domingo, 30 de enero de 2022

CAPÍTULO 26, LOS QUE SE RELACIONAN CON LOS EXCOMULGADOS SIN AUTORIZACIÓN

 

CAPÍTULO 26

LOS QUE SE RELACIONAN CON LOS EXCOMULGADOS SIN AUTORIZACIÓN

Si algún hermano, sin orden del abad, se permite relacionarse de cualquier manera con otro hermano excomulgado, hablando con él o enviándole algún recado, 2 incurrirá en la misma pena de excomunión.

 

Escribe Dom Guillermo, abad de Mont des Cats, que ante la lectura de este capítulo uno se puede preguntar cómo san Benito trata con tanta severidad a quien contacta con un ex­-comunicado, teniendo en cuenta que en el capítulo siguiente recomienda al abad preocuparse de los excomunicados. (Un camino de libertad; comentario de la Regla de san Benedetto).

Añade que la pregunta que deberíamos hacernos es por qué un hermano se acerca a un excomunicado. Y para él puede haber dos motivos. El primero, que tenga vocación de buen samaritano, de mesías, y que vive la exclusión del hermano como una herida en su deseo de unidad y comunión. En este buen samaritano cada conflicto provoca en su interior un sentimiento de angustia, y la razón de acercarse es curar su propia angustia, más que ayudar al hermano. Un segundo motivo, la de estar en contra de la Regla y de la autoridad, que cambia de enemigo cuando cambia el superior, sea el que sea, y que busca perpetuar su situación personal instrumentalizando al hermano excomunicado, de modo que en lugar de crear se limita a destruir, vive en negativo. Ambas razones, para Dom Guillermo no son en cualquier caso altruistas, ni generosas, sino malsanas, ya que impide al hermano tomar conciencia de su propia culpa, que siempre es un paso previo para salir de ella.

El papel de la sanción no es otro que tomar experiencia de la responsabilidad personal ante unos hechos punibles. El camino no sino reconocer la culpa, satisfacer por la penitencia impuesta y propósito de enmienda. Un proceso que si falta algún elemento de estos se convierte en simple rutina sin efecto positivo.

El Papa Francisco ha hablado de este tema:

“El cristiano que reza pide a Dios sobre todo que le perdone sus pecados, el mal que hace. Esta es la primera verdad de cada oración: aunque fuéramos personas perfectas, santos cristalinos que nunca se desvían en la vida de bien, son siempre hijos que le deben todo al Padre. La actitud más peligrosa en la vida, ¿cuál es? La soberbia. Es la actitud de quien se coloca delante de Dios pensando que siempre tiene las cuentas en orden con Él. El soberbio cree que todo lo hace bien”  (Audiencia General 10 Abril de 2019)

La debilidad de la conciencia de pecado es un mal que aflige a la sociedad, incluidos cristianos, religiosos, monjes. Se banaliza la culpa, le quitamos importancia… Todo esto afecta a la Iglesia, que está en el punto de mira de la opinión pública. Por ello no podemos dejar pasar nuestras malas acciones. La Iglesia no peca, cierto, pero sus miembros sí, ciertamente. Por eso no tiene sentido negar la evidencia.

Escribe el Papa Francisco: Todos, de pensamiento, palabra, obra u omisión, ensuciamos la Iglesia de Cristo. Como decía el Cardenal Ratzinger en el Vía Crucis del Coliseo en el año 2005: “¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia entre los que por el sacerdocio tendrían que estar completamente entregados a ella! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡qué poco respetamos el sacramento de la reconciliación, en el que El nos espera para levantarnos de nuestras caídas!”.

Todo esto debería llevarnos al arrepentimiento, nunca a la indiferencia. San Benito, por ello, busca con el Código penal la regeneración de la comunidad y la recuperación del hermano que ha fallado. Pues la suciedad hay que limpiarla, enmendar el pecado, y “no desesperar nunca de la misericordia de Dios”.

Siempre será mejor reconocernos pecadores por adelantado, pues así ya tenemos hecho una parte del camino hacia la reconciliación; y además porque ser acusados por los otros puede ser más humillante, y porque nada podemos ocultar a Dios.

Como escribe Aquinata Bockmann se trata de curar a las personas y las comunidades, de reconciliarnos con Dios, y nada hay más importante que conservar la amistad con Dios.

Escribe san Clemente I a los cristianos de Corinto:

procuremos con deseo ferviente, ser contados entre los que esperan su venida. ¿Y cómo lo podemos hacer? Si unimos con toda nuestra fe nuestra alma a Dios; si buscamos siempre con diligencia lo que es agradable y aceptable a sus ojos, si ponemos en práctica lo que está de cuerdo con su voluntad y seguimos el camino de la verdad, si rechazamos en nuestra vida toda injusticia, avaricia, maldad y fraude, crítica y murmuración, odio a Dios, soberbia, presunción, vanagloria y falta de sensibilidad para acoger. Porque los que hacen todo esto se hacen odiosos a Dios; y no solo aquellos que no lo hacen, sino también quienes consienten y aplauden.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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