CAPÍTULO
26
LOS
QUE SE RELACIONAN CON LOS EXCOMULGADOS SIN AUTORIZACIÓN
Si algún hermano, sin
orden del abad, se permite relacionarse de cualquier manera con otro hermano
excomulgado, hablando con él o enviándole algún recado, 2 incurrirá en la misma
pena de excomunión.
Escribe Dom Guillermo,
abad de Mont des Cats, que ante la lectura de este capítulo uno se puede
preguntar cómo san Benito trata con tanta severidad a quien contacta con un ex-comunicado,
teniendo en cuenta que en el capítulo siguiente recomienda al abad preocuparse
de los excomunicados. (Un camino de libertad; comentario de la Regla de san
Benedetto).
Añade que la pregunta
que deberíamos hacernos es por qué un hermano se acerca a un excomunicado. Y
para él puede haber dos motivos. El primero, que tenga vocación de buen
samaritano, de mesías, y que vive la exclusión del hermano como una herida en
su deseo de unidad y comunión. En este buen samaritano cada conflicto provoca
en su interior un sentimiento de angustia, y la razón de acercarse es curar su
propia angustia, más que ayudar al hermano. Un segundo motivo, la de estar en
contra de la Regla y de la autoridad, que cambia de enemigo cuando cambia el
superior, sea el que sea, y que busca perpetuar su situación personal
instrumentalizando al hermano excomunicado, de modo que en lugar de crear se
limita a destruir, vive en negativo. Ambas razones, para Dom Guillermo no son
en cualquier caso altruistas, ni generosas, sino malsanas, ya que impide al
hermano tomar conciencia de su propia culpa, que siempre es un paso previo para
salir de ella.
El papel de la sanción
no es otro que tomar experiencia de la responsabilidad personal ante unos
hechos punibles. El camino no sino reconocer la culpa, satisfacer por la
penitencia impuesta y propósito de enmienda. Un proceso que si falta algún
elemento de estos se convierte en simple rutina sin efecto positivo.
El Papa Francisco ha
hablado de este tema:
“El
cristiano que reza pide a Dios sobre todo que le perdone sus pecados, el mal
que hace. Esta es la primera verdad de cada oración: aunque fuéramos personas
perfectas, santos cristalinos que nunca se desvían en la vida de bien, son siempre
hijos que le deben todo al Padre. La actitud más peligrosa en la vida, ¿cuál
es? La soberbia. Es la actitud de quien se coloca delante de Dios pensando que
siempre tiene las cuentas en orden con Él. El soberbio cree que todo lo hace
bien” (Audiencia General 10 Abril de
2019)
La debilidad de la
conciencia de pecado es un mal que aflige a la sociedad, incluidos cristianos,
religiosos, monjes. Se banaliza la culpa, le quitamos importancia… Todo esto
afecta a la Iglesia, que está en el punto de mira de la opinión pública. Por
ello no podemos dejar pasar nuestras malas acciones. La Iglesia no peca,
cierto, pero sus miembros sí, ciertamente. Por eso no tiene sentido negar la
evidencia.
Escribe el Papa
Francisco: Todos, de pensamiento, palabra, obra u omisión, ensuciamos la
Iglesia de Cristo. Como decía el Cardenal Ratzinger en el Vía Crucis del
Coliseo en el año 2005: “¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia entre los que
por el sacerdocio tendrían que estar completamente entregados a ella! ¡Cuánta
soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡qué poco respetamos el sacramento de la
reconciliación, en el que El nos espera para levantarnos de nuestras caídas!”.
Todo esto debería
llevarnos al arrepentimiento, nunca a la indiferencia. San Benito, por ello,
busca con el Código penal la regeneración de la comunidad y la recuperación del
hermano que ha fallado. Pues la suciedad hay que limpiarla, enmendar el pecado,
y “no desesperar nunca de la misericordia de Dios”.
Siempre será mejor
reconocernos pecadores por adelantado, pues así ya tenemos hecho una parte del
camino hacia la reconciliación; y además porque ser acusados por los otros
puede ser más humillante, y porque nada podemos ocultar a Dios.
Como escribe Aquinata
Bockmann se trata de curar a las personas y las comunidades, de reconciliarnos
con Dios, y nada hay más importante que conservar la amistad con Dios.
Escribe san Clemente I
a los cristianos de Corinto:
“procuremos con
deseo ferviente, ser contados entre los que esperan su venida. ¿Y cómo lo podemos
hacer? Si unimos con toda nuestra fe nuestra alma a Dios; si buscamos siempre
con diligencia lo que es agradable y aceptable a sus ojos, si ponemos en
práctica lo que está de cuerdo con su voluntad y seguimos el camino de la
verdad, si rechazamos en nuestra vida toda injusticia, avaricia, maldad y
fraude, crítica y murmuración, odio a Dios, soberbia, presunción, vanagloria y
falta de sensibilidad para acoger. Porque los que hacen todo esto se hacen
odiosos a Dios; y no solo aquellos que no lo hacen, sino también quienes
consienten y aplauden.”
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