CAPÍTULO
33
SI LOS
MONJES DEBEN TENER ALGO EN PROPIEDAD
Hay un vicio que por
encima de todo se debe arrancar de raíz en el monasterio, 2 a fin de que nadie
se atreva a dar o recibir cosa alguna sin autorización del abad, 3 ni a poseer
nada en propiedad, absolutamente nada: ni un libro, ni tablillas, ni estilete;
nada absolutamente, 4 puesto que ni siquiera les está permitido disponer
libremente ni de su propio cuerpo ni de su propia voluntad. 5 Porque todo
cuanto necesiten deben esperarlo del padre del monasterio, y no pueden
lícitamente poseer cosa alguna que el abad no les haya dado o permitido. 6 Sean
comunes todas las cosas para todos, como está escrito, y nadie diga o considere
que algo es suyo. 7Y, si se advierte que alguien se complace en este vicio tan
detestable, sea amonestado por primera y segunda vez; 8 pero, si no se
enmienda, quedará sometido a corrección.
En la Regla no se pide
al monje el voto de pobreza, como se pide el de obediencia. Está dentro de lo
que llamamos “conversión de costumbres”, y esta peculiaridad es todo un símbolo
de que la pobreza o ausencia de posesión de las cosas significa en la vida
monástica.
Cuando venimos al
monasterio dejamos atrás una serie de cosas, entre ellas una concepción de la
propiedad. Esto no implica una falta de lo necesario, sino al contrario, más
bien una socialización de bienes. Renunciamos a poseer, a considerar las cosas
como nuestras, pero por otro lado recibimos todo aquello que necesitamos, a
veces incluso más de lo esperado. San Benito no nos dirá que la propiedad es un
robo, como escribía Pierre Joseph Proudhom, el año 1840, escandalizando a la
sociedad de su tiempo; y unas décadas antes que Karl Marx afirmara lo mismo con
otras palabras. Más bien san Benito nos viene a decir que la propiedad es un
vicio, y que el deseo de poseer no es propio de monjes.
San Benito nos habla de
una cierta abnegación o renuncia, de valorar todas las cosas que recibimos,
tratar todo aquello que hay en el monasterio como vasos sagrados, pero no
ambicionar poseer aquello de lo cual no tenemos necesidad.
No es fácil esto en una
sociedad donde el valor de la posesión está muy presente, y en ocasiones
también nosotros venimos a caer, sin tener en cuenta la dimensión económica que
este tema puede tener también para la vida de todo el monasterio. Una actitud
responsable piensa antes si una inversión o una compra importante de la
comunidad es necesaria para la vida de la comunidad.
Y aquí el anecdotario
es amplio: la luz, agua con más presión, o alguna herramienta de trabajo… Y
venimos a pensar que nuestro trabajo se simplificaría y nuestro confort
aumentaría de manera lineal. No es trata de privaciones, sino de una contención
en los gastos, de una abnegación, de no caer, en definitiva, en un puro materialismo,
que al final nos lleva a no dar valor a las cosas.
Hermanos nuestros que
por razones familiares u otras causas llevan unos meses fuera de la comunidad,
comentan algunas situaciones de su vida fuera de la comunidad: tener el plato
en la mesa, ropa limpia y planchada, coche a disposición… que les lleva a
recordar la vida en la comunidad. Esto viene a decirnos como en esas
situaciones “extraordinarias” que están viviendo, recuerdan que en la vida de
la comunidad eran aspectos de los que no tenían que preocuparse, cuando fuera
ocupan una parte importante de tiempo. Quizás nos habituamos pronto a pedir y
tener aquello que necesitamos, y que es, por tanto, un deber de los encargados el
procurarlos con diligencia y prontitud.
Si san Benito no piensa
en la pobreza como un voto propiamente dicho, sí que piensa que la posesión, y
sobre todo que el afán de poseer puede llegar a ser un grave inconveniente para
la vida monástica.
Pero esta abnegación o
renuncia va más allá de lo material. Jesús enseña: “No llevéis monedas de
oro o plata, o de cobre, no toméis para el camino bolsa, ni dos vestidos, ni
sandalias, ni bastón” (Mt 10,10). Y añade a continuación: “El que
trabaja merece recibir lo necesario para vivir”.
Seguramente la idea de
san Benito va por aquí: no ambicionar, con la seguridad de que no nos falte lo
necesario. Pero la renuncia va más allá de las cosas materiales: Podemos tener
una actitud humilde, podemos tener una actitud fuertemente contraria a
cualquier tipo de posesión, pero, a la vez, reclamar aquello que deseamos como
absolutamente imprescindible y urgente. La renuncia intelectual debe coincidir
con la material. La pobreza de corazón es algo que también nos cuesta, y que no
se limita a las cosas materiales, sino que se proyecta más allá y se transforma
en una lucha constante por imponer sino nuestra voluntad particular, por lo
menos nuestro punto de vista personal.
San Benito, escribe el
P. Alejandro Masoliver define con una vehemencia desacostumbrada la propiedad
como un vicio y añade que es nefasto y que es necesario desarraigarlo de raíz,
es decir de nuestro corazón, para acomodarnos a lo estrictamente necesario.
Pero este concepto de “necesario” puede ser bastante relativo y discrecional. Y
escribía este respecto:
“Sin
duda encontraremos la regla de oro en una austeridad sin excesos, en una
frugalidad y parquedad o discreción en todo lo referente al alimento, el
vestido, el mobiliario, y, en general, al género de vida que se adecue a
nuestra condición de monjes, que es mejor de lo que habríamos gozado la mayoría
de los monjes -en la época de san Benito- en nuestra propia casa familiar” (Si busacas Dios de verdad)
Como siempre en san
Benito todo mira a la discreción y simplicidad material y espiritual. Escribe
san Bernardo:
Hay
tres clases de pobreza. La inevitable, la voluntaria y la fingida; la que
distribuye equitativamente y da lo que es de justicia, la rechazada por
fingida, soportada por inevitable, abrazada por voluntaria, la que se vuelve
pobre de espíritu y busca el Reino de Dios que llevaba en s interior, pero se
perdió”. (Tercera serie de sentencias, 2)
Debemos practicar la
pobreza voluntaria, huir de la fingida, y soportar, si es necesario, la
inevitable, abrazándola, como nos dice san Bernardo, con pureza de corazón, y
dándole siempre gracias por todo lo que recibimos de Él de manera directa o a
través de los hermanos. Sin entristecernos nunca, como diría san Benito.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario