENER ALGO EN PROPIEDAD

Hay un vicio que por encima de todo se debe arrancar de raíz en el monasterio, 2 a fin de que nadie se atreva a dar o recibir cosa alguna sin autorización del abad, 3 ni a poseer nada en propiedad, absolutamente nada: ni un libro, ni tablillas, ni estilete; nada absolutamente, 4 puesto que ni siquiera les está permitido disponer libremente ni de su propio cuerpo ni de su propia voluntad. 5 Porque todo cuanto necesiten deben esperarlo del padre del monasterio, y no pueden lícitamente poseer cosa alguna que el abad no les haya dado o permitido. 6 Sean comunes todas las cosas para todos, como está escrito, y nadie diga o considere que algo es suyo. 7Y, si se advierte que alguien se complace en este vicio tan detestable, sea amonestado por primera y segunda vez; 8 pero, si no se enmienda, quedará sometido a corrección.

En la Regla no se pide al monje el voto de pobreza, como se pide el de obediencia. Está dentro de lo que llamamos “conversión de costumbres”, y esta peculiaridad es todo un símbolo de que la pobreza o ausencia de posesión de las cosas significa en la vida monástica.

Cuando venimos al monasterio dejamos atrás una serie de cosas, entre ellas una concepción de la propiedad. Esto no implica una falta de lo necesario, sino al contrario, más bien una socialización de bienes. Renunciamos a poseer, a considerar las cosas como nuestras, pero por otro lado recibimos todo aquello que necesitamos, a veces incluso más de lo esperado. San Benito no nos dirá que la propiedad es un robo, como escribía Pierre Joseph Proudhom, el año 1840, escandalizando a la sociedad de su tiempo; y unas décadas antes que Karl Marx afirmara lo mismo con otras palabras. Más bien san Benito nos viene a decir que la propiedad es un vicio, y que el deseo de poseer no es propio de monjes.

San Benito nos habla de una cierta abnegación o renuncia, de valorar todas las cosas que recibimos, tratar todo aquello que hay en el monasterio como vasos sagrados, pero no ambicionar poseer aquello de lo cual no tenemos necesidad.

No es fácil esto en una sociedad donde el valor de la posesión está muy presente, y en ocasiones también nosotros venimos a caer, sin tener en cuenta la dimensión económica que este tema puede tener también para la vida de todo el monasterio. Una actitud responsable piensa antes si una inversión o una compra importante de la comunidad es necesaria para la vida de la comunidad.

Y aquí el anecdotario es amplio: la luz, agua con más presión, o alguna herramienta de trabajo… Y venimos a pensar que nuestro trabajo se simplificaría y nuestro confort aumentaría de manera lineal. No es trata de privaciones, sino de una contención en los gastos, de una abnegación, de no caer, en definitiva, en un puro materialismo, que al final nos lleva a no dar valor a las cosas.

Hermanos nuestros que por razones familiares u otras causas llevan unos meses fuera de la comunidad, comentan algunas situaciones de su vida fuera de la comunidad: tener el plato en la mesa, ropa limpia y planchada, coche a disposición… que les lleva a recordar la vida en la comunidad. Esto viene a decirnos como en esas situaciones “extraordinarias” que están viviendo, recuerdan que en la vida de la comunidad eran aspectos de los que no tenían que preocuparse, cuando fuera ocupan una parte importante de tiempo. Quizás nos habituamos pronto a pedir y tener aquello que necesitamos, y que es, por tanto, un deber de los encargados el procurarlos con diligencia y prontitud.

Si san Benito no piensa en la pobreza como un voto propiamente dicho, sí que piensa que la posesión, y sobre todo que el afán de poseer puede llegar a ser un grave inconveniente para la vida monástica.

Pero esta abnegación o renuncia va más allá de lo material. Jesús enseña: “No llevéis monedas de oro o plata, o de cobre, no toméis para el camino bolsa, ni dos vestidos, ni sandalias, ni bastón” (Mt 10,10). Y añade a continuación: “El que trabaja merece recibir lo necesario para vivir”.

Seguramente la idea de san Benito va por aquí: no ambicionar, con la seguridad de que no nos falte lo necesario. Pero la renuncia va más allá de las cosas materiales: Podemos tener una actitud humilde, podemos tener una actitud fuertemente contraria a cualquier tipo de posesión, pero, a la vez, reclamar aquello que deseamos como absolutamente imprescindible y urgente. La renuncia intelectual debe coincidir con la material. La pobreza de corazón es algo que también nos cuesta, y que no se limita a las cosas materiales, sino que se proyecta más allá y se transforma en una lucha constante por imponer sino nuestra voluntad particular, por lo menos nuestro punto de vista personal.

San Benito, escribe el P. Alejandro Masoliver define con una vehemencia desacostumbrada la propiedad como un vicio y añade que es nefasto y que es necesario desarraigarlo de raíz, es decir de nuestro corazón, para acomodarnos a lo estrictamente necesario. Pero este concepto de “necesario” puede ser bastante relativo y discrecional. Y escribía este respecto:

“Sin duda encontraremos la regla de oro en una austeridad sin excesos, en una frugalidad y parquedad o discreción en todo lo referente al alimento, el vestido, el mobiliario, y, en general, al género de vida que se adecue a nuestra condición de monjes, que es mejor de lo que habríamos gozado la mayoría de los monjes -en la época de san Benito- en nuestra propia casa familiar”  (Si busacas Dios de verdad)

Como siempre en san Benito todo mira a la discreción y simplicidad material y espiritual. Escribe san Bernardo:

Hay tres clases de pobreza. La inevitable, la voluntaria y la fingida; la que distribuye equitativamente y da lo que es de justicia, la rechazada por fingida, soportada por inevitable, abrazada por voluntaria, la que se vuelve pobre de espíritu y busca el Reino de Dios que llevaba en s interior, pero se perdió”. (Tercera serie de sentencias, 2)

Debemos practicar la pobreza voluntaria, huir de la fingida, y soportar, si es necesario, la inevitable, abrazándola, como nos dice san Bernardo, con pureza de corazón, y dándole siempre gracias por todo lo que recibimos de Él de manera directa o a través de los hermanos. Sin entristecernos nunca, como diría san Benito.

 

.

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario